Considerado el mejor narrador de la actualidad en México por personalidades como Juan Villoro, el autor de Decencia e Hipotermia se enfrenta a la traducción de su aclamada Muerte súbita, mientras escribe una larga y nueva novela sobre la que no suelta prenda.
Ciudad de México, 23 de enero (SinEmbargo).- Con Muerte súbita, el escritor mexicano Álvaro Enrigue (México, 1969) obtuvo el Premio Herralde de novela y refrendó el sitial que lo describe como uno de los grandes narradores de la actualidad. “El mejor”, ha dicho su colega y compatriota Juan Villoro.
Muerte súbita, que ha sido traducida a varios idiomas, ingresa al mercado anglosajón en estas semanas, lo que permite estar vivo en un mercado literario que representa a la ciudad (Nueva York), donde vive junto a su esposa, la también escritora Valeria Luiselli.
El también ganador del Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska, obtuvo el Premio de Primera Novela Joaquín Mortiz en 1996 con La muerte de un instalador, un libro que se reimprime en forma constante y que ya va por los cien mil ejemplares vendidos.
También publicó Hipotermia (2005); Vidas perpendiculares (2008) y Decencia (2011). En 2012 dio a conocer el ensayo Valiente clase media. Dinero, letras y cursilería.
Muerte súbita es una novela que la crítica apresurada ha catalogado de histórica, pero que en realidad construye una ficción a través de la cual despliega las obsesiones que dan sustancia a sus libros recientes: El dinero como eje de la sociedad moderna, porque falta o sobra y la relación entre la ilustración y la sociedad mercantilista.
Muerte súbita comienza con la recreación de un partido de tenis imaginario entre el pintor Michelangelo Merisi da Caravaggio y el poeta Francisco de Quevedo en 1599.
“La literatura es eso: escribir o tratar de escribir bien. En ese sentido, me considero hijo también de Caravaggio, para quien el procedimiento es tan importante como la obra en sí. Muerte súbita es una novela escrita ya frente al terror de Internet, que se convirtió en un infierno. A mi buzón llegan todas las mañanas aproximadamente 40 correos, de los cuales 35 demandan una respuesta inmediata. Además, me gusta mucho Twitter, soy aficionado al béisbol y el béisbol pasa por la computadora, soy un freak de los periódicos…Muerte súbita está escrita en contra de todo eso. Fue hecha a mano, en sitios de aislamiento donde no tenía acceso a Internet. El ritmo, el peso de las palabras, tienen que ver en esta novela con ese proceso biológico que consistió en volver al pasado y encerrarte a escribir a piedra y lodo. No soy un fanático como Jonathan Franzen (escritor estadounidense que se ha pronunciado muchas veces contra el auge informático), pero creo que tiene más razón que los digital freaks…”, dijo en una entrevista que le hiciéramos hace unos años.
Hoy, en el marco de sus vacaciones en México, el autor otorga una entrevista a Puntos y Comas donde la literatura, la ficción y –otra vez- el béisbol por computadora son el centro de una conversación amena y distendida.
LAS EXPECTATIVAS DE UN ESCRITOR
–¿Tienes alguna expectativa ahora que Muerte súbita se traduce al inglés?
–Mira, tengo tres hijos, 47 años de edad, cinco novelas, dos libros de cuentos, varias nacionalidades, varias vidas, pero no tengo expectativas de ningún tipo. En todo caso, la única expectativa que puede tener un escritor es que el libro anterior sea lo suficientemente bueno como para que te publiquen el siguiente aun si dudan de él. Mis expectativas serían que a Muerte súbita en inglés sea lo suficientemente bueno como para seguir vivo en el mercado de la ciudad donde vivo.
–No se leen los libros igual de acuerdo en idioma
–No, acuérdate que Hipotermia en español es una novela y en inglés es un libro de cuentos. Y es el mismo libro. Hablo bien inglés, como para revisar las traducciones palabra por palabra y saber que se trata del mismo libro. Sin embargo, allá es un libro de cuentos y en México es percibido como una novela. Las anécdotas, el sentido del humor, el contenido político de cada libro, representan un misterio en lo que se refiere a cómo será percibido por los lectores en cada idioma.
–Algo me dice que Muerte súbita en el mercado anglosajón terminará por completar algo que no ha sido comprendido del todo en tu país de origen
–Bueno, es lindo eso que dices, pero no lo pondría en esos términos, porque el país en el que están mis lectores es México. He tenido muy buena suerte afuera, pero el grueso de mis lectores está aquí. Aquí se reimprimen mis libros. Sería muy lindo, como dices, que el libro hiciera el ciclo vital que yo hice, esta mudanza a los Estados Unidos que ya es no como antes, no es un cambio tan radical. Cuando me mudé por primera vez a los Estados Unidos sí implicó un cambio de universo, ahora no. Ahora te subes al Metro en Chilpancingo y te parece que podrías salir en la 42 Avenue. Se ha hecho chica Norteamérica.
–¿A qué novela de las cinco le fue mejor en México?
–A Muerte súbita. En términos brutos, es por mucho La muerte del instalador, que ya ha vendido 100 mil ejemplares. No me reconozco en ese libro, lo hice cuando era muy joven. Es como una cuenta de banco ese libro. Siempre está produciendo algo.
