“Uno o dos días antes de que abordara el avión con destino a la Feria –narra Jorge Alberto Gudiño–, Wendy Guerra se enteró, junto con todos nosotros, que Fidel Castro había muerto. Una noticia que pronto se volvió el tema central de la propia fiesta de los libros. Leonardo Padura, el principal representante de la delegación cubana, canceló su viaje a México. Wendy no lo hizo”. Por fortuna no lo hizo. Así pudo hablar con Gudiño, también escritor, sobre su nueva novela: Domingo de Revolución.
Ciudad de México, 24 de diciembre (SinEmbargo).– Es sencillo imaginar el ánimo festivo en Wendy Guerra cuando se le avisó que participaría en la FIL Guadalajara 2016. Un ánimo que no sólo abrevaba de su personalidad desinhibida y juguetona. También, porque traía en sus manos su nueva novela, Domingo de Revolución. Con ella bien podría agrandarse una de las grietas existentes entre la realidad y la ficción. Sobre todo, porque ella es una autora cubana con ciertos privilegios. Los mismos que le han permitido viajar y, en consecuencia, ver a su país desde la doble perspectiva del que está adentro y también afuera. Además, sería parte del contingente de escritores cubanos que vendría a una peculiar feria del libro: el país invitado era Latinoamérica toda.
Uno o dos días antes de que abordara el avión con destino a la Feria, Wendy Guerra se enteró, junto con todos nosotros, que Fidel Castro había muerto. Una noticia que pronto se volvió el tema central de la propia fiesta de los libros. Leonardo Padura, el principal representante de la delegación cubana, canceló su viaje a México. Wendy no lo hizo. Antes de partir se dio el tiempo de grabar un video de lo que sucedía en la calle de su casa. Un hombre arrastraba una rama muy grande. Solo. Casi una metáfora visual de lo que en esos momentos pasaba en la isla. Sobra decir que fue una de las autoras más buscadas en la Feria ese primer fin de semana. Unos días en los que el tema central se volvió más político que literario. O una mezcla de ello, porque bien pueden convivir juntos. No por nada tanto Mario Vargas Llosa como Norman Manea (el galardonado con el Premio FIL de literatura en lenguas romances de este año), utilizaron sus discursos para hablar del dictador.
El asunto es que Wendy Guerra no sólo podía hablar de la muerte de Fidel como alguien que había vivido bajo su gobierno. También podía hacerlo a partir de su novela. Y es que en Domingo de Revolución, la autora plantea una multiplicidad de juegos literarios. El primero de ellos, hacer de la protagonista, Cleo, una joven poeta. Huérfana de padres, con una inmensa casona en el Vedado, sin muchos amigos, acaba de ganar un importante premio de poesía en España. Esto, antes que abrirle la posibilidad de gozar de fama o fortuna, la hunde en la penumbra de las sospechas. El régimen asegura que el premio es una estrategia de los enemigos para desestabilizar a la isla. Los exiliados con quienes se puede reunir en el extranjero, piensan que es una espía de la dictadura. Los viejos poetas y escritores, dudan de sus capacidades literarias. Para colmo, su historia familiar se le revela en medio de brumas e incertidumbres.
Bajo esas premisas, es sencillo que algunos lectores consideren que Cleo no es sino la propia autora disfrazada. Ella misma está consciente de ello:
– Esto de la autoficción es un trabajo de exponer nuestros cuerpos, nuestras madres, nuestras mentes… y hay una trampa porque no somos nosotras. Entonces, es un cuento en primera persona con un alter ego que se llama Cleo.
Pero el asunto central de Domingo de Revolución no es Wendy Guerra sino el problema de que, en esa Cuba que retrata, en esa Cuba que es tan parecida a la que imaginamos y a la que es real, decir las cosas es un tabú.
– Cleo es un ser excepcional porque conquista un espacio. Conquistar un espacio molesta mucho. En todas las culturas, en México también. Te dan el Pullitzer y te quieren matar. Y ella es una heroína porque está a contracorriente tratando de defender un espacio en un país donde, entre la desidia y el gobierno autoritario, no deja a las mujeres ser quienes son, quienes deberían ser. A mí me parece que es terrible porque el papel de la mujer en la política cubana ha estado siempre como en una especie de profundidad de campo, muy atrás.
