Siempre recuerdo Lavapiés, un barrio diminuto de Madrid, donde iban a vivir los despojados y los árabes. La primera vez que visité la capital española me tocó ir a vivir a Lavapiés. Entonces usaba pantalones apretados y todo Europa me resultaba un disco insano de sorpresas. No cantaba a Calamaro, pero la vida era algo más que lo visible por un llavero.
La casa de mis amigos era un dedal. Si me hinchaba dos segundos más, me iba a ir del departamento. Salíamos a beber cerveza por Madrid a la noche y yo tomaba, tomaba…sí, entonces cantábamos a Spinetta.
Allí, en Lavapiés, en la calle Espada número 3, el 28 de julio de 1917 nacía allí Gloria Fuertes. Fue ese barrio donde ella creció y se formó como una de las principales voces literarias del país y ahora el barrio le dedicará una plazuela con su nombre, para homenajearla.
Aunque no nos muriéramos al morirnos,
le va bien a ese trance la palabra: Muerte.
Muerte es que no nos miren los que amamos,
muerte es quedarse solo, mudo y quieto
y no poder gritar que sigues vivo.
Recuerdo los versos de Gloria y mi paso por Lavapiés. Allí cuando bebía y escuchaba sólo a Spinetta.
Ahora no bebo.
Escucho a Spinetta y a Calamaro.
Leo todavía a Gloria Fuertes y me iré un día de estos de viaje hacia las calles Ministriles y Ministriles Chica, donde está su plazuela, para hacer justicia poética.