Ciudad de México, 24 de julio (SinEmbargo).- Dice el crítico, escritor y periodista Alejandro Toledo que su especialidad son los escritores raros y para raro ninguno tanto como Francisco Tario, seudónimo de Francisco Peláez Vega (1911-1977).
Durante muchos años Tario fue un escritor poco conocido y difundido, alejado de los círculos literarios; fueron las nuevas generaciones las que lo rescataron del olvido y lo han convertido hasta hoy en un admirado autor de culto.
El Fondo de Cultura Económica (FCE) recientemente publicó Obras completas. Tomo I: Cuentos/ Varia invención, cuya edición y prólogo se debe a Alejandro Toledo, quien por otro lado también a dado a conocer Universo Francisco Tario, un libro producto de décadas de indagaciones en torno a la vida y obra del escritor.
Toledo, ex becario del Centro Mexicano de Escritores y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca). Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, es autor de A sol y asombro, Dos escritores secretos, Corpus ficciones sobre ficciones y El hilo del Minotauro: Cuentistas mexicanos inclasificables, pero es su pasión por Francisco Tario lo que hoy lo tiene en el centro de atención en nuestro universo literario.
Su libro reconstruye algunos momentos esenciales de la vida del autor de La noche, entre ellos las charlas con Octavio Paz y Elena Garro cuando los tres vivían pared de por medio.
Toledo también lleva a cabo una aproximación crítica a una obra centrada en lo fantástico y en la tercera parte de Universo Tario (DGP) arma un retrato a voces mediante entrevistas a personas que lo conocieron.
–¿Quién fue Francisco Tario?
–Un escritor que se anticipó a mucha gente, entre ellos a Juan José Arreola y a Juan Rulfo, sobre todo en lo que hace a la literatura fantástica y de imaginación. De hecho, Pedro Páramo es una historia de fantasmas. Es contemporáneo de Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo y Jorge Luis Borges, los integrantes de la Antología de la Literatura Fantástica (1940), a los que leyó. Tario se anticipó a muchos, pero no fue tomado en cuenta en su época, no sé por qué la verdad.
–¿Era demasiado humorístico, será por eso?
–Puede ser. Tiene un libro, Tapioca Inn Mansión para fantasmas que es medio carnavalesco, pero en general diría que más que humorístico, Tario era tremendo. Cultiva una prosa muy violenta, agresiva y audaz. Cultivó varios géneros, además, en un registro literario muy amplio. Tiene una base humorística, pero no es lo que lo define. Más bien lo define la sorpresa de lo fantástico y que los objetos como el traje gris o el féretro sean narradores.
–Fue un hombre muy moderno, de vanguardia
–Ocurre ahora en los talleres literarios, cuando se le pregunta a los adolescentes a qué autores mexicanos conoce, el 90 por ciento contesta Francisco Tario.
–¿Cómo empieza tu fascinación por Francisco Tario?
–Siempre digo que no es cosa mía, que es cosa de él. Soy constante, es verdad. Pero en realidad se trata de un fantasma que por más que me lo quiera quitar de encima, siempre aparece. Vivo la circunstancia de que su hijo, Julio, vive a media cuadra de mi casa y eso implica tener a la mano todo el archivo de Tario, estar en contacto permanente, algo que no ha sido mi decisión, insisto. Me lo presentó un escritor, Humberto Rivas, en un taller literario, cuando yo tenía 18 años. En la glorieta de la palmera, en Reforma, estaba la librería Robredo y vendía los ejemplares a 20 pesos, ahí me hice de mi primera colección de libros de Francisco Tario. Luego me hice cronista deportivo y en ese medio encontré a Sergio Pélaez (ex jefe de prensa del Mundial ’86 y ex presidente del Atlante, ya fallecido), quien era hijo de Tario. Ahí volvió a aparecerse el fantasma. El futbol estaba muy metido en la familia, Francisco Tario fuen portero del equipo Asturias en los ’30.
–¿Julio Pélaez qué recuerda de su padre?
–Hace poco estuvimos en Acapulco, en la Roqueta, donde la familia iba de vacaciones. Para Julio, Acapulco era un lugar fantástico, de bebé sentía el olor del mar y tiene algunas nociones de cómo su padre escribió el libro Acapulco en el sueño, que tenía fotografías de Lola Álvarez Bravo.
–¿Qué piensa de su padre?
–Lo admira. Le dediqué el libro en su calidad de “sobreviviente de ese clan de fantasmas”. Julio entiende que su padre siempre fue un escritor marginal que nunca estuvo en el centro del interés literario, pero que tiene su camino propio. Lo interesante de Tario es que no se promovía mucho, era más bien un personaje callado literariamente hablando y su obra ha ido encontrando un camino por sí misma.
–¿De qué vivía Francisco Tario?
