Los otros, claro, son personas célebres: escritores, músicos, que en general han protagonizado existencias fascinantes. Siempre resultan claros ejemplos de lo que hay que hacer y lo que no, contando por ellos mismos o a través de investigadores rigurosos, lo que vale la pena contar
Ciudad de México, 27 de febrero (SinEmbargo).- Decía en una entrevista que le hiciéramos esta semana el músico y escritor Atto Attié que era un vicio que prometía dejar eso de hurgar en la vida de sus ídolos.
Pero, ¿cómo resistirse?, las biografías y las autobiografías constituyen a menudo un ejercicio de lectura gozosa que la mayoría de las veces nos ayuda a entender cosas que nos pasan en la cotidianeidad y en todo caso nos permiten conformar el mapa completo de una obra artística que nos nutre.
Elegimos 10 libros, pero hay muchísimos. La vida de los otros, cuando es fascinante, vale la pena ser leída.
El balzaciano Louis Lambert como la prefiguración de Federico Nietzsche en el sentido de “un hombre anulado por su propia inteligencia”, la certeza del anacronismo de la época sartriana que obligaba al intelectual a tener una responsabilidad definida frente a la sociedad, la amistad entre escritores que se quieren por “un instinto de supervivencia” superior a sus propios corazones, son algunos de los dibujos con que Carlos Fuentes (1928-2012) ilustró un diccionario en que el no caben, por ejemplo, la “A” de José María Aznar o la “B” de Bush que, de incluirse, haría censurable su credo.
Este hombre que decía hacer “longs sellers” en lugar de “best sellers”, creía en la literatura que atraviesa el tiempo y se hizo amigo de las nuevas generaciones de escritores, a muchos de los cuales admiraba, por caso Pedro Ángel Palou, Jorge Volpi, Ignacio Padilla y Cristina Rivera Garza.
En En esto creo, Fuentes atiende a los hijos (dedica el libro a su hijo fallecido prematuramente, Carlos), a su mujer, a los celos y a Zurich, la ciudad donde lo echaron de la pensión de la Rue Emile Jung y donde su novia lo dejó, a instancias de sus padres, que lo creían proveniente de un “país oscuro e incivilizado, cuyos habitantes, según se contaba, comían carne humana”.
Ni santo ni rey. Ni cantante de protesta vocacional, acaso un mujeriego empedernido, un mitómano consagrado y, sobre todo, un hombre decidido a obtener el éxito con sus canciones originadas en el folk, Robert Zimmerman, más conocido como Bob Dylan, nació en mayo de 1941 en una ciudad estadounidense llamada Duluth.
Nieto de un matrimonio de inmigrantes judíos que a principios del siglo XX huyó de Odessa y del antisemitismo criminal provocado por el zar Nicolás II, el muchacho fue abriéndose paso en el mundo de la música a fuerza de reinventar varias veces su propia biografía y de pronunciar en sus canciones aquello que lo enmudecía en la vida cotidiana.
“La importancia de su trabajo es tal, que ha hecho de Dylan más que un simple músico. Es un cantautor gurú para millones de seguidores que escuchan sus pensamientos y sentimientos más profundos expresados en sus canciones; un artista al que se considera un pensador original y cuyo trabajo rezuma sabiduría”, dice Sounes, al que conocíamos por su biografía de Charles Bukowski y quien dedicó tres años de su vida para investigar y luego retratar vida y obra de una de las figuras más importantes de la música contemporánea.
El romance con Joan Báez, el telegrama que le envió John Lennon para disculparse por no poder asistir a su concierto en el Albert Hall de Londres cuando Bob Dylan todavía no había tenido oportunidad de encontrarse con Los Beatles, las amargas disputas legales con su ex manager Albert Grossman, el encuentro, marihuana mediante, con el famoso cuarteto de Liverpool…son sólo algunos de los hitos que de la vida del autor de, entre otras, “Soplando en el viento”, Sounes describe con precisión y detalle.
La voz narrativa se ubica en un distanciamiento equilibrado que evita la conformación de una figura heroica, sin por ello escatimar un ápice de reconocimiento al talento inconmensurable de un hombre imprescindible para la cultura contemporánea universal.
Con evidente simpatía por uno de los suyos, el periodista ítaloamericano J.Randy Taraborrelli, reconstruye la biografía de uno de los más grandes iconos culturales del siglo XX.
