La escritora Mónica Lavín nos sumerge en una narrativa de descubrimiento en donde comparte el panorama del México actual. Alondra de la Parra, Daniel Espinosa, Daniel Giménez Cacho, Elena Reygadas, Elisa Carrillo, Élmer Mendoza, Enrique Norten, Enrique Olvera, Gael García Bernal, Guillermo Arriaga, Horacio Franco, Javier Marín, Jorge Volpi, Lourdes Almeida, Michel Rojkind, Rafael Cauduro, Rolando Villazón, Rosa Beltrán, Tatiana Bilbao… todos ellos son parte de un texto fundamental para entender a una Nación en movimiento.
Ciudad de México, 26 de noviembre (SinEmbargo).– Mexicontemporáneo es una respuesta al vértigo de nuestra época, los creadores más representativos de la cultura del país conversan con la escritora Mónica Lavín en un libro dinámico y revelador que, además, está acompañado de retratos inéditos tomados por el excepcional lente de Paul Brauns.
Mexicontemporáneo es el rostro de un país vivo, una Nación en movimiento, encendida por el arte, la innovación y el deseo de inspirar. La vida personal, creativa y cotidiana de seres humanos que dibujan la multiculturalidad del siglo 21.
Lavín –a partir de numerosas entrevistas a destacados creadores y la efectividad para captar su esencia y sensibilidad– elabora un mural moderno y de encontrados matices en los que conviven los intelectuales más celebrados de un país siempre en efervescencia artística y transformación cultural.
Con autorización de la editorial Penguin Random House y de la autora presentamos, en exclusiva para los lectores de Puntos y Comas, el capítulo “El llanto de los muros”, una conversación con el pintor mexicano Rafael Cauduro.
Rafael Cauduro: Creo que la justicia es el tema más importante de México
Cuando a Rafael Cauduro le propusieron pintar los murales de las escaleras del Palacio de Justicia en Ciudad de México pensó que no tenía caso meterse en eso, porque la justicia en México no existía y él no iba a pintar una mentira. Cuando le dieron libertad de expresar lo que sabía y sentía, el tema se desparramó más allá de los murales. Los expedientes que no se revisan, lo que él bautizó como el olvido penal, se volvió una obsesión sobre la que no para de trabajar. Si uno camina por la sección de las escaleras en cuatro pisos que pintó Rafael Cauduro, las imágenes golpean, por crudas, por su perspectiva, porque nos involucran, porque están en el edificio de la Suprema Corte de Justicia.
Allí en su estudio en Cuernavaca, al fondo del jardín, se miran los archiveros viejos, los legajos, las pinturas a medias, carcelarias: ladrillo, reja, ojos, manos. Todo ese material que hace guiños con Kafka y con el laberinto del proceso de recibir sentencia que puede tomar años o una vida.
Rafael Cauduro vive en Cuernavaca desde hace más de dos décadas. Entrar a su casa es descubrir los secretos de su hacer, vivir, disfrutar. Antes de tomar camino entre arbustos verde tierno, uno se topa con la fuente: un fondo de bloque de vidrio de tonos ladrillo con cráneos apenas insinuados, el tzompantli que es tema constante y el vidrio con el que ha trabajado, por donde escurre el agua. El jardín se abre al visitante y se cierra al mundo con las altas copas de las jacarandas rodeadas de piñanonas que trepan lujuriosas el elevado tronco. En aquella terraza techada, los equipales permiten mirar al jardín o revisar las esculturas que cuelgan, reposan, se incrustan y son parte de muros y columnas. La arquitectura de la casa se funde con las piezas de distintas épocas de un Cauduro que siempre ha jugado y explorado con materiales distintos: el metal y el capricho de su oxidación, el vidrio y la serendipia de lo que en el horno ocurre —veladuras y humaredas que dan una calidad fantasmagórica a los cráneos— o ese realismo donde el retrato de su madre revela el parecido del hijo con ella y la textura de la madera de una ventana colonial. Uno no puede dejar de sorprenderse con la pintura del cristo que cuelga de poleas desde las vigas altas y el orificio simulado que parece