Hoy hace 40 años de que fue asesinado el escritor y periodista Rodolfo Walsh. Considerado uno de los mejores cuentistas y narradores de la última mitad del siglo XX, su muerte estuvo condenada por haber distribuido una carta a la Junta Militar de entonces, denunciando un año entero de delitos y de violaciones a los derechos humanos, que continuarían durante mucho tiempo más en Argentina.
Era 1977. Él fue emboscado por un grupo de tareas perteneciente a la marina, sólo pudo defenderse con un arma pequeña que hirió en la pierna a uno de sus atacantes, que luego fuera homenajeado en una ceremonia privada en la Escuela de Mecánica de la Armada.
Fue llevado casi sin vida al campo de concentración y su casa, en San Vicente, fue saqueada, al punto de que toda su obra póstuma aún hoy se mantiene desaparecida.
Una reciente nota en El País dio cuenta del último cuento “Juan se iba por el río”, escrito entre enero y marzo de 1977 y recitado por su compañera Lilia Ferreyra, en un café de la Gran Vía de Madrid en 1982.
Una muestra de Walsh en la ESMA es sólo uno de los múltiples actos en conmemoración de Rodolfo, que el día en que desapareció dio inicio a la leyenda que lo muestra como uno de los autores más admirados no sólo en su país de origen, sino por cada persona que quiere ser periodista en el mundo.
La muestra incluye también testimonios de supervivientes de la ESMA que dan fe del traslado del militante a este centro del horror, por el que pasaron 5.000 detenidos-desaparecidos. Y se completa con una sala dedicada a los demás papeles robados.
De la personalidad de Rodolfo Walsh pueden decirse muchas cosas, entre ese ser aventurero y romántico y ese estar siempre al borde de la muerte, combatiendo al enemigo en la raya, en el tú a tú.
Sabíamos todos que se enfrentaba a un gigante, como si fuera un liliputiense enardecido, sumido en una hazaña destinada a perecer pero más que nunca convencido de que no podía hacer las cosas de otro modo.
Frente a él, muchos escritores decidieron el exilio, escribir desde una frontera un tanto segura y denunciar los crímenes de los militares. Pero él no, él fue a hacerle frente a los asesinos, poniendo su cuerpo y su alma al servicio de su país.
Había muerto unos meses atrás su hija montonera, Virginia Walsh, hacia la que también le dedicó una carta: “Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria. Ahí te guardo, te acuno, te celebro y quizá te envidio, querida mía.”
Luchó contra el terrorismo de Estado, no dio la vida por la literatura. No obstante ello, hay dos libros fundamentales de Rodolfo Walsh y dos guías para los escribidores de crónicas: Operación Masacre y ¿Quién mató a Rosendo?, una investigación sobre los asesinatos en los basurales de José León Suárez y una apasionante investigación en torno al asesinato de Rosendo García.
Sus búsquedas literarias dieron por sentado un nuevo estilo que aumentaría la calidad del oficio periodístico.
Estudió Letras por poco tiempo. Fue lavacopas, obrero, limpiador de ventanas y un gran jugador de ajedrez.
“Un fusilado que vive” fue el inicio de Operación Masacre. Él es un desaparecido que siempre aparece no sólo los 25 de marzo, cuando se condena su asesinato, sino cuando amanece el día y estamos dispuestos a escuchar su “Hasta luego”, propio de un hombre corajudamente vivo.