Topolobampo, Sinaloa, es una región donde habitan cerca de 6 mil 100 habitantes, de acuerdo con cifras del Inegi. En las últimas dos décadas, esa localidad pesquera se ha convertido año con año en una zona obligada para los reclutadores que buscan llevar trabajadores a Estados Unidos. Estas personas – que tienen contacto directo y permanente con los patrones– son los que deciden quién hace el viaje y quien no, y sólo hay 50 lugares. De su decisión dependen muchos. Para Jova Reyes, una mujer de 62 años, no ir es quedarse sin el trabajo para el que se considera competente y, por tanto, sin opciones para subsistir decentemente. El problema es que los reclutadores de su zona se han encargado por años, de marginarla, tan sólo por haber sobresalido en su labor.
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Ciudad de México, 22 de octubre (SinEmbargo).– Quedarse en donde vive no es opción para Jova Reyes. A sus 62 años ella siente que ya no tiene la vitalidad para subir el cerro y trabajar donde lo hacía antes de afiliarse al Programa de Empleo Temporal en Estados Unidos. Ella fue a trabajar allá por primera vez en el año 2000 y a diferencia de muchos de sus paisanos, ella no sufrió maltrato por parte de sus patrones en la planta de marisco, al contrario, le reconocieron que era buena y que merecía un ascenso.
El problema para Jova fueron tres reclutadores que también son de origen mexicano. Ellos, sólo por miedo a perder su puesto, año con año han impedido que ella vaya a trabajar y aunque ella ha logrado ir, estando allá es víctima de acoso laboral: sus compañeros no le hablaban porque ninguno quiere hacer enojar a los reclutadores o llevarles la contraria; por instrucciones de ellos, nadie le da un aventón para ir a cobrar su cheque.
Actualmente estas tres personas han logrado su cometido. Jova ya está en la lista negra por formar parte de la Coalición de Trabajadoras y Trabajadores Migrantes Sinaloenses, razón por la que ya no puede ir al que ha sido su trabajo durante los últimos 14 años.
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Topolobampo es una de las muchas regiones pesqueras del estado de Sinaloa. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), ahí habitan 6 mil 361 personas. Las opciones laborales ahí son limitadas; se puede trabajar en la pesca, en alguna fábrica, ver qué hay en la construcción de un nuevo gasoducto de Petróleos Mexicanos (Pemex), dedicarse al comercio o al ambulantaje.
Jova Reyes vivía de la venta de cosméticos por catálogo, algo que no le ofreció nunca un sueldo fijo. Ella se fue a trabajar a Estados Unidos en el año 2000.
¿Qué la orilló a irse? No tener dinero para mantener a su familia.
A Jova la invitó un reclutador y no tuvo problemas para alistarse. Los primeros años trabajó pescado y luego crawfish y camarón. Dentro de la planta todo iba marchando bien, cuenta a SinEmbargo.
A diferencia de miles de trabajadores, el inicio Jova lo califica como liviano. El único problema surgió cuando cambió de reclutadores y eso desencadenó toda una serie de maltratos por parte de sus connacionales mexicanos.
“Los problemas vinieron cuando me fui con tres hermanos que eran reclutadores para ir a trabajar a una planta en Nueva Jersey. Con ellos fui víctima de acoso laboral. Ellos inventaban cosas sobre mí, como que yo me quejaba o decía que ya nos iban a aumentar los salarios. Luego provocaron que todos mis vecinos me dejaran de hablar y así fue por años enteros, me relegaron”, platica.
Como a ella le dijeron algunos de sus vecinos, la indicación de estos tres hombres fue que nadie le hablara ni en Topolobampo ni en la planta. Allá, las plantas están ubicadas en la lejanía y los servicios están a 40 minutos de distancia, por lo que es necesario auxiliarse con alguien con vehículo o entre varios, por lo costoso que resultaría tomar un taxi.
A los compañeros de Jova también le prohibieron darle ryde para que pudiera cambiar su cheque. “La indicación era que nada conmigo. Imagínate, todo eso duele […] Es feo estar con gente que no te quiere ver. Es feo que te hagan la vida de cuadritos, que te ofendan, que te humillen”, dice.
Así fue por 10 años.
TRABAJO ES TRABAJO
Jova sobresalió en las plantas en las que trabajaba, lo que desde su perspectiva es la razón del odio de los reclutadores. A ellos se les unió mucha gente, ya que a un reclutador hay que tenerlo de amigo, porque de no ser así, el lugar en el programa se pone en riesgo.
La Coalición de Trabajadoras y Trabajadores Migrantes Sinaloenses encontró en el sistema de reclutamiento una serie de abusos constantes por parte de los encargados de decidir quién va y quién no.
El reclutamiento en México lo hacen personas que trabajan para empleadores estadounidenses, lo que complica que los empleadores tengan conocimiento de lo que sucede en territorio mexicano, explicó a este medio digital el Proyecto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (Prodesc), organización que realiza un exhaustivo acompañamiento a la Coalición.
