La famosa periodista peruana afincada en Madrid entrega una obra donde la vida es aquello que te muestra un espejo a menudo biselado por tus propios complejos, tus grandes inseguridades, tus magnos y mínimos sueños frustrados
Ciudad de México, 27 de febrero (SinEmbargo).- Pensar en Gabriela Wiener (Lima, 1975) es pensar en una de las periodistas más notables de las nuevas generaciones latinoamericanas. Es pensar en una mujer extrovertida, de sonrisa fácil, con la que conversar constituye muchas veces una aventura extrema.
Sin embargo, ella no se ve como la vemos. Así al menos lo deja expresado en su nuevo libro Llamada perdida (Malpaso), donde cultiva todo aquello que no debe hacer una periodista de su tamaño si es que quiere seguir el manual ortodoxo de la profesión.
¿Existe un manual ortodoxo de la profesión? Por lo pronto, ningún editor que peine canas y manchas indelebles de tinta en los dedos nos aconsejaría hablar de nosotros. ¡Nunca! A pesar de que todo lo que hace una persona está precisamente marcado por esa persona, el periodista siempre debe mantenerse a una distancia prudencial.
Pues bien, a Wiener no le queda bien el anonimato. Tampoco le importa ser la primera en una tabla de exhibicionistas, aunque en su caso, no es la mejor parte de sí misma la que muestra al público lector.
Por el contrario, quebrando toda orden de restricción frente a la materia narrada, Gabriela decide contar su vida, mejor dicho, decide contar-se al estilo –por qué no citar un verso que me viene súbitamente a la cabeza cuando hablo del libro de Wiener- del poeta español Gabriel Celaya, quien dijo aquello de “no voy a la muerte, siempre estoy volviendo, Lázaro pequeño de mis destrucciones y quizá por ello consintiendo en ellas vivo y soy dichoso”.
Así es Gabriela. Se construye y se destruye, en una prueba y error con mucho vértigo y sin pausa efectiva, para demostrar que en eso finalmente consiste una vida, la vida, esa cosita loca llamada amor y desamor, ese espacio finito donde aprendemos a creernos inmortales sin ninguna razón que lo justifique.
“¿Puede ser la ironía el mejor bisturí para abrir en canal la propia vida? ¿Quiénes son los auténticos herederos de Roberto Bolaño? ¿Cuáles son los límites del pudor? ¿En qué se parecen Corín Tellado e Isabel Allende? ¿Se puede vivir en vida la experiencia radical de la muerte? ¿Qué diablos será eso que llamamos familia?”, escribe el español Jordi Carrión.
“Son muchas y muy sorprendentes las preguntas que plantea la escritora Gabriela Wiener en este libro que no se parece a ningún otro. Un libro autobiográfico, político, sincero y radical en que se habla de tríos sexuales, de amigos lejanos, de literatura, de supersticiones numéricas, de una hija y un marido, de España y de Perú. Un libro que se adhiere a la piel del lector como un tatuaje, con ese eco insistente y abstracto de las llamadas perdidas”, agrega el también director de la colección Lo Real, de la editorial Malpaso.
Leer a Gabriela Wiener, que ingresa al mercado mexicano con Llamada perdida, es encontrarse con una amiga que nos recuerda qué desastre es nuestra vida, pero qué bueno está, después de todo, vivirla a tope, chocándonos con las puertas giratorias, tropezándonos con la caca de perro que siempre hay en el camino y deseando sobre todo no morir nunca.
LA ENTREVISTA A GABRIELA WIENER
–Escribe sobre tu vida sólo si es interesante, dijo Salman Rushdie, ¿coincides?
–Debería decir que estoy de acuerdo con Rushdie en todo pero podrían matarme los del Estado Islámico. Además pienso todo lo contrario. Una vida interesante da más bien para un reality show. Para los libros prefiero las vidas aburridas, porque desafían a un escritor mediocre y revelan a un gran escritor. La cosa no es que tu vida sea interesante, la cosa es hacer algo interesante de tu vida. Todo puede ser un coñazo, las más increíbles aventuras también, si caen en malas manos. Ahora bien, tener una vida interesante tampoco te hace un mal escritor automáticamente, como quisieran pensar los haters de Bukowski y la mitad del departamento de escritura creativa de cualquier universidad sepultada en la nieve. Yo quisiera ser Mario Levrero (escritor uruguayo, 1940/2004), pero soy lo que soy. Admito que tengo una vida interesante y defiendo mi derecho a escribir sobre ella. Aunque sea porque no me queda otra.
