El fotógrafo italiano Stefano Perego leyó a Kapuscinski y casi se obsesionó con Georgia, un sitio que no tiene un gran lugar en el pensamiento colectivo pero que al verlo de cerca resulta fascinante, en buena parte por sus grandes construcciones que parece se han quedado a mitad de un camino hacia alguna parte.
Por Esteban Ordóñez Chillarón
Ciudad de México, 23 de julio (SinEmbargo/ElDiario.es).– Georgia es uno de esos lugares del mundo que apenas ocupa un espacio en nuestra mente, del que apenas somos capaces de señalar un par de datos correctos, a no ser que nos haya dado por leer El Imperio, del periodista Ryszard Kapuscinski. El hecho de que allí naciera Iósif Stalin, en la ciudad de Gori, y el pasado soviético del lugar levanta recelos en algunos observadores, sin embargo, en cuanto investigamos sobre aquella tierra, algo comienza a tirar de nosotros.
Así le ocurrió al fotógrafo italiano Stefano Perego. Su curiosidad se agrandó desde que se fijó en aquel punto del mapa. «Hice una investigación intensa y profunda sobre arquitecturas y escenas interesantes para capturar con la cámara; busqué información, fotos antiguas, escaneos de grandes áreas con imágenes de satélite», cuenta a Yorokobu.
El resultado son una serie de imágenes que podrían definirse como majestuosidad desolada. Imaginemos un mundo de gigantes que cuando mueren no desaparecen, simplemente se detienen, se petrifican, y todo comienza a brotar a su alrededor. En las imágenes de Perego, parece que las grandes construcciones de Georgia se han quedado a mitad de un camino hacia alguna parte. Al verlas, uno quiere saber más y busca el resto del paisaje que no aparece en ellas.
Este trabajo lo comparte Perego con su compañero Roberto Conte, que viajó con él por el país caucásico. El ingrediente soviético de la historia añade un punto controvertido al modo en que se juzga la calidad arquitectónica del lugar. El proyecto se enfoca en los edificios y monumentos de corte bélico diseñados y construidos entre los años 60 y 80, además de en ruinas dispersas por todo el país y grandes colmenas residenciales.
La revista de arquitectura Sección describe el estilo estético del último periodo del reinado comunista: «pretencioso, pasado de moda, una mezcla modernizada de la arquitectura realizada durante los años de Stalin y del modelo revolucionario de los primeros años». Representa el caos de un sistema desorientado, en decadencia. «Testimonian desde sueños ideológicos del pasado hasta las aspiraciones más exóticas de la sociedad», explican. El Banco de Georgia o el Palacio de Ceremonias de Tbilisi, recogidos en el proyecto de Perego y Conte, serían ejemplos de este desvarío.
«Algunas personas piensan que este tipo de arquitectura es interesante y otros que es feo. Durante los últimos años se han renovado muchos edificios, borrado parcialmente el encanto original y algunos han sido totalmente demolidos», explica Perego. Esta serie pretende documentar una época histórica antes de que se evaporen todos sus restos.
También buscaban resaltar el matiz, negar esa uniformidad monolítica que se atribuye al viejo imperio soviético. «Los edificios modernos en la antigua URSS son similares en cierta forma, pero cada país mantuvo su patrimonio y sus tradiciones y se distingue con detalles, formas, materiales utilizados, decoración tradicional».
El tiempo está engullendo muchos de los edificios retratados. «La lluvia, el viento, el frío, la humedad, crean una especie de mundo surrealista hecho de paredes resquebrajadas, naturaleza abrumadora, moho colorido, rayos mágicos que caen de los techos rotos: en la foto sale una pintura romántica, triste y poderosa», describe el fotógrafo.
La fascinación de Perego por los edificios en proceso de descomposición se desató en Milán, en 2006. Entró en una fábrica abandonada, sustentada por enormes columnas de acero. Había llovido poco tiempo antes. «El suelo estaba cubierto de agua, se creó un reflejo impresionante». Ahora ha fotografiado ya cientos de lugares olvidados.
Visitar estos espacios desangelados nos aporta una imagen de pasado. Perego sueña despierto en ellos: «Todas las huellas, las pequeñas cosas, los documentos, las viejas fotos cuentan una historia desaparecida». También esbozan una imagen futura: la restauración implacable de la naturaleza, el borrado de la huella humana. Lo único que no encontramos en estos emplazamientos es presente: los observamos como si no compartiéramos un mismo plano de existencia. La sensación de trascendencia, como sucede en algunas de estas fotos, es inevitable.