Madonna Louise Verónica Ciccone nació el 17 de agosto de 1958. Fue la niña malhablada que de Detroit a Nueva York, de Buenos Aires a Londres, pasó por la muerte prematura de su madre en Michigan, por la violación en la adolescencia en Manhattan, por los acordes de “Don’t cry for me, Argentina” en el balcón de la Casa Rosada argentina y por el “Ave María” cantado a capella en la catedral de Dornoch (776 años de historia al servicio del bautismo de su segundo hijo, Rocco Ritchie).
De los brazos de su amiga de la escuela primaria hasta los del veterano actor Warren Beatty; de los besos ardientes y violentos de su primer esposo, el talentoso Sean Penn, hasta las fantasías eróticas y muy mal consumadas con el excéntrico basquetbolista Dennis Rodman; de sus constantes desencuentros con Michael Jackson hasta la estabilidad emocional y al fin la construcción de una familia burguesa y católica con el guapo y refinado inglés Guy Ritchie: definitivamente, a Madonna las cosas le fueron mejor que a su musa Marilyn Monroe.
Taraborrelli y su vasto equipo de colaboradores precisan en este grueso volumen los pasos que tuvo que dar la chica material para convertirse en esta hermosa, multimillonaria y famosa joven dama de 43 años.
Los pasajes más deliciosos del libro no lo dan sin embargo las anécdotas de la convulsionada vida de la estrella, sino los datos que el autor aporta con respecto a cada disco y, en consecuencia, a cada etapa musical de la artista estadounidense.
A la dominicana Julia Álvarez la poesía le sale de la sangre y las historias de la patria que dejó cuando apenas tenía diez años y su familia la llevó a vivir a los Estados Unidos. Como En el tiempo de las mariposas, la saga demencial de las hermanas Mirabal asesinadas por el dictador Trujillo, En el nombre de Salomé cautiva por la admirable capacidad de la autora para ponerse en la piel de las personas que construyeron la memoria real del país que la vio nacer. Con talento inagotable para perfeccionar con pasión y minuciosidad el rumbo de la novela histórica, la escritora narra aquí la vida y obra de la gran poeta nacional Salomé Ureña en la voz de su hija Camila. Por supuesto que el gran pensador de la literatura latinoamericana, Pedro Henríquez Ureña, es otro de los referentes fundamentales a los que apela Álvarez para preguntar y responderse por el destino de las mujeres en un continente que se ha empeñado en hacerles siempre todo más difícil.
Compilado por el francés Philippe Ollé Laprune, director de la Casa Refugio Citlaltépetl, este libro es la memoria escrita de un ciclo de conferencias que se llevara a cabo en el 2000 en dicho recinto: una idea sencilla y lúcida que regala textos hondos e inmejorables dedicados a figuras imprescindibles de la literatura mundial contemporánea.
La voz que se levanta y muere en las cenizas es la voz de Paul Celan en la voz de Margo Glantz. Como nunca es vasta la palabra en relación al gran poeta alemán del siglo que pasó, la mirada de Glantz se torna amorosa y compasiva, eficaz en la necesidad de volver a los textos del malogrado bardo germano.
Caótico e hipersensible, el colombiano Fernando Vallejo evoca la figura peculiar e injustamente olvidada del poeta antioqueño Barba Jacob, a quien el autor de La virgen de los sicarios le dedicara 12 años de su vida para investigar y difundir su obra. “¿Y total para qué?: Para que hoy nadie sepa de él, o lo que es peor, que lo confundan con Bárbara Jacobs”.
La erudición de Juan Villoro en la descripción de la “emigración póstuma” de Thomas Bernhard, el desparpajo irónico y casero con que José Agustín se refiere a la célebre Lolita, de Vladimir Nabokov, y la admiración que Sergio Pitol, Borges mediante, profesa al inolvidable dominicano Pedro Henríquez Ureña, son otros de los textos que nutren este volumen de ensayos. El tema central es el de escritores en el exilio. Los temas periféricos, los de siempre: la obra, la vida, la muerte, la palabra…
La biografía de la gran escritora estadounidense Susan Sontag (1933-2004) no es tan apasionada a intensa como su vida, pero alcanza para tener un perfil más claro de la personalidad de una analizadora sutil e implacable de un tiempo que la tuvo y tiene como gran protagonista.
Su infancia de niña-prodigio, la maternidad de un único hijo que terminó convirtiéndose en casi un hermano, la belleza enigmática en la juventud, el cáncer en la vejez, las posturas políticas radicales y sobre todo la conformación de un pensamiento propio con la conciencia plena de un marketing particular al que fue tan fiel como al proceso creativo, son apuntes de una autora imprescindible.
