Catalina Ruiz-Navarro
26/05/2016 - 9:27 am
Los pitos de Mancera
Esta será una columna corta porque el chiste se cuenta solo. Resulta que la primera solución anunciada contra el gravísimo problema de acoso callejero contra las mujeres en Ciudad de México que ofrece el gobierno de Mancera es repartir pitos.
Esta será una columna corta porque el chiste se cuenta solo. Resulta que la primera solución anunciada contra el gravísimo problema de acoso callejero contra las mujeres en Ciudad de México que ofrece el gobierno de Mancera es repartir pitos. Así como lo leen: pitos que las mujeres debemos soplar en caso de acoso callejero. Aunque me siento tentada a ahondar en el albur, prefiero decir de frente que la solución para la violencia que vivimos las mujeres en la calle no es darnos un objeto fálico para soplar, la carga semántica es tan evidente que la propuesta es hasta irrespetuosa.
Como ésta es una política incluyente también hay pitos para hombres, pero estos son pitos eXtremos (con X mayúscula), varoniles, arriesgados, cual desodorante Axe. Son pitos negros, pues ya saben ustedes que un hombre jamás puede usar ni tocar un objeto color rosa a riesgo de que su masculinidad caiga demolida. Por su seguridad, mejor que los hombres soplen pitos negros. Frescos, es cero gay. ¿Y nosotras? Adivinen, ¿cómo podríamos saber cuál es el pito que nos corresponde si no es de color rosa? Si las mujeres vamos por el mundo ubicando las pocas cosas que nos tocan por estar marcadas por este color, arbitrariamente femenino y pues, seguro no tenemos suficiente estamina en los pulmones para poder utilizar un poderoso pito negro.
Además de la absurda delimitación de género, la medida muestra su pobre comprensión del acoso que vivimos las mujeres en las calles. ¿Cree que no se nos ha ocurrido, a nosotras solitas, gritar o hacer ruido cuando alguien nos acosa? Y si por alguna razón no hacemos un escándalo, ¿por qué será? ¿Será porque la gente alrededor no ayuda, el policía no nos cree, y el proceso de denuncia es largo, tortuoso y revictimizante? Todas las que hemos sido acosadas y hemos intentado denunciar nos hemos encontrado con barreras estructurales, y son esas barreras la que debería derribar Mancera. Por ejemplo, acabar con el tal examen psicológico a las “víctimas” de acoso: las mujeres que no solo se atreven a denunciar, sino que muchas veces han llevado a su acosador del cuello hasta los policía, tienen que declararse “víctimas” para que su queja sea tomada en cuenta, y además probar que no están locas y que no están “inventando para llamar la atención”. Esa sí sería una política pública.
Pitar, para qué? ¿Para que unos machos machotes salgan en nuestra “defensa” y terminen linchando a alguien? Cuando esos machos terminen matando a un tipo por acosador la culpa de ese muerto nos la van a endilgar a nosotras. El “rape whistle”, si acaso, solo ha servido, en otros países, como medida de emergencia, y solo es efectivo en sociedades organizadas, en las que la policía y la comunidad responden con rapidez y sin violencia.
Los pitos de Mancera, además, ponen la carga de la prevención en la víctima. Las mujeres sin pito -real, o metafórico- “se exponen”, y si las agreden y nadie hace nada es su culpa por no pitar. Así que ahora, además de un estricto código de vestuario tenemos que ir cargadas de un pito creer que atravesamos seguras la ciudad. Protip: ni el vestuario, ni el pito, ayudan a nada, porque una sociedad en la que las mujeres somos o víctimas, o embusteras, o provocadores objetos de consumo, no tiene cómo darnos un espacio seguro. Desde la irrisoria “No le des la espalda, dale el pecho” hasta esto, el mensaje que se manda es que para la administración de Mancera la perspectiva de género no pasa de ser una broma infinita. Urgente que alguien le cuente que el machismo es un problema estructural, que el patriarcado no se desmonta a pitazos, ya quisiéramos que fuera tan sencillo.
Además de pitos, Mancera promete más policías (es decir, más pitos), que, digámoslo clarito: no nos van a hacer sentir seguras. Porque, señor Mancera, a mí me acosó un policía en el Metro Observatorio, y cuando me quejé termine zarandeada y acorralada en un cuartito, bajo la amenaza de que me iba a llevar una patrulla. Los policías acosan, y se ponen del lado de los acosadores. En el mejor de los casos, cuando no hacen ninguna de las anteriores, son unos incompetentes o insisten en desestimular la denuncia.
Y si la denuncia prospera, si decidiste perder un día de trabajo para darle a un pendejo una lección, y si todo sale bien, pues recuerden, hay más de un 95% de impunidad; el tipejo se enfrenta a penas más altas, que, cómo no, también ayudararán a desestimular la denuncia. Si todas nos ponemos juiciosas a denunciar a nuestros acosadores van a tener que partir Ciudad de México en dos, porque se va a la cárcel casi la mitad de la ciudadanía.
No importa si la medida es apenas una primera fase del programa (si este es el comienzo, no quiero ni imaginarme lo qué sigue) porque lo que devela es una absoluta incomprensión, que más parece desidia, pues las mujeres hemos tratado de explicar el problema del acoso hasta con plastilina. Por un lado es un pajazo mental: el pito no previene, ni disuade, ni mitiga el riesgo; por otro lado, el mensaje que nos manda es que las mujeres conseguiremos la seguridad dando simbólicos blow jobs. Mientras la administración actual se mantiene en un desafortunado trip creativo, las mujeres en Ciudad de México caminamos con miedo y somos atacadas constantemente, en los espacios privados y en los públicos. Mejor sería que todo México aprendiera urgentemente esta lección tardía: que la violencia no se resuelve sacando el pito.
Twitter: @Catalinapordios
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