«¿Cómo mides el dolor o a las personas en cantidades de cenizas?”, se preguntan integrantes de la V Brigada Nacional de Búsqueda en el Rancho La Gallera mientras se rasura el suelo y cuelan las cenizas con tierra de donde no dejan de brotar restos humanos, a pesar que este lugar ya había sido procesado por autoridades federales y locales.
La V Brigada concluyó que los hallazgos reflejan que «es impostergable una política de atención integral a las desapariciones de la zona norte de Veracruz y en el país», pues obtuvieron indicios de al menos doce cocinas. «El estado está obligado a dar seguimiento”, expuso Noé Amezcua en el cierre público de la jornada.
Papantla, Veracruz, 25 de febrero (SinEmbargo).– Euforia. Ansia. Desesperación. Las emociones recorren en pocos segundos el cuerpo de María Teresa Figueroa Chacón. Con su delgada mano, cubierta con guantes de látex, sostiene un «invaluable tesoro«: una pieza dental, que encontró entre las cenizas y tierra en el rancho La Gallera, en Tihuatlán, Veracruz, considerado un campo de exterminio del cártel de Los Zetas.
«Cuando tuve el diente en mis manos dije: ‘¡Aquí! aquí puede haber información para alguien! Alguien puede regresar a casa'», narra la madre de Raúl Alejandro Vélez Figueroa, desaparecido en Ensenada, Baja California, hace seis años. Un diente es cómo hallar una aguja en un pajar, debido a que contienen gran información genética, explica.
Teresa, de 66 años de edad, es integrante de la V Brigada Nacional de Búsqueda, que se realizó del 7 al 21 de febrero pasado. Como Teresa al menos unos doscientos familiares de personas desaparecidas y cerca de 50 voluntarios, entre activistas, peritos, estudiantes y académicos, recorrieron diversos puntos de los municipios de Poza Rica, Papantla, Tihuatlán, Coatzintla, Tuxpan y Martínez de la Torre, al norte de Veracruz, en busca de restos, datos, pistas, y esperanzas de encontrarlos.
Los brigadistas concluyeron que los hallazgos reflejan que «es impostergable una política de atención integral a las desapariciones de la zona norte de Veracruz y en el país», pues obtuvieron indicios de al menos doce cocinas. «El Estado está obligado a dar seguimiento”, señaló Noé Amezcua en el cierre público de la jornada. Además, los colectivos urgieron al Estado mexicano a la inmediata implementación de Mecanismo Extraordinario Forense.
Los buscadores volvieron por cuarta ocasión al rancho La Gallera y SinEmbargo los acompañó. Ahí se percataron de la negligencia y omisión de las autoridades en el procesamiento de fosas y puntos de exterminio de personas desaparecidas, al hallar más restos humanos entre las cenizas mezcladas con tierra.
I
UN INFIERNO DE LOS ZETAS EN VERACRUZ
El rancho La Gallera. Algunos lo llaman «cocina«, otros prefieren nombrarlo «centro de exterminio» para no replicar el lenguaje del crimen organizado; no obstante, todos coinciden en que no hay forma de dimensionar la barbarie y atrocidad que ahí se vivió. El lugar evoca el terror.
«Como le quieran llamar, es que no hay una forma bonita de matizar todo el horror que se vivió aquí; nosotros llegamos y no hay casi nada (restos humanos). No nos podemos imaginar todo el sufrimiento que hubo en este lugar”, describe Yoltzi Martínez Corrales, una de las familiares que integraron la brigada.
Para llegar al rancho hay que recorrer pedregosos y angostos senderos llenos de vegetación sobre un camino de terracería ubicado a unos kilómetros de la zona urbana de Tihuatlán.
Una casona de dos pisos se posiciona en medio del predio. En la planta baja hay tres alcobas, una estancia que es la sala-comedor, la cocina, y al final de un pasillo hay un baño; en el segundo piso, sólo hay un cuarto y al lado un pequeño aljibe.
Los muros aún describen el infierno que en estos cuartos se padeció. Huellas de manos, marcadas con sangre, persisten sobre una pared gris; ahí mismo, hay otra huella en color negro, quizá de carbón, y letras inconclusas, rasgadas sobre el enjarre del cuarto de aproximadamente 4 x7 metros, ubicado en el segundo piso de la finca.
Tere Figueroa, convertida en una buscadora, comparte en entrevista que sintió mucha rabia al entrar al viejo inmueble, ver las paredes y conocer ese lugar, «nada más de pensar en cuántas de las personas que nosotros andamos buscando pasaron por aquí, te mueve muchas cosas», dice.
