El libro muestra la riqueza idiomática de cada región de México, al contener más de 1600 términos típicos de los 32 estados. Estas palabras están permeadas por su ubicación geográfica, la historia y las tradiciones.
Para poner a prueba nuestros conocimientos, comprendernos mejor y reír un poco, este compendio ofrece dichos, frases, refranes y expresiones típicas. Además incluye curiosidades, anécdotas y datos chuscos.
Ciudad de México, 23 de noviembre (SinEmbargo).- En cada uno de los 32 estados de México encontramos gran variedad de palabras que están permeadas por la historia, las tradiciones, los pueblos originarios y por su ubicación geográfica. Tal vez alguna de las palabras sea aquella que usted quiso expresar toda su vida y nunca había alcanzado a definirla.
Mucho se ha dicho sobre la riqueza cultural, geográfica, biológica y gastronómica de nuestro país, y si bien somos más o menos conscientes de ella, pocas veces podemos experimentarla en todo su esplendor. En el caso de la riqueza lingüística, ¿qué tanto conocemos realmente? ¿Podríamos viajar a cualquier región del país y entendernos de forma fluida con cualquier persona?
Para poner a prueba nuestros conocimientos y ayudarnos a comprendernos mejor, este compendio ofrece a los lectores frases, dichos, refranes, expresiones y palabras típicas de todos los estados de la república. Además se incluyen ejemplos que enriquecen la lectura con curiosidades, anécdotas y datos chuscos.
A continuación, SinEmbargo comparte, en exclusiva para sus lectores, un fragmento de El Mexiconario. Un diccionario Estado por Estado, escrito por Fernando Montes de Oca Sicilia, Director editorial de Algarabía. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grijalbo.
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Presentación
«Si a los cultos estuviera confiado dar el aliento a los idiomas,
todavía estaríamos hablando en latín.»
Alfonso Reyes
Cursé la educación primaria en el Centro Escolar Revolución. Una mole extraña, silenciosa y gigantesca con toques de art déco, enclavada precisamente en el Centro Histórico donde antiguamente se asentaba la infame Cárcel de Belén. Ahí aprendí que los capitalinos hablábamos «español» y que era la herencia natural del proceso que dio su forma a nuestra capital tras la caída de la Gran Tenochtitlan y su conversión en la muy noble y muy leal Ciudad de México. Sin embargo, desde temprano puse en duda ese conocimiento tan generosamente brindado, debido a la existencia de palabras tan sonoras como «hijín», «cheve», «carnal», «joy» y mi favorita de los 70: «guato».
Todas ellas eran de uso exclusivo de la capital, como pude comprobar después, ya que al viajar y ampliar mis estrechos horizontes culturales descubrí otras que significaban cosas totalmente distintas o cuyo significado desconocía completamente como el verbo «cucar» que aprendí en Guadalajara… y no hablemos ya de viajar a otros países donde también se hablaba «español» como en la Argentina donde el dilema televisivo que marcó generaciones era «la torta de jamón» del Chavo del 8, toda vez que allá, la referida «torta» es lo que nosotros conocemos como «pastel» o lo que nosotros llamábamos «cajeta» para ellos era «dulce de leche», dejando al producto orgullosamente guanajuatense con un significado realmente extraño que por estar en horario de protección al menor no puedo reproducir en estas páginas.
El libro que ahora tiene en sus manos, este «diccionario de mexicanismos», es mucho más que una simple recopilación de palabras, palabrejas y palabritas de cada uno de los estados de nuestro país; es, probablemente, la guía definitiva del viajero que busca ser entendido dentro de su propio país donde todos no hablamos ya español, sino «mexicano». Es tan indispensable como traer el boleto del camión, los calcetines en pares y los calzones limpios… es decir: la llave para salir del terruño y atreverse a conocer al «otro» o mejor a la «otra» porque las palabras aquí contenidas guardan un mensaje de seducción que es otro de los riesgos del viajero: encontrar alguien a quien ligar. Así que disfrute estos mexicanismos y atrévase a jugar «bebeleche» en Aguascalientes, a tomarse un caldo de «bobox» en Campeche, a «chacalear» a una mujer hermosa en Colima, pero que nunca lo hagan «bochi» en Chiapas.
Tal vez, alguna de todas estas palabras sea aquella que usted quiso expresar toda su vida y nunca había alcanzado a definirla o, como siempre ocurre con el lenguaje, ésta sea la palabra que defina su vida.
En mi caso, sigue siendo la palabra «guato».
José Luis Guzmán, «Miyagui»