Un año después de la llegada del coronavirus, médicos y científicos siguen tratando de entender y de tratar la anosmia —pérdida del olfato— asociada a menudo con el COVID-19 y que amarga la vida a quienes padecen ese síntoma.
Por John Leiscester
NIZA, Francia, 23 de febrero (AP) — El doctor insertó una cámara en miniatura en la fosa nasal derecha de la mujer y toda la nariz se iluminó de rojo al encenderse una minúscula lamparita.
“Hace un poco de cosquillas, ¿verdad?”, comentó mientras exploraba la fosa nasal de la paciente, que lagrimeó ante el malestar.
La mujer, Gabriella Forgione, no obstante, no se quejaba. Empleada de una farmacia de 25 años, se ofreció de buena gana para colaborar en un hospital de Niza en los esfuerzos por recuperar el olfato de las personas que lo perdieron al contraer el coronavirus. Ella se contagió el noviembre del COVID-19 y perdió el sabor y el olfato.
Verse privada del placer que le dan la comida y sus olores es algo duro tanto física como mentalmente. Se acabaron los olores lindos y feos. Forgione está perdiendo peso y confianza en sí misma.
“A veces me pregunto, ¿será que apesto?’”, admitió. “Normalmente uso un perfume y me gustan las cosas que huelen bien. Perder el olfato me afecta mucho”.
Un año después de la llegada del coronavirus, médicos y científicos siguen tratando de entender y de tratar la anosmia —pérdida del olfato— asociada a menudo con el COVID-19 y que amarga la vida a quienes padecen ese síntoma.
Los especialistas dicen que hay mucho que no se sabe acerca del virus. La pérdida o disminución del olfato es tan común en los pacientes con COVID-19 que algunos investigadores creen que ese puede ser un elemento que permita detectar el virus en países con pocos laboratorios.
En la mayoría de los casos la pérdida del olfato es temporal y dura a lo sumo unas pocas semanas. Pero un pequeño porcentaje de pacientes dice que no recupera esa facultad incluso después de que desaparecieron los síntomas del virus. Algunos dicen que seis meses después de superar la infección, siguen sin poder oler. Y unos pocos llevan casi un año sin hacerlo.
Los investigadores creen que la gran mayoría recuperarán el olfato tarde o temprano, pero temen que algunos no lo hagan nunca. Y les preocupa la posibilidad de que esto genere depresiones y otros problemas.
“Sus vidas se descoloran”, dijo el doctor Thomas Hummel, quien dirige una clínica especializada en el olfato y el gusto en el Hospital Universitario de Dresde, Alemania. “La gente sobrevivirá y seguirá haciendo sus cosas. Pero sus vidas serán mucho más pobres”.
En el Instituto Universitario de la Cara y el Cuello de Niza, el doctor Clair Vandersteen acercó un tubo tras otro con distintos olores a la nariz de Forgione después de examinar las fosas con su cámara.
“¿Puedes oler algo? ¿Nada? ¿Cero? OK”, expresó mientras la mujer respondía una y otra vez que no.
Solo el último tubo provocó una reacción.
“¡Sí, eso apesta!”, dijo Forgione finalmente. “¡Pescado!”.
Completada la prueba, Vandersteen emitió su diagnosis.
“El olor tiene que ser muy intenso para que lo sientas”, le dijo a la paciente. “No perdiste totalmente el olfato, pero esto no es bueno”.
La mandó de vuelta a su casa con un programa de rehabilitación del olfato de seis meses. Dos veces al día deberá elegir tres cosas que huelan fuerte y olerlas por dos o tres minutos.
“Si sientes algo, magnífico. Si no, no es grave. Insiste. Concéntrate y trata de imaginar una lavanda que florece”, le dijo. “Tienes que perseverar”.
Perder el olfato puede ser algo más que un pequeño inconveniente. No se puede sentir el olor de un fuego, de una pérdida de gas, de comida que se quema. Se puede ignorar el mal olor de un pañal, de un zapato luego de pisar algo o del sudor de uno mismo.
Y como bien saben los poetas, hay una fuerte relación entre los aromas y las emociones.
“Comer ya no tiene ninguna gracia para mí”, comentó Evan Cesa, un joven de 18 años, que perdió el olfato hace cinco meses.
Cesa es uno de los pacientes con anosmia que están siendo estudiados en Niza, que antes de la pandemia usaba el olfato para diagnosticar el mal de Alzheimer. También usan fragancias para tratar el estrés postraumático de los niños tras un ataque terrorista del 2016 en el que un individuo atropelló a una multitud con un camión y mató a 86 personas.
Los investigadores tratan ahora de aprovechar su experiencia en el COVID-19, con la colaboración de productores de perfumes de la vecina localidad de Grasse.
Hacen incluso exámenes de lenguaje y de atención, tratando de determinar si el COVID-19 genera dificultades cognitivas, incluidos problemas de concentración. Cesa, por ejemplo, dijo “barco” cuando debió haber dicho “kayak”.
“Eso fue totalmente inesperado”, comentó Magali Payne, terapeuta del lenguaje. “Esto muchacho no debió tener problemas lingüísticos”.
“Hay que seguir investigando”, agregó. “Encontramos cosas con cada paciente que vemos”.