Hace tiempo que se cuestionaba cómo pensaban las mujeres que admira en torno al feminismo, a la postura de la mujer en la sociedad. Sexto Piso tuvo la iniciativa, volcar esas obsesiones en un libro. Así nació Tsunami. Con muchas voces: Brenda Lozano, Cristina Rivera de la Garza, Daniela Rea, Diana J. Torres, Gabriela Jáuregui, Jimena González, Margo Glantz, Sara Uribe, Verónica Gerber, Vivian Abenshushan, Yasnaya Elena A. Gil y Yolanda Segura.
Ciudad de México, 24 de noviembre (SinEmbargo).- Tsunami parece ser no sólo el nuevo libro de la escritora Gabriela Jáuregui, sino también la voz de las mujeres en un país tan machista y asesino como México.
La estadística establece que hay 7 mujeres que mueren por día en nuestro país. “Es como si vinieran aquí, a la cafetería y a las siete mujeres que estamos aquí, nos mataran. Y mañana vinieran otra vez y se repetiría la acción”, dice la autora.
Escribe por muchas cosas, una de ellas es para sus hijas, que forman parte de las nuevas generaciones y es probable que “hasta el lenguaje cambien” y logren un mundo mejor.
Hace tiempo que se cuestionaba cómo pensaban las mujeres que admira en torno al feminismo, a la postura de la mujer en la sociedad. Sexto Piso tuvo la iniciativa, volcar esas obsesiones en un libro. Así nació Tsunami. Con muchas voces: Brenda Lozano, Cristina Rivera de la Garza, Daniela Rea, Diana J. Torres, Gabriela Jáuregui, Jimena González, Margo Glantz, Sara Uribe, Verónica Gerber, Vivian Abenshushan, Yasnaya Elena A. Gil y Yolanda Segura
“En un momento donde la visibilización se ha vuelto una obsesión, se busca hablar incluso de que a veces el no ser vista puede ser la mejor forma de ser libre. En un momento histórico de denuncia de violencias (con iniciativas o movimientos como #MiPrimerAcoso #MeToo y #TimesUp) también se busca pensar cómo no hacer que estos momentos se puedan a su vez volver esencialistas. Y, siempre en medio, la palabra como herramienta política. Sus riesgos. La palabra, volvemos siempre a la palabra”, dice Gabriela.
–A veces pienso en el conflicto armado para resolver algunas cosas que tienen que ver con la mujer y los hombres. No hay otra manera de defenderse. ¿Qué piensas tú?
–Ya hay mujeres de armas tomar y están tomando armas. Creo que en muchos casos con razón, son autodefensas feministas que no salen de la nada, salen de países como los nuestros, donde los feminicidios son cosa cotidiana. En México, son siete al día. Todas las mujeres que estamos aquí, en esta cafetería, hoy morimos. Y al día siguiente, otra vez toda la cafetería, ¿cómo no va a hacer falta que haya una autodefensa un poco más seria? Yo siento que es un poco como ese momento cuando se separaron en el movimiento de los derechos civiles los afroamericanos, los que seguían con Martin Luther King, por la vía de la no violencia, que también funciona y hay momentos muy pertinentes para hacerlos, y los Black Panthers, que se radicalizaron y que portaban armas. Aquí nos están matando los policías, ¿cómo nos vamos a defender? Creo que con respecto a las mujeres también nos están matando, con los pies en dos mundos, el mundo de la cotidianeidad y de pronto un mundo muy oscuro y terrorífico donde nos están matando.
–Emiliano Monge dice que las feministas tienen que ser más radicales
–Es verdad. Como se pronuncia una mujer, más radical es la crítica hacia esa mujer. Las reacciones sobre todo en redes sociales, son tremendas. Por una mujer que dice sobre un violador a este hombre hay que castrarlo, hay otros 10 hombres que le ponen te voy a matar, te voy a violar, el lenguaje es brutal y muy exacerbado.
–¿Cómo se te ocurrió hacer este libro?
–Sentía y era un diálogo que habíamos tenido un montón de veces con Diego y Eduardo Rabasa que hacía falta mujeres que hablaran del acoso, de la violencia de género y ellos fueron los que me dijeron que tenía que hacer algo. Voy a invitar a mujeres que leo y que admiro y vamos a darles el espacio y el tiempo, como la carta blanca de hacer lo que quisieran. No había un juego obligatorio, podría ser un cuento, una fábula, un ensayo personal, poema y buscaba yo a mujeres que vinieran de experiencia distintas, de lugares muy distintas. Todas trabajamos con la palabra, pero no todas somos escritoras con E mayúscula. Yasnaya es lingüista mixe, Daniela Rea es una gran periodista y Verónica Gerber es artista visual, así que hizo una pieza más visual, como que el chiste de la invitación era que ellas se sintieran con la libertad de hacer lo que quisieran.
–El libro también parece abrir el juego de muchos otros libros que vendrán
–Sin duda y creo que dentro del libro ya se empieza a explorar justamente eso. No sólo se habla de la lucha feminista, sino por ejemplo el texto de Cristina Rivera Garza que se llama “El descanso de la feminista”, donde nunca tienes descanso, esa lucha que nunca para, pero que se abre a otros cuestionamientos. Lo que más quisiera por supuesto es que un libro así no fuera necesario. Desgraciadamente no es el caso. Cuantos más libros, más discusión, más debates, hagamos en torno a esto, es mejor.
–Las mujeres hablan de la menstruación, de la comida, dice Liliana Pedroza…Los hombres también hablan del semen, del pene, dice también ella
–El problema es político. Cómo culturalmente es muy aceptado qué sé yo, hablar de penetración, de eyaculación, desde el punto de vista de los hombres y nos da asco o nos parece tabú hablar de la menstruación, nos da flojera por no decir prácticamente “hueva”, decir: están hablando de la cocina, sus sentimientos, pinches viejas. Ese es el adagio que escuchamos todo el tiempo. Pero si un hombre habla de sus sentimientos, como Philip Roth, reflexiona sobre lo que hizo, sobre lo que no hizo, su añoranza, Emmanuel Carrere, jamás se les cuestiona o se los califica de “sentimentales” como algo despectivos. Del otro lado siempre es leído como algo peyorativo, chafa.