desvencijamiento del techo. Ni con las láminas de metal pandeadas que se arrodillan frente a la imagen. Cauduro platica su vida a la vera de las piezas testigo de su trayectoria, riesgos, exploraciones e inquietudes que no han cejado. Por eso ha aceptado los proyectos de pintura pública mural en los espacios que los defeños podemos recorrer: el Metro Insurgentes, el Palacio de Justicia. Al fondo de ese jardín donde la alberca simula un jagüey y el perro Ortega (también tuvo otro de nombre Gasset) pintado en el muro la resguarda, nos siguen dos french poodles gigantes hacia el estudio. Entre montacargas, grandes mesas, lienzos adosados y archiveros viejos que forman parte de su proyecto actual platico con Cauduro sobre el tema de la justicia en el que sigue trabajando: los procesos viciados. Presos que esperan su sentencia por más años de los que luego purgan, personas que son expedientes cada vez más gruesos. Archivo muerto, pienso yo recordando el espléndido cuento de Herman Melville, “Bartleby el escribiente”. El olvido penal, insiste Rafael Cauduro. Parece que el realismo que ha sido sello de su obra encuentra en el tema que ahora trabaja su ecuación más elocuente. La entrevista fue realizada en dos escenarios y momentos, primero en la casa donde hablamos del nacimiento del artista y su trayectoria, y luego en su estudio donde compartió los proyectos más recientes.
El triunfo del dibujo
El origen siempre importa. Las familias, sus sueños, la lucha por sobrevivir. A veces la familia es un territorio que acompaña los deseos de los hijos, otras los confunde. Estudiaste arquitectura pero eres un artista plástico, ¿cómo ocurrió? ¿Aprovechaste el viento a babor o de plano te lanzaste contra la marea?
Mi bisabuela, que era del Vennetto, llegó a México en 1884 más o menos . Hubo una carencia de medicinas y comida en el norte de Italia, y ella, ya viuda, cargó con sus hijos jóvenes, el menor llegó de catorce y la mayor de dieciséis. Tomaron el barco México, un barco que hizo mucha historia. Era de bandera italiana y pasaba por muchos lugares, por Barcelonette, por ejemplo, y recogía a las personas; se iba hasta el sur de Nueva Orleans y llegaba a Argentina. Muchos judíos también viajaron en ese barco. Imagínate a la testadura de mi bisabuela, sin hablar español, llegar a Veracruz y luego dirigirse a Ciudad de México. Trabajaron en empleos muy pobres y poco a poco se estabilizaron. Mi Nono, que era el más grande, y el otro hermano empezaron a trabajar en unos puestos más dignos: en un boliche, en el Hipódromo de Peralvillo. Ahí empezaron a hacer ahorros y mi Nono compró dos propiedades en Azcapotzalco y su otro hermano compró dos ranchos ahí también. Hicieron fábricas de quesos y de leche, y les fue bien. Después mi Nono se casó con una italiana cuya familia era un poco más acaudalada, se juntaron las dos familias e hicieron una buena carrera en el campo, con varios ranchos, que eran los de los Sanata y los Cauduro. En la época de la Revolución, llegaron los revolucionarios y los milicos y se llevaron todo. Era el cuento de nunca acabar. Finalmente, cuando ya estaban bien afianzados pasó la Reforma Agraria y, obviamente, les quitaron muchas tierras. Además, les destruyeron las cosechas sólo porque sí. Mi padre libró una batalla contra los agraristas al lado de un capataz que estaba con él. Por ese motivo mi abuela decidió que se tenía que ir. “Te vas. Yo no quiero un hijo muerto sólo por defender una tierra”. Fue entonces que se hizo constructor. Como no sabía cómo construir, compró un curso por correo, pero era en inglés, y él sólo sabía español e italiano . Con el diccionario fue estudiando toda su carrera.
Mis papás tuvieron cinco hijos. Un día, no sé si fue favorable o no, se ganaron el premio que daba el Novedades: una casa totalmente amueblada. Ellos festejaron, y ahí nací yo.
Tu padre un hombre de tesón, constructor, tus hermanos arquitectos y tú el pilón. Sin duda había un peso en ello para tus decisiones.
