Fue una amistad entrañable a primera vista a partir del momento en que el comandante Fidel, de 1.91 metros de estatura, arropó con sus enormes brazos al capitán argentino, de apenas 1.65.
Por Hernán Bahos Ruiz
Argentina, 25 de noviembre (EFE).- ¿Hay una fórmula infalible para patear penales?
La pregunta de Fidel Castro mereció una respuesta con tono de confesión de Diego Maradona.
– Antes de patear, miro al arquero.
Este gesto canchero -explicó el Diez- ayuda a intuir el lado al que se moverá el portero. Entonces, se lanza el balón al opuesto.
– ¿Y si se queda parado?
– Le pego fuerte al palo que elija.
El líder de la Revolución cubana sacó de la nada un cuaderno y un bolígrafo. Como estudiante aplicado anotó la fórmula y a continuación anunció solemne:
– Mañana mismo la pruebo.
Amanecía aquel 29 de julio de 1987 en La Habana y con los primeros rayos del sol terminaba una audiencia nada común, de poco más de cinco horas, que había marcado el comienzo de la amistad entre dos figuras universales.
Una amistad que solo la muerte pudo disolver veintinueve años, tres meses y 24 días después.
El hombre que en 1986 condujo con maestría la selección argentina a la conquista del Mundial jugado en México también comenzaba a escribir con las botas los mejores capítulos de la historia del Nápoles.
El 10 de mayo de 1987 dirigió la gesta que terminó con la obtención del scudetto, y un mes después, el 13 de junio, alzó la Copa de Italia.
Maradona tenía entonces el futbol a sus pies, pero en su cabeza había otro desafío. Y estaba lejos de las cuatro líneas.
Deseaba conocer a otro diez, el cerebro que el 1 de enero de 1959 derrocó la dictadura de Fulgencio Batista y sería mandatario de Cuba por 50 años.
La audiencia en uno de los salones del Palacio de la Revolución no respetó protocolo alguno.
Fue una amistad entrañable a primera vista a partir del momento en que el comandante Fidel, de 1.91 metros de estatura, arropó con sus enormes brazos al capitán argentino, de apenas 1.65.
Y entonces hablaron sin parar de lo divino y de lo humano.
Algunos revelaron después que el anfitrión los deslumbró con sus más preciadas recetas de cocina y conocimientos de la gastronomía mundial.
«Parecía un chef», dijo alguien al elogiar la precisión con la que dictaba las porciones de los ingredientes, sus cortes y los tiempos de cocción.
Sin poder corroborarse quedó la versión según la cual del cuaderno del líder de izquierdas fueron desprendidas algunas hojas para permitir que doña Tota, la madre del futbolista, y Claudia, su mujer, tomaran nota de los secretos culinarios del Estado.
Comprensible, pues a esa hora ya todos los presentes estaban embriagados de admiración.
Poco antes de la despedida Maradona recibió uno de los más preciados trofeos de su vida: la emblemática gorra verde olivo de su nuevo mejor amigo.
Los encuentros se repitieron en los siguientes 39 años y la relación se afianzó a partir de 2000 cuando «el Pelusa» se estableció en la isla en busca de la cura para su adicción a las drogas.
Tenía 40 años y el recuerdo muy fresco del 25 de octubre de 1997, la fecha que decidió colgar las botas en Boca Juniors.
Había comenzado con más bajos que altos su carrera como entrenador y de las cosas que más orgullo le producían era contar que Castro le llamaba por las mañanas para animarle en su rehabilitación y hablar un poco de política y deporte.
Ambos asuntos estuvieron presentes en las reuniones privadas y las públicas a las que tuvo acceso la prensa durante poco más de 29 años.
El argentino llevaba al líder cubano no solo en el corazón. Un día decidió que le tatuaran su rostro en el gemelo de la pierna izquierda.
La conexión era como un Ábrete Sésamo que ponía a Diego a intimar con gobernantes afines al Castrismo y a Fidel en plena área de las mediáticas pasiones deportivas.
– Diego es un gran amigo y muy noble también. No hay duda de que es un atleta maravilloso y mantiene una amistad con Cuba sin ninguna ganancia material para él.
Pero el 25 de noviembre de 2016, 10 mil 712 días después del primer encuentro mágico en el Palacio de la Revolución, Fidel Castro se fue de este mundo. Tenía 90 años.
– He llorado descontroladamente. Me voy para Cuba a despedir a mi amigo.
A los 56 años Maradona distaba del alegre, inquieto y escurridizo futbolista que Fidel logró atrapar con un afectuoso abrazo aquella noche de verano caribeño de 1987.
La gratitud del argentino que siempre expresaba en cada encuentro, no faltó al despedir a quien consideró su segundo padre.
– Fidel me aconsejó, me abrió las puertas de Cuba cuando en Argentina había clínicas que me las cerraban porque no querían la muerte de Maradona. Y Fidel me las abrió de corazón.
¿Hay una fórmula infalible para ser mito más allá de la vida?
El Diego de los argentinos tardó para probarla exactamente cuatro años después de la partida de Fidel, el 25 de noviembre de 2020.
De eso hoy hace 365 días.