–En una entrevista la poeta Maricela Guerrero dice que hizo un curso con la cineasta alemana Doris Dorrie que le enseña una técnica para ganar tiempo para escribir. ¿Cuál es el tiempo que tienen para escribir las mujeres?
–De eso trata mi texto en la antología. Como madre, como mujer que trabaja, esa es la experiencia de muchas mujeres y obviamente en condiciones muchísimo peores. Sin embargo, en algún momento nos vamos a poner a pensar, a organizarnos, a ver cómo le hacemos para dejar de padecer la violencia de género. ¿En qué momento te pones a imaginar un libro nuevo, una película, un guión? Es bien complicado y el tiempo de las mujeres es muy reducido para este discurso. Todas hemos encontrado estrategias diversas para hacerle tiempo al tiempo.
–Todas las mujeres escriben después de los 50, de los 60, ahora nos damos cuenta por qué, para no decir nunca más “nunca fui discriminada”
–Yo celebro ese momento y creo que todas nos vamos dando cuenta, a raíz de esas experiencias amargas que ocurren a nuestro alrededor. A veces te pones unos lentes y comienzas a mirar, es como si te pusieras rayos equis. Muchas veces nos pasan cosas y no le prestamos atención, porque además nos han educado para aceptar lo que venga. No todas tenemos la lucidez de las chicas de las nuevas generaciones para ver lo que pasa. Algún día lees algo, tu amiga, tu hermana, te dicen algo y te pones los rayos equis y ves que te ha estado pasando en el trabajo, en el Metro, con el taxista, hay partes que las aguantas o te resbalan y hay otras que se vuelven muy insoportable.
–¿Qué es lo que muestras en tu texto?
–Justamente mi reflexión es cómo y cuándo escribimos las mujeres hoy. Entonces me puse analizar estas redes que se forman entre mujeres, donde se usan para cosas profesionales o cosas muy sencillas para desearse feliz cumpleaños o mandarte un abrazo, espacios de cuidado, espacios de acompañamiento y espacios profesionales. Cómo somos capaces de revolver todo esto y hablar de pedir el dato de algún doctor y también pedir si alguien conoce a alguien para el puesto tal. Las redes sociales banalizan los vínculos, pero de pronto en estos grupos se vuelve un espacio seguro, cuando el mundo se ha vuelto totalmente inseguro para las mujeres. Cómo nos encontramos escribiendo y reescribiendo y reutilizando las herramientas que se supone que son para controlarnos, también para organizarnos y tratar de buscar salida.
–¿Qué piensas de las nuevas generaciones?
–Jimena González tiene 18 años y está en la antología. El otro día presentamos la antología y alguien hizo una pregunta sobre el lenguaje inclusivo y Diana Torres, que es más o menos de mi edad, dio una respuesta muy clara, política. Luego Jimena dijo la suya, se echó una cátedra y nos dejó a todas “pendejas”. Tiene 18 años y tiene más lucidez, más claridad, que yo ahorita.
–Yo nunca voy a usar el lenguaje inclusivo…
–Es cierto, pero Jimena lo dijo con tanta claridad, tal vez nosotros ya no tengamos la edad, pero igual ellas están cambiando las cosas, están cambiando el lenguaje mismo. Está bien. Jimena me da la esperanza de que mis dos hijas puedan vivir en un mundo mejor a este.
Fragmento del libro Tsunami, de Gabriela Jáuregui, con autorización de Sexto Piso
Apuntes para una posible genealogía (arqueológica) de los MeToos
Por Margo Glantz
1.- Un producto de la ira divina Sabemos que Eva nació del costado derecho de Adán: el primer parto fue entonces masculino. En el mito griego contado por Hesíodo, las cosas se afinan aún más: el hombre ateniense fue el producto de un fracaso amoroso, el del dios Hefesto, un artesano cojo que persiguió para violarla y sin éxito a la diosa Atenea: en el forcejeo cayó un poco de semen en el muslo de la virgen quien, asqueada, tomó un trapo para limpiarse y lo arrojó a la tierra y ésta, fecundada, dio a luz a Erictonio, de eris, lana, y ctonos, tierra: en consecuencia el primer hombre griego no fue engendrado en un cuerpo de mujer, sino en la tierra misma, y la primera hembra, Pandora, modelada con tierra, tampoco. Zeus le ordenó al propio Hefesto que confeccionara una imagen con arcilla, semejante en belleza a las inmortales, y le infundiera vida. Ello, con el fin de configurar un «bello mal», de modo que los hombres se entusiasmaran al recibirlo, sin saber que aceptarlo les produciría desgracias.
Eva es en la Biblia la madre de la humanidad y Pandora solamente la madre de la raza de las mujeres, el producto de una operación artesanal, una mera máquina, una cerámica, un simple artefacto construido por el desairado Hefesto para aplacar la ira de Zeus, quien decidió vengarse de Prometeo después de que éste les entregó a los hombres el fuego. La primera mujer griega es simple y llanamente el producto de un acto de violencia, de un impulso colérico del Dios Supremo del Olimpo, para suavizar la ira de Zeus, castigar a Prometeo y neutralizar la dádiva que éste les otorgara a los mortales al enseñarles cómo se producía el fuego.
Cada uno de los dioses y diosas —porque diosas sí había, aunque no hubiese mujeres— le confirió a Pandora una cualidad: la belleza, la gracia, la habilidad manual, la persuasión, la seducción, la hipocresía, la esperanza. Zeus es el culpable de la existencia de esa plaga engañosa, esa moneda falsa, esa raza maldita, «el bello mal».