Mi papá era un obsesionado para que sacáramos buenas calificaciones, pero yo no podía. Era tanto su afán que en quinto tuve el quinto lugar en el salón y en sexto, el primero. Mi papá estaba feliz. No sé ni por qué lo hice, creo que era que cada vez que veía una iglesia nueva, mi mamá me decía que si me metía a la iglesia nueva y rezaba tres credos, se cumplirían mis deseos. Y yo quería darle gusto.
En el Instituto Patria te daban una orientación vocacional, y yo salí ubicado en humanidades. Podía ser desde bailarín, escritor, arquitecto hasta diseñador industrial. La Ibero ya tenía esa carrer . Y como mis hermanos eran arquitectos, mis padres me dieron dos opciones: arquitectura o diseño industrial. Entonces entré a la Universidad Iberoamericana. Primero hice dos años de diseño, no me entraba nada de eso. Mi papá quería que todos tuviéramos una carrera. En primer lugar, ni me gustaba lo que estaba viendo; en segundo lugar, no me gustó la escuela, porque tenía déficit de atención.
Un día, como a los cuarenta años, más o menos, sentí que mi memoria fallaba, se me olvidaban los nombres de las personas que conocía. Un hijo de José Agustín es un psiquiatra neurólogo y me hizo muchas pruebas. El diagnóstico fue déficit de atención residual. Así fue mi vida de chiquito. Estaba en la primaria y nunca ponía atención . Todo el día dibujaba. Era mi pasatiempo. Dibujaba con lo que fuera, con la pluma, en los cuadernos de la escuela. Era el niño terco que sus padres lo dejaban dibujar. Cuando supe el diagnóstico, lloré.
¿Alguien notó tu habilidad para el dibujo? ¿Eso te impulsó después?
En tercero de secundaria, mi papá me dijo: “Te vamos a mandar al internado de Puebla con los lasallistas”. Y ese castigo fue lo mejor que me pudo haber pasado porque los lasallistas me dieron una calidad de artista. El titular del grupo, que se fija cómo están todos, se dio cuenta de que tenía esa habilidad y me dijo: “Mira, nosotros hacemos una revista que lleva el estudiante más destacado. Pero al que le tocó no quiso. ¿Te gustaría hacer la revista? Nada más que el crédito va a ser de él”. Eso tenía muchas ventajas. Te prestaban el coche para ir a la imprenta, te daban muchas cosas. “Viene la kermés, ¿no quieres hacer la pintura en esta parte?”. Y otro compañero, Carrillo, muy buen pintor, era el que hacía las pinturas de las estampitas y los cristos; empezó a hacer un mural en la capilla de la escuela, y me invitaron a ser su ayudante. Empecé a sentir que por ahí era la cosa. Cuando entré a diseño industrial no era lo mío. Me eché dos años. Y después dije: “Mis hermanos sí son buenos arquitectos, a lo mejor yo también”.
La idea de los padres de que si no haces una carrera vas a fracasar en toda tu vida, estuvo latente. Cuando entré a Arquitectura había unos despachos de arquitectos donde te empleaban, ahí hacías los planos con tinta china; te pagaban una miseria y después de que hacías todo tu planito, en dos o tres horas, y se te caía una gota te corrían. Finalmente, eso fue bueno porque yo dibujaba muy bien.
Mis compañeros hacían esas cositas por las que ganaban una miseria, y yo hacía caricaturas e ilustraciones y ganaba bien. Era el que más ganaba. Me metí como free lance a las agencias de publicidad y con unos laboratorios médicos, ganaba bien. Me casé con Carla, ella tenía un trabajo en el que también ganaba bien. Entre los dos juntábamos buen dinero. Un día le dije: “Ahora que estamos haciendo dibujos, vámonos a Cuernavaca”.
Las huellas de la procedencia se reflejan en la obra misma. Cuando veo los muros; puertas, láminas de metal que cuelgan; trabes; planchas de cristal que son la obra o el sustrato donde se pinta, noto al arquitecto fascinando con los materiales y al dibujante cuyo déficit de atención te llevó a esa fineza con el detalle. ¿Cómo te lanzaste a ser pintor, Rafael, y cuáles fueron esos pasos?
