Su obsesión por la privacidad, llevó a Jerome David Salinger a suprimir sus fotografías de las ediciones de sus libros, ordenó retirar una página de internet dedicada a él y consideraba las biografías como una invasión a su intimidad.
La exposición, disponible hasta el 19 de enero, fue organizada en coordinación con el hijo del autor, Matt Salinger, y su viuda Colleen Salinger, que compartió con el escritor sus últimos años de confinamiento.
Por Jorge Fuentelsaz
Nueva York, 23 de octubre (EFE).- Fotografías, cuadernos de notas, recuerdos de infancia y correspondencia con amigos y escritores como Ernest Hemingway son algunos de los objetos del escritor J.D Salinger (1919-2010), celoso guardián de su intimidad, que la Biblioteca de Nueva York exhibe por primera vez por su centenario.
En una pequeña sala de un rincón de la icónica biblioteca, en la Quinta Avenida, un riguroso grupo de funcionarios vigila atentamente a los visitantes para que no entren más de 20 a la vez y que no porten ni bolsos ni usen sus teléfonos móviles mientras disfrutan de una mirada en el interior de la vida del autor.
El autor de The Catcher in the Rye (El guardián entre el centeno) (1951), considerada una de las novelas más influyentes de la literatura americana, vivió recluido desde 1953 en su casa del condado de Nuevo Hampshire, Nueva York, alejado del éxito y la popularidad.
La obsesión por la privacidad de Jerome David Salinger, hijo de un acomodado empresario judío de Polonia, le llevó a ordenar la supresión de sus fotografías de las ediciones de sus libros e incluso a que un tribunal aceptara retirar una página de Internet dedicada a su persona.
«Soy un autor de cierto renombre que por motivos personales había decidido abandonar por completo la atención pública», dijo ante el juez Pierre N. Leval, en el proceso que inició el autor en 1986 para intentar, sin éxito, prohibir la publicación de una biografía no autorizada del escritor Ian Hamilton.
Consideró durante el mismo proceso que toda biografía escrita estando él con vida suponía «una invasión de la privacidad».
Ahora y hasta el próximo 19 de enero, este rincón protegido de la icónica biblioteca neoyorquina abre una pequeña ventana a la intimidad que tanto defendió en vida su autor, con objetos que nunca se habían mostrado en público y que parecen rescatados del naufragio de un submarino que nunca antes había subido a la superficie.
Entre ellos, una fotografía del escritor de «Nine Stories» o «Franny and Zooey» sentado en mitad de un campo ante una máquina de escribir.
Era en Normandía (Francia), donde el 6 agosto de 1944 participó en el desembarco de las fuerzas aliadas contra la alemania nazi como miembro de infantería del XII regimiento de Estados Unidos.
Precisamente, en su época en Europa como soldado fue cuando conoció a Hemingway, cuyos encuentros durante el conflicto bélico de la II Guerra Mundial Salinger describió en 1945 como «los únicos minutos de esperanza en todo eso».
Precisamente, la exposición guarda una carta de Hemingway en la que alaba tres de sus historias y le dice: «Eres condenadamente bueno, estoy esperando leer todo lo que escribas».
La exposición ha sido organizada en coordinación con su hijo Matt Salinger y su viuda Colleen Salinger, que compartió con el escritor sus últimos años de confinamiento.
Se puede apreciar una galerada del Guardián entre el centeno, una copia de su primera edición de 1951 ilustrada por Michael Mitchell, de quien la muestra exhibe también un retrato del escritor, y el original mecanografiado de la obra tal y como fue enviado al editor.
Protegido por una vitrina y abierto por la página 18, se puede apreciar cómo el autor decidió suprimir dos párrafos en los que el rebelde protagonista Holden Caulfield se dirigía al lector para advertirle de que se iba a encontrar con «cosas groseras y eróticas».
Pero, además, hay un puñado de pipas que empleó el escritor hasta que dejó de fumar a principios de los 70, pequeños lapiceros amarillos con los que subrayaba los libros que leía y su máquina de escribir Royal, de donde posiblemente surgieron mucha de sus obras.
Tanto para su correspondencia como para su labor más creativa, nunca empleó ninguna máquina eléctrica o un ordenador y sus dedos solo pulsaron las teclas de la Royal y otra Underwood Standard que adquirió posteriormente.
Como atestigua un antiguo proyector de 16 milímetros, Salinger era también un amante del cine, aunque nunca permitió que se llevara a la gran pantalla ninguno de sus escritos.
Además, era un apasionado lector de textos místicos y religiosos de distintas creencias, como muestra su estantería rotatoria de libros que guardaba en su dormitorio.
Desde historias policíacas como Sherlock Holmes, hasta poesía de Meily Dickinson, pasando por libros sobre homeopatía o que abordaban la alemania nazi como «Backing Hitler», de Robert Gellately.
Pero sobre todo hay una colección de libros místicos y filosóficos, desde el sufismo islámico, hasta la filosofía china, pasando por volúmenes de taoísmo, judaísmo y cristianismo desde la perspectiva más íntima.
Las citas más destacadas las guardaba en una pequeña colección de notas y fotocopias así como de cuadernos, de los que la muestra guarda algunos, y que el autor llamaba «Vade mecum», la frase en latín para decir «va conmigo».