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Julieta Cardona

23/01/2016 - 12:01 am

Hombres que aman a los hombres

Soy un buen pedazo de angustia. Soy aries pero soy cáncer. Soy, también, la parte del amor que siempre termina jodiéndolo todo. Soy joven, egoísta, promiscuo y un ansioso de mierda.

derogar Por David Herrera dondeestadavid
derogar Por David Herrera dondeestadavid

Soy un buen pedazo de angustia. Soy aries pero soy cáncer. Soy, también, la parte del amor que siempre termina jodiéndolo todo. Soy joven, egoísta, promiscuo y un ansioso de mierda. Soy una marica selectiva. Pero, sobre todo, poseo como energía renovable un poder absurdo por destruir lo bello.

Y él es Pablo, la historia que no funcionó. Pablo era mi escape por su adicción a lo inestable, porque me obsesionaba su alma cansada, sus ojos cansados, su completo semblante cansado. Porque estar en su habitación era como anclarme a la tierra: cierra los ojos, mi amor, quiero eyacularte las pestañas, me decía, y después todo era carne.

Pablo fue mi pasaporte a lo efímero, mi absoluto menosprecio a la idea de lo eterno; fue mi hambre, en serio: lo besaba y lo chupaba todo lo que podía porque se iría. Mira, de pronto es la noche que terminamos: yo llego borracho y en bicicleta mientras él me espera muy sobrio y muy sentado en una de las bancas del bulevar. Le digo que se levante y que vayamos a la cafetería de allá porque necesito un espresso. Porque necesitas que sea rápido, me dice y comenzamos a caminar rumbo a mi vasito de brevedad. Regresamos a la estúpida banca y comienzo a llorar y a gritarle cosas horribles, no aguanto más porque soy un egoísta de mierda y, aunque he estado apenas diez minutos, me subo a la bicicleta y, al intentar huir —borracho—, azoto en el pavimento. Me rompo la boca, pero esta vez de verdad y sin metáforas: siento que la sangre que me brota de los dientes me congela el corazón. Mientras, Pablo habla, ha estado hablando todo este tiempo, pero yo no escucho porque lo he convertido en un mimo. Me voy sin voltear y sin arrepentirme. Soy ego. Soy un ego que habla de él para darse cuenta de que hablo de mí.

Soy yo que no puedo amar por más de dos meses como parte del castigo que me sembró mi padre cuando, siendo un niño, me abandonó llevándose consigo lo único que puede salvar a un hombre: su capacidad para amar. Y él sigue siendo Pablo que se disuelve de a poco. Soy yo que, de repetirlo, no volvería a hacerlo igual porque cambiaría todo de mí hacia él.
Soy yo que cambiaría mi manera de quererlo.
Mi ego.

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