–Mi favorita es Decencia
–Díselo a la crítica mexicana. Creo que lo mejor que le puede pasar a un escritor es que las nuevas generaciones de críticos digan: A ver, Enrigue, qué…fue bueno para mí finalmente
–Dices que Norteamérica se ha hecho chiquita, pero la CNN y Fox News se empeñan en hacerla aún más pequeña
–Sí, pasó la guerra y la perdimos, pero aun así siempre hay opciones. Nunca en mi vida vi Fox News y ya no veo la CNN. Hay de todos modos una especie de justicia divina, pues en el momento en que estos grupos gigantes de televisión se quedaron con todo, la televisión comenzó a desaparecer. Incluso hasta el béisbol lo vemos por computadora. Cuando fue la Copa del Mundo contraté el servicio de cable y cuando terminó el torneo intenté devolverlo y me dijeron que me lo quedara, gratuitamente. Mis hijos ya no ven televisión, a pesar de que interactúan con pantallas todo el tiempo. Sigo leyendo el The New York Times, un medio grande que es mucho más de derecha que lo que quisiéramos, pero al menos es independiente, no pertenece a ninguno de esos grupos y tiene aún un perfil demócrata.
–Bueno, en México, Televisa es importante todavía
–Mmm, ¿la gente sigue viendo las noticias de la noche? ¿la gente sabe quién es López Dóriga? Creo que López Dóriga nunca tuvo la estatura (no hablo de estatura moral, claro está, porque ninguno de los dos tuvo estatura moral) que Jacobo Zabludovsky, en el sentido de que el país se detenía cuando él daba las noticias. Lo real era lo que pasaba en el programa de Jacobo.
–¿Regañarías tú al Presidente Enrique Peña Nieto como acaba de hacerlo The New York Times?
–No sé si pueda; bueno, el New York Times podrá. Me parece un personaje inaccesible. No tengo la impresión de que sea un Presidente al que pueda acceder ni siquiera su equipo. Me parece un hombre aislado al que evidentemente no le dicen lo que está pasando.
–¿Qué haces en Nueva York cuando pasan cosas como la fuga del Chapo?
–Hay territorios donde comulgamos mucho los gringos y los mexicanos. Nos hemos estado hablando mucho y los dos países son bastantes bilingües. Compartimos creo la pasión por los fugitivos y los grandes bandidos históricos. Creo que en México somos un poquito más escépticos en torno a la leyenda del Chapo de lo que lo son los gringos. Ellos están entregados a esa leyenda. La cabeza del The Nwe York Post cuando la discusión con Donald Trump fue “El Chapo versus el Trompo”.
–La entrevista de Sean Penn de todos modos demostró que no tenía ojos azules ni era un mito como lo dibujó tanta literatura, como lo representan las series televisivas
–No estaría tan de acuerdo. Me parece que esa sencillez brutal del Chapo abona en la mitología de un hombre con un cerebro muy peculiar. El español del Chapo es una cosa notable. Efectivamente, no tiene una educación formal, pero si analizas frase por frase es un español del siglo XVIII con el que construye frases que me resultan fascinantes. No estoy diciendo que ese español se deba romantizar, pero sí se puede romantizar.
–Nunca hiciste narco-literatura, aunque con seudónimo escribiste libros de autoayuda
–(risas) Esa es una leyenda negra sobre la que no voy a decir nada. Es una cuestión de posturas. Hay muy buena narco-literatura. Tengo la impresión de que el periodismo dice que “A” es “A” y la literatura dice que “A” es “B”. Si cierras el periódico y vas a un libro que dice lo mismo que el periódico, probablemente eso evidencie que tu imaginación es escasa en ese momento. No vivo en Sinaloa, he vivido en el DF afortunado, en la parte del sur del DF donde no hay conflictos armados. Mi obsesión es mucho más abstracta de la que puede tener un escritor nacido en Culiacán o en Monterrey. Tampoco diría que mis libros no discuten lo que está pasando. Muerte súbita es un libro sobre lo que está pasando en México. Decencia era una novela sobre el regreso del PRI. Me choca tener razón en este caso. Parecía un chiste decir que estos podían regresar y regresar. En todo caso, no me interesa extender más el discurso periodístico en el terreno de la ficción.
–La ficción como manera de enfrentar y entender la realidad
–Sí, porque creo que cualquier escritura es política, siempre. Creo que la ficción desafía nuestras visiones de la realidad y creo que la novela siempre debe ser un reto a la imaginación del lector. Escribo sobre el mundo actual, pero siempre viendo desde otros lugares y desde otros tiempos. No creo que el deber de un escritor sea el de un sociólogo o de un filósofo, es decir, tener que explicar la realidad, pero sí creo que el deber de un escritor es explicarse a sí mismo la realidad a través de ciertos tropos literarios.
–Me enternece eso que le pasa cada tanto a los escritores estadounidenses en el sentido de que se ven obligados a hacer la gran novela americana. ¿Tú harás la gran novela mexicana?
–(risas) Dices eso porque me conoces desde chico, es tu gran proyecto peronista…La verdad es que no sé si tenga sentido hacer la gran novela mexicana. El ruido que están haciendo los escritores mexicanos en los Estados Unidos es impresionante. Después de muchos años de una literatura mexicana que no era atendida fuera del país, ahora estamos en una especie de renacimiento. Y eso es producto en parte de que un gringo se despierta y tiene que pensar en ir al trabajo, en qué café se pedirá en el Starbucks. Un mexicano se despierta y tiene que pensar en Ayotzinapa, en Ciudad Juárez, somos una generación que está pensando todo el tiempo. Y eso naturalmente tiende a producir una buena escritor. A lo mejor la gran novela mexicana sea esa gran mancha de escritores que sale fuera de México, como Julián Herbert, Emiliano Monge, mi propia esposa, Valeria Luiselli.