Carla y yo íbamos a ver exposiciones. Un día vimos la de un De la Rosa, su obra tenía una pasta, una textura, era abstracto. Eso me latió. No sabíamos qué era el material. Empezamos a hacer pruebas y Carla se integró en eso y fue buenísima, muy creativa . Así empezamos a trabajar un lenguaje nuevo.
“EMPECÉ A PINTAR EN 1975. PRIMERO CON PASTELES, COSAS MÁS RÁPIDAS, Y DESPUÉS HICE MIS PININOS CON ÓLEOS Y CON ACUARELAS. DE REPENTE TODO MA SALÍA BIEN. UN CÍA DIJE ‘YO SOY PINTOR’. ENTONCES CADA VEZ QUE ME PREUNTABAN QUÉ ERA, RESPONDÍA ‘PINTOR’. NO HABÍA EXPUEXTO EN NINGÚN LUGAR, PERO ESTABA SEGURO DE QUE ME IBA A IR BIEN”.
Me atreví a ir a la Casa del Lago a pedir que me dieran un espacio, y aceptaron. Así que me puse a trabajar muchísimo, hice muchos cuadros (horribles). En su tiempo por supuesto que no me parecían horribles. Invitaba a todo mundo, a Raquel Tibol, por ejemplo; estaban todos los teatreros, les encantaban mis cuadros. Tenía menos amigos pintores y más que se dedicaban al teatro. Era padrísimo el teatro de la Casa del Lago.
Lo que yo hacía era rarísimo. Toda esa parte de mi vida, ahora me da mucha pena.
Pensé en buscar una galería. Fuimos con Arvil, pero era el tiempo en que mis obras eran diferentes. Y me dijo: “Si quieres hacer una exposición, puros cuadros de esta línea, estos no me interesan”. Yo estaba empezando y me creía el gallo giro. No acepté esa sugerencia. Fui a Misrachi y le llevé fotos, ya no los cuadros. El director me dijo: “Yo no soy vendedor de fotografías, tráigame usted los cuadros”. La que era directora me dijo: “Oye, creo que sí le gustó. Tráete tus cuadros”. Les llevé cinco cuadros muy padres. Y se los dejé. Los metieron a un cuartito atrás. Tuve la suerte de que un cliente se metiera a la bodega, los viera y comprara los cinco cuadros. “Ven, te voy a dar una exposición individual para el fin de año”. Hicimos cuarenta y siete cuadros de gran formato en un año. Trabajaba en la casita que rentábamos, en un lugar pequeño.
La exposición fue insólita porque tomé fotos de los cuadros para calentar la venta el día de la inauguración. Así que le mandé al galerista alrededor de siete fotos enmarcadas y él me pidió más. “Ya vendimos todo”. La respuesta fue impresionante .
Hubo un reconocimiento para mi trabajo, pero el resultado no fue tan bonito porque Carla y yo nos separamos. Fue fuerte.
“EL MATERIAL ES EL DETONADOR DEL LENGUAJE PICTÓRICO O ESTÉTICO O PLÁTICO, PORQUE CUANDO VES UNA PINTURA DE LEONARDO O DE MIGUEL ÁNGEL, ELLOS CREÍAN QUE EL TEMA ERA IMPORTANTE, PERO LO IMPORTANTE ES CÓMO MANEJAS EL MATERIAL Y CÓMO HACES LA FORMA”.
Del cuadro al muro
La obra de arte responde a su tiempo, de alguna manera estar en espacios públicos donde los espectadores se apropien de la obra constituye una experiencia distinta a la pieza que sólo se disfruta en el ámbito privado. Pienso en esos muros que lloran, en ese valor que le diste al grafiti cuando te invitaron a participar en Canadá. Supongo que allí está ya el antecedente de lo que te ocupa desde hace un tiempo: la justicia.