–¿El yo como tema central de tu escritura representa la huida del periodismo?
–Ahora que lo dices tiene sentido, sin embargo ni siquiera subida sobre la tabla de surfing del Yo he podido escapar del periodismo. Quizá solo de un tipo de periodismo. Tiene que ver con que elegí una mala época para hacerlo. La autorreferencia es ya parte del menú diario de lecturas contemporáneas, parte medular de lo que ofrecen los medios y las redes sociales. A la gente que lee le interesa también leer sobre que Hernán Casciari (periodista argentino, fundador de Orsai) se ha divorciado y ha sufrido un infarto, todo a la vez. Porque poca gente escribe de su yo con tanta hermosura como Hernán. Y lo leen en un periódico. Esas voces también deben estar en los medios. La poesía debe infiltrarse en los periódicos. También la ternura, la duda o el amor deben penetrar los titulares. Cuando empecé a escribir para Etiqueta Negra lo hice ya en primera persona. Estaba contemplado. Joan Didion (escritora estadounidense, 1934) iluminaba nuestro barco. Algunos no le llamarán periodismo, otros hablarán de periodismo en primera persona, ahí no entro. Pero por qué no pensar también en la posibilidad de que sea una de las formas de huir del propio periodismo de sus datos y sus fuentes al corazón de la gente.
–A veces creo que Emmanuel Carrere hizo más por la escritura periodística contemporánea que Gabriel García Márquez.
–A veces creo que ninguno ha hecho tanto por el periodismo como sí han hecho mucho por otras cosas. Gabo ha hecho mucho más por la ficción y Carrere por la escritura de no ficción. Y ambos han hecho muchísimo por los escritores que sueñan con ser otro tipo de escritor, uno que sueña con hacer literatura de la realidad. Pero otras veces no creo ni en eso.
–Llamada perdida es un tratado de cómo la vida es prueba y error y error y error…¿qué sientes ahora que lo lees publicado?
–Por muchos errores que una cometa nunca comete el mismo. Así que estoy contenta de ver publicado este nuevo ensayo error. En realidad, Llamada perdida no es una antología de mis errores, yo no les llamaría errores, porque me suena a que si uno se equivoca alguien más tiene la razón (¿Dios?) o a que hay una forma correcta, acertada de hacer las cosas y que lo que no entra en esa norma es aberración y desliz, me suena a golpes en el pecho; yo diría que el libro refleja mis últimos aprendizajes, mis últimos desencantos y mis últimos deslumbramientos, también el modo en que me he desprogramado en muchas cosas. Uno puede seguir creciendo pero últimamente me gusta más la idea de decrecer.
–Dices que no estás conforme con ser tú, ¿por eso hablas tanto de ti?
–¿Hablo mucho de mí? No sé por qué lo dices. Jejeje. Nahhh, es un buen pretexto, en realidad. Yo creo que si estuviera muy satisfecha de mí misma no tendría de qué escribir. O quizá escribiría manuales de autoayuda y me forraría contando cómo hice para estar conforme con ser yo. Pero como no podría aunque lo intentara, Llamada perdida trata de esa descolocación, de esa tuerca desajustada, de estar inconforme con muchas cosas, de lo que me rodea pero también de lo que me habita. Por lo general el mundo me da arcadas, creo que nadie puede culparme por eso. Y sobre por qué hablo tanto de mí, no sé qué decirte. Tampoco estoy orgullosa de ello. A veces dudo de que sea una elección y se me atragantan palabras como destino o misión. Hay quienes escriben de lo mucho que saben de algo y los que escribimos para saber más. Y uno puede ser para sí mismo, intermitentemente, ese gran amigo o ese gran desconocido.
–La muerte es una verdadera desgraciada, dijo Ángeles Mastretta. No te gustan los tanatólogos, ¿verdad?
