Antonio León es un poeta de Ensenada y ahora se ha ido a la gran ciudad: Mexicali, donde conduce un programa de radio y publica grandes libros, como el reciente ríos y como el del año pasado, El Impala rojo, con el que ganó el Premio Estatal de Literatura. Escribe con minúsculas y su voz, a veces un tanto chistosa, habla de un México que lo rodea y lo envuelve.
Ciudad de México, 24 de noviembre (SinEmbargo).- Antonio León (Ensenada, México) es un poeta y conductor de un programa de radio. A veces la hace de payaso, pero más allá del humor irónico de su poesía, hay algo más profundo en sus letras.
El año pasado fue el ganador del Premio Estatal de literatura (poesía) en Baja California con el libro El Impala rojo y en Tiempos de Literatura presentó este año ríos, los dos editados por el Cetys.
“Advertencia: ríos no es un libro: es un videojuego de Atari 2600, es una danza para hacer llover, es la mancha negra con forma de tenaza en la radiografía de unos pulmones, un futbolista ruso y una muñeca Barbie con clavos en la cabeza”, dice el también poeta Anuar Zúñiga Naime.
Es cierto: una danza para cambiar el dictamen del tiempo, pero también una muñeca con clavos en el cerebro donde Antonio dice las cosas punk y tiernas con que se ha dado a conocer al mundo.
A veces se acomoda en ese decir irónico y chistoso, se queda en el confort, pero nos gusta más cuando lee la poesía con ese ritmo impávido de quien ve la vida pasar y todo le llama la atención.
–¿En qué momento decides tú dedicarte a la poesía?
–Mira, yo soy de una pueblo al sur de Ensenada, en el área rural, en mi casa no había libros pero siempre se contaban historias, cosas que pasaban en la localidad o cosas imaginadas que se iban transformando en historias de espantos. Encontré algunos libros porque cerca de mi casa se puso la Biblioteca Pública y creo que la lectura fue una causa de esto, pero también he decir que me gustaba contar textos, que no tenía identificado para qué eran, pero que contaban algo y que no contara una única historia. Si algo puede tener mi voz como poeta es esta especie de pensamiento digresivo. Son varias cosas sucediendo al mismo tiempo. Obedece mucho a la manera en que yo pienso, siempre estoy cortando las conversaciones, yéndome por la tangente. También pienso que eso puede aquilatarse, puede ser un bien, la capacidad de que esto se vuelva asequible. A los 17 años publiqué por primera vez con una editorial, un proyecto muy hermoso de los estudiantes de Tijuana. He intentado cuento, tengo un proyecto de crónica que metí a una beca, pero la poesía no es lo más cómodo para mí, es la forma del pensamiento que quiere como contar estas cosas.
–La poesía mexicana siempre fue muy formal, tú eres antiformal, absoluto, te expresas con una libertad total y con cosas que te daría la narrativa
–Sí, totalmente. Yo soy un gran lector de novelas de cuentos y creo que mi poesía se ha nutrido de algunas lecturas de narradores norteamericanos, de los últimos 60 años, aproximadamente. Ese es el periodo de la literatura estadounidense con el que más me identifico. Hablo de los poetas también. No soy formal, pero trabajo mis textos en función de que no se conviertan en una rutina de stand up. Creo que mis chistes están llevados a una consecuencia que yo llevé. Creo que no es sencillo hacerlo. Muchas veces esto se toma a la ligera, pero no es así. Ahora, con una realidad que tenemos, con las secciones de noticias, con las condiciones económicas, hacer reír a una persona es sumamente difícil. Tengo otros registros, otras vertientes, pero disfruto mucho burlarme de estas cosas. Siempre empiezo burlándome de mí mismo y la cancha se abre, en automático.