Fuimos a Canadá, donde nos invitaron a hacer un mural en la Expo Vancouver. El tema de la expo era la comunicación. Le dieron el proyecto a la Secretaría de Comunicaciones para que hiciera el pabellón. Yo no iba a hacer una antena parabólica, ni un jet, o coches y carreteras, que era lo que ellos creían que iba a pintar. Entonces hablé con el segundo del ministro, un hombre culto, y le dije: “Sabes que no hago eso. Vamos a buscar algo que tenga más sustancia. Un mural es comunicación. ¿Por qué no hacemos algo que sea diferente? ¿Por qué no hacemos un mural donde haya un diálogo con el público y las imágenes que tenga y que en esa fachada pongan lo que quieran, lo que les provoque?”. La primera semana fueron puros turistas que escribían “Joe was here”, entonces fui a la Escuela de Artes y me encontré al rector, y le dije: “Fíjate que estoy desilusionado”. “No va a ir nadie porque están enojados”. Lo que había pasado fue que tiraron hospicios para pobres para poner la expo y los intelectuales no querían ir allá, pues estaban muy molestos. Y yo propuse: “¿Por qué no manifiestan su enojo en mi mural?”. “Déjame ver”. Lo que quería era que hicieran grafitis más o menos, estudiantes jóvenes que hicieran algo llamativo. “Es muy difícil que vayan los estudiantes y los intelectuales”. “Pues invítalos”. Y les encantó la idea. El muro era un foro donde pasó mucha gente, lo que me interesaba era que se manifestaran, que no se quedaran callados.
No fue un diálogo, sino una guerra. Unos llevaron cosas doradas de spray y se veía impresionante. Los edecanes borraban lo que no les gustaba con el mismo spray dorado que se había quedado. Me pasaron el micrófono y respondí: “Claro que no son vándalos, son nuestros invitados”. Fue un evento exitosísimo.
No me quisieron pagar el mural ni llevarlo a la Secretaría de Comunicaciones donde iba a estar, lo desaparecieron. Había sido un éxito la cantidad de gente que lo vio. “Nos destruyeron nuestro mural”, dijeron. Les parecía más bonito cuando lo llevé, no entendieron de qué se trataba.
“UNO DE LOS PERIODISTAS ME DIJO, ‘¿A USTED LE GUSTA EL GRAFITI?’. ‘NO CREO QUE SEA CUESTIÓN DE GUSTO O NO, ¿A USTED LE GUSTA EL LLANTO DE LOS NIÑOS’. ‘PUES NO, PERO HAY QUE FIJARNOS’. ‘YO CREO QUE EL GRAFITI ES EL LLANTO DE LAS CIUDADES’”.
¿Pintar los murales se la Suprema Corte de Justicia fue un parteaguas en tu trabajo y tu vida?
Que me dieran un mural con ese tema y en ese edificio fue una experiencia que nunca había pensado. Yo veía las escaleras, esos muros, que eran rombos pegados con un rectángulo, el descanso de la escalera, eran horribles, con unas cosas doradas. Nos dieron muchísimos libros sobre la historia de la justicia en México, creo que desde los olmecas hasta la actualidad. En esencia, lo consideré como un homenaje a la justicia mexicana. “No hay justicia en México”, pensaba. A ver, según las estadísticas, en México, por lo menos en esos años, 95 por ciento de los delitos no llegaban a los juzgados, y de ese cinco por ciento obtenían sentencia el cinco por ciento. Si haces una sencilla operación, el primer dígito es cero —o punto cero— y entonces pensé: “para qué me meto en eso”. Todo mundo me dijo: “Sí, hombre, hazlo”.
Estábamos reunidos con un italiano que me había invitado al vidrio y nos hicimos muy cuates. Él me dijo en su casa de Valle de Bravo: “Oye, tienes que hacerlo”, toda su plática fue: “Estás muy flojo, con lo que tú puedes lograr y sólo hacer cuadros sin organizar exposiciones, es un desperdicio. Te están dando ese script, pero puedes hacer lo que quieras. ¿Qué te gustaría elegir de la historia de la justicia en México?, ¿criticarla?”. Me quedé pensando en los vacíos de la justicia. Entonces creí que debía justificar ese vacío, ese “cero”. De eso hablaría.
