Cover Art: el arte de vender un cómic por su portada

25/09/2016 - 2:50 pm

La solitaria labor de crear un álbum de cómic, que en raras ocasiones rebasa el espacio íntimo que comparten guionista y dibujante, se ve sistemáticamente alterada cuando creadores, editores y vendedores se aplican para configurar la página que determinará el recorrido comercial del álbum: la portada.

Bruselas, 25 sep (EFE).- «La portada tiene un sentido comercial. Es la parte visible del álbum y tiene que ser lo más atractiva posible», explica Valérie Constant, encargada de la exposición «Cover Art» (Arte de la Portada), que puede visitarse hasta el próximo 28 de mayo en el Museo del Cómic de Bruselas.

La cual muestra, un recorrido visual por más de siete décadas de historietas -que van desde «Los Pitufos», del belga Peyo, a «El árabe del Futuro», del franco-sirio Riad Sattouf-, analiza con distintos protagonistas del sector algunos de los aspectos claves que debe contener esa primera página.

Se trata, a grandes rasgos, de seducir a un individuo que entra a una librería inundada con cientos de volúmenes compitiendo por encontrar comprador.

La portada, o al menos una carátula provisional, suele estar lista meses antes de que se termine el álbum, para pasear un aperitivo del libro por ferias editoriales. Y debido a su marcado carácter comercial, se tiene en cuenta la opinión de «gente a la que normalmente no se oye en la cadena del libro».

«En una reunión comercial en la que el director editorial presenta el catálogo de la temporada, los comerciales que venden los libros en las librerías pueden decir: ‘esta portada no funciona para nada, no se va a ver en una mesa con todas las otras, es demasiado oscura…», resume Constant.

Las normas que guían la creación de una tapa, en el apartado más reglado del libérrimo universo de las viñetas, son inequívocas y beben de la publicidad, con el objetivo de crear «una portada maravillosa que sea sorprendente, intrigante y bella, sobre todo», agrega la comisaria.

Se recomienda manejar con tino el espacio cromático, generando y omitiendo los silencios, y jugar con las líneas direccionales pues, como ocurre cuando se observa un lienzo, el ojo tiende a dirigirse primero al punto donde convergen las líneas.

«En una buena portada, el dibujo discurre de izquierda a derecha. Es como leemos y la intención es clara: animarnos a abrir el libro», comenta el autor belga Ferry Van Vosselen, padre de la serie «Ian Kalédine».

La tercera «regla de oro» es «recurrir a un título corto y conciso», norma que cada vez goza de más flexibilidad, pero que todavía sigue siendo el canon. Basta con fijarse en el álbum «HERE» (AQUÍ), con el que Richard McGuire se alzó con el premio al Mejor Álbum de la última edición del Festival Internacional del Cómic de Angulema (Francia).

Conviene también prestar atención a la tipografía, trabajo del que ocasionalmente se adueña el autor, como en el caso del español Álvaro Ortiz («Fjorden»), pero que generalmente se encarga a un maquetador o un diseñador gráfico, como ocurre con la mayoría de las obras que su compatriota Alfonso Zapico publica en Atisberri, como «Café Budapest» o «Dublinés».

«Mis portadas son bastante clásicas, nada experimentales, porque no invento la pólvora con mi narrativa en las páginas interiores y tampoco lo hago en la cubierta», desliza Zapico, quien subraya que «la cosa cambia cuando los libros se traducen».

«La edición alemana de ‘Dublinés’, por ejemplo, era una gran imagen panorámica de un burdel, con James Joyce en un prostíbulo, que dibujé para la ocasión y se desplegaba a lo largo de portada y contraportada más el lomo», añade el autor español, que describe al mundo editorial francés, el mayor de Europa, como profesionales «muy celosos y estrictos con las portadas».

En caso de duda, coinciden la mayoría de los expertos consultados por los organizadores de la muestra, hay un truco infalible y que pasa por intentar emular al gran maestro de las portadas: el belga Hergé, creador de «Tintin».

«Fue también publicista y conocía muy bien los códigos de la publicidad, los entendía y los aplicaba cuando hacía una portada. Era un maestro», resume con rotundidad la comisaria de una exposición que se despliega por la planta noble del edifico «art nouveau» del arquitecto Victor Horta que funciona ahora como epicentro del cómic en Bruselas.

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