Los próximos 7 y 11 de enero, se celebrará la primera fase de negociaciones, los denominados «sondeos», en la que, además de los contenidos, se va a estudiar la fórmula para dotar de un Gobierno estable a Alemania.
Por Juan Palop
Berlín, 24 diciembre (EFE).- Alemania cumple hoy tres meses sin Gobierno, un tiempo récord, a la espera de las conversaciones que comenzarán a principios de año conservadores y socialdemócratas, complejas y de final incierto.
La sociedad alemana asiste con cierta perplejidad a la inédita situación creada en Berlín tras el fracaso de las primeras conversaciones para formar una coalición -entre conservadores, liberales y verdes- y el renuente acercamiento actual del bloque de la canciller Angela Merkel y los socialdemócratas.
«Vivimos en unos tiempos que nos enfrentan constantemente con lo inesperado. Eso nos provoca inseguridad. Pero hay razones para sentirse seguros», afirmó hoy el Presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, en su discurso navideño, en el que pidió «confianza en el Estado».
Agregó que «el Estado funciona» de acuerdo a lo previsto en la constitución, lo cual debe ser motivo de tranquilidad, pero reconoció que algunas personas sufren la actual incertidumbre.
«No todo lo inesperado nos debe llevar a la frustración», aseguró el Presidente alemán, un cargo eminentemente protocolario que en este momento de «impasse» juega un papel relevante como mediador entre partidos.
«Esto es válido especialmente para la formación de Gobierno, que de una forma inusual se está haciendo esperar», concedió Steinmeier.
De esta forma hacía referencia al hecho de que ésta es ya la ocasión en que más ha costado formar Gobierno en Alemania desde 1949 y, si todo va bien, pasarán aún un par de meses hasta que haya un Ejecutivo con plenas facultades al frente de la primera economía europea y en una capital ineludible en la toma de decisiones en la UE.
Según el calendario que han consensuado conservadores y socialdemócratas, el 3 de enero tendrá lugar el tercer encuentro informal entre Merkel, líder de la Unión Cristianodemócrata (CDU), y el Presidente del Partido Socialdemócrata (SPD), Martin Schulz.
A continuación, entre el 7 y el 11 de enero, se celebrará la primera fase de negociaciones, los denominados «sondeos», en la que, además de los contenidos, se va a estudiar la fórmula para dotar de un Gobierno estable a Alemania.
La cuestión que se debe dilucidar aquí es si se firma una gran coalición como la de la legislatura pasada, tal y como quiere Merkel, una opción previsible y estable, o si se busca una modalidad nueva -y más incierta- que permita más flexibilidad al SPD, que cree que ser socio minoritario de los conservadores le perjudica en las urnas.
De hecho, el congreso federal que celebraron los socialdemócratas en diciembre dio permiso a la dirección, tras muchos titubeos, para abrir con el bloque de la canciller un diálogo «con final abierto».
Tras esa primera ronda, los partidos deben sancionar lo aprobado -lo que incluye un congreso extraordinario del SPD en Bonn el 21 de enero- para poder dar paso a la segunda fase de las negociaciones.
Este segundo período debería ya servir para cristalizar los detalles del acuerdo y, según la experiencia previa en Alemania, durará varias semanas, por lo que los expertos apuntan a que no será fácil que haya un nuevo Gobierno en Berlín antes de marzo.
Las presiones para que el SPD ceda y acceda a entrar en una nueva gran coalición son enormes: Schulz ha recibido llamadas tanto del Presidente francés, Emmanuel Macron, como del Primer Ministro griego, Alexis Tsipras, así como toques de atención desde la poderosa industria alemana.
No obstante, las reticencias de la dirección y las bases socialdemócratas a reeditar la gran coalición pueden llevar a que este delicado proceso descarrile, ya sea durante las negociaciones o en el referéndum que celebrará el SPD para solicitar el respaldo de la militancia.
En este río revuelto, el único partido que se siente cómodo es el ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), que se carga de nuevos argumentos para atacar a los partidos tradicionales y saborea por adelantado el rédito que obtendría de una nueva gran coalición: ser el primer partido de la oposición.
AfD, con un discurso islamófobo y claramente anti inmigración, obtuvo en las elecciones un 12.6 por ciento de los votos y se convirtió en la tercera mayor fuerza en el Bundestag (cámara baja) por detrás tan sólo de conservadores y socialdemócratas.