–El padre de Tario era abarrotero, tenía la casa Pélaez en la calle Mesones. A Francisco le gustaba el piano, la literatura, el futbol y no iba a seguir con el negocio familiar. Así que se vendió la tierra de abarrotes y se repartió la herencia. Con el dinero, Tario compró dos cines en Acapulco, el Rojo y el Río. El misterio del personaje es por qué se va de Acapulco, por qué vende los cines y por qué se va de México, que son tres cosas que ocurrieron muy cerca en el tiempo y muy rápidamente. Su hijo Julio me contaba que la familia Alarcón que ha tenido varias cadenas de cine, eran rivales de su padre en Acapulco. Seguramente ellos presionaron para que Tario se marchara de allí. La familia se exilió en Madrid, donde primero murió su esposa, Carmen Farell y luego él. Al regreso de España, lo maravilloso es que Julio Pélaez regresó con el archivo de su padre. Hoy todo está guardado en un mueble al que llamamos “la cómoda mágica”.
–¿Qué hay de “tariano” en la literatura de Julio Cortázar y qué hay de mexicano en la literatura de Tario?
–No creo que Cortázar y Tario se hayan conocido. Cuando lo empecé a leer había muchos ejemplares disponibles de su obra, pero no creo que Cortázar lo haya leído aunque al revés es probable, porque el argentino aparece en la Antología de Literatura Fantástica. Hay un cuento de Tario, “El mico”, un animal que se aparece en el grifo, que es muy cortazariano, como dices. En el libro Una violeta de más está lo cortazariano y además de eso está Felisberto Hernández, el uruguayo. En cuanto a lo mexicano, diría que la literatura de Tario no tiene tintes nacionalistas. Lo más nacionalista será Acapulco en el sueño, pero lo demás, la verdad que no. Cuenta Julio Pélaez Farell que solía decir su padre que si hubiera escrito en inglés sería más conocido. Uno pensaría que sus cuentos son más europeos.
–Leería a Edgard Allan Poe, a E.T.A. Hoffmann…
–Sabemos que en principio leyó a Fiodor Dostoievski y que incluso escribió una novela imitando a Dostoievski, pero la destruyó. No sé la verdad qué cosa convierte a Tario en Tario, ese escritor tan extravagante. Encontré las cartas que le escriben a su mujer cuando éramos novios, ahí es un muchacho católico, deportista, amante del Real Madrid, pero no se ve en lo que se iba a convertir luego: un tipo rapado, fortachón, malhumorado, un poco como el Cioran de Breviario de podredumbre.
–La prosa de Dostoievski, sin embargo, es preciosista y no hay nada de preciosismo en la prosa de Tario…
–Yo pensaría más en Poe, quien tenía que vivir de la literatura y por tanto debía forzar el tema de la sorpresa y el asombro, que son dos elementos que aparecen muy fuertes en la prosa de Tario.
–A veces no me parecen tan geniales los finales de Tario como sus principios y sus desarrollos…
–Fue aprendiendo. Lo que pasa es que el libro más referenciado es La noche, su obra más leída y conocida. Pero fue aprendiendo otras cosas. Tapioca Inn es más un divertimento literario aunque hay allí un gran cuento titulado “La semana escarlata”, sobre una serie de asesinatos que el personaje realiza cuando está dormido. Donde está la maestría del escritor es en Una violeta de más, un libro de 1968 con relatos como “El mico”, “Ragú de ternera” y “Entre tus dedos helados” ya no tienen esas objeciones que marcas y que corresponden al primer Tario, que por otro lado es el que más gusta, curiosamente.
–En términos de fantasía, no se marcó ningún límite
–Gozaba de muchas libertades, una de ellas es que no tenía que convivir con otros escritores, vivía al estilo proustiano, como socialité acomodado, no tenía que hacer diplomacia cultural ni quedar bien con la burocracia. Mucho de lo que escribía lo hacía para el entorno familiar. Probaba los cuentos con sus hijos. En el tomo 2 de las obras completas vienen varios cuentos dedicados a sus dos hijos. Julio recuerda incluso el momento en que se los leyó, como “Jacinto Merengue” y “Dos guantes blancos”. En esa situación no tenía que quedar bien con nadie y hacía una literatura muy libre.
–¿Cómo se vería él en relación con su literatura?
–Bueno, entre el 40 y el 52 publicó mucho, luego vino esta crisis muy rara y misteriosa que lo llevó a exiliarse, en España se enfermó su mujer, que él quería mucho. Carmen Farell era una mujer muy hermosa, cuya muerte lo sumió en un profundo silencio y ya no se preocupa por seguir publicando. Dejó la novela terminada El jardín secreto, tenía tres obras de teatro que no se preocupó por montar ni publicar y ya después de eso se dejó morir.