A unos cuantos metros de la casa, se encuentra un horno, de aproximadamente dos metros de alto. Es del tamaño de un cuarto de seis por seis metros. En su interior, y alrededor, todavía yacen vastos montículos de cenizas, de los cuales, no dejan de brotar huesitos humanos.
José María Velázquez Fernández, busca a su hijo Iker Velázquez. Esta es la primera vez que acude a la Brigada.
La madre del joven, desaparecido el 27 de septiembre de 2017, trabajó en el procesamiento y búsqueda de restos; encontró, “huesos porosos y fragmentos”; pero a María, al igual que muchos familiares, le es imposible entender a quienes operaron ese lugar de terror.
“Es algo diabólico lo que hicieron aquí, dan escalofríos, no puedo creer que hay gente que tenga ese corazón”, señala la buscadora. Y añade: “sentí odio, coraje, impotencia, resentimiento, mucha impotencia que haya gente tan mala, tan descabellada que no tenga corazón».
Integrantes de la brigada y archivos periodísticos cuentan que los dueños de la propiedad fueron despojados por integrantes de Los Zetas en el año 2011, y que el inmueble fue usado como casa de seguridad, entre los años 2011 y 2016.
«Esta casa estaba tomaba por los señores malos y quemaban a la gente en el horno que está ahí», deduce con voz bajita Mary Velázquez.
Tere Figueroa describe el lugar como un campo de exterminio, que da una muestra de la realidad oculta en el país.
«Te da una visión de lo que realmente se vive, lo que muchas personas todavía no alcanzan a dimensionar porque afortunadamente no están en el caso, pero los que estamos adentro, aun así y cuando tenemos años recorriendo este calvario, esto te impacta; la maldad sin límite, la saña, la manera de quererlos desaparecer por completo de la faz de la tierra, eso no lo puedes dimensionar. Es tremendo», expresa.
En algunas habitaciones del primer piso aún se aprecian, aunque ya muy tenues, marcas de sangre. En la segunda recamara, pintada de color rosa, se lee el nombre de Pedro Morales Juares (sic). “Pedro” está escrito con lápiz seis veces, Morales una vez y dos veces “Juáres”.
En uno de los pilares de la cocina dibujaron una pequeña casita. Se desconoce a ciencia cierta si los nombres fueron escritos por personas privadas de la libertad o en fechas posteriores del descubrimiento de la finca, pues luego de que las autoridades intervinieron por primera vez, en 2017, tras el hallazgo realizado por el colectivo Familiares en Búsqueda María Herrera Poza Rica, este predio no se resguardó y se olvidó. Incluso, hoy en día, en otra de sus paredes se lee escrito con gis blanco, ya casi borrado, «Z-35».
La Gallera ejemplifica la falta de debida diligencia y el mal procesamiento. También muestra lo que para muchas familias ya sabían o se decía: que en Veracruz también hay «cocinas», lugares donde el crimen organizado quemaba a las personas privadas de la libertad.
La primera vez que los colectivos de la Red de Enlaces ingresaron al rancho fue el 1 de febrero de 2017, explicaron en un comunicado. En ese entonces, hallaron seis cuerpos: cinco eran de hombres y uno de mujer.
Posteriormente, 1 de marzo de 2017, los colectivos ingresaron por segunda ocasión con la presencia de la Fiscalía General del Estado de Veracruz, y volvieron a encontrar restos: el cráneo de una persona menor de edad; además, ubicaron 22 puntos positivos marcados como fosas.
En ese entonces, fue por primera vez que las autoridades reconocieron y aceptaron como indicio el horno, pero no procesaron considerables cantidades de ropa encontrada en el lugar.
En ese mismo mes, las familias volvieron a ingresar al predio para confirmar que las autoridades “no habían hecho el trabajo correspondiente, pese se habían comprometido a procesar el horno y escarbar los 22 puntos ubicados, pero al realizar el recorrido se comprobó que el predio no estaba bajo resguardo, dejando expuestos los restos a las condiciones ambientales”, detalla la V Brigada.
Al día de hoy, a más tres años después, el procesamiento del predio no se ha agotado, ni los puntos marcados como fosas clandestinas.
Además, durante las dos semanas de rastreo por parte de los colectivos junto con peritos de la FGR, una novedad a diferencia de otras brigadas, encontraron 12 sitios con fuertes indicios de existencia de cocinas, es decir, lugares en donde el crimen desintegraba cuerpos humanos.
“En estos casos, los pocos fragmentos restantes suelen estar en condiciones desfavorables para la identificación, agravadas por el clima de Veracruz y la actividad agrícola y ganadera”, explicó Noe Amezcua, quien brindó un informe preliminar de la Brigada.