Cuando se lee a Nicole Loraux, historiadora de la Grecia clásica, se advierte que los mitos de origen, aún patrimonio de la cultura occidental, han sido leídos tradicionalmente de manera falsa, prejuiciada. Con paciencia y rigor, apegándose al texto y al contexto, a la letra y al sentido estricto de las palabras, Loraux descubre una doble historia: «la manera en que el discurso político de los atenienses funda la ciudadanía legitimando el poder de los hombres y excluyendo a las mujeres», operación que de manera sigilosa y centenaria han repetido, considerándolo un hecho natural, los historiadores varones que se han dedicado a estudiar a los griegos. Reflexionar con Loraux sobre una cultura desaparecida y sin embargo vigente, pone en crisis muchas de las teorías que sobre la mujer se han construido, incluso algunos de los estereotipos de los diversos feminismos.
En uno de sus últimos textos publicados, Nacido de la tierra, mito y política en Atenas(1996), se ponen de manifiesto varias hipótesis: la primera se refiere a los beneficios que pueden obtenerse de materializar a la mujer, resaltar su condición corporal, es decir, mantenerla en un papel pasivo que la predispone a no presentar resistencia y dejar que tanto la acción como el pensamiento sean patrimonio exclusivo del varón. La segunda va unida a la operación que consiste en pensar el Origen excluyendo a las mujeres y luego explicar su aparición como una catástrofe, la consecuencia de una pelea entre dioses de desigual jerarquía. Cuando en el mito se fabrica literalmente a la mujer, los hombres se ven obligados a separarse de los inmortales con quienes antes convivían y aceptar su propia condición de mortales y, al enfrentarse a ella, a esa construcción artificial, descubren con dolor e ira que en realidad son seres sexuados, convertidos en andres (los varones) y han dejado de ser lo que antes eran, seres humanos (anthropos). Como corolario de esta última hipótesis, y en parte contradiciendo a la primera —en los mitos se suele proceder así— podría formularse otra hipótesis: ¿acaso las mujeres no son seres naturales, las que más próximas se encuentran a la Tierra, de la cual son una simple imitación? ¿Quién podría entonces decidir si la inquietud de los varones (andres) frente a las mujeres (gyne) se funda en lo natural de su «naturaleza» o en su origen totalmente artesanal? Si se retoma el mito, ¿sería necesario concluir que ese suplemento agregado a lo humano, lo femenino, es solamente un artificio o algo necesario para la reproducción sexuada y por ello mismo natural?; ¿será de esta contradicción que proviene la violencia?
2.- La sangre ¿esencialismo?
He vuelto a ver Carrie, la película de Brian De Palma filmada en los setenta cuando era aún un joven cineasta y sus películas eran buenas. En realidad verifico que a pesar del tiempo transcurrido, Carrie sigue siendo un filme muy vigente. A Brian De Palma le obsesionaba la sangre, como también le obsesionaba al gran historiador decimonónico Jules Michelet, quien en su libro La bruja (La sorcière) enaltece a la mujer, para él figura frágil, pero potente, poseedora de «una fotogenia singular, la de la sangre», según palabras de Roland Barthes en sus Ensayos críticos (publicados en forma de libro en 1964). Barthes agrega: «[…] lo que conmueve a Michelet en la mujer es lo que oculta; no la desnudez (lo cual sería un tema banal) sino la función sanguínea, que hace a la Mujer ritmada como la Naturaleza (como el Océano, sometido también al ritmo lunar)… Michelet», continúa Barthes, «espía a su mujer; el derecho y la alegría del marido es llegar a ese secreto de naturaleza, poseer por fin en ella, gracias a esa confidencia inaudita, una mediadora entre el hombre y el Universo». Barthes maneja todavía esa noción que implica que decir Hombre significa humano y que fuera de esa humanidad estaría la Mujer, como un ser aparte. Michelet, continúa Barthes, «dista mucho de haber interpretado a la Bruja como un Otro, no ha hecho de ella la figura sagrada de lo Singular, como el romanticismo ha podido concebir al Poeta o al Mago; su Bruja […] no está socialmente sola, toda una colectividad se vincula a ella, se sirve de ella […]» Obsesión no sólo privativa del historiador y de Barthes sino también de otro escritor decimonónico, Jules Barbey d’Aurevilly, quien a su vez espía a las mujeres y logra exhibir esa actividad menstrual de manera flagrante en el rostro para siempre enrojecido de la protagonista de su novela La embrujada.
De Palma es asimismo un voyeurista: su película Carrie empieza con una secuencia de gran violencia erótica y con el primer grito de la protagonista que aparece bañándose en una sala de baño común donde varias colegialas se asean después de la clase obligatoria de deportes, tan característica de las secundarias del país vecino. Los cuerpos desnudos se advierten entre una bruma vaporosa; Carrie descubre de pronto que entre sus piernas escurre la sangre: sus compañeras festinan la ignorancia que la joven tiene de la sexualidad y actúan con violencia: la obligan a ocultar ese derramamiento de sangre, mediante los productos higiénicos que nuestra sociedad de consumo produce en serie. Carrie es la víctima propiciatoria de la comunidad escolar, objeto de vejámenes y burlas (ahora lo llamaríamos bullying). Aquí se unen de manera indisoluble la desnudez —lo erótico visible según la expresión de Barthes— y lo tradicionalmente invisible: aquello que en general las mujeres ocultan, su sangre menstrual.
He retomado unos breves fragmentos de un texto mío escrito hace años, los gloso o los transcribo entrecomillados: «De víctima propiciatoria, de ser la oveja que se sacrificaba en el altar y cuya sangre corría espesa y negra para purificar a los demás, la joven se convierte en la bruja, la figura vengadora, gracias a esa mezcla de sangres, la propia y la del animal impuro. La película cierra con otra agresión, otro bullying (palabra que me choca pero que suplanta a la palabra acoso). Carrie recibe el día de su graduación un baño de sangre de cerdo». La higiene, la blancura, la eficacia frente a lo húmedo, lo viscoso, lo inferior. «En el baño Carrie despierta a la sexualidad y a la brujería también». Las correspondencias son múltiples y se marcan por los signos: las sangres periódicas, los ciclos femeninos que asimilan a la mujer con la naturaleza y que la sociedad tecnificada ha reducido a simples excrecencias anunciadas con descaro, parecen expurgarse con la higiene. Y sin embargo resurgen: la feminidad pasiva de la víctima hubiese podido ser positiva pero el acoso salvaje de la sociedad la convierte en potencia destructiva.
