Arnoldo Cuellar
23/03/2017 - 9:42 am
¿Por qué debe discutirse el uso de la publicidad oficial?
Hoy Guanajuato es un lugar peor para vivir que antes del boom de la inversión automotriz.
Los gobiernos de todo signo se encuentran utilizando los consumos de publicidad oficial como en los mejores tiempos de don Porfirio Díaz, suponiendo que cuando un periodista realiza una crítica, en realidad “quiere maíz”.
Una prensa adicta al dinero público ya no se preocupa por mejorar sus contenidos ni por investigar, salvo que quiera exhibir a un político en particular, mientras protege a otros. Una prensa que vive del dinero público ya no se ocupa de sus lectores.
La ecuación es perfecta en la lógica de las complicidades del poder. Es la famosa frase de “no pago para que me peguen”. Una de las mejores formas de enfrentar el fenómeno omnipresente y creciente de la corrupción sería con transparencia… pero también con una prensa profesional e independiente del poder.
Hoy esta posibilidad se encuentra frenada, pues de nada sirven los mecanismos de transparencia si los medios de comunicación no los utilizan para indagar los entretelones más finos de las transacciones del poder, el manejo detallado del recurso público, las grandes maquinaciones donde se otorgan favores y se reclaman dádivas.
Los ciudadanos pueden hacerlo, pero de nada sirve si no tienen la manera de hacerlo llegar a grandes públicos.
Y es que, además, para indagar en las enormes bases de datos a las que se puede acceder a través del derecho a la información vigente, donde los datos de relieve se ocultan en un laberinto, se requieren equipos interdisciplinarios, dedicación y tiempo, lo que vuelve la investigación periodística un ejercicio muy caro.
Así tenemos el binomio perfecto para un periodismo carente de filo y proclive a la complicidad: dependencia de los contratos de publicidad oficial y baja inversión en periodismo de calidad.
Como además los políticos poco escrupulosos, (por llamarlos con un eufemismo) no tienden a reconvertirse en demócratas honestos solo por su propia voluntad; y menos aun cuando persiste el incentivo perverso de la impunidad flagrante mediante la cual son excepcionales las conductas ilícitas que reciben algún tipo de sanción, queda claro que la existencia de una prensa débil y adicta al presupuesto gubernamental es uno de los mayores obstáculos para la maduración de nuestra vida pública.
Por eso urge saber cómo y en qué se gastan la publicidad los políticos en cargos públicos. Es importante conocer, por ejemplo, que el pulcro Alcalde de León, Héctor López Santillana, le otorga un contrato de casi tres millones de pesos anuales a un diario que apenas imprime mil ejemplares, de los cuales vende menos de la mitad.
Con una inversión diaria de 8 mil pesos en ese rotativo de la Organización Editorial Mexicana, el Sol de León, que ya había fallecido de muerte natural pero que se empeñaron en revivir Juan Manuel Oliva y Gerardo Mosqueda y luego fue alimentando vía intravenosa por Bárbara Botello, es como si el erario de León comprara íntegra la raquítica edición para consumir autoelogios.
Si esa no es una imagen perfecta de práctica corrupta, entonces no sabría decir cuál otra es.
Pero de todo esto nadie habla. Como en las familias donde hay que ocultar una enfermedad penosa, los medios no hablamos de los medios. Nos permitimos criticar a los políticos, pero argumentamos que “perro no come carne de perro”.
Que esta situación no solo no ha servido de nada, sino que incluso ha significado un retroceso marcado en cuanto a la calidad de nuestra política, nos lo dicen muchos fenómenos que están a la vista de cualquier observador atento de la vida política de Guanajuato.
Por ejemplo, prácticamente ningún medio de comunicación de Guanajuato se ha ocupado del papel que juega Rafael Barba Vargas en la administración de Miguel Márquez Márquez.
¿No es noticia la existencia de un “compadre” que intervienen en las licitaciones del gobierno a trasmano, que ha colocado funcionarios en puestos clave y que se ha reconvertido de empresario quebrado en próspero inversionista? Parece novela de Ibargüengoitia y no lo es. Solo se trata de una realidad ominosa que nadie quiere investigar y mucho menos publicar.
Hemos llegado a la bochornosa situación de que el ostentoso hotel que el empresario irapuatense que hace no mucho lidiaba con hipotecas, está construyendo a la entrada norte de esa ciudad, se presente en la sección de “negocios” del rotativo más importante del estado como si fuese una inversión de lo más natural.
Hoy, tras 25 años de gobiernos panistas en Guanajuato, el gobierno y la prensa son tan anticuados como lo eran en la década de los setenta, durante el régimen de Luis H. Ducoing, emblema de la corrupción priista. Las relaciones entre ambos son, además, muy similares.
Hay medios que intentan líneas independientes, sin lograrlas plenamente; hay medios tradicionales que de vez en tanto articulan un crítica válida contra abusos de poder. Pero en general, el porcentaje de bateo es bajo. Si la prensa fuera equipo de futbol, navegaría en el infierno de la división de ascenso y seria un cuadro sotanero.
El problema no es solo ético, a final de cuentas es esencialmente político. Sin una prensa que ejerza el contrapoder, sin equilibrios, el descenso en el tobogán de la corrupción será interminable, lo cual hará más difícil contar con medios independientes y solventes y con ello se propiciará aún más corrupción.
Hoy Guanajuato tiene una mejor economía, más globalizada, aunque persiste el rezago de la pobreza extrema. Sin embargo, hoy Guanajuato es un lugar peor para vivir que antes del boom de la inversión automotriz.
Este es el panorama hoy.
Vivimos en un estado más inseguro: con altas cotas de violencia de un año a la fecha, de mayor impunidad, de menor denuncia.
Guanajuato está más contaminado: en su aire, su agua y su suelo. Padece un horizonte limitado en cuanto a los recursos naturales, sobre todo la preciosa agua que permite el crecimiento de la ciudades y sostiene la agricultura.
La entidad está pésimamente comunicada por falta de infraestructura y la imprevisión de las consecuencias del crecimiento. Cada vez más comúnmente los accesos a nuestras principales ciudades son grandes estacionamientos lineales.
Buena parte de esos lastres han crecido por ir de la mano con la corrupción. No es casual que los últimos dos sexenios, los de Oliva y Márquez, hayan visto como Guanajuato se eleva en los índices de corrupción externos y en la percepción de corrupción por parte de sus propios ciudadanos.
Ello ocurre a la par que la prensa abandonaba el filo crítico que alcanzó en las primeras etapas de la alternancia en el poder, como si el impulso se hubiera agotado. Hoy somos menos equilibrantes y, por ello, corresponsables del aumento de las malas prácticas gubernamentales.
Por eso importa saber cómo y en qué se gasta el dinero destinado a la promoción de las instituciones, malamente convertido en dinero para la promoción de quienes provisionalmente ocupan los cargos públicos.
Hoy queda claro que los medios de Guanajuato y los periodistas que en ellos nos desempeñamos, somos más bien parte del problema que de la cura. ¿Podemos cambiar esto? Creo que sí, pero cada quien tiene su respuesta.
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