Jorge Alberto Gudiño Hernández
25/11/2017 - 12:02 am
Entender lo imposible
Primero la parte anecdótica. Llegué a una fiesta infantil con mis dos hijos. De pronto, un sujeto me saludó por mi nombre completo, algo poco usual. Era D, mi primer amigo, que estaba ahí de casualidad. Llevábamos más de veinte años sin vernos. Nos actualizamos con calma. Pronto me enteré que es un físico teórico […]
Primero la parte anecdótica. Llegué a una fiesta infantil con mis dos hijos. De pronto, un sujeto me saludó por mi nombre completo, algo poco usual. Era D, mi primer amigo, que estaba ahí de casualidad. Llevábamos más de veinte años sin vernos. Nos actualizamos con calma. Pronto me enteré que es un físico teórico del más alto nivel. Aproveché para que me explicara su trabajo. Una cosa llevó a la otra y terminamos hablando (o él, solamente, yo me limité a hacer preguntas) de mecánica cuántica.
Tal vez sea por mi formación ingenieril o porque las matemáticas siempre me han gustado mucho pero, el caso, es que pronto D ya había plagado de dudas mis pensamientos. Sobre el funcionamiento de los átomos, sobre el comportamiento de los electrones en experimentos de lo más curiosos. Había, por supuesto, muchas cosas que se me escapaban pero no dejé de pensar en ellas durante varios días.
Esta misma semana D me mandó un video con una clase de MIT en que se abordaban las generalidades de la teoría cuántica. Al ver el video completo, esa hora de un profesor que convive con Premios Nobel, descubrí una nueva forma de dar clases. Es impresionante. Sólo gis y pizarrones (varios, como en esos salones de ciencias de universidades gringas). No había fórmulas complicadas ni se necesitaban matemáticas de alto nivel. Fue como una revelación.
Sobre todo, porque pronto me di cuenta de que, dentro de ese espectro particular del conocimiento científico, las dudas son lo que cuentan. No hay respuestas concretas para las preguntas más recurrentes. La superposición atómica o de electrones (perdone quien descubra que no domino los términos) es una de ellas. Al parecer, la materia y la energía funcionan de forma muy diferente cuando se trata de partículas tremendamente pequeñas.
Tal vez sea un sinsentido. El asunto es que me he propuesto tomar ese curso. Está por completo en línea y lo voy siguiendo con muchos problemas. La ventaja es que puedo regresar las explicaciones y acceder a ellas de nuevo. Lo que más me interesa, sin embargo, es esa persistente certeza de que muchas cosas se escapan de mi comprensión. Es cierto, también de la de los estudiosos pero ahora sólo me ocupo de mi caso.
De pronto me enfrento, como hace muchos años no lo hacía, a un campo del conocimiento que se escapa de mis capacidades. No sólo porque no tenga los referentes necesarios sino porque es bien sabido que uno no lo puede entender todo. Sé que para muchos esto podría resultar frustrante. No es mi caso. Tener la evidencia palpable ya no de mi ignorancia (de ésa sí he tenido muestras a cada rato) sino de mi incomprensión me resulta fascinante. En verdad. Tal vez por eso continúo. Porque la idea de no entender algo que se quiere saber me funciona como el aliciente necesario para seguir intentándolo. Hay quienes encuentran motivaciones en el entendimiento, yo mismo lo he hecho. Ahora también las encuentro en el lado opuesto.
Eso me lleva, análogamente, a las preguntas que me hacen mis hijos. Sé, cuando escucho algunas de ellas, que no hay manera de explicarles a cabalidad lo que preguntan. Y, sin embargo, reconozco en ellas el principio de una curiosidad que sólo puede llevar a buen puerto. Visto así, deseo profundamente que tanto ellos como yo, y como el resto, podamos enfrentarnos cada tanto a aquello que se nos escapa del rango de nuestra comprensión. Sospecho que, si ahondamos en ello, quizá algún día ésta, la comprensión, se amplíe aunque sea un poco.
Ya lo sé: entenderlo todo es imposible pero se siente bien intentarlo.
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