Y, a manera de coda, leo en un reportaje de Christine Eggs sobre las mujeres indias de un pequeño poblado al sur del país, que al llegar a la India para combatir el sida, se encontró con un médico que le habló de las enfermedades femeninas más frecuentes en la región: irritaciones, ulceraciones vaginales y esterilidad debidas a la falta de higiene y a la utilización de saris viejos que no absorben la sangre, en un clima que alcanza los 40 grados centígrados casi todo el año. En esas zonas, como en otros lugares, las casas son de adobe, el 80% de las mujeres son iletradas y sucumben a los tradicionales prejuicios que las obligan a encerrarse durante la menstruación.
A instancias de Eggs, en Chepaluppada, donde la electricidad sólo opera durante 6 horas diarias, se ha instalado un taller para fabricar servilletas higiénicas. Una pulpa de madera semejante al algodón, importada del Reino Unido, se coloca en un aparato que separa las fibras. Otra obrera las recupera, las pone en un molde, las aplana con un martillo e iguala los bordes antes de entregarlo; la quinta obrera recoge los ingredientes, agrega una capa impermeable, un desodorante y cose las toallas en medio para evitar que sus bordes molesten. Finalmente, se hacen paquetes de 8 servilletas y su marca es Suraksha (Esperanza).
3.- Violencia y violación
Tengo en mis manos un libro intitulado De la violence et des femmes (La violencia y las mujeres) publicado en París en 1997 y escrito por un grupo de mujeres encabezadas por Cécile Dauphin y Arlette Farge, dedicado a la ya mencionada Nicole Loraux, entre cuyos títulos se cuenta Manerastrágicas de matar a una mujer, Mujeres en duelo, Las experiencias de Tiresias… Lo menciono porque, como ya se vio, Loraux inauguró una manera nueva de hacer historia que se adentra con bravura y extraordinarios resultados al difícil territorio de lo femenino. En el libro en cuestión, se visitan diversos lugares, épocas, países con un enfoque histórico; para empezar, la violencia femenina dentro de la ciudad, tanto en la Grecia clásica como en el París de la Revolución y la guillotina; la segunda parte revisa las configuraciones inestables y móviles entre lo masculino y lo femenino en varios períodos de la historia; en tercer lugar, se examina el fenómeno de las guerras del siglo xx y los actos de crueldad contra las mujeres y, específicamente, la violación.
Este texto va precedido de un prefacio de las compiladoras que se inicia con estas palabras:
El tema es oscuro y laborioso para quienes lo exploran. Está sembrado de obstáculos y es posible aventurarse con facilidad en un campo donde abundan los lugares comunes y los estereotipos más arraigados, a tal punto que es difícil evitar que se provoquen sentimientos de desagrado o de fascinación, difíciles de clasificar. Además, los «discursos» cotidianos sobre este tema están ya hechos, en tanto que la actualidad se abre regularmente sobre paisajes devastados donde a menudo se producen actos de violencia contra las mujeres y también en ocasiones algunas manifestaciones de violencia femenina.
Me interesa en particular un ensayo de Pauline Schmitt Pantel sobre la construcción de la violencia en la Grecia antigua. La mitología clásica es una continuada historia de violaciones, como puede verse muy bien en Las bodas de Cadmo y Harmonía, de Calasso, y, obviamente, en Hesíodo, Homero, los trágicos griegos, Ovidio… para no citar más que a unos cuantos. Los dioses son un claro ejemplo de esta nefanda actividad, empezando con Zeus, y, con todo, la mayoría de los textos griegos habla poco de la violencia de que fueron objeto las mujeres o disfrazan el rapto y la violación como si se tratasen simplemente de una seducción, y cuando se refieren específicamente a esas dos formas de violencia se las achacan en general a los bárbaros —los centauros, los lapitas— y casi nunca a los griegos, si se exceptúa a los dioses. Por otra parte, las leyes en esa democracia eran ambiguas y no existía ninguna palabra que designase específicamente la violación: los textos recurrían al término violencia física, demasiado poroso para dar cuenta de este delito. Se sabe que el legislador Solón establecía que la violación de una mujer libre tenía como pena una multa de diez dracmas, cantidad irrisoria.
Otro texto que trata un tema semejante, acaecido 2,500 años después, se ubica en la actual ex Yugoslavia, donde las mujeres fueron sometidas sistemáticamente a la violación colectiva. Hablo del periodo 1991-1995: y no es sino hasta el 27 de junio de 1996 que el Tribunal Penal Internacional de La Haya, creado especialmente para juzgar los atentados contra derechos humanos cometidos en la ex Yugoslavia, decretó por vez primera en el derecho internacional que la violación es un crimen contra la humanidad, examinando para ello el expediente concerniente a Foca, la ciudad bosnia que en 1992 cayó en manos de fuerzas militares y paramilitares serbias: antes de la deportación de toda la población no serbia, esas tropas perpetraron masacres y torturas, entre las que se cuenta la violación sistemática y colectiva, acompañada de sevicia y de asesinato de mujeres y de niñas encerradas con ese fin en apartamentos, casas o moteles. Dos siglos y medio por lo menos de violencia reiterada que los códigos penales nunca contemplaron como crimen.
Irene Khan, alguna vez secretaria general de Amnistía Internacional, inició una campaña mundial contra la violencia de género: «Se trata de una severa enfermedad, corroe a todas las sociedades y constituye un escándalo intolerable. Una mujer de cada tres sufre violencias graves por violación, agresión sexual o ataques. Es un mal extendido a lo ancho de todo el planeta que no conoce fronteras ni entre el Norte y el Sur, negros y blancos o ricos y pobres. Un terror disfrazado del que nadie quiere hablar (y del que ahora se vocifera). Las sociedades ignoran ese mal, los gobiernos cierran los ojos y las mismas mujeres guardan silencio cuando son víctimas porque se las estigmatiza cuando lo denuncian y, lejos de remediarla, suelen agravar su situación».
Otros datos más nos alertan sobre este estado de cosas tanto en países llamados subdesarrollados como en los desarrollados. En Túnez, las mujeres que intentan trabajar, no usar el velo y estudiar son anatemizadas como prostitutas, algunas encerradas en prisiones estatales y torturadas; conocemos bien la violencia sufrida por las mujeres de los antiguos territorios yugoslavos; cotidianamente nos llegan noticias parciales acerca de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez y en muchas otras regiones de México; las mínimas libertades concedidas a las mujeres en la constitución de Irak son consideradas como un ejemplo para el mundo islámico, donde a las afganas se les ha impuesto la suerte más terrible. El caos que reina en Gaza y Cisjordania hizo que en la época de Arafat, este reestableciera la pena de muerte en esos territorios; uno de los móviles para decretarlo fue, entre otras cosas, el secuestro, violación y asesinato de una jovencita beduina de un campo de refugiados a manos de cuatro taxistas de la franja de Gaza. (Me viene a la mente la primera y muy impactante película de la fotógrafa Shirin Neshat, Mujeres sin hombres, premiada en el festival de Venecia en 2009. Cuenta la historia de tres mujeres iraníes de los cincuenta, reitera su indefensión frente al maltrato masculino, incluido el acoso y la violación, legitimada en los países en donde las prácticas religiosas son fundamentalistas).
En Estados Unidos, una mujer es golpeada cada 15 segundos, casi siempre por su compañero sentimental; en España, los periódicos denuncian diariamente la saña con que muchas mujeres son asesinadas por sus parejas. Ya sea en la alcoba o en los campos de batalla, las mujeres están expuestas a peligros: en el Congo los soldados aterrorizan a la población y hay un promedio de por lo menos 40 violaciones diarias. ¿Y cómo no agregar a este larguísimo (y con todo insuficiente) recuento las mutilaciones rituales a las que se somete a muchas mujeres africanas?
En Jerusalén se agrava el fanatismo religioso de los judíos ortodoxos y son las mujeres las depositarias más evidentes de esta violencia: para empezar fueron borradas de las campañas publicitarias y los muros de la vieja ciudad ostentan en general sólo figuras masculinas o las imágenes donde aparecen mujeres han sido arrancadas o mutiladas; en los supermercados se proponen horarios diferentes para hombres y mujeres y se pretende que éstas caminen siempre detrás de los varones; en los restoranes se intenta separar a las familias según su sexo; en las escuelas primarias se exige separar a las niñas de los niños, por ello, la directora de una escuela de danza, Tzafira Stern, declaró indignada: «…nuestros rostros y los de nuestras hijas se han vuelto indecentes». Cuando era aún presidente, Shimon Peres llamó a movilizarse contra este fenómeno tan inquietante, aduciendo «que el país no debe doblegarse ante una minoría religiosa que trata de imponer su visión del mundo a la mayoría de la población».
4.- La violencia ¿legal?
Una consecuencia, entre otras, de la predominancia que los últimos gobiernos han dado a las fuerzas armadas, educadas en el Heroico Colegio Militar, símbolo de la patria y del pueblo mexicano, es la impune agresión que los militares, conscientes de su poder, suelen ejercer contra las mujeres y contra quienes las protegen y denuncian sus fechorías. Aunque es justo añadir que esta situación no es nueva. Son preocupantes ciertas actitudes asumidas por la Secretaría de la Defensa, cuya gestión ha generado una extraña popularidad si se consideran exactas las encuestas que se publicaron hace tiempo, por ejemplo, en el periódico Reforma.
Cito algunos casos: La agencia efe reveló que, en 2006, 11 trabajadoras del bar «El pérsico», municipio de Castaños, Coahuila, fueron supuestamente violadas por unos 20 soldados. Por si no fuera suficiente, se las presionó para que cambiaran sus declaraciones y se difamaba además a quienes las defendían: al obispo de la diócesis, Raúl Vera (reconocido defensor de los derechos humanos) y su portavoz, Jaqueline Campbell.
Sabemos cómo el lenguaje puede traicionar y encubrir; parecería imposible culpar a quienes cometen las tropelías: si se recurre a cierto vocabulario, los datos se minimizan y exculpan, el delito se atenúa o desaparece y de manera uniforme —un político corrupto, un soldado violador, un financiero voraz—, ha cometido sólo presuntos delitos o supuestas violaciones. Es obvio que este lenguaje protege a quienes han sido acusados falsamente; es cierto que forma parte de los recursos legales de los imputados, exculpados hasta que se pruebe el delito, pero es cierto también que esa jerga permite encubrir, a veces de manera definitiva, las violaciones cometidas. El caso se agrava cuando se trata de sexo-servidoras, pues su mismo oficio parece condenarlas. Les pagan por sus servicios y en ocasiones también para que desmientan a quienes las han ultrajado: al fin y al cabo son sólo putas y están dispuestas a cualquier arreglo a cambio de dinero.
A menudo sabemos de casos semejantes, por ejemplo, el de las muchachas de las maquiladoras, violadas, torturadas o asesinadas, crimen que la policía, la milicia, la clase política y algún tipo de macho (en general) o de beata (en particular) excusa y aligera: son ellas las culpables: ganan dinero, son independientes, salen de noche, se emborrachan, bailan, se visten de manera provocativa: merecen el castigo.