De acuerdo con las leyes de Estados Unidos, los empleadores son legalmente responsables de fraudes o discriminación durante el proceso, “cuando se les notifica ellos alegan no saberlo y con ese desconocimiento se deslindan de la responsabilidad […] De acuerdo con la Ley Federal del Trabajo, un trabajador es considerado así desde que comienza el proceso de reclutamiento, lo que implica que el Gobierno mexicano sí es jurídicamente responsable por los abusos que sufren en esa etapa”, comentó Greta Gómez Rico, Coordinadora de Comunicación de Prodesc.
Fueron estos fraudes, el principal detonante de la organización de las y los migrantes.
“Una primera toma de conciencia fue por una serie de fraudes que se dieron en el reclutamiento. A raíz de ello se detona un colectivo que se transformó en un proceso de defensa de derechos. En México hay una serie de agencias que tienen reclutadores que van a poblaciones marginadas y rurales donde hay problemas económicos, pero también personas con experiencia específica. Les ofrecen trámites para generar visas y pasaportes, que son gratis, pero los cobran indebidamente. No eran casos aislados; era un patrón. Sin embargo, cuando se deciden a denunciar los fraudes, los reclutadores los colocan en ‘listas negras’ lo cual les imposibilita que puedan volver a acceder al mercado laboral”, explicó Norma Cacho, Coordinadora del Área de Procesos Organizativos de la misma organización.
A Jova, poco tiempo después de demostrar que era una trabajadora constante, le dieron un ascenso en el que realizaría una actividad más liviana, pero para los reclutadores esa fue una señal de que su trabajo podría ponerse en duda.
“Quizá creían que iba a llegar a tumbarles su trabajo. Quizá por no saber inglés no se dio, porque si no sí lo hubiera hecho. Mi problema es que no me podía comunicar con mi jefe ni porque le pidiera ayuda en la traducción a personas de mi confianza, jamás quedaba conforme con lo que le decían y ni ellos le decían todo al jefe, por que nunca permitieron que yo hablara directo con él”, explica la sinaloense.
Luego del ascenso, los tres reclutadores la llevaron sin problemas a trabajar de nueva cuenta, pero a otra planta y luego a otra planta.
“Lo que ellos querían era que me cansara o que ya no fuera a trabajar. Les decían a mis compañeros y a los patrones cualquier cosa que yo hacía mal para que me reclamaran y me presionaran. Cada año era sufrir porque ellos no me querían llevar y entonces yo tenía que ir a formarme y preguntar, hacer el trámite y hablar directo a la planta para ver si estaba en la lista e irme, porque aunque estuviera en la lista ellos no me decían nada y toda la gente a mi alrededor decía que ya no me iban a llevar”, platica Jovita.
Era el patrón el que la anotaba cada año en las listas.
Los complicaciones surgieron cuando al patrón le llegó el rumor de que ella decía a sus compañeros que la hora se pagaría en adelante en 12 dólares. Aunque los reclutadores la enfrentaron con el patrón, él terminó por creerle. Pero los rumores continuaron.
En otra ocasión, hasta la manager la enfrento y le dijo molesta, que por qué decía, ahora, que iban a disminuir los sueldos, lo que generó un gran alboroto dentro de la planta, “yo lo negué y dije los nombres de quienes habían soltado el rumor. Después seguí trabajando y una de ellas me echó pleito y me tiró la cubeta de jaiba. Yo no tuve la culpa de nada, pero me querían eliminar por completo”.
Luego los reclutadores empezaron a capacitar a varias mujeres para ocupar el puesto de Jova, algunas incluso se lo presumían. Llegó un momento en el que ella ya no podía hablar con nadie, porque nadie quería estar con ella y porque todo lo que decía era luego distorsionado. Tenía a esos tres hombres encima todo el día.
Pero Jovita aguantó porque respetó su contrato y su empleo, además de que tampoco quería permitir que ellos ganaran aunque para 2013 lograron poner al patrón en su contra. En una ocasión la corrió porque se negó a trabajar horas extras.
Estos tres reclutadores, durante años, fueron claros con las condiciones de trabajo: en una carta escribían que quien vaya sería víctima de maltrato y acoso sexual.
“Eso estaba dentro de las condiciones, estaba escrito […] todo eso venía en la carta que firmas, no me acosaron porque ya estoy grande, si no quién sabe. Las mujeres debían ofrecer favores sexuales a los reclutadores, era algo clarísimo. Esa firma era para aceptar todas sus condiciones. Yo no firmé, pero muchas de mis compañeras sí. Ese papelito es un filtro, mucha gente no accede”, relata Jova.
¿A QUÉ QUEDARSE?
ADEMÁS:
De acuerdo con datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), el número de sinaloenses en precariedad se incrementó entre 2012 y 2014.
En el 2012 había 1 millón 055 personas en pobreza en el estado, cifra que subió a 1 millón 167 mil 100 personas en 2014. La cantidad de sinaloenses en pobreza extrema de igual forma se elevó de 130 mil 200 personas en 2012 a 155 mil 800 personas en 2014.
“Si yo no voy, ¿a qué me puedo dedicar aquí? Ahorita le ayudo a mi hijo en su trