Pressia Arifin, representante de la Unicef en México y quien en los últimos días ha recorrido la Ciudad de México, Oaxaca, Puebla y Morelos, señaló que ha encontrado casos en los que niños afectados por los dos recientes terremotos en el país no paran de llorar o no quieren regresar a sus casa por miedo a correr algún riesgo.
Con base en cifras oficiales, la Unicef calcula que, por los grandes sismos y más de dos mil réplicas ocurridos recientemente en México, alrededor de cinco millones de niños requieren atenciones psicoemocionales.
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Por Gardenia Mendoza
Ciudad de México, 24 de septiembre (LaOpinión/SinEmbargo).- Los Montero tratan de ser optimistas y coinciden en que ser sobrevivientes del sismo de 7.1 grados del pasado 19 de septiembre que mató a más de 300 ya es una fortuna y, aunque están a punto de derrumbar su departamento, no se sienten infelices excepto por el cambio de actitud de sus hijos.
“La mayor, de 14 años, ya no habla; la de nueve, no quiere contar lo que pasó en la escuela y, el más chico, de siete, pregunta cuando regresaremos a casa cuando no sé qué decirle“, comenta Ana Claudia Hernández, la madre de familia que ahora vive en un albergue temporal para damnificados en la colonia Escandón.
Sus hijos experimentan algunos síntomas que se conocen como estrés postraumático y, de acuerdo con las Organización de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), deben ser focos de atención después de acontecimientos violentos.
Con base en cifras oficiales, la Unicef calcula que, por los grandes sismos y más de dos mil réplicas ocurridos recientemente en México, alrededor de cinco millones de niños requieren atenciones psicoemocionales.
“Los niños están asustados“, advierte en entrevista con este diario Pressia Arifin, representante en México de Unicef, quien en las últimas horas recorre la Ciudad de México, Oaxaca, Puebla y Morelos. “Encontramos casos en que no paran de llorar durante días o no quieren regresar a la casa por miedo a que ocurra otra vez y todo esto confirma de que los niños quedan con traumas“.
Otras manifestaciones son: pesadillas, comportamiento agresivo, falta de control de esfínteres (orinarse en la cama), principalmente en las noches, o quedarse en silencio durante días.
Patricia Bermúdez, académica de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), recomienda a los padres animar a los menores a expresarse. “Lo importante es que ellos puedan platicar cómo vivieron la experiencia, que empiecen a hablar, o podrían quedar con miedos de por vida”.
Pero es un trabajo arduo para los padres afectados. Mientras los Montero piensan sobre qué harán los próximos meses para empezar de cero, en el albergue un grupo de voluntarios vestidos de payasos, cuentacuentos y pedagogos intentan alegrar el día a los muchachos y todo parece normal, pero cuando se quedan solos vuelven al ensimismamiento.
Por ahora la familia encontró un buen lugar como residencia temporal: es un club deportivo privado que abrió sus espacios de salones amplios regaderas, alberca y áreas para juegos y los chicos pueden retozar la mayor parte del día, pero, cuando se encuentran inactivos, vuelven al ensimismamiento.
“Al menos no han dejado de comer“, advierte Ana Claudia, la madre, sentada arriba de una colchoneta mientras intenta llenar unos documentos de trabajo porque ahora más que nunca necesita cumplir con sus deberes laborales para buscar una renta. “Espero que poco a poco mejoren.Ve a ver a los niños“ – pide la mujer a su esposo Osvaldo Montero.
Este se levanta y cuando se aleja, ella llora. “Es la segunda vez que me pasa esto: cuando era niña yo vivía en la calle de Jalapa, en la colonia Roma, y también nos tuvieron que desalojar porque el edificio quedó casi en ruinas y desde entonces no me siento bien, soy muy nerviosa“.
Arisin, de Unicef, recomienda que hoy más que nunca se debe trabajar de la mano entre gobierno y sociedad civil para dar la atención psicoemocional que demanda la niñez afectada.
“Es importante el pronto regreso a clase, a una vida lo más normal posible con la reconstrucción para que quede el menor daño posible».