Gravísimo fue un crimen que parece haberse olvidado o que muy escasamente se menciona: la violación por supuestos militares de una septuagenaria en Zongolica:
Amnistía Internacional y la Organización Mundial contra la Tortura (OMCT) exigieron por separado que la investigación sobre el caso de la anciana Ernestina Ascensio Rosario, quien falleció en febrero de 2007, víctima de una violación tumultuaria por supuestos efectivos del Ejército, sea remitida a la justicia civil, pues en tribunales los responsables podrían enfrentar un juicio parcial. (La Jornada, 11 de marzo, 07)
Por su parte, la Sedena negó que sus soldados hubieran cometido el crimen:
La Secretaría de la Defensa Nacional sostuvo en un comunicado… que continúan las pruebas periciales, los exámenes de investigación policial y criminalística del campo, y exámenes médicos que incluyen una revisión minuciosa de genitales a todo el personal militar que se encontraba en la citada base, pero no se encontró ningún tipo de lesión, lo que sería indicativo para establecer que no han tenido actividad sexual cuando menos siete días antes de los hechos que se les imputan. (La Jornada, 7 de marzo, 07)
El 10 de marzo de ese mismo año, La Jornada dio cuenta de la exhumación de los restos de la anciana ante el asombro y el espanto de los lugareños, operación a sus ojos sacrílega: «El objetivo era despejar muchas dudas que teníamos sobre la necropsia, anunció Cervantes Duarte, de la Comisión Nacional de Derechos Humanos».
Las autoridades indígenas, ante quienes se había presentado a cuatro soldados «…posibles responsables de la agresión sexual a nuestra hermana mayor…» se mostraron indignados al saber que Guillermo Galván, titular entonces de la Sedena, desmintiera que hubiese militares arraigados en el área: «El Ejército», dijo, «existe para proteger a los ciudadanos», pero ¿qué deben hacer los ciudadanos cuando éste abusa de sus funciones o las desconoce?
¿Podría alegarse aún que en México sólo se dan casos aislados de este tipo de atropellos? ¿No existen datos fehacientes que demuestran que en épocas de guerra los militares consideran legítimo cometer violaciones masivas o individuales, ya fuera durante la Revolución o recientemente durante las guerras de baja intensidad a las que por desgracia parece que nos vamos acostumbrando? ¿Y no se dan casos vergonzosos de asesinatos en serie cometidos después de haber violado o torturado a las víctimas, como ha venido sucediendo en Ciudad Juárez y en otros lugares del país?
5- Revisemos un clásico: Simone de Beauvoir
El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, libro traducido en Latinoamérica desde el momento de su aparición, ampliamente trabajado, discutido. Su influencia fue decisiva en figuras importantes de nuestra literatura, por ejemplo, la utilización que de sus planteamientos hizo Rosario Castellanos, una de nuestras primeras feministas coherentes. Publicado en España cincuenta años después de su aparición en francés, este retraso se explica en el prólogo de la edición publicada con el concurso de varias casas editoriales: Cátedra, la Universidad de Valencia y el Instituto de la Mujer, financiadas además por la embajada francesa: «No es casual que haya tardado tanto tiempo en editarse en nuestro país, pues en 1949, y en las dos décadas siguientes, vivíamos en un régimen político dictatorial para el que el contenido de este libro era subversivo. También así lo estimaron en el Vaticano, donde el Santo Oficio (¡¡Sí, EL SANTOOFICIO!!) se apresuró a incluirlo en el Índice de Libros Prohibidos. Finalmente, es también oportuno, porque todavía entre las teóricas del feminismo se sigue haciendo exégesis de este ensayo, que es ya un clásico y como tal nos sigue interpelando sobre muchos aspectos en los que se vive aún hoy la condición femenina».Curiosamente, y como Beauvoir lo relata en su libro de memorias, La fuerza de las cosas, la escritura de El segundo sexo está muy vinculada con Sartre, cosa que no debería parecer extraña por la relación intelectual que ambos guardaron. Sin embargo, no deja de asombrarme. Como muchas mujeres que han vivido de manera excepcional su libertad, Simone de Beauvoir no se había planteado ninguna pregunta respecto al hecho de ser mujer: «nunca me he sentido inferior por serlo, la feminidad nunca ha sido una traba para mí». Y ella misma refiere cómo Sartre reaccionó ante esa declaración contundente: «Y con todo, no has sido educada como muchacho, convendría que reflexionases sobre ello». También es sorprendente verificar que Beauvoir encuentra como posible solución para las mujeres ser educadas no por sus madres sino por sus padres, ¿será, explicación insuficiente, porque según su teoría basada en la filosofía existencialista se piensa en la mujer como una construcción social, un artificio? En su famoso libro escribe una de las frases más célebres del feminismo, casi un lugar común, como el famoso «Cuarto propio» de Virginia Wolf: «No se nace mujer: se llega a serlo», mediante la cual esboza las teorías de género que han estado desarrollando los feminismos durante las últimas décadas.
La mirada masculina es un factor fundamental en la opresión de las mujeres, piensa Beauvoir, y esa opresión, nacida de la radical alteridad de la mujer respecto al hombre, es de orden biológico y concierne a los cuerpos, pues el cuerpo de la mujer está sujeto a la especie, a la reproducción, de allí que la maternidad se viva como «una maldición», para Beauvoir, tema éste que ha suscitado muy enconadas polémicas y que aunque muy diseminado y hasta manoseado, vuelvo a mencionar aquí. Beauvoir pretende resolver la contradicción dándole a este hecho biológico un carácter provisional, es decir, el cuerpo de la mujer está también sometido a las contingencias históricas. Es evidente que al negar los esencialismos, Beauvoir anticipó los cambios fundamentales que gracias a la ciencia empezaron (junto con la píldora anticonceptiva) a liberar el cuerpo de la mujer.
6.- Un antedecente del MeToo (Mitu): DSK
Cuando sucedió, y sin fallar un solo día, los medios de comunicación franceses publicaron alguna noticia sobre el desaguisado —¿será correcto llamarlo así?— en el que se viera envuelto Dominique Strauss-Kahn, el antes poderoso director del Fondo Monetario Internacional. Reducido a sus iniciales, el funcionario y conocido dirigente de izquierda fue catalogado como un criminal y su ofensa se convirtió simplemente en «el caso DSK». Su historia anterior era semejante a la de los libertinos del siglo XVIII, casi siempre impunes, por ejemplo, primero, Giacomo Casanova, caballero de Seingalt, uno de los más célebres, quien recorría las cortes y las posadas europeas seduciendo y acosando a todas las mujeres —incluidas las camareras— que tenía a su alcance, para narrar después sus aventuras con delectación; y, segundo ejemplo, el divino marqués, Alphonse Donatien de Sade, encarcelado en el castillo de Vincennes por sus destemplanzas.