–No sabía lo que era un tanatólogo hasta ahora, pero cualquier cosa que empiece con el prefijo ese me da cosita. Y dicho esto, sí, la muerte es una auténtica putada, dicho así, también como una obviedad, no hace falta ser Mastretta. Pero es magnética la muy desgraciada. Los mexicanos la ponen siempre guapa por algo, ¿no? En los últimos años me dediqué a leer todos los libros de duelo, que por cierto se publicaron varios. En Llamada perdida cuento la experiencia de mi paso por un Taller Vivencial de la propia muerte. ¿Se puede ensayar la muerte? ¿Se puede hacer un simulacro? Bueno, ahí lo respondo. El caso es que yo estaba obsesionada con el tema, aunque nadie se me hubiera muerto. Cuando murió mi padre el año pasado todo cobró sentido. Alguien me dijo que lo anterior había sido como un entrenamiento. Últimamente me obsesionan los muertos de Facebook. Sigo sus historias. Creo que es otra de esas banales maneras contemporáneas de sentirse vivo. Lo que más me duele es pensar: ¿Todo esto va a seguir sin mí? Para momentos como ese nada mejor que esta frase de Hitchens: “A todos nos sucederá, que en algún momento alguien nos tocará el hombro y nos dirá, no solo que la fiesta se acabó, sino algo ligeramente peor, la fiesta sigue, pero tú te tienes que ir. Y va a seguir sin ti. Esa creo que es la reflexión que más molesta a la gente respecto de su destino. Muy bien, entonces finjamos – porque nos podría hacer sentir mejor– que ocurre lo contrario. En vez de eso, te tocan el hombro y te dicen: “Buenas noticias, esta fiesta seguirá por siempre, y no puedes irte. Tienes que quedarte. El jefe lo dice, y también insiste en que lo pases bien”. Touché.
–La sexualidad femenina relatada en Llamada perdida parece una derivación de aquel libro fantástico de Catherine Millet. A veces creo que no sólo la iglesia sino también el feminismo quieren vernos como un género frígido…¿qué piensas?
–A Catherine la leí, claro, aunque ella es más de orgías con intelectuales en bosques a la luz de la luna. Yo en el sexo soy más de clase obrera. Y a Anais Nin. Y a Marguerite Duras. Y a Paul B. Preciado, también los leí. Todas me han aportado algo en su manera descarnada de vivir y contar las propias experiencias y de ver la escritura del sexo y el sexo de la escritura, no como una sucesión de batallitas ganadas sino como algo liberador. La sexualidad de una mujer liberada es un peligro para la sociedad en la que vivimos, sobre todo para las sociedades latinoamericanas, en las que no hay separación de poderes y la iglesia se sigue metiendo en la cama de la gente. No coincido en que el feminismo haga eso, quizá lo haga un tipo de feminismo. Lo hace en temas concretos, como en el tema de la prostitución elegida o la hipersexualización femenina o la heterosexualidad = el mal. Ese miedo a que una mujer se empodere incluye posiciones paternalistas, también de mujeres hacia otras mujeres. Me interesa más el feminismo que es política desde el cuerpo, la intimidad y la afectividad.
–Es un libro también sobre todo aquello de lo que no hablamos y es ahí cuando el yo se convierte en nosotros. ¿Pensaste en ello a la hora de querer publicarlo?
–Sí, me gusta esa idea. Sacar al fresco, hacer visible lo que tantas veces se calla es una de mis oscuras pretensiones. No sé si solo en ese punto se cumple, porque mi objetivo es que los lectores y yo compartamos muchas más cosas. Qué bueno sería que la identificación operara todo el rato. Para mí la escritura es de alguna manera performance, algo abierto y en movimiento que solo se completa cuando llega a los demás. Como en todo, creo, hay una devolución. Si al contarme puedo contar a algún otro, entonces la cosa habrá funcionado.
– Algunos libros en el tono de Llamada perdida juegan un poco a la realidad y a la ficción, dejando que el lector decida cuál es cuál. Tu trabajo, en cambio, es descarnado, sin concesiones…¿alguien de tu círculo íntimo te aconsejó no publicarlo?
–Sí, me tomo muy en serio la no ficción. Y también la elección de mi círculo íntimo. Si alguien tuviera más miedo que yo de que publicara mi libro me parecería completamente anormal. Si te refieres a que la gente cercana que aparece en mis libros a veces pueda sentirse expuesta, la respuesta es sí y por eso es primordial hacerlo bien. Carrere tiene una gran reflexión al respecto en su libro Vidas Ajenas. Creo, como él, que uno no debe provocar sufrimiento, que hay que evitarlo a toda costa. Nada, ni la literatura es tan importante. Por eso creo que lo que debe guiar a un escritor de no ficción es la empatía y la comprensión de su entorno. No hay que ser Knausgard todo el tiempo. Estoy segura de que se pueden decir fuertes verdades también con amor. Ah, y si hay que ser duro con alguien es con nosotros mismos.