Después de ese domingo, me llegaron los planos. Lo estudié, vi unos detalles que tenían un rectángulo y un rombo, entonces pensé en el secuestro, ¿por qué no pueden parar el secuestro? “Aquí pondría el secuestro”, dije al ver esa imagen del rombo. También vi un tipo en un rinconcito, después se me ocurrió que había unas sombras en la parte de arriba y que allí estaban los criminales con cara, la sombra tendría una cara. La pauta fue esa figura, pues me indicó que debía crear las cosas desde arriba.
Seguía un poco alejado del tema, sin embargo, a partir de ese bocetito me dieron ganas de hacer algo. Fui a hablar con el presidente de la Suprema Corte, que fue el que me invitó. Es una persona encantadora: “Fíjate que puedo hacer la historia de la justicia, pero en sus equívocos, en sus fallas”. “Pues sí, pero tenemos que ver el proyecto”. Su entusiasmo me animó, porque en realidad quería trabajar el tema desde esa perspectiva. Además —fíjate, la suerte—, tenía un amigo, Rafael Ruiz Harrel, criminólogo. Él me dio una cátedra, me empapó del tema. Tuve la suerte de tener cerca al criminólogo más importante de México. Aunque no sólo lo busqué a él, también a todos mis amigos abogados, pero quien mejor me dio luz fue Rafael. Estaba parado en terreno sólido, todo empezó a cambiar, se convirtió en una delicia. Hice un plan en una cuartilla y media. “Estos señores que leen doscientas hojas diarias…”. Me invitaron a desayunar. Se tardaron en verlo, y luego me dijeron: “Artista, no sé qué significa isóptica”. “Bueno, la isóptica es la deformación de arquitectura de las escenografías, de los murales. Es una isóptica rara, no es fácil, pero creo que podría hacerlo”, y lo entendieron bien. Ese día iban muchos, cualquier persona podía llegar y ver la propuesta. Les gustó mucho, sentí que me lo iban a dar. Ya lo quería hacer.
“ACEPTARON MI PROPUESTA, AUNQUE ME DIERON UN MURAL DISTINTO AL QUE YO HABÍA PREVISTO, LO QUE ENTENDÍ ES QUE NISHIZAWA LE HABÍAN DADO ESE PORQUE ERA PREMIO NACIONAL Y TENÍA NOVENTA AÑOS. ME DIERON EL MEJOR MURO, MEJOR PORQUE POR AHÍ PASAN ESTOS SEÑORES. ME ENCANTÓ PORQUE PRIMERO LE PUSE UN TZOMPANTLI DE TRESCIENTOS CINCUENTA CRÁNEOS, QUE SON PERFECTOS. LA GENTE CREE QUE SON DE VERDAD, IMAGÍNATE ENTRAR AHÍ Y VER UNA COSA DE ESAS”.
El siguiente mural era sobre los procesos viciados, era para ellos, porque los señores van a bajar y subir. “Ahora sí le voy a echar toda la leña, tengo un tema impresionante en un marco insuperable. Voy a hacer que todos lleguen a cien de cien, que todos sean perfectos. Me tarde lo que me tarde, es una gran oportunidad y no la voy a abaratar”. Fue un disfrute hacerlo bien, con todo el tiempo. Evidentemente, mis compañeros tuvieron sus propios tiempos, uno lo hizo en siete meses; el promedio era un año y yo me eché dos años y medio.
El ministro Ramón Cossío, que es muy inteligente, escribió un artículo en Letras Libres sobre lo que le producía bajar por las escaleras y ver esos murales.
A Cauduro le gusta contar todo con detalle, referir los parlamentos. Es su estilo, cuando platica nos mete a la escena, con los amigos, con el criminólogo, con los jueces de la corte, con los pintores. Pienso que yo también me estoy quedando varada mientras lo escucho. Sus ojos vivarachos y amables, el tono sincero.
Un tema se puede volver una obsesión. Eso sucedió a Truman Capote mientras entrevistaba a los asesinos de la familia Cuttler en Kansas, que se volvió material de A sangre fría.