II
ENTRE CENIZAS Y DESESPERANZA
”¿Cómo mides el dolor o las personas en cantidades de cenizas?”, se preguntan integrantes de la V Brigada mientras rasuran el suelo y cuelan la tierra con cenizas del Rancho La Gallera, de donde no dejan de brotar huesos y restos humanos, a pesar de que este lugar ya había sido procesado por autoridades federales y locales.
La desesperanza como una pesada loza se refleja en la cara de los brigadistas que procesan La Gallera. Muchas de las piezas son pequeñas o muy pequeñas. Los familiares saben que, si uno de los esos huesos da positivo para una persona reportada como desaparecida, y sólo encuentran uno, al realizarle las pruebas de ADN, (donde se desintegra la parte a analizar) ya no quedará nada.
Yoltzi busca a su hermana Yatzi Martínez Corrales, desaparecida hace diez años en Guerrero. La joven platica que ellos no están sólo tras las pistas para saber qué pasó con su ser querido, sino que su objetivo como “buscadores” es «regresarlos a casa».
«Cuando llegué y en cuando comenzamos a encontrar fragmentos óseos muy pequeños, luego luego pensé: ‘ojalá y todo lo que hemos encontrado pertenezca a una persona’, porque así habrá algo que entregarle a una familia pero, lamentablemente, no será así. Entonces, si llega un fragmento óseo muy pequeño y da positivo, y los demás son distintos, ese pedacito ya se va a perder y seguimos con lo mismo: esa familia nada más va tener la conciencia que ya no está su pariente, que está con Dios y a descansar. Pero, ¿dónde va ir a llorarle? , ¿Venir a llorar aquí? ¡No! El saber que no va a quedar nada para entregar a las familias es lo que nos duele», explica la joven rastreadora.
En ello, coincide María Franca Molina Valenzuela, quien busca a su hijo Bernardo Alán Ruiz Molina, desaparecido en julio de 2018.
«Es muy triste encontrar casi puras cenizas porque uno no espera encontrar eso, uno espera encontrar restos o cuerpos y no cenizas», dijo la mujer que viajó desde Hermosillo, Sonora.
Victoria Paz Diego busca no a uno, sino a cuatro familiares: su esposo, Javier Barreles Hernández, desaparecido el 13 de agosto 2013, y tres de sus hermanos: Felipe Ramírez Diego, Andrés Ramírez y Javier Paz Diego, todos desaparecidos 5 de agosto de 2013. «Es un sentimiento y coraje de ver lo que hacían con las personas que fueron privadas de libertad en algún momento y que nos dejan sin rastro, ni huella, porque no hay mucho de donde encontrar», comenta.
III
BUSCAR, LOS HACE GUERREROS
Yotzil hace una pequeña oración a la madre tierra cada vez que entra a campo; con la mano en el corazón le pide que le regrese a sus tesoros. Ese es su ritual.
«Y cuando encontramos, precisamente, decirles a ellos que ya van a casa, que se dejen encontrar, que nos den pistas […] Yo siento que si encontramos una pista es porque la pedimos», comparte la integrante del colectivo Raúl Trujillo, en Guerrero.
El rastreo de fosas, que es muy duro y a veces hasta desesperanzador, convierte a familias en luchadoras, comparten integrantes de la caravana.
«Aquí la búsqueda en campo nos hace ser guerreras, nos hace fuertes. Experimentamos todo, conocer la tierra, leer buscamos en el agua, fosas y ahorita en una cocina. A nosotros no nos cansa nada. Aquí estamos», dice Yoltzi. Cada vez que la joven guerrerense encuentra un tesoro, comienza a decir nombres de personas. Ese es su otro ritual. «Porque aquí puede haber una Emilia, un Carlos, una María…”.
María Teresa coincide en que para ningún familiar, y mucho menos para una mamá, es nada grato tener que buscar a su hijo rascando la tierra, viendo fotos en Semefos, en Ceresos «es un verdadero calvario», dice, «pero tenemos que hacerlo».
Tere explica que al buscar cuerpos en la tierra quisieran estar concentrados al cien por ciento, pero muchas veces no es posible, “no quieres que tu mente se vaya, quieres estar trabajando en lo tuyo, pero en instantes te preguntas, ‘¿cómo es posible que tengamos que estar buscando a nuestros familiares aquí, espulgando la tierra?’; pero -coincide- hay que hacerlo.
El tiempo no cura las heridas de los padres con hijos desaparecidos, la incertidumbre de la desaparición carcome a quienes tienen una ausencia presente. Los años pasan, pero las heridas no cierran.
Demetrio Melo Miranda acudió con toda su familia desde el Estado de México en busca de su hijo desaparecido en Papantla, Veracruz, junto con los hermanos Trujillo Herrera. Lleva diez años buscándolo incansablemente. En cada marcha, en cada brigada.
