Mark Spitz es sin duda una de las grandes leyendas en la historia del olimpísmo moderno al conseguir siete medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972, rompiendo marca mundial en cada uno de sus triunfos. Sin embargo, cuatro años antes de escribir su nombre en letras doradas, el nadador participó en los Juegos Olímpicos de México 1968, siendo estos un parteaguas en su carrera.
Por Natalia Arriaga
Madrid, 23 de julio (EFE).- Los Juegos Olímpicos de México’68 no fueron para Mark Spitz el éxito clamoroso que él mismo había vaticinado cuando, apenas un año antes, se colgó cinco medallas de oro en los Panamericanos disputados en Winnipeg (Canadá).
«En México ganaré seis pruebas», anunció el nadador estadounidense, que no hizo entonces honor al nombre de su lugar de nacimiento, Modesto, en California.
Con 18 años y una tremenda seguridad en sí mismo se plantó Mark Spitz en los Juegos de México, que este año celebran su 50 aniversario.
Se inscribió en los 100 m libre y en las dos distancias de mariposa, su especialidad (el hectómetro debutaba ese año como prueba olímpica), y se daba por segura su presencia en los tres relevos.
El día 17 de octubre debutó con un oro en el 4×100. El cuarteto de Estados Unidos batió el récord mundial y doblegó sin dificultad a soviéticos y australianos.
Dos días después llegó el primer gran compromiso individual de Spitz, la final de los 100 m libre. Pero el californiano no cumplió con sus propias exigencias y tocó la pared en tercer lugar, incapaz de seguir el ritmo endiablado del australiano Michael Wenden, que mejoró la plusmarca universal.
El día 21 afrontó dos finales más. Llegó el momento de su prueba, los 100 m mariposa, distancia en la que deseaba proclamarse el primer campeón olímpico de la historia. Tenía en su poder el récord mundial en 55.6, pero marcó 56.4 y llegó segundo, superado por su compañero Douglas Russell. Era la primera vez en diez enfrentamientos entre ellos en que Russell conseguía sobrepasarle.
Esa medalla de plata hizo mucho daño a la moral de Spitz. Aunque unos minutos después ganó el oro en el relevo 4×200, sabía que ya no tendría en su buzón la invitación para nadar la posta de mariposa en el 4×100 estilos.
El día 24 cerró su semana de altibajos con el peor resultado posible. Saltó a la Alberca Olímpica como plusmarquista mundial para nadar los 200 m mariposa. Había sido el mejor en las series. Pero el cansancio de tantas pruebas acumuladas y la inseguridad ante unos resultados por debajo de lo esperado le pasaron factura de golpe: la estrella llamada a triunfar fue el último nadador de la final. Su récord estaba en 2:05.7 y no pudo nadar por debajo de 2:13.5. La victoria fue para otro de sus compañeros, Carl Robie, en 2:08.7.
Spitz confesó con posterioridad que no tenía en la selección estadounidense ni un solo amigo. Sus compañeros deseaban batirle a él más que a ningún otro rival. La amigdalitis crónica que padecía (se operó después de los Juegos) le permitió saltarse algunos entrenamientos en la concentración previa al viaje a México y eso, además de mermar su preparación en unas fechas clave, no hizo sino alimentar los recelos de sus colegas.
Cualquier otro nadador hubiera considerado un éxito su paso por México, pero a Spitz sus cuatro medallas le supieron a fracaso.
«Aprendí mucho de aquello. Me obligó a superarme», admitió Spitz con la perspectiva de los años.
Cambió de entrenador, dejó el Club Santa Clara donde estaba a las órdenes de George Haines y comenzó a prepararse con James ‘Doc’ Counsilman en la Universidad de Indiana. «Fue la mayor y mejor decisión de mi vida», sentenció luego el nadador.
Lo que consiguió Mark Spitz cuatro años después, en los Juegos de Múnich’72, es historia del deporte: siete medallas de oro en las siete pruebas que nadó, en todos los casos con récord mundial. Tuvieron que pasar 36 años para que otro olímpico, Michael Phelps, superase esa hazaña con sus ocho victorias en Pekín 2008.
El comité organizador de los actos del 50 aniversario de México’68 ha invitado a Mark Spitz a celebrar el cumpleaños. Será la mejor ocasión para que, a sus 68 años, el nadador se reconcilie con aquel capítulo agridulce de su biografía.