Pasaron de las páginas de sociales de la alta burguesía a la nota roja. Los nuevos narcos ya no son como antes; ahora son metrosexuales, estudiaron en universidades privadas, son guapos y empresarios exitosos. Hace unos días en Cancún, a las afueras de un nuevo restaurante de comida japonesa, unos pistoleros asesinaron a Miguel Rodríguez Olivera (alias Miguel Ángel Gutiérrez Sánchez), boletinado por el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos como parte de un grupo de cuatro hermanos, originarios de Tecalitlán, Jalisco, dedicados a las “actividades financieras” del cártel de Sinaloa.
Sus hermanos, Luis y Esteban Rodríguez Olivera, fueron arrestados en Nueva York en 2009 como líderes de “Los Güeros”; y, mientras los americanos buscaban a los otros dos hermanos, Daniel y Miguel, éstos estaban cómodamente instalados en la denominada Cancuniqué (la supuesta alta sociedad de Cancún, conformada por burgueses, neoricos y wannabes), abriendo restaurantes, según la DEA, con la finalidad de lavar dinero del cártel. Estados Unidos identificó formalmente como líderes del cártel de Sinaloa a la banda de los hermanos Rodríguez Olivera, a quienes incluyó en su “lista negra” para poder incautarles bienes y prohibirles cualquier actividad económica, informó el Departamento del Tesoro. La evidencia, según la propia Agencia antidrogas norteamericana instalada en Quintana Roo, es irrefutable.
Según Adam Szubin, director de la Oficina para el Control de Bienes Extranjeros (OFAC, por sus siglas en inglés) del Departamento del Tesoro, en 2009, las autoridades judiciales en Nueva York arrestaron a Luis y Esteban por narcotráfico, acusados de dirigir una ruta de suministro de drogas hacia Estados Unidos a través de Texas, desde donde se distribuían a otras partes del país. Las autoridades congelaron sus bienes y pudieron identificar las rutas financieras del lavado de dinero, que conducían a los negocios lícitos más eficientes para esta industria criminal: restaurantes, hoteles y bares. Este tipo de negocios pueden permanecer absolutamente vacíos mientras que sus propietarios pueden declarar al fisco pagos de grandes cantidades en efectivo, como producto del consumo de alimentos y bebidas, blanqueando así los recursos obtenidos por la venta de drogas.
Miguel Rodríguez, quien recibió nueve balazos a las afueras del Zen Sushi Bar, tenía 37 años y, según la DEA, forma parte de una nueva generación de jóvenes mexicanos que cubren un perfil diferente al típicamente conocido en los medios. Son jóvenes con estudios en universidades privadas en México, una buena parte de ellos con maestrías en negocios o mercadotecnia. Hacen deporte, cuidan su apariencia, viven en contextos de la clase media alta y alta en México y participan en los cárteles como asesores financieros, en áreas de mercadotecnia y publicidad. Digamos que son la cara amable de los cárteles, aquellos de los que nadie sospecharía absolutamente nada.
Entrevisté a dos amigas del finado, ambas estupefactas ante la noción e incrédulas, han escuchado al versión de la esposa y la madre del supuesto asesor financiero del Chapo y se niegan a creerlo. En el último mes, las autoridades federales llevaron a cabo una amplia investigación sobre empresas en Cancún dedicadas a los delitos financieros del narco. Las investigaciones siguen su curso y van tras hoteles, arrendadoras de autos, restaurantes, casinos, casas de empeño y pagadurías que operan para cientos de empresas en Quintana Roo; también está en la lista un periódico local.
La detención, hace unas semanas, del otro “junior” propietario del bar Néctar de la zona hotelera confirma el nuevo perfil de los que mueven la droga entre jóvenes de la clase alta. Era proveedor de cocaína y goma de opio para meseros de restaurantes de la zona hotelera y para el consumo personal de la juventud Cancuniqué. Sus testimonios revelan la cantidad de jóvenes que, por un lado, se horrorizan de la violencia generada por el narcotráfico y, por otro, consumen, llevan y traen pequeños paquetes en sus yates desde Cancún hasta Isla Holbox y Miami.
Son la nueva generación de narco menudistas chic que lo tuvieron todo: dinero, las mejores escuelas, estudios privilegiados, una vida sana en Cancún y han elegido ser parte de la industria criminal de las drogas y trata de mujeres adolescentes. Ya en el libro Los señores del Narco, la periodista Anabel Hernández hace una clara radiografía de políticos, procuradores, empresarios y policías que han avalado y fortalecido al narcotráfico en la región. Los nuevos hechos corroboran la información.
Según la fuente de la DEA, Cancún es similar a Miami en términos del narcotráfico, pero a diferencia de los Estados Unidos, aquí los empresarios y los políticos no solamente han colaborado con su silencio y corrupción al fortalecimiento del territorio del Chapo, sino que han educado a una generación de jóvenes materialistas y dispuestos a cualquier cosa, aunque ésta incluya destruir al destino turístico que más recursos aporta al país.
El trabajo multisectorial que llevan a cabo en este momento la SIEDO e Interpol con otras instancias, puede rendir los primeros frutos para fincar responsabilidades, ahora sí, con evidencia contundente, de los delitos financieros de la delincuencia organizada. De ser así, testificaremos el primer verdadero gran golpe a las redes narco empresariales, no con el uso de balas y fuerza bruta, sino de inteligencia y justicia. Ojalá así sea.