El trabajo de Rollyson y Paddock es minucioso. La narración aburre, pero exhorta a volver a los libros de la Sontag, siempre tan reveladores.
“Un equipo multimedia formado por un solo hombre, años antes de que la tecnología llevara la interactividad a nuestros hogares. David Bowie (1947-2016) constituía la prueba viviente de que la personalidad cambia constantemente, se hace y se rehace”: las acertadas definiciones de un biógrafo que ha logrado escaparse de los falsos candiles que plantea la camaleónica actitud de su biografiado, anticipan un trabajo minucioso y pleno de rigor.
Los bowiemaníacos, que se reproducen y se heredan generación tras generación, encontrarán aquí los detalles de un fenómeno que antes que nada ha sido estético y que terminó construyendo una moral singular frente a los hechos aplastantes que establece la voraz industria discográfica.
No hay chismes de revistas del corazón: es un acercamiento con cámara subjetiva al quehacer de uno de los artistas más referenciales de la cultura occidental.
Aunque para muchos el Ulises siga siendo ese libro que jamás pudo terminar, la monumental biografía de Richard Ellmann en torno al gran escritor irlandés, corregida y aumentada en 1982, resulta un trabajo fascinante que pone en su lugar a uno de las plumas más pulidas de la literatura universal.
La que ha sido llamada por Anthony Burgess como “la más grande biografía literaria de nuestro siglo” se erige como una preciada oportunidad para adentrarnos en el universo creativo de un grande y desentrañar algunos de los muchos secretos que tiene la labor artística.
Yoshi Oida no es sólo un actor japonés que, emigrado de su Osaka natal en 1968, logró convertirse en un icono del Centre Internacional de Recherches Théatrales (CIRT), la emblemática compañía fundada por Peter Brook en París.
Es también el artista reflexivo que, a fuerza de no perder el foco de íntima atención en su propia experiencia actoral, consigue vencer varios de los mitos abrigados a la sombra de la misteriosa relación entre Oriente y Occidente.
Oida es el hombre que “ha hecho ver muchas lunas” a Brook y es el que, mediante este libro que no debería dejar de leer ninguna persona sensible, consigue despertar aletargadas dudas en el lector inquieto.
Difícil escribir la biografía de un hombre que, al decir de la actriz Fernanda Montenegro, “no tiene ningún defecto”. La periodista brasileña Regina Zappa aceptó sin embargo el desafío y a lo largo de unas páginas que pecan por quedarse cortas trató de dar un perfil lo más cercano posible a la realidad de uno de sus compatriotas más ilustres.
El resultado es un trabajo mediante el cual aprendemos, por si hiciera falta, amar un poco más a Chico. El Buarque de Hollanda, figura fundamental en la cultura brasileña y, por extensión, en la del mundo contemporáneo, desmiente en su encuentro con Zappa la estampa de artista ermitaño con que lo han condenado los medios de su país.
“Chico es un ser un tanto misterioso que desata la imaginación de las personas –aquel artista genial, sensible, inaccesible-…Pero la imagen que se creó de Chico exagera con respecto a su timidez y engaña en la imagen de Greta Garbo. El misterio a su alrededor no está en la puesta en escena. Eso, en él, no existe”.
Eso sí: el autor de “Ópera do malandro” y “Construcción”, entre otras obras memorables, se hace cargo de todas sus neurosis y admite su dificultad para formar parte de un sistema que lo ha obligado a ser famoso y reconocido en las calles de su amado Río de Janeiro.
“Le resulta agradable viajar cuando va a otro país y se convierte en un ser anónimo o cuando está en Francia –va mucho a París, donde tiene un apartamento- y alguien, en algún restaurante o en la calle, lo reconoce, cosa que no ocurre con frecuencia. Allí, dice, las personas lo conocen más por el nombre que por la fisonomía. Una vez, en un restaurante, al decir de su nombre al maitre, éste respondió: – Ah!, Buarque, ¿cómo Chico Buarque?”.
Caminador incansable, jugador de fútbol respetable y respetado, arquitecto frustrado y lector voraz, Chico se asume en principio como un rebelde siempre que haya causa y como un artista responsable hasta la obsesión de un proceso creativo que jamás deja por la mitad.
El gran artista paulista y carioca, el rey de la Scola Mangueira, el escritor, el creador insustituible junto a Caetano Veloso y Gilberto Gil de la Música Popular Brasileña, bien vale este libro y todos los que puedan venir en beneficio de acercarnos a su universo inconmensurable, ese espacio donde la ética y la estética se reparten en partes iguales para constituirse en una forma de vida irrenunciable.