La película ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes 2017 no se queda atrapada entre los límites de un cuadro ni en las fronteras de una crítica ácida al mundo del arte. El espacio conceptual del que habla el título es la región delimitada de las apariencias y de lo que consideramos políticamente correcto, de las fachadas sociales y las máscaras individuales. El cineasta sueco Ruben Östlund (Fuerza mayor, Play), con la precisión de un cirujano disecciona conductas y miserias humanas en diversas escalas: tanto en la intimidad de una pareja -donde la desconfianza se desata por el destino final de un preservativo-, hasta la contención colectiva ante el espectáculo provocador de un
hombre-primate en una cena de beneficencia que deviene en locura masiva. El anfitrión de esta función: Christian, el prestigiado director de un museo de arte contemporáneo enfrentado a dos catástrofes: la tragedia personal y la debacle profesional.
Christian (Claes Bang) posee todo lo que un hombre puede desear: éxito, dinero, poder, romances y un futuro prometedor. Al menos, así comienza su historia. Cuando intenta ayudar a unos desconocidos en la calle resulta ser víctima de un robo: adiós celular, cartera y tranquilidad. El suceso activa una serie de eventos desafortunados que muestran la verdadera cara de este figurín: un ser desconfiado, petulante, racista y extremadamente vulnerable. El rastreador de su teléfono móvil lo conduce hasta un edificio de apartamentos en una de las zonas más pobres de la ciudad. Uno de sus subordinados le da la idea para una venganza memorable: escribir una carta exigiéndole al ladrón la devolución del botín fingiendo conocer su identidad. La carta será depositada en los buzones de todos los departamentos del inmueble hasta dar con el verdadero culpable. Christian ha detonado una bomba de tiempo que hará minar su tranquilidad.
A la par, nuestro protagonista ha iniciado la campaña de la nueva exposición del museo, una instalación denominada The Square, cuya pieza central es un cuadrado marcado en el suelo, afuera del recinto cultural. Ese terreno delimitado simboliza un santuario de confianza y afecto, un espacio nacido del arte en donde todos son iguales, en donde se comparten los mismos derechos y se brinda protección. Si para señalar esa área se debe desmontar una escultura antiquísima, si esa misma pieza termina hecha añicos a causa de una torpeza, no importa, el fin justifica los medios. La escena ha cumplido su cometido, la antigua concepción del arte ha sido demolida para dar paso a la nueva. El arte ayer y el arte hoy. Esa imagen sería suficiente para debate y análisis pero vendrán otras secuencias tan hilarantes como provocadoras: los rostros desconcertados de los visitantes del museo ante ciertas obras, los efectos desastrosos de hacer limpieza en las salas de exposición o la explicación del universo conceptual de piezas en exhibición.
La campaña mediática planeada para la exposición de The Square, un video (explosivo) sobre una niña migrante que se adentra en el mencionado santuario imaginario, da pie a una reflexión sobre el impacto y uso de las redes sociales, la viralización de imágenes y la libertad de expresión. En tanto, el universo personal de Christian atraviesa el infortunio: el romance frustrado con la reportera Anne (Elisabeth Moss), las discusiones sobre las relaciones efímeras, las reputaciones heridas de quienes han sido acusados del robo, la desconfianza de sus subordinados, la conciencia de su propia deshumanización y la vergüenza al verse expuesto ante sus hijas.
Östlund no es piadoso con sus protagonistas, los lleva a debatirse en conflictos morales y las vicisitudes que atraviesan minan sus vidas. En Fuerza mayor (2014), la hombría de un padre de familia era confrontada ante su instinto de supervivencia durante la amenaza de una avalancha. En Play (2011), unos jóvenes migrantes se dedicaban a extorsionar y a robar a otros asumiéndose como víctimas de discriminación. En The Square, Christian será vapuleado por sus tropiezos, malas decisiones y cuestionamientos éticos. Si algo sobra en este filme es el metraje: 142 minutos de desventuras y planteamientos éticos dan como resultado una obra densa y a ratos reiterativa. Con todo, The Square: la farsa del arte se distingue por el tono agudo de su sátira, por ser tan inteligente como incomoda.
La cinta forma parte de la 63 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional que inició el 7 de noviembre y concluirá el 4 de diciembre; se estrena este fin de semana en circuitos comerciales.