El hombre se quiebra al hablar de los años sin su hijo, trata de evitar el llanto con una sonrisa, pero no puede y con la voz cortada responde. “Se siente uno triste, pero uno tiene que salir adelante para seguirlos buscando, esa es la esperanza que tenemos en cada uno de nosotros, el chiste es seguir luchando hasta encontrarlos».
Y añade: «estamos luchando con palas, picos y todo hasta encontrarlos, ya sea vivos o muertos tenemos la esperanza de encontrarlos. No sé cuándo, algún día, a lo mejor será mañana o pasado, o pasen años, no sé, pero tenemos que encontrarlos», insiste.
IV
LA ESPERANZA…
Hay familias que prefieren la búsqueda en vida por su fuerte anhelo de volver a ver y abrazar a sus seres queridos. En ese sentido, la brigada realizó actividades en hospitales, penales y en las calles; también visitaron los Semefos de seis municipios Tuxpán, Papantla, Poza Rica, Misantla, Tantoyuca.
Vicky Garay Cásares, madre de Bryan Eduardo Arias Garay, jovencito desaparecido en Nayarit, destaca que la búsqueda en vida es una parte fundamental “puesto que es el primer paso que debemos hacer, buscar en vida”.
“estuvimos en cada uno de los penales difundiendo las fotos, ellos vieron nuestras fotografías, recibimos información”.
En estas actividades, algunos internos dijeron haber visto a cuatro de las personas desaparecidas que se les mostraron. El proceso será verificar la información, añade Garay.
“Además, también se efectuó una pequeña difusión en plazas públicas. Ahí encontramos a muchas familias que también tienen desaparecidos y no han puesto denuncias por miedo, por vergüenza, o porque la sociedad los señala; sí, la sociedad nos señala a todas las personas que tenemos un desaparecido, nos juzgan y nos excluyen muchas veces y por esa razón muchas personas no ponen denuncia, además del miedo”, manifestó la Vicky.
Cecilia García Pacheco, esposa de Miguel Ángel Rodríguez Nieva, desaparecido 24 de abril de 2012 en Nogales, resalta que en la Brigada todos los ejes son importantes, tanto en vida como en campo, en vida porque hay la esperanza de volverlos a ver y abrazarlos y en campo porque “si no encontramos a los nuestros, encontramos a otros, que pronto les den su identidad, porque tienen nombre y apellido”.
Noé Amezcua informó que también encontraron serias deficiencias en el trabajo de los servicios médicos forenses, pues observaron varias irregularidades, como fichas incompletas, y con identificación sin número o secuencia lógica, con fotografías insuficientes y defectuosas, sin evidencia que se haya realizado la toma de muestras de ADN y con fotografías de varios cuerpos mezclados la misma la misma ficha.
“Confirmamos que las capacidades forenses ordinarias del Estado son insuficientes, por lo que es urgente la implementación del Mecanismo Extraordinario de Identificación Forense al que se comprometió la Comisión Nacional de búsqueda en noviembre pasado”, dijo.
El familiar, en nombre de toda la Brigada, urgió a que las autoridades, en los distintos niveles, continúen con el apoyo y coordinación de colectivos y organizaciones locales.
“El estado de emergencia que se vive en esta zona solamente podrá ser remontado de la mano de las familias y en la medida en que las autoridades de todos los niveles asuman las funciones que les corresponden”.
Por su parte, los buscadores entrevistados comparten que la brigadas y estos movimientos en colectividad se han convertido espacios de enseñanza, unión y sanación.
«Nosotros aquí somos como familia, venimos tratando de aprender cómo encontrar a nuestros seres queridos. Nos llevamos más contactos, más corazones, más familiares a buscar porque siempre lo hemos dicho que al buscar uno buscamos a todos. Seguimos encontrando más tesoros y uniéndolos a la lista de personas que vamos a buscar y que tenemos que encontrar», comparte Yoltzi.
Tere Figueroa destaca que estas jornadas no sólo son de búsqueda, sino que también tratan de enviar un mensaje de paz a la ciudadanía, tratando de reestructurar un poco el tejido social,
«Yo no busco nada más a mi hijo, buscamos a más de 62 mil desaparecidos en el país. Es el horror que estamos viviendo en México. Las autoridades tienen que aceptar que el exterminio existe, que no estuvo: ¡aún está!», agrega.
Don Demetrio abunda: «no queremos culpables queremos a nuestros hijos». Finalmente, Yoltzi resume el clamor de sus compañeros: «Las familias estamos rotas, no hay qué nos componga porque, aunque suena a consigna: se los llevaron vivos y así, vivos los queremos».