–Es la voz de México ahora, expresar lo que está pasando
–Sí, porque además por ejemplo hay una ola sobre los escritores, sobre la poesía, esta especie de metapoesía, que atenta contra el folclore que suceden en los encuentros, es una reproducción de lo que sucede con la sociedad en general. Lo que pasa entre los poetas pasa también entre los arquitectos y los políticos. Hay una serie de situaciones que como grupos humanos nos asemejan. Me interesa en ciertos momentos estar muy atento a lo que sucede en mi país, incluir algunos visos en esto, pero que no se conviertan en un panfleto. No me gustaría ser un poeta que realiza estos artefactos poéticos que invariablemente tienen una fecha de caducidad. El vencimiento finito de un poeta debería venir de otras partes, no de sucesos inmediatos.
–Pienso en ti, en Sisí Rodríguez, en Gerardo Grande, en Oscar David López, como esos nuevos poetas que hablan de México y de sí mismos con una fuerza impresionante
–Son personas que admiro. En el caso de Oscar David López, ahora está teniendo un acercamiento a la narrativa, Rodríguez tiene un par de libros que me parecen básicos, me siento cómodo en ese paquete. Cada quien con sus particularidades. Yo vivo en esta parte del país, pienso quedarme aquí por mucho tiempo y lo que escribo refleja una forma de ser que es la frontera. Eso me parece muy importante para la literatura. Ahora mismo en Tijuana se está dando los primeros lanzamientos de escritores haitianos y eso me parece que enriquece lo que sucede dentro de una comunidad. Viene a reforzar una condición: esta diferencia nos enriquece.
–Tú dices que “los mexicanos hacemos poemas malos”, ¿no piensas que México se expresa mejor a través de la poesía que de la narrativa?
–No lo sé. No necesariamente. Creo que cada una de ellas está haciendo una parte importante del trabajo. Hay libros que he leído recientemente, particularmente de mujeres escritoras, como Fernanda Melchor, como Valeria Luiselli, experimentos muy locos entre la no ficción y la novela negra, y por otro lado la poética, de poetas consagrados como Coral Bracho, una poeta que sin renunciar a sus signos siempre trae otras cosas a su fórmula. Me sorprende mucho. La gente que hace periodismo cultural, crónicas, los libros de crónicas parecen libros de ficción, a los puristas les aterra pero a mí me resulta encantador.
–Está el tema de la generación. Me decía Ángel Ortuño lo del “poeta maduro”.
–Siempre me he asumido como transgeneracional. Tengo 41 años, parezco más joven por cómo me visto, por cómo hablo o por la gente que me relaciono. Tengo amigos que son poetas muy jóvenes en la Ciudad de México. En 2017 edité un libro que no tuvo mayor distribución, pero me invitaron a la Feria del Zócalo y los organizadores eran personas muy jóvenes, tendría unos 23 o 24 años. Diego Espíritu, Andrés Paniagua, que son jóvenes y hacen cosas increíbles. No tiene que haber brechas generacionales, con todo estoy a mi gusto.
–¿Cuántos libros tienes?
–Publiqué a los 17 con una editorial independiente. Después me desaparecí una temporada, estuve estudiando, seguí escribiendo, pero estuve trabajando como docente, un trabajo demandante. Volví a publicar en 2015, Busque caballos negros en otra parte, con la editorial de Rosa Espinoza, en 2016 gané el Premio Estatal con El Impala rojo y al mes saque ríos. Ahora metí un libro a un concurso sobre el desierto, mi madre es por allá y me reconcilié con él.
Poema mientras casi me ahogo en 1986
desde el fondo
de a piscina
las madres de familia
son iguales
los padres de todos
adultos mellizos
un prostituto del new wave
fluye con la voz impostada
mientras le brotan dos petimetres del cuello
dos chamacos pendejos
que saben de rutinas de nado folklórico
y
no las ejecutan fuera del agua
por temor a que los llamen
afeminados
la bocina no cede
yo trago más agua de la que puedo cantar
con acento de pez ribereño
soy más blanco
que el resto de los bañistas
más oriental que los otros
tengo control de los peces aéreos
de los nuevos ríos de norteámerica
pero no tengo
blanco de arroz de la nao de china
o del superyó cantonés
que dijeron
era mi abuelo
cuando se perdió en su viaje de bracero exótico
porque odiaba
apodos
en su centro de trabajo
balbucear el nombre de un platillo típico
de la gastronomía oriental
o que lo llamaran
con el tañido
de un gong imaginario