Sujeto a miles de versiones, el caso DSK se remitió a las cortes estadounidenses y los abogados del presunto delincuente prepararon una defensa que costó millones de dólares, así como la fianza depositada para permitirle salir de la prisión en la que estuvo internado varios días, y, cosa paradójica, como sucede casi siempre en los Estados Unidos, la condena o la absolución del presunto culpable dependía de la capacidad del abogado defensor, y no sólo de los actos del imputado. La justicia estadounidense simula no tolerar los crímenes sexuales pero los absuelve en la Corte, y en Francia, donde rige una ley que protege la intimidad, las instituciones permitían en cierta medida guardar silencio ante el abuso sexual: este caso se volvió piedra de toque para cambios substantivos, quizá de la ley, y seguramente de las mentalidades, y después del movimiento que equivale al MeToo, llamado allí Balance Ton Porc (denuncia a tu puerco) el acoso sexual es castigado por ley.
Las mujeres se manifestaron públicamente, sobre todo al leer las reacciones de varios amigos de DSK cuando fue detenido: protestaban por las humillaciones que éste sufriera al ser exhibido públicamente, esposado, con el traje arrugado y el rostro devastado, antes de que se demostrara debidamente su culpabilidad. Jack Lang, antiguo ministro de Miterrand dijo una frase que produjo gran polémica: «Es común en el sistema judicial norteamericano no liberar a quien ha entregado una fianza, aunque no haya habido “muerte de hombre (sic)”». Gisèle Halimi se indignó y escribió: «La izquierda me ha decepcionado. Ninguno de los dirigentes socialistas ha dicho una sola palabra de compasión por la víctima… Lo lamento, pues si hay una cosa que debe prevalecer sobre la amistad y el espíritu de clan es el respeto a las mujeres. De otro modo que no se nos hable de socialismo». Por su parte, aunque sin llevar el caso ante la corte, la periodista Tristane Banon lo acusó de violación fallida, y Piroska Nagy, su colaboradora en el FMI, declaró: «Pienso que el señor Strauss-Kahn abusó de su posición en su forma de acercarse a mí… Tuve la sensación de que perdería si aceptaba sus proposiciones y que perdería también si las rehusaba. Creo que este hombre no es apto para trabajar en una organización donde laboren mujeres».
7.- La aparente normalidad de la violencia
En 1997 murió Dora Maar (Henriette Théodora Markovich). Cuando era niña sus padres emigraron a la Argentina. Su padre, arquitecto croata, construyó allí admirables edificios aún intactos, referencia indispensable en la ciudad de Buenos Aires. Gran fotógrafa, la relación de Dora con Picasso —durante los años decisivos de la carrera del pintor malagueño (1936-1944)— le dio otro carácter a su fama, o por lo menos la oscureció: es conocida sobre todo por haber sido la modelo de Guernica y por los numerosos de sus cuadros en que Picasso la representó como la mujer que llora: la boca abierta de manera desmesurada, con sus dientes aguzados y bestiales y los brazos levantados en actitud de imploración —el paradigma exacto de la plañidera—. También es esa mujer cuyo torso y su rostro se distorsionan y sus rasgos tergiversados alteran cualquier equilibrio corporal. ¿No serán esos dientes más bien los de Picasso?
La administración judicial de París fotografió el caótico departamento de la calle de Savoie 6, cerca de la calle de Grands Augustins, donde vivieron varios personajes de esa época. Dora quedó recluida allí a partir de su separación de Picasso, luego de una crisis psicótica que Lacan había intentado paliar aplicándole electroshoks que muy probablemente la dañaron sin remisión, según declaraciones de Francoise Gilot, por quien Picasso abandonó a Maar y la única de sus amantes o esposas que se atrevió a dejarlo. El desorden infinito de la casa permite verificar el estado mental de Dora, mujer de enorme inteligencia, cultura y magnífica fotógrafa, arte que tanto ella como por ejemplo Man Ray y Brassaï, sus íntimos amigos, habían llevado a niveles artísticos de excelencia, pero que entonces no era valorado como tal.
La historia de Dora Maar es única pero al mismo tiempo coincide con la de varias de las compañeras de poetas y artistas del surrealismo. Sus cualidades fundamentales eran su belleza y su libertad; su función principal era la de convertirse en musas y someterse a los caprichos y perversidades de sus amantes o maridos. Son célebres los casos de Silvia Maklès, actriz de cine, esposa luego de Lacan con quien tuvo una hija que, por razones legales de la época, nunca pudo llevar su nombre sino el de su anterior marido, Georges Bataille —ese Lacan para quien el Nombre del Padre fue el eje fundamental de su teoría psicoanalítica—. O el de Bataille quien practicaba orgías con tres mujeres al mismo tiempo, su amada Laure —en realidad Colettte Peignot— Dora Maar y Simone Weil, la gran filósofa muerta en un campo de concentración y quien se convertiría como Dora al catolicismo. O el de Breton, quien deslumbrado por la artificial belleza de la pintora Jacqueline Lamba, amiga íntima de Dora, nunca soportó que ella le dedicara tiempo a la maternidad y a su propia carrera. O el de Paul Éluard, primer esposo de Gala, la futura musa de Dalí, y después de Nusch, antigua bailarina de bataclán que muchas veces, e impulsada por su marido, se acostó con Picasso.
En una bellísima exposición dedicada a Dora Maar y a Picasso, en el museo que lleva su nombre en el Marais, se advertía con nitidez alucinante la forma en que a lo largo del breve e intenso período en que Dora y Pablo fueron amantes, la mujer fue despojada paulatinamente de su talento, de su inteligencia, de sus ideas, para quedar convertida en un desecho humano.
