Alma Delia Murillo
22/11/2014 - 12:01 am
La maldición del abrefácil
Cada vez que tengo entre mis manos un envase y veo en él la leyenda “Abre fácil” es como si me dieran una patada en el culo. No es un secreto para nadie que odio con toda mi alma el manifiesto de valores facilistas y frívolos en los que los posmodernos enmarcamos nuestro vivir cotidiano. […]
Cada vez que tengo entre mis manos un envase y veo en él la leyenda “Abre fácil” es como si me dieran una patada en el culo.
No es un secreto para nadie que odio con toda mi alma el manifiesto de valores facilistas y frívolos en los que los posmodernos enmarcamos nuestro vivir cotidiano.
Así que no me canso de lanzar cuestionamientos, escupitajos y mentadas de madre contra todas las tonterías superficiales e insulsas a las que recurrimos para escapar despavoridos como eternos adolescentes del verdadero peso de la existencia.
Porque el mundo que habitamos tiene un peso. Las relaciones humanas tienen densidad. Las elecciones que hacemos tienen una consistencia específica y traen consecuencias de mayor o menor alcance, deseables o no, pero traen consecuencias.
Me jode tanto la “narrativa” del paraíso abrefácil y entrecomillo narrativa porque es otra de mis palabras indeseables pues tanto y con tal prontitud les gusta recurrir a ella a periodistas y analistas que han terminado por convertirla en un lugar común sin demasiado fondo, como todos los lugares comunes; pero en esta ocasión calza con una exactitud ergonómica porque lo que estamos haciendo es precisamente eso: contarnos un mundo de meses sin intereses; de compre ahora, disfrute efímeramente y sufra el pago durante los próximos dos años, de ejercítese sin mover un dedo, pierda peso sin cambiar sus hábitos alimenticios y enamórese sin conocer de facto al objeto de su amor. Aplaudo de pie ante nuestra extraordinaria capacidad evasiva.
Somos algo así como la generación de la leche deslactosada, el café descafeinado, el alcohol desalcoholizado y vida desvivida.
Eso explica por qué somos también los hiperconectados más desconectados y solitarios de la historia.
Una paradoja detrás de la otra, qué digo paradojas, contradicciones puras nacidas de nuestra incapacidad para mirar la realidad y aceptarla cuan compleja es.
Contradicciones casi de doble moral que tal vez deberíamos llamar mentiras vitales. O sin el casi. Y sin el tal vez.
Porque el discurso corre por un carril y los hechos por otro: ni siquiera el internet es fácil ni rápido. Aceptémoslo, el invento del que más presumimos haber diseñado para ahorrarnos el martirologio de la tramitología y simplificarnos la existencia es también una verdadera monserga hasta para dar de alta una maldita contraseña o un usuario, ¿les ha pasado? Que si el usuario ya existe, que si le faltan caracteres, que si le sobran, que si no contiene ninguna letra mayúscula, que si hay dos números repetidos, que si hay dos números secuenciales, que si hace falta agregar un símbolo del teclado, que si cómo chingan.
En este país –y en muchos otros o tal vez en todos cuantos existen- cada evento es un problema y un trámite kafkiano: comprar, vender, pagar, cobrar, enfermar, estar sano, nacer o morir. Para cada acción hay que someterse a algún proceso burocrático de pesadilla, en modo virtual o modo papeleo. Es igual.
Y vuelvo al “Abre Fácil” así con los dos vocablos separados. Es decir, como adjetivo, como elemento descriptivo de algo que se puede abrir sin mayor dificultad.
La madre que los parió, creo que semejante concepto bizarro debería figurar junto a los mitos más fantasiosos: el conejo en la luna, las sirenas, el abre fácil.
Porque no es verdad, nunca es verdad. Ahí donde aparezca esa infame leyenda usted sabe que se destrozará las manos, se rasgará las uñas y la cutícula, se batirá a dentelladas con el empaque del infierno y tal vez logre el cometido de abrirlo.
Tormentos, puros tormentos.
Pero se pone aún peor si nos referimos a “abrefácil” formando una sola palabra que es como aparece en el diccionario de la RAE porque entonces estamos hablando de un sustantivo, sí señoras y señores: “hola, soy un abrefácil” ¿qué aspecto tiene, cómo se ve?
Mi perorata y mi reniego es porque creo que este, como tantos otros, es el botón de muestra que refiere cómo podemos hacer que las fantasías trasciendan y que esa “narrativa” con la que nos contamos la vida, termine infectando nuestra identidad colectiva.
Lo que digo es que no me gustaría que llegara el día en que habitemos un mundo donde la humanidad sea fácil, gratis y rápida.
Que ese “Please, hands below” (por favor, ponga las manos abajo) que hoy nos complace poniendo automáticamente en nuestra palma el papel con el que vamos a secarnos luego de habernos lavado, no termine atrofiándonos la musculatura ni la motricidad fina o la autosuficiencia.
Pero algo me dice que pronto veremos junto a los retretes leyendas del tipo “Please, culo up” (por favor, levante el ídem) y algún mecanismo inteligente hará la labor de limpieza y secado para evitarnos la fatiga de hacernos cargo de nuestras propias, digamos, deyecciones.
@AlmaDeliaMC
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