El que es uno de los primeros estudios a nivel mundial de este tipo reveló que el riesgo se debería a que dichos pacientes sufren un mayor grado de discapacidad a consecuencia del ictus.
Barcelona (España), 23 nov (EFE).- Tener menos de 60 años y haber sufrido algún tipo de ictus incrementa tres veces el riesgo de morir después de sufrir la COVID-19, según un estudio del Hospital del Mar de Barcelona (España) que ha analizado datos de más de 91 mil pacientes diagnosticados de COVID hasta julio del año pasado.
Según el estudio, que publica la revista Stroke, en el caso de las personas de entre 60 y 80 años, este riesgo continúa siendo 1.3 veces más alto que las personas del mismo grupo de edad que no han sufrido un ictus.
Se trata del primer estudio poblacional hecho en España sobre la relación entre la mortalidad después de sufrir la COVID-19 y el hecho de haber sufrido un ictus, y uno de los pocos realizados hasta ahora en el mundo.
El trabajo, que han llevado a cabo investigadores del Servicio de Neurología del Hospital del Mar y del Grupo de investigación Neurovascular del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM), ha analizado datos de todas las personas infectadas por SARS-CoV-2 en Cataluña entre el 1 de febrero y el 1 de julio de 2020.
? Increased COVID-19 Mortality in People With Previous Cerebrovascular Disease: A Population-Based Cohort Study.https://t.co/XNWcO95cy5
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— AQuAS (@AQuAScat) November 23, 2021
En total, 91 mil 629 personas, de las que 5 mil 752, el 6.27 por ciento, habían sufrido un ictus antes de la infección.
De estas, el 30 por ciento murió después de sufrir la COVID-19, frente al 9 por ciento en el grupo de pacientes que no había sufrido un ictus antes de contraer la enfermedad.
A todas las personas analizadas se les hizo un seguimiento hasta final del 2020.
«Todo indica que el hecho de que se incremente la mortalidad después de la COVID-19 en este colectivo es porque sufren un mayor grado de discapacidad derivado del ictus, es decir, tienen, entre otros, problemas de movilidad con lo cual, en caso de una infección, es más probable que esta sea más grave a nivel respiratorio, ya que tienen más problemas para ventilar o tragar», ha explicado Elisa Cuadrado, médica adjunta de Neurología e investigadora del IMIM.
«Es la discapacidad secundaria al ictus la que creemos que hace que tengan un riesgo más alto de sufrir una infección por COVID-19 más grave y de morir después de sufrirla o de tener más complicaciones derivadas de la infección», según Cuadrado.
El trabajo concluye que, contrariamente a lo que se podía esperar, el riesgo es más alto en las personas más jóvenes que han sufrido un ictus, las de menos de 60 años, aunque también es alto en el grupo entre los 60 y los 70 años, y no es significativo en las de más de 80, mientras que no se han encontrado diferencias entre hombres y mujeres.
A la vez, el riesgo es más alto si se ha sufrido previamente un ictus hemorrágico, un tipo de accidente cerebrovascular que provoca más secuelas.
En este colectivo, el riesgo se eleva cinco veces más entre las personas más jóvenes, y se mantiene dos veces más alto en las que tienen entre 70 y 80 años.
En el caso de aquellas que han sufrido un ictus isquémico, el riesgo es tres veces más alto si se tienen menos de 60 años, y 1.3 veces más alto entre las personas que tienen entre 70 y 80 años.
Respecto a los pacientes que han sufrido una hemorragia subaracnoidea, el riesgo es cinco veces más alto entre los más jóvenes, al tratarse de un tipo de accidente cerebrovascular más habitual en personas de esta horquilla de edad.
En casos de ictus transitorios, más leves y que pueden provocar menos secuelas, no se ha detectado un incremento del riesgo de mortalidad.
Los investigadores también pudieron determinar que el tiempo pasado entre el momento de haber sufrido el ictus y la infección por COVID-19 influye en este riesgo: es más elevado en casos más recientes.
Con los resultados del estudio, los investigadores defienden que hay que priorizar al colectivo que ha sufrido algún tipo de ictus y tiene menos de 60 años en las políticas de vacunación contra la COVID-19.