Sobre todo si el tema tiene que ver con la vejación, la dignidad, la muerte. Veo el estudio donde estamos platicando lleno de esos archiveros metálicos, medio herrumbrosos, con cajones a medio abrir, papeles por aquí y por allá. Todo en ese momento en que pinta Cauduro son las vidas detenidas en expedientes. El peso de lo que ha descubierto es tal que lo tiene allí mismo deseoso de comunicar esa angustia, esa injusticia que es el día a día de los procesos legales. En un país como el nuestro, esperar sentencia de forma indefinida es una forma de violencia.
¿Una vez que entraste en el tema no has podido salir de él? Imagino la fuerza emocional de hablar con los presos en las cárceles.
Fui a dos cárceles, una en Querétaro, era una modelo, y otra en el Estado de México, que estaba horrible, con una sobrepoblación inimaginable.
Vi que había un grupo que iba a las cárceles y les pedí que me invitaran. Quería vomitar todo lo que me había echado encima, por ejemplo, los procesos viciados. Hubo una película que se filmó en una cárcel, hablaba de un niño-hombre, pues tenía dieciocho años. Un jovencito llega a las regaderas y es testigo de que una pandilla mata a alguien, él se queda pasmado y le dicen: “Tú lo mataste, ¿entendiste?”, por eso le dieron una sentencia de treinta años. Después lo vi en la película y me dio una tristeza. A un amigo de la Suprema Corte le comenté: “Yo quiero ver a ese cuate, me da una tristeza, lo vi en una película, era un señor de cuarenta y ocho años y parecía de cien, no tenía dientes, mal de sus facultades mentales”. Me dijeron que eso nada más era un chisme, pero sentí terrible pensar en eso. Me estoy imaginando, lo sacaron —por la película—, luego de estar treinta años en la prisión. Una persona que lo conocía me contó que le dijeron que se fuera, pero él contestó que ahí era su casa, que ahí estaban sus amigos. “Aquí no es hotel”, le reviraron. ¡Imagínate!
“HAY ALGO INCREÍBLE, LA GENTE QUE ESTÁ EN LAS CÁRCELES, ESTÁ AÑOS Y AÑOS SIN RECIBIR SENTENCIA, ¡IMÁGINATE ESO!”
Ir a la cárcel de mujeres de Santa Martha lo único que me produjo fue una ternura infinita. Platicas con ellas. No es como las de los hombres, que también es una cosa triste, pero la cantidad de testosterona acumulada es inmensa. Estos cuates son violentos porque son pura testosterona y en algún momento de su vida algo pasó que los llevó al encierro. No investigan nada, es una cosa terrible. Por todo lo que ves ahí dices: “A ver, ¿por qué cuarenta años?”. Cuando salen, muchos de ellos creen que los están señalando todos, ya pasó, pero se sienten sucios.
Creo que los juicios orales van a quitar muchas cosas, porque eso de que estén la secretaria, el cuate ahí, el fiscal —que le vale madre—, los policías, que se sacan sus premios… el volumen de hojas que ocasiona un papeleo inútil.
¿Crees que con tu obra estés incidiendo en un tema social?
No soy tan optimista. Finalmente, hacemos arte para algo, tú escribes para algo, para que algo sea mejor, ¿no? Para gozar, tal vez. Te explico, en este la estructura del archivero es un muro con ventanitas que los están señalando. Este es uno anterior, todas son manos; y en esta se ve el que ya salió, pero se siente avergonzado, por eso se está tapando los ojos, ya no son sus ojos, sino los de la gente que lo ve.
A las portadas de los expedientes —en lugar de que digan: “proceso penal”— les puse “olvido penal”. Para ello estoy tratando con los de la universidad, quiero que me den pistas de esta pobre mujer que lleva dieciséis años sin sentencia. Les sugerí: “¿Por qué no ponemos un chorro de cosas, pero todos con un nombre? Cuando fuimos a las cárceles, filmaban, y en una de esas podría poner hasta la imagen”, eso sería un jonrón, pero con poner el nombre y que tiene diez años esperando sentencia; o bien uno que sea enorme, lo que está ese pobre en la cárcel, hacemos uno grandototote y después en proporción del tiempo, quizás éste es el que lleva un año esperando, el otro doble.
Me sequé años. Finalmente, este proyecto me sacó de ese letargo. Creo que la justicia es el tema más importante de México.