A partir de hechos reales reconstruidos con la fuerza de la ficción, La Belleza, de David Olguín, cuenta la historia de Julia Pastrana, una sinaloense nacida en el siglo XIX que padecía el síndrome de hipertricosis lanuginosa. En esta producción de Teatro El Milagro, asistimos a la compleja relación de Pastrana con su propietario: Theodor W. Lent, un empresario circense del sur de los Estados Unidos. La obra profundiza en una relación entrañable, perversa, una pasión de amor.
Ciudad de México, 26 de julio (SinEmbargo).– Julia Pastrana nació en 1834 en Sinaloa y murió en 1860 en Moscú.
Su largo periplo derivó en una anécdota que ha pervivido a lo largo de la historia, donde fue conocida como “la mujer simio”, “la mujer más fea del mundo” o “el híbrido maravilloso”, entre otras calificaciones destinadas a describir su aspecto curioso.
Tenía una hermosa voz, era una bailarina talentosa y padecía de hipertricosis generalizada congénita, un desorden genético que cubre de pelo la cara y el cuerpo e hiperplasia gingival, que daba a su boca un aspecto protuberante.
Fue vendida a un circo como un objeto, para ser mostrada como un fenómeno en circos y ferias. En los Estados Unidos conoció a Theodore Lent, que se convertiría en su marido oficial, carcelero y explotador.
A los 26 años de edad, Julia dio a luz a un niño que vivió sólo 35 horas y que padecía su enfermedad. Como consecuencia del parto, ella murió cinco días después a causa de fiebre puerperal, el 25 de marzo de 1860 en Moscú, Rusia.
Lent embalsamó los cuerpos de madre e hijo para poder seguir haciendo negocio, hasta que se volvió loco y recayó en un manicomio hasta su muerte.
El caso de Julia Pastrana y del oscuro Doctor Lent es recreado ahora con la puesta en escena de La Belleza, obra original del dramaturgo mexicano David Olguín, que se representará hasta el 21 de agosto en el Teatro El Galeón.
La vida de Julia Pastrana, quien llegó a ser analizada por el científico Charles Darwin para determinar si no era el eslabón perdido de la especie, es también la vida de Theodore W. Lent, un “monstruo feliz” que combinó la fascinación del horror, el temple inasible de la locura y la deformación hacia el paroxismo de lo que consideramos amor, al adueñarse de una mujer que tenía exceso de vello en todo el cuerpo y cuyas facciones eran las de un mono.
La pieza teatral de David Olguín (Ciudad de México, 1963) celebra lo extraño y expone la compleja relación de Pastrana con su propietario: exótica, entrañable, perversa y apasionada, según ha explicado el también miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.
“Es una reflexión sobre qué hace que dos personas decidan amarse apasionadamente y ahondar en lo que implica amar desde la perspectiva del otro”, dice Olguín, al hablar de la obra que cuenta con la escenografía e iluminación de Gabriel Pascal, el diseño de vestuario de Rodrigo Muñoz y la actuación de Laura Almela, Mauricio Pimentel y Rodrigo Espinosa.
LA REPATRIACIÓN DE LOS RESTOS DE JULIA PASTRANA
El cadáver de Julia permaneció expuesto en Rusia hasta 1970. Posteriormente fue llevado al Instituto de Investigaciones Médicas de la Universidad de Oslo, donde permaneció hasta su repatriación a México en 2013.
El 7 de febrero de ese año, la Universidad de Oslo entregó los restos de Pastrana al Gobierno mexicano y el 12 de febrero fue sepultada en Leyva, Sinaloa, donde había nacido en 1834, en un ataúd blanco, a prueba de actos de vandalismos.
El libro Seres extraordinarios, anomalías, deformidades y rarezas humanas, del español Manuel Moros Peña, tiene un capítulo dedicado a Julia Pastrana, cuya historia fue contada en una larga crónica por Martha Patricia Montero por nuestro periódico: http://www.sinembargo.mx/06-02-2013/516280.
Allí, el historiador Ricardo Mimiaga considera que Julia Pastrana es la sinaloense más famosa en el mundo, “mucho más que Lola Beltrán o Pedro Infante”.
En la obra de Olguín, que fue dada a conocer a principios de este año y que ahora inicia una segunda temporada en el Teatro del Galeón, “el tema es la belleza ubicada en la singularidad, en lo extraño, en la eterna discusión platónica de si el objeto es bello en sí mismo o es bello por quien lo mira. Es una reflexión sobre qué hace que dos personas decidan amarse apasionadamente”, dijo el dramaturgo y director teatral.