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«Los pastores evangélicos son una especie de nuevos mafiosos del siglo XXI”: Santiago Gamboa

26/02/2020 - 12:00 am

El escritor colombiano platicó acerca de nu novela Será larga la noche (Alfaguara). Las FARC son una sombra que recorre cada página, pero aquí las protagonistas son las iglesias evangélicas.

Gamboa utiliza el género negro para construir un relato sobre la paz entre los guerrilleros y el Gobierno de Juan Manuel Santos, y sobre el poder y la influencia que ejercen estas iglesias en un «país de huérfanos».

Por Matías de Diego

Ciudad de México, 26 de febrero (ElDiario).- La segunda vez que Santiago Gamboa (Bogotá, 1965) entró en un estadio de fútbol fue para ver jugar a Leo Messi. «Estaba en Bilbao presentando la novela y me enteré de que esa misma tarde iba a jugar el Barcelona, así que compré una entrada. ¿Has visto jugar alguna vez a Messi? Es algo de otro mundo». Fue el 7 de febrero de 2020. Casi veinticuatro horas después de que el Barcelona fuera eliminado de la Copa del Rey, el escritor colombiano está sentado en el salón de un hotel de la Gran Vía de Madrid para charlar sobre Será larga la noche (Alfaguara), su última novela.

«Ahora prácticamente soy del Athletic de Bilbao», bromea mientras apura una botella de agua con gas, recuerda la emoción del partido en San Mamés y reconoce que el fútbol no es lo suyo. «Aunque vivirlo en un estadio lo cambia todo». Gamboa está de paso por España para presentar la novela, una historia sobre un país que trata de coserse las heridas tras más de cincuenta años de guerra: Colombia.

En Será larga la noche no hay futbolistas, aunque el escritor ha aprendido que el deporte puede ser una forma de reconciliación nacional. «He conocido a gente de las FARC y, lo más sorprendente, es que son colombianos como yo que, cuando juega la selección, se ponen la camiseta y celebran cada victoria».

Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia son una sombra que recorre cada página, pero aquí las protagonistas son las iglesias evangélicas. Gamboa utiliza el género negro para construir un relato sobre la paz entre los guerrilleros y el Gobierno de Juan Manuel Santos, y sobre el poder y la influencia que ejercen estas iglesias en un «país de huérfanos».

—¿Se puede contar la historia de un país a través de una ficción?

—Depende de las ficciones. Fíjate que estas pueden contar cosas importantes porque, a pesar de que no hayan sucedido, se alimentan de situaciones cotidianas y de personajes que son el espejo de personas reales. Hoy podemos comprender muchísimo mejor la sociedad rusa de la segunda mitad del XIX leyendo las novelas de Tolstoi o las de Dostoyevski y los cuentos de Chéjov que leyendo a los historiadores rusos. Seguramente, Anna Karenina no existió, pero es el reflejo de lo que fueron ciertas mujeres de la nobleza de entonces y de cómo actuaban. Si lees a Balzac, que hizo un retrato absolutamente perfecto de lo que era la vida cotidiana en Francia, sabrás cuánto valía poner una demanda, cuánto costaba un apartamento, cuánto era la mensualidad del alquiler o cuántas miles de toneladas de trigo se producían en el departamento de La Garonne.

La novela trae consigo una verdad muy poderosa: la mirada de la realidad a través de una individualidad, a través de los ojos de un escritor, de un artista. La literatura es un arte, y el escritor es un artista que ve la realidad a través de sus obsesiones, de sus carencias y de sus deseos. La España de la transición, por ejemplo, está muchísimo mejor dibujada en las novelas de Vázquez Montalbán que en muchos libros historiográficos o sociológicos.

—Aunque no trata directamente el proceso de paz en Colombia, la sombra de la guerra y la presencia de las FARC atraviesan toda su novela.

—Desde un punto de vista ciudadano, que las FARC empiecen a formar parte de la vida cotidiana del país es muy importante. Tras firmar el acuerdo de paz, el expresidente Juan Manuel Santos hizo un llamamiento a que todos los colombianos se involucraran contratando a exguerrilleros en sus empresas o en sus haciendas agrícolas. Yo no tengo ni una cosa ni la otra, pero pensé que incorporar a alguien de las FARC como protagonista en una de mis novelas sería una forma de participar en la reconciliación nacional y de ayudar a normalizar la situación.

He conocido a gente de las FARC, personas que durante 50 años eran los enemigos del país, y lo más sorprendente es que son colombianos como yo, que tienen los mismos problemas que puedo tener yo y que, cuando juega la selección de fútbol, se ponen la camiseta amarilla y celebran como yo cada victoria. Tenemos que aprender a ser más tolerantes y esto, el incluir como protagonista de la novela a una exguerrillera, es para mí un ejercicio de tolerancia. Creo profundamente en la reconciliación, en la paz, en cerrar este capítulo y poder mirar hacia adelante.

—¿Fue su militancia por la paz lo que le hizo volver a Colombia?

—Volvía por razones familiares, pero el entusiasmo por la paz… La paz en Colombia es la defensa de toda una idea política. Participé activamente en las elecciones de 2014, las de la reelección de Santos, porque entendía que si él perdía la paz habría quedado en ruinas. Escribí columnas de opinión y un ensayo [La guerra y la paz] mirando el proceso de paz desde diferentes ángulos y tratando de desactivar los argumentos de los enemigos de esa paz, que entonces era la derecha. Uno nunca convence a nadie, pero quería darles argumentos a mis lectoras para que fueran capaces de desarmar o desactivar el argumentario del tío facha de las cenas familiares.