Es entonces cuando la novela se desprende de la realidad, de la realidad del momento histórico que vivía la autora mientras la escribía. En Domingo de Revolución cuenta cómo termina un buen día dicha revolución que, como muchas, tienen una fecha precisa de inicio pero no de finalización.
– Yo utilizo una paráfrasis de Lunes de Revolución que era el periódico de Cabrera Infante para Domingo de Revolución que es justo eso, ni el principio ni el final de la revolución. Porque la revolución no es un hachazo, ahora, lo fue desde el 49. Es una deriva, no sabemos a dónde vamos. Y yo quería que el libro fuera exactamente una deriva.
Dentro de Domingo de Revolución la muerte de Gabriel García Márquez funciona como una metáfora de la muerte de Fidel Castro. Sin embargo, a la luz de lo acontecido apenas unos días antes, era casi obligado preguntarle a Wendy Guerra cómo leía su novela a partir de la muerte del dictador, de la verdadera muerte.
– La leo de atrás hacia adelante. Pero esto ya es para nosotros. Quien compre la novela que la lea de adelante para atrás. Para quienes ya la hemos leído, yo creo que es una novela que hay que leer de atrás para adelante. Cómo después de ese final ya todo eso se desvanece.
Al margen de que Domingo de Revolución también es una novela de amor, cargada de sensualidad y sexualidad, lo cierto es que el tema más atrayente sigue siendo el político. De ahí que, inevitablemente, la conversación se desviara hacia su diagnóstico de lo que acababa de suceder en Cuba, de esas primeras imágenes mostrando multitudes en las calles, rumbo al entierro de Fidel Castro. Sobre la persona y el símbolo, desgastado o no.
– Hay como tres posibilidades. La primera es que el cubano no es comunista ni socialista, es fidelista. Estarían desfilando estos fidelistas. Son sobre todo los viejos, las personas mayores. La otra es, si ya estás viendo la serie hasta el final tienes que ser testigo. Y la otra posibilidad es que el cubano es extremadamente chismoso y le gusta ir. Yo creo que si yo estuviera ahí quizá no hubiera desfilado pero habría ido hasta la plaza a ver qué estaba pasando. Y también otra posibilidad: los cubanos nos hemos pasado la vida desfilando. Es algo automático.
Domingo de Revolución es, sin duda, la más lograda de las novelas de Wendy Guerra, en la que su voz narrativa es más sosegada, también más profunda. Lleva a cuestas un tono melancólico difícil de lograr. Un tono con una cadencia diferente al resto de sus novelas. Algo que ella misma explica.
– Trabajé con cuarenta y cinco años en las costillas. Y trabajé también con la paz que da que tus libros te dejen comer de ellos. Y trabajé con el peligro de que esto te haga desistir. Traté de controlar el timón y no darme por vencida porque todo está hecho. Innovar pero a la vez con paz. Ya no soy la muchacha que escribió una novela que todo mundo se preocupaba: “bueno, seguirá escribiendo o esto es un chiripazo”.
Y no lo es, sin duda. Es posible que no todos los lectores se sientan atraídos por una novela con un contenido político tan evidente. Sin embargo, para ellos también existe la posibilidad de encontrar una voz comprometida con lo que está narrando. Las líneas se han entrecruzado a lo largo de la vida de Wendy Guerra. Líneas que la han llevado a ser narradora, personaje, autora y una extraña entidad de ficción que cuenta desde sus preocupaciones y su circunstancia. Como si en este caso no sólo hubiera un claro entrecruzamiento entre lo literario y lo político sino entre la autora y su obra misma.
– [Yo puedo narrar en primera persona] porque también yo no tengo hijos, no tengo familia y, si me pasa algo, nadie va a llorar eso, ¿no? No tengo madera de heroína pero tampoco tengo la irresponsabilidad de dejar a alguien a cargo. Yo creo que alguien tiene que contarlo… creo que es la primera vez que lo digo. Lo he pensado mucho pero es la primera vez que lo digo… para los dos está fuerte esto. Pregúntame una y ya cerremos porque si no me voy a echar a llorar aquí.