–Amar no es servir. Amar es amar. No hay tal cómo ser esposa, como ser madre cuando uno ama…al menos eso pensé después de leer tu libro.
–Si algo he aprendido yo es que ser esposa o ser madre no es amar: es servir. También está el hecho de que a veces, cuando amamos, servimos e incluso podemos llegar a hacerlo con gusto. E incluso con perversión. Pero yo intento huir de ese tipo de mandamientos bíblicos. Me siento más amante que madre, más amante que esposa. En general me siento amante por encima de cualquier otra cosa, de mi hija, de mi hijito y de mis esposos; lo bueno de pensarme principalmente así me permite seguir ampliando mi deseo y amor hacia más personas y no sentirme acotada, servil, monótona, a fin de cuentas.
–.¿Vivir es el mejor antídoto contra la depresión?
El mejor antídoto contra la depresión es la enajenación consciente, la sublimación constante de tu propia locura.
–No reprimir la disposición a la sorpresa?
No, claro que no hay que reprimir. Reprimir en todas sus formas es un acto infame, reprimir siempre me va a sonar a brutalidad policial. Y la sorpresa agrega belleza a cualquier acto.
–¿Aprender a equivocarse y aceptar los errores como algo normal del hecho de vivir?
–Creo que afirmar eso me convertiría en alguien muy viejo. Voy a disfrutar un rato más de mi inconsciencia.
–¿Abandonar la mirada cínica y distante sobre los hechos y las personas es algo que adoptaste para Llamada perdida o también lo aconsejas para el ejercicio del periodismo?
–Sí, creo que cuento en el libro cómo hay un momento en que el nivel de involucramiento en la realidad fue alto e inevitable y decidí narrar también desde ese lugar. Llevo ya un tiempo dejando cada vez más ver los hilos de mi trabajo periodístico, sus costuras, revelando las limitaciones de mis herramientas, mis intentos fallidos, mis astucias. También dándome cuenta de que no puedo dejar de tomar parte y de militar en ciertas causas. Eso me ha acercado más al mundo, a las experiencias y a la literatura. Me cansé un poco de escuchar las cátedras acerca del buen periodismo, de la buena crónica y el buen gobierno, como diría Guamán Poma. Me parece que la verdad que persigo tiene que ver sobre todo con esto.
–¿Qué lees ahora?
–Estoy leyendo Los diarios de Emilio Renzi, de Piglia, y alternando la lectura con la de La tentación del fracaso, de Julio Ramón Ribeyro.
–¿Qué escribes ahora?
–Escribo todos los días un diario y continúo con la escritura de mi novela.
–¿No sientes que ya lo escribiste TODO con Llamada perdida?
–jajajaja, Nooooo. Yo escribo sobre mi vida y eso me convertiría en un cadáver o en una muerta en vida. No me desees ese mal. Sigo viviendo, ergo sigo escribiendo.
–¿Qué es el humor –ese gran personaje de tu libro- para ti?
–Ejercer el humor es lo más subversivo que se puede hacer en un mundo triste.
–Has hecho mucho por la escritura. ¿Qué te ha dado escribir?
–Creo que una identidad.
–Ahora que tu libro está en México, ¿vendrás a presentarlo aquí? ¿Conoces México?
No sé si iré este año. He tenido la suerte de visitarlo unas tres veces y es un país complejo, que me fascina y me horroriza. Y eso me recuerda a mi país, el Perú, con el atenuante de que como no es mi país me espanta un poco menos.
Quién es Gabriela Wiener: (Lima, 1975) es poeta y cronista. Se formó en la escuela de la prestigiosa revista Etiqueta Negra de su ciudad natal y ahora vive en Madrid, desde donde colabora asiduamente en medios americanos y europeos. Ha publicado los libros Sexografías, Nueve lunas, Mozart con priapismo y otras historias y Ejercicios para el endurecimiento del espíritu. Ha sido incluida en varias antologías, entre ellas Mejor que ficción: crónicas ejemplares. Textos suyos se han traducidos al inglés, el francés y el italiano.