Actuando de forma organizada en conflictos abiertos, como el de Siria o Irak, o como imprevisibles «lobos solitarios», los yihadistas han logrado sembrar el miedo de forma global y constituirse en una amenaza para cualquier rincón del planeta.
Por Rafael Molina
Redacción Internacional, 26 de diciembre (EFE).- Estado Islámico, Al Qaeda, Frente al Nusra o Boko Haram son nombres muy diferentes para aludir a organizaciones que tienen mucho en común: el uso del terror para hacerse visibles, algo que han logrado en 2015 con la ejecución de numerosos atentados en todo el mundo.
Actuando de forma organizada en conflictos abiertos, como el de Siria o Irak, o como imprevisibles «lobos solitarios», los yihadistas han logrado sembrar el miedo de forma global y constituirse en una amenaza para cualquier rincón del planeta.
«El extremismo violento es una amenaza para la paz y la seguridad del mundo, daña sus valores (…) y pone en riesgo a nuestros pueblos», aseguró el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, en un foro antiterrorista celebrado en octubre en Madrid.
Grupos como «Al Qaeda, Dáesh (EI), Al Shabab o Boko Haram socavan los valores universales del respeto a la persona y rechazan la llamada de la Carta de Naciones Unidas en favor de tolerancia y por vivir en paz», subrayó el responsable de la ONU.
La participación de Ban en foros como este, de los que se han celebrado este año varios en todo el mundo, pone de manifiesto la preocupación que los líderes mundiales sienten por la extensión del terrorismo yihadista.
Un activismo que siembra de muertos a diario países como Siria, Irak, Afganistán, Nigeria o Pakistán, pero que pretende lograr aún un mayor impacto mediático mundial a través de ataques al corazón de los países más ricos y supuestamente más seguros.
Bajo esta estrategia se tejió el mayor ataque terrorista de la historia de Francia el pasado 13 de noviembre, cuando varios yihadistas del EI sembraron el terror en París con armas automáticas y explosivos en ataques coordinados.
Más de un centenar de muertos, cientos de heridos, la capital de Francia paralizada y el ejército en la calle. El mundo enmudeció y el país galo declaró definitivamente la guerra al yihadismo.
Francia había vivido otro episodio dramático e inédito en enero, con la matanza de 12 caricaturistas del semanario satírico Charlie Hebdo, a manos de dos hermanos presuntos militantes de Al Qaeda.
Los yihadistas lograron en ambas ocasiones vulnerar los sistemas de seguridad de una de las principales capitales europeas, como también lo hicieron en otros seis episodios menores ocurridos a lo largo del año en diferentes partes del país.
Y todo ello transmitido en directo a través de cientos de cadenas de televisión y redes sociales a todo el mundo.
Los terroristas también parecieron buscar ese efecto mediático tras ataques como el la guerrilla Al Shabab en abril en Garissa, en Kenia, con casi 200 estudiantes muertos, o los atentados en Túnez, primero contra el emblemático Museo del Bardo, en la capital, y posteriormente contra dos hoteles en la localidad costera de Susa.
La existencia de víctimas muy jóvenes o extranjeras en estos dos sucesos, lograba ampliar su eco. Y lo mismo ocurrió en Bangkok cuando al parecer, «lobos solitarios», cometen el mayor atentado terrorista de su historia al hacer estallar dos bombas en un centro comercial con las que matan a una veintena de personas, algunos extranjeros.
Los más de cien muertos del atentado de Ankara contra una marcha por la paz convocada por sindicatos y estudiantes izquierdistas y kurdos, atribuido al EI, y el avión con turistas rusos, saboteado por yihadistas antes de estrellarse en el Sinai, no hace más que mostrar al mundo el poder mortal y global de estos grupos.
Así han logrado, según los analistas, trasladar a los ciudadanos, especialmente en países occidentales, la sensación de que el peligro acecha en cualquier esquina y de que nadie está seguro.
Pero aunque el terror se extiende, los musulmanes siguen siendo las principales víctimas de sus acciones. Solo en Siria, tras más de cuatro años de guerra, los muertos superan los 250.000, muchos de ellos en acciones terroristas.
Cifras oficiales de 2014 aseguran que el 79 por ciento de las muertes por terrorismo se produjeron en Irak, Afganistán, Pakistán y Siria, todos ellos países musulmanes, además de Nigeria, que mayoritariamente práctica el islam.
Actos de extrema violencia han ocurrido este año en lugares que cuesta fijar en el mapa: Maidiguri (Nigeria), Biyi (Irak), Kunduz (Afganistán), Kerawa (Camerún), Yamena (Chad) o Al Qadih (Arabia Saudí), con cientos de muertos.
Sin embargo, parece más fácil para los occidentales recordar los que se producen en París, Madrid, Londres o Nueva York, con un impacto mediático que los terroristas usan en su beneficio. EFE