Conscientes de que, por 30 años, la tarea de Artes de México ha sido estudiar, difundir y comprender las distintas realidades de nuestros pueblos indígenas, en esta ocasión damos voz a Iván Pérez Téllez, uno de los antropólogos que ha sido guía y autoridad en temas mesoamericanos de los que nos hemos ocupado en nuestra revista-libro. Y, en tiempos en que se cree que nuestro presente indígenas es homogéneo y unidireccional, Iván nos recuerda que, por el contrario, México es diverso y multiétnico y un solo evento no puede condesar la carga cultural de muchos hombres y mujeres, de tantos sitios y sistemas de pensamiento que conforman a nuestro país.
Por Iván Pérez Téllez
Ciudad de México, 22 de diciembre (SinEmbargo).- Con periodicidad, en distintas regiones indígenas del país, las autoridades civiles y religiosas entregan a los funcionarios entrantes los bastones de mando que, a su vez, recibieron de sus antecesores. Esta actividad se enmarca en la obligación que tiene cada persona de trabajar, de manera no remunerada, a favor de su pueblo. Cada año —o cada tres— el bastón de mando es cedido a la autoridad entrante. Este objeto debe ser enjuagado ritualmente para entregarlo limpio, ya que funciona como una suerte de pararrayos. El bastón, considerado en ocasiones como sujeto o persona, se impregna de las maledicencias o las envidias de cierta gente del pueblo. Por tanto, puede capturar ciertos hechos contaminantes o nefastos que podrían afectar a las autoridades. El objeto mismo no confiere poder alguno, en cambio sí reconoce a un ser potente.
El sábado 1 de diciembre del año en curso asistimos, en cadena nacional, a un evento en el que se otorgaba un bastón de mando al presidente de la república Andrés Manuel López Obrador. La imagen presentaba, en diferentes ángulos y tomas, a personas pertenecientes a distintos pueblos y regiones indígenas del país, todos ellos estaban ahí para entregarle a AMLO un báculo que, según señalaban, le confería la jerarquía y poder sobre los pueblos originarios. Una gran parafernalia mediática se hacía presente y dos comentaristas trataban de narrar lo que ocurría. En ocasiones no daban crédito a lo que estaba pasando, se hablaba de sacerdotes y sacerdotisas, de médicos tradicionales, incluso de chamanes y, sobre todo, del carácter sincrético del evento. Sin embargo, al final, parecían no entender mucho. Cuando se habla de los pueblos indígenas, es usual que se caiga en estereotipos y clichés. De cierto modo, la mayoría de los discursos ahí enunciados poseían un aire de ceremonia tipo new age o de la mexicanidad conchera.
Lo cierto es que los pueblos indígenas, en algunos contextos y circunstancias, suelen reconocer con estos actos el poder de cualquier funcionario –no importa el partido– en la medida en que participan de una estructura estatal de gobierno. De hecho, los pueblos indígenas conocen bastante bien de política, incluso de cosmopolítica, pues saben tratar de manera diplomática con humanos y con no-humanos: divinidades, muertos, dueños, incluso con políticos no indígenas. En realidad, el acto de entronización que presenciamos no otorgaba propiamente algún poder porque no existe un movimiento indígena único, en cambio reconocía la potencia factual y trataba de “domesticar” esa alteridad que representan los seres poderosos, intentando establecer una relación de reciprocidad a través de la entrega de ofrendas, en virtud de que ese poder sirve para favorecer la vida, pero también para precipitar la muerte. Así, los políticos, como las divinidades propiciatorias o funestas, tienen la potestad de actuar sobre el mundo humano, es decir, el mundo indígena, para favorecer la vida o para arrasarla.
Los pueblos indígenas son diversos en sí y han pertenecido históricamente a los partidos oficiales o se han afiliado a sus entes corporativos como la Confederación Nacional Campesina (CNC), la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP) o Antorcha Campesina. También se han integrado a las filas del EZLN o en el Congreso Nacional Indígena (CNI). Podría decirse que las poblaciones indígenas no son gente de izquierda o de derecha. Por el contrario, saben tratar, literalmente, con dios y con el diablo, con MORENA o con el PRI, sin que eso los vuelva, en términos ideológicos, de izquierda o de derecha. Se trata de una relación casi instrumental. En el universo indígena, todo ser que tenga agencia y capacidad de actuar debe ser contemplado en los rituales, no importa si se trata de esos agentes virulentos que son los muertos en desgracia o sí, por el contrario, se trata de los espíritus de las semillas: todos deben ser considerados como personas durante los rituales, deben ser convidados de las ofrendas; se les debe reconocer su poder.
En las comunidades indígenas, la entrega de bastones de mando obedece a un acto simbólico o protocolario, pero sobre todo a un suceso comunitario por medio del cual se reconoce la capacidad que ya posee la autoridad –por eso fue electo–, amén de su capacidad de convocar y promover que la fuerza comunitaria se active y movilice en favor de su pueblo. Este tipo de rituales son efectivos en las comunidades indígenas pues los realiza y respalda una colectividad, sin embargo lo que presenciamos en la unción AMLO, según han registrado varios periodistas, fue realizado por indígenas que no necesariamente cuentan con legitimación o el respaldo de sus comunidades, lo que resta potencia y neutraliza el carácter político y cosmopolítico de la entrega del bastón. Con todo, que los pueblos indígenas sean partícipes de la vida política del país es algo loable. Es importante destacarlo. Ojalá éste sea el inicio de una relación en la que los interlocutores del nuevo gobierno sean las verdaderas autoridades indígenas –agrarias, políticas o ceremoniales– con representatividad y respaldo de sus pueblos.