A dos horas del centro de la Ciudad de México se encuentra Puebla, un estado con nueve pueblos mágicos, que combinan la modernidad y su tradición con una arquitectura y gastronomía únicas.
Ciudad de México, 26 de enero (SinEmbargo).– Uno de los estados con mayor tradición en México, con todas sus iglesias, de las mejores gastronomías, sus dulces y atracciones, que además está muy cerca de la capital, por lo que es una buena opción para «una escapada».
A menos de dos horas de la Ciudad de México está la Ex Hacienda de Chautla, un atractivo turístico que esta región ha sabido aprovechar, ahí se han grabado algunas telenovelas, sirve para hacer bodas y eventos especiales, pero también para que el público haga un recorrido de cooperación voluntaria por lo que ahora es uno de los hoteles de la cadena Misión, en el que se pueden ver algunas tradiciones poblanas como las ollas de barro y una fuente de Talavera.
A los alrededores hay un bosque de eucaliptos, una tirolesa y el Castillo Gillow, el principal atractivo y dueño de las fotos de los visitantes, al cual se puede subir para disfrutar la vista del lugar.
Lo mejor, sin embargo, fueron los sopes del pueblo una vez fuera de la hacienda. Como parece tradición en México, el tamaño prometido por la señora que los hace fue mucho menor que el real. Fue una deliciosa sorpresa, estaba acompañado de nopales y cebollas asadas, bistec y un poco de requesón.
La siguiente parada: Puebla capital. En más o menos 50 minutos se llega al centro de Puebla de Zaragoza, con sus tiendas de talavera, sus iglesias, sus restaurantes, sus bares y su impresionante catedral.
Sedientos de recorrer la catedral, fuimos directo a «La Pasita», un bar recomendado y que parece ser una parada necesaria para los turistas. Ahí se sirven caballitos a base de licor de frutas en distintas combinaciones por sólo 25 pesos. El clásico es el de licor de pasa con un cubo de queso.
Llegó la hora de comer y por supuesto buscábamos mole poblano que para nuestra sorpresa casi no gusta a los locales (tres personas que preguntamos dijeron que no les agradaba por ser muy dulce), como sea, encontramos un restaurante agradable cerca de El Parían, llamado «Qué chula es Puebla», en donde servían enchiladas.
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El siguiente paso era Atlixco, en un viaje hacho en época navideña implicó visitar la Villa Iluminada tan promocionada últimamente por los medios. Al llegar ahí, ya de noche y después de caminar algunas cuadras obscuras y solitarias, encontramos lo que parecía más bien una feria de pueblo.
Había trenecitos que llevaban a la gente a dar todo el recorrido con comodidad, había puestos de micheladas, de hot cakes y algodones de azúcar y sí, varios focos encendidos, en un esfuerzo muy agradable por parte de este pequeño pueblo.
Pero teníamos que llegar a Cholula, en donde pasaríamos la noche. Tuvimos la suerte de encontrar en Airbnb un restaurante-bar-hostal llamado Casa Sumerio por sólo 240 pesos por persona.
Para la mala suerte, el restaurante y el bar estaban cerrados por vacaciones, pero el encargado nos hizo la atenta invitación a llevar lo que quisiéramos tomar y disponer de la computadora y la bocina para poner música.
Confiados, salimos a buscar vida nocturna que ‘alguien había dicho’, que habría en Cholula. No la hubo. La mayoría de los bares a la redonda cerraban a las 12 am, por lo que sólo alcanzamos a tomar un trago en la gloriosa Cervecería Chapultepec, originaria de Guadalajara y que tiene todo su menú en 18 pesos (para este año aumentó a 19 pesos).
Al otro día no había mucho qué hacer más que ir a visitar la Pirámide de Cholula, con su iglesia, su montaña y sus túneles. No lo hicimos. Había una gran fila para entrar y como prometimos regresar pronto (a la Cervecería Chapultepec) mejor fuimos a comer algo típico.
Paramos en La Tía Tere, un lugar con un menú muy variado que incluía pozole, ceviche, camarones y por supuesto, mole, cemitas, chanclas, chalupas y pelonas.
Después de escuchar la descripción de cada una de éstas, opté por una chancla. Un estilo de torta ahogada rellena de carne de res, que en lugar de estar bañada en salsa, lo estaba en la grasa que despedía la longaniza alrededor. Así como suena, lo mejor es que estaba muy buena y el exceso de grasa valió la pena.
El paseo terminó con una michelada de más de un litro en la terraza del bar «1000 Amores Cholula», con una buena vista hacia el centro de la ciudad y hacia la pirámide.