8- Arqueología mexicana de la violación
Luis Gonzaga Inclán no fue, a diferencia de los otros grandes escritores del siglo XIX mexicano, un hombre público. No ocupó puestos administrativos, no colaboró con ningún presidente, no fundó periódicos, no fue excesivamente religioso. Pero sí fue creyente, liberal convencido, antisantanista, y, en suma, un hombre común y corriente, sobre todo un ranchero, aunque más tarde, en contra de sus inclinaciones, se volvió impresor. Nacido en 1816 en el rancho de Carrasco en la hacienda de Coapa en el municipio de Tlalpan, su padre fue luego administrador de la hacienda de Narvarte, antes en pleno campo, hoy en medio de la ciudad. Don Luis estudió en el Seminario Conciliar hasta tercero de Filosofía, pero muy pronto se escapó de su casa y se dedicó a las labores del campo en el valle de Quencio en Michoacán, región que volvería famosa en su novela Astucia. La invasión norteamericana de 1847 destruyó su rancho coapeño al que había regresado hacia 1835 y con la venta de sus despojos compró una pequeña imprenta y una litografía en el centro de la ciudad de México, cerca de Santo Domingo. Allí imprimió su célebre novela que lleva el permiso de impresión del 21 de febrero de 1865, otorgado por un funcionario imperial de Maximiliano. Con ello podemos corroborar que no fue un hombre de Estado, pero que las convulsiones históricas del siglo XIX lo obligaron a convertirse en escritor.
Y creo que en esta larga introducción no está de más analizar algunos de los episodios de la novela donde se narran las vicisitudes de cada uno de los seis charros contrabandistas de tabaco que organizan el texto, libro de aventuras, novela de educación, utopía política. Es particular la historia de Tacho Reniego, sobrino de un famoso arzobispo criollo (en época de la Colonia) y de un héroe insurgente, semejante a Hércules, que combatía al lado de los hermanos Rayón. También la de Alejo, «el Charro Acambareño» y finalmente la del «Tapatío». Las vidas de los charros tenían que terminar, como en los cuentos de hadas, en un matrimonio feliz, pero en las tres historias mencionadas se narran casos de violación.
Me refiero a uno, quizá el que más importancia tiene en este contexto: Alejo es pendenciero, enamorado, hasta libertino. Cuando quiere sentar cabeza se enamora de una jovencita a quien llaman la Monja Cimarrona, muchacha de rostro virginal, hacendosa, limpia, etc., es decir, todas las cualidades que debía tener la esposa de un ranchero según la visión de Inclán, y un sólo defecto: la muchacha ha sido violada por un jovencito de la capital que ha utilizado un narcótico para «profanar su cuerpo», recurso, acusa Inclán, «vil, miserable, infame». La primera reacción del charro es lavar con sangre la afrenta, como lo hace brutalmente don Gutierre, el personaje de El médico de su honra de Calderón de la Barca, el gran dramaturgo español. Mariquita rechaza esa solución sangrienta y Alejo decide obligar a quien ha cometido «la infamia» a ofrecer disculpas públicas a la muchacha, ante quienes conocían el hecho y se habían referido a él como si se tratase de una «simple muchachada» o «una bagatela»:
Porque esa clase de delitos no se olvidan nunca, proclama Alejo, y si en lo judicial es asunto concluido, aún queda por arreglar lo personal, yo vengo por esa niña a escarmentar al pícaro, al traidor, al alevoso, en suma, al sinvergüenza que ha violado su virginidad valiéndose de los medios más inicuos, y que es tan poco hombre que divulga sus crímenes como por vanagloria…, para que otro tan pillo como él practique sus infamias.
Inclán, un mexicano decimonónico, hombre del pueblo, católico observante, provinciano y rural, delineó en su novela un código moral mucho más respetuoso y liberal en relación con los derechos de la mujer sobre su propio cuerpo que el de quienes, en el reciente debate sobre la violación y la despenalización del aborto, especialmente en Argentina, se han pronunciado tan indignados en su contra.
10.- Mitos, verdades y abusos de los MeToos
Leo Acoso, el muy riguroso e imparcial libro que Marta Lamas acaba de publicar. «En el mundo existen muchos feminismos, nos dice, con variadas tendencias dentro del movimiento social, distintos postulados del pensamiento político y distintos enfoques de la crítica cultural. No obstante, cada tendencia tiene una característica específica para enfrentar la problemática de desigualdad y discriminación que viven las mujeres por la “americanización”, una corriente que se ha vuelto hegemónica en la perspectiva con la que se analiza y aborda el tema del acoso». Y agrega algo que me parece fundamental en el análisis de este debate que se ha vuelto global: «Esta historia se ubica en el proceso que Bolívar Echeverría (el filósofo ecuatoriano-mexicano fallecido recientemente) ha definido como “americanización de la modernidad”. La hegemonía en el discurso sobre el acoso la tienen las dominance feminists de los Estados Unidos, que han insertado su perspectiva en el debate mundial tal como Echeverría señala que ha sucedido en otros campos…» «Según Echeverría», sigue diciendo Marta, «la americanización de la modernidad durante el siglo XX es un fenómeno general; no hay un solo rasgo de la vida civilizada de ese siglo que no presente de una manera u otra una sobredeterminación en la que el americanismo o la identidad americana no haya puesto su marca». Sí, un fenómeno global que se visibiliza y agiganta de manera contagiosa a partir del momento en que las actrices norteamericanas, y entre ellas Asia Argento (italiana americanizada, víctima de acoso y ahora acosadora) denunciaron el continuado y ya aclimatado acoso que Harvey Weinstein ejerció contra ellas. Denuncias que generaron oleadas sucesivas de MeToos a lo largo del mundo, principalmente occidental.
Con el MeToo se ha corrido el riesgo de uniformar los distintos feminismos, y de caer en simplificaciones maniqueas que pueden ocasionar conductas perversas, intolerancia y puritanismos extremos que me recuerdan una novela de Nathaniel Hawthorne, La letra escarlata, en donde una mujer adúltera es estigmatizada públicamente y obligada a portar sobre su vestimenta la señal ominosa de su pecado. El MeToo es el resultado de una violencia reiterada e impune durante siglos y verbaliza algo que durante largo tiempo fue inverbalizable; también y por desgracia puede convertirse (y se ha convertido) en un signo de puritanismo e intolerancia que queda asociado con el fundamentalismo.