Podríamos decir que ese ha sido mi trabajo como intelectual: imaginar y pensar argumentos implacables para esparcirlos y que la gente pueda utilizarlos como propios. En el fondo, este debate ha sido un debate entre familias, entre amigos, entre gente que está o no está a favor del diálogo. Ha sido un debate de barra de bar. Y en este debate los argumentos de la derecha han sido muy sencillos, gracias a una frase muy contundente y mentirosa: «Le van a regalar el país a las FARC». ¿Cómo se responde ante esto?

—¿De qué lado se posicionaron las iglesias evangélicas?

—La gran mayoría lo hicieron con la derecha y contra el proceso de paz. ¿Por qué? No consigo entenderlo. Yo no soy una persona creyente, pero conozco la vida de Jesús, y no soy capaz de entender cómo gente que se dice difusora de su palabra puede estar en contra de la paz. Supongo que tiene que ver con que estaban intentando chantajear a Santos porque estaba a punto de empezar a cobrarles impuestos. Y estas iglesias no son como las de la Iglesia católica, en las que se hacen donaciones voluntarias. Aquí captan muchísimo dinero cobrándole a la gente el 10% de sus salarios. Con ellos, si quieres ir a sus templos, primero tienes que pagar.

—¿Son un negocio?

—Y son un club. Tienen un datáfono para que la gente les pague lo que deben mientras ellos no pagan ni un solo peso en impuestos. Son empresas que se dedican a captar dinero y a vender un producto: la fe. En Colombia he visto avisos que dicen: «Se vende iglesia con 2.700 fieles?». ¿Tú has visto alguna vez una iglesia en venta? Son empresas tremendamente conservadoras. El 80% de ellas se opuso al acuerdo de paz.

—¿Por qué?

—Porque en el acuerdo había cosas muy progresistas. Por ejemplo, incluía la consideración de la mujer como víctima especial porque en la guerra la mujer es doblemente víctima: puede ser asesinada y torturada, como un hombre, pero, al mismo tiempo, también puede ser violada. Esa consideración especial para las mujeres, también se quiso fijar para las comunidades LGTBi, que fueron objeto de continuas agresiones sexuales. Las iglesias evangélicas pegaron el grito al cielo por esta equiparación, así que todo esto se retiró del acuerdo de paz.

No se puede decir que todos actúen así, pero algunos fueron agarrados recibiendo dinero por unos secuestros. A mí me parecen todos unos bandidos, una especie de nuevos mafiosos del siglo XXI que andan por ahí en autos blindados y rodeados de guardaespaldas.

—Los huérfanos también atraviesan toda la novela.

—Colombia es un país de huérfanos. Los 50 años de guerra en el país han dejado muchas familias destrozadas y muchas infancias robadas, ese es el gran tema de la modernidad. Fíjate que uno de los grandes libros que se han publicado en Colombia, El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince, es la historia del asesinato de un padre. La orfandad es una de las señas de identidad más importantes de mi país, después de la guerra.

—¿En qué sentido?

—Mira, ser colombiano no te protege de nada. A ti, tu nacionalidad y tu país te protegen y funcionan como un gran padre protector: te educan en la educación pública, te dan salud a través de la sanidad pública y te darán un seguro de desempleo si llegaras a perder tu trabajo. En Colombia no existe nada de eso. Los muchachos que se quedan huérfanos viven una doble orfandad, la de padre y la de Estado. No tienen una gran nacionalidad que les proteja, y en esa intemperie social aparece una mano sobre sus cabezas que les dice que tienen un padre, un padre celestial, aunque no puedan verlo.

—Las iglesias evangélicas.

—Y ahí es que empieza todo. Las iglesias ejercen un poder de sugestión tan fuerte sobre sus feligreses que se han convertido en un auténtico peligro para la democracia. Les llevan a tomar decisiones que no les convienen, inclusive decisiones políticas, que solo le sirven al pastor que acaba vendiendo su voluntad como si fuera un capital para que se beneficien los políticos o el cacique de turno. Las iglesias evangélicas están acabando con la democracia.

Será larga la noche es una novela negra, pero usted huye de la figura del detective clásico y coloca como protagonista a una periodista de investigación.

—A diferencia del detective, el periodista investiga porque está buscando la verdad. No está haciendo que triunfe la ley, no representa a la justicia y no tiene un arma para defenderse, pero lo hostigan, lo amenazan y lo matan si es necesario. Los periodistas tienen una mística que les convierte en personajes románticos; son mucho más bellos estética o moralmente que un detective, que es más banal y menos creíble. En la novela, Julieta busca acercarse a la verdad y se aleja de la justicia, porque a ella no le interesa hacer justicia. La verdad y la ley son dos conceptos que pueden estar muy cerca, aunque no tienen por qué coincidir. Más allá de la verdad judicial, lo que a mí me interesaba para la novela era la verdad humana.

—¿Puede la literatura contribuir a la reconciliación en Colombia?

—La literatura no cambia el mundo –si lo hiciera, viviríamos en el paraíso–, pero puede cambiar a las personas. Aunque la lectura siempre es algo minoritario, leer nos cambia, nos hace ser más exigentes con la realidad y nos convierte en mejores ciudadanos.

En Colombia, la literatura es un elemento más para darle nombre a las cosas y que estas queden fijas en el tiempo. La literatura es un arte y, como arte, como todas las artes, se convierte en conocimiento. Si tú, por ejemplo, vas a ver el Guernica de Picasso estás viendo un cuadro, una obra, pero también verás nuestra historia y serás consciente de que aquello no debe volver a repetirse nunca. El arte marca unas líneas y le recuerda a una sociedad que debe evitar rebasar esas líneas.

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