Murió Umberto Eco, el agudísimo pensador italiano. Tenía 84 años, una vasta obra y una biblioteca envidiable: en un video que se hizo viral en las redes sociales se le ve, de espaldas, yendo a la busca de un libro en medio de los libreros atiborrados de libros de su casa de Milán.
Un hombre de la cultura de Eco es difícil resumir en unas cuantas palabras: filósofo, semiólogo, novelista, espléndido diarista. Más de 30 millones de lectores, por ejemplo, fueron cautivados por su célebre El nombre de la rosa, que fue llevada al cine y convertida en un libro de culto.
Sin embargo, no es al novelista al que quisiera evocar en este adiós último, sino al teórico político. Me interesa, por ejemplo, un libro en particular: Cinco escritos morales, en donde aparece su ensayo “El fascismo eterno”, síntesis de las ideas de Eco en torno a este mal mundial que exterminó injustamente miles de vidas humanas.
A la luz del México actual, las concepciones de Eco en torno al fascismo son aleccionadoras: nuestro país encaja muy bien en sus definiciones, aunque nos cueste trabajo aceptarlas. Si bien son catorce los aspectos que para Eco definen un régimen fascista, estos básicamente podrían resumirse en la puesta en marcha de un sistema que se traga al individuo (le quita su individualidad, su pensamiento crítico, su libertad, su noción de igualdad, etcétera) y lo convierte en un mero alimento del poder omnímodo del caudillo (en nuestro caso el Presidente).
Quien viva en nuestro país no podrá escapar de este sentimiento de subyugación que, como lo explica Eco, te hace sentir que razonar es una acción anómala del pensamiento y el miedo una manera natural de vivir. El Presidente lo es todo y, por tanto, entre menos te conviertas en su apologista más te borras del mapa ciudadano.
No todos los fascismos tienen que adquirir la forma que, históricamente, adquirió la Italia de Mussolini o la Alemania de Hitler. Hay otros peores: los que disfrazados de democracia, como en nuestro país, van cercenando soterradamente todas aquellas conciencias libres que intentan heroicamente acabar con siglos de explotación, represión e injusticia.
Esa es precisamente la enseñanza que deja Umberto Eco al final de “El fascismo eterno”: que nunca frenemos la lucha contra toda manifestación totalitaria, porque ésta puede aparecer, incluso, en las formas más inocentes de la convivencia humana.
@rogelioguedea