Basándose «en datos y declaraciones contrastadas y en documentos oficiales», Menchón reconstruye lo sucedido desde las horas previas de la visita de Bartolomé hasta el entierro precipitado de Unamuno la mañana siguiente, sin esperar las 24 horas que debían transcurrir como mínimo, según la legalidad vigente.
Por Magdalena Tsanis
Madrid, 23 de octubre (EFE).- La historia oficial cuenta que el escritor y filósofo español Miguel de Unamuno murió repentinamente en su casa el 31 de diciembre de 1936, pero un nuevo documental, Palabras para un fin del mundo, de Manuel Menchón, cuestiona ese relato y desvela manipulaciones que siembran la duda sobre un posible asesinato.
La película, que se presentará el próximo domingo en la Semana Internacional del Cine de Valladolid (Seminci), es el resultado de años de investigación y ha contado con la colaboración de los herederos de Unamuno y decenas de expertos, entre ellos sus biógrafos Colette y Jean-Claude Rabaté.
«Hay dudas, pero no podemos probar nada», ha dicho Rabaté a Efe. Según el hispanista francés, el mayor descubrimiento de Menchón ha sido el perfil «sanguinario» de Bartolomé Aragón, un falangista, supuesto exalumno y amigo de Unamuno, que fue a visitarlo aquella tarde y único presente en la habitación en el momento de su muerte.
«Es falso que fueran amigos, es falso que fuera un colega», ha subrayado el catedrático de la Sorbona. «Era un falangista que luchó en Huelva, un sanguinario, un hombre brutal, violento, que participó en las matanzas de Río Tinto» y «que organizaba quemas de libros».
El relato conocido hasta ahora era el del historiador José María Ramos Loscertales, basado en el testimonio de Aragón y en el que se incluían las supuestas últimas palabras del escritor: «¡Dios no puede volverle la espalda a España! ¡España se salvará porque tiene que salvarse!».
El testimonio de Aragón, según el documental, fue recogido esa misma noche y publicado en un libro solo 16 días después, una celeridad que, según los Rabaté, «atestigua el propósito de Ramos Loscertales de salir al paso de los rumores insistentes sobre el envenenamiento de Unamuno que circulaban por la ciudad».
Basándose «en datos y declaraciones contrastadas y en documentos oficiales», Menchón reconstruye lo sucedido desde las horas previas de la visita de Bartolomé hasta el entierro precipitado de Unamuno la mañana siguiente, sin esperar las 24 horas que debían transcurrir como mínimo, según la legalidad vigente.
La disparidad más llamativa es el registro de la hora del fallecimiento. Aunque los familiares y testigos aseguraron que se produjo entre las 18 y las 18.30 horas, el certificado de sepultura expedido esa misma tarde en la parroquia la adelanta a las 17 horas.
Este documento teóricamente no se podía obtener sin el acta de defunción, pero este acta se redactó al día siguiente en el juzgado a primera hora y fijaba la hora de la muerte a las 16 horas, es decir, cuando Aragón aun no había llegado a la casa.
Aragón no asistió como testigo a la firma del acta, el testigo que aparece en el documento «es un desconocido para la familia».
Menchón también pone bajo la lupa el hecho de que no se realizara una autopsia. Una hemorragia bulbar, la causa certificada de su muerte, es un tipo de hemorragia intracraneal y ya en aquella época cuando éstas producían una muerte súbita se consideraba «muerte sospechosa de criminalidad» lo que obligaba a hacer una autopsia judicial, ya que es posible provocarla «con escasa o ninguna señal externa».
Todo el documental es una recreación a partir de fuentes históricas con actores que ponen voz a los protagonistas, desde José Sacristán (Unamuno) a Antonio de la Torre, Marian Álvarez, Víctor Clavijo o Andrés Gertrudix.
El único testimonio a cámara es el de Miguel de Unamuno Adarraga, nieto del autor de «La tía Tula» o «Niebla», que cuenta cómo los falangistas se presentaron en la casa al día siguiente de la muerte de su abuelo, sin previo aviso y se llevaron el cuerpo para enterrarlo.
«Se apoderaron de él hasta el final, no solo del cuerpo, sino con el uso propagandístico, intentando presentarlo como un fascista», dice.
El documental revisa la vida de Unamuno desde que regresó del exilio en 1930 y se convirtió en una de las piedras fundacionales de la Segunda República española, hasta su muerte seis años después y cinco meses después del comienzo de la Guerra Civil Española.
Incide y da una nueva dimensión al famoso episodio del enfrentamiento con el general Millán Astray, en el acto oficial del 12 de octubre de 1936 en la Universidad salmantina, gracias al testimonio de Ignacio Serrano, inédito hasta hace menos de un año, cuando sus biógrafos lo incorporaron en una revisión actualizada del libro «El resentimiento trágico de la vida».
Serrano era catedrático de Derecho Civil, presenció aquel desencuentro y lo transcribió en el momento en que se produjo. «Vencer no es convencer, conquistar no es convertir, y eso que algunos llaman sin ningún fundamento la Anti-España es tan España como la otra», atribuye a Unamuno. Y la respuesta del general: «Muera la intelectualidad traidora, viva la muerte, viva Franco, viva España».
Según las notas de Serrano, lo que más irritó a Millán Astray fue la mención que hizo Unamuno de José Rizal, escritor y héroe de la independencia de Filipinas fusilado por los españoles y que el escritor consideró «tan español como nosotros».
Aunque mucho se ha debatido en los últimos años sobre la literalidad de las palabras pronunciadas aquel 12 de octubre, lo que el documental pone negro sobre blanco son las graves consecuencias que tuvieron para Unamuno.
Hay dos cartas significativas, una enviada por Francisco Bravo, jefe de Falange de Salamanca al hijo de Unamuno reprochándole su discurso: «sería doloroso que a tu padre, cuya contribución al Movimiento Nacional ha sido tan magnífica, pudiera sucederle algún incidente desagradable».
En una carta posterior, fechada sólo diez días antes de su muerte, es el propio Unamuno el que dice estar «encarcelado disfrazadamente» y añade: «Me retienen como rehén, no sé de qué ni para qué, pero si me han de asesinar, como a otros, será aquí en mi casa».
Para Rabaté el documental de Menchón aporta otras novedades desde el punto de vista histórico. Por ejemplo, las duras críticas que Unamuno hizo de Hitler («deficiente mental y espiritual») y de Mussolini («caudillo peliculero») y que pudieron costarle el Premio Nobel, según un informe del gobierno alemán al que Menchón ha tenido acceso.
En 1935 el Nobel de Literatura quedó desierto, algo que solo había ocurrido en una ocasión con anterioridad, por el estallido de la Primera Guerra Mundial.
También subraya el talante «pacifista» de Unamuno y las tergiversaciones que sufrieron sus palabras incluso en la prensa extranjera, ya que en todas las entrevistas que concedía había un censor presente, el oficial Gonzalo de Aguilera.