Después de lucrar con el arte de un artista recién fallecido, los involucrados que consiguen vender a sobreprecio las obras comienzan a morir de maneras misteriosas pero exageradas.
Por Mauro Marines
Ciudad de México, 26 febrero (Vanguardia/SinEmbargo).- El mundo del arte contemporáneo, en su acepción más capitalista, puede ser cruel, despiadado y hasta violento en el tratamiento de artistas, tendencias y público, pero Velvet Buzzsaw, la más reciente película de Dan Gilroy, le da un giro literal al asunto y lo convierte en un verdadero festival de sangre. Aunque uno algo mediocre, hay que aclarar.
Cuando a finales del año pasado comenzó a circular el tráiler anunciando el estreno de febrero de este filme —proyectado en el Festival de Sundance cuatro día antes, el 27 de enero— la premisa se antojaba muy interesante.
Al principio todo parece girar alrededor de los personajes liderados por Jake Gyllenhall, Rene Russo y Toni Collette; Morf Vandewalt, un crítico de arte cuyos textos pueden hacer o destruir la carrera de cualquiera, Rodhora Haze, antiguamente miembro de la banda punk-rock Velvet Buzzsaw y ahora dueña de la galería que lleva su apellido y Gretchen, curadora del Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles, respectivamente.
La película se presenta como una crítica a estas figuras y estructuras institucionales que manejan tras bambalinas los hilos del arte más altamente cotizado en la actualidad pero todo toma un tono carmesí cuando descubren la obra de un artista maldito —uno que tardarán en descubrir está literalmente embrujado— Ventril Dease.
La oscura obra de Dease es descubierta por Josephina, su vecina y una agente de arte en la nómina de Haze, quien obvia por completo el deseo del artista recién fallecido de que todas sus pinturas fueran quemadas y, considerando el precio que estas pueden llegar a poseer, decide lucrar con ellas.
Mala decisión, pues el en vida siempre atormentado pintor resulta ser un artista maldito en el sentido literal de la palabra: todos los involucrados en el negocio multimillonario que consiguen al vender a sobre-precio las piezas comienzan a morir de maneras misteriosas pero exageradas, muy al estilo de una película de Destino Final.
Sin embargo, así como el tráiler pasa de presentar una crítica al sistema del arte contemporáneo y luego a una película de horror de clase B así también Velvet Buzzsaw salta entre tonos en cada escena.
No es una mala película, en lo absoluto. Con una duración de poco más de una hora y media es un buen producto para pasar el rato, pero en definitiva deja pasar las oportunidades de ser mucho más.
Los personajes, si bien están inspirados en la realidad, exageran un tanto las circunstancias de su éxito y fortuna —muchos han señalado lo falso que es encontrar a un crítico de arte que viva en una mansión con piscina como Morf lo hace— y a pesar de que la película lanza reflexiones interesantes respecto al mundo en que se ancla rara vez propone algo más allá de lo que ya se habla en muchas partes.
Pues sí, la élite del arte está consumida por los usos capitalistas y sus miembros están más interesados en ponerle precio a las obras que valor, y en el caso de los protagonistas de Velvet Buzzsaw incluso a faltar a los deseos de un hombre que no quería que se comerciara su arte.
Y sí, los artistas que desarrollan su práctica en estos círculos exponen discursos viciados en obras más espectáculo que sustancia en un ciclo que les chupa toda creatividad en aras de una ganancia monetaria superior, como sucede con el personaje de John Malkovich. Pero estas son discusiones que ya se han tenido. Quien se salva de la maldición precisamente por su desinterés en los roles capitalistas que lo tienen atado y por apreciar la obra de Dease por sus cualidades artísticas
Sin embargo, la moraleja que Gilroy presenta a través de esta película queda más que nada expuesta a través de Piers, el personaje de Malkovich, que poco aparece en escena pero con quien termina el filme en una toma donde se le ve haciendo dibujos efímeros en la arena de la playa con las olas del mar borrando lo que acaba de hacer.
Luego de pasar varias escenas con él, viéndolo sufrir atado a esa máquina capitalista, incapaz de crear algo sin recurrir al alcohol y las drogas como en el pasado, ahora lo observamos feliz de hacer arte por el arte, de crear sin restricciones de tiempo, de dinero o de espacio. El mar se lo llevará, nadie lo verá, no le importa.
Desde que los artistas se volvieron parte de la industria comercial en el Renacimiento muchos siempre han buscado la manera de alejarse de sus fauces, pero en definitiva es difícil no terminar como un producto comercial.
Los vanguardistas intentaron hacer no-arte, obras in-vendibles, y ahí los tenemos en galerías de todo el mundo, subastados por precios increíbles. Los artistas del performance aseguran que de todas las expresiones artísticas es la menos comercial pero eso no detiene a Marina Abramovic de vender sus proyectos por millones a unos pocos espacios en el mundo.
Velvet Buzzsaw adolece en muchos sentidos, con escenas aparentemente inútiles y arcos argumentales que no llevan a ningún lado, sin mencionar cambios de tono —entre que se toma en serio y se convierte en parodia— aunque con un ritmo estable —en definitiva no es una película aburrida—, pero no por ello hay que descartarla pues, si tienes el tiempo libre para gastarlo en una hora y media de sangre y arte, sería bueno darle un vistazo.
Con todo y que no profundiza en sus propias meditaciones a final de cuentas, como en el mismo arte que critica, le tocará al espectador rellenar los huecos, generar las discusiones y otorgarle el valor que cada quien considera que merece.
Eso sí, habrá que poner especial atención por si vemos el anuncio de una Velvet Buzzsaw 2, pues entre tanta crítica al capitalismo y la comercialización que algo así llegue a suceder será bastante irónico.
LO BUENO:
– Se pueden generar buenas discusiones sobre la élite del arte contemporáneo.
– Es entretenida en sus escenas violentas y su humor.
– El elenco hace un muy buen trabajo con sus personajes.
LO MALO:
– Se queda corta en sus propias reflexiones.
– Cambios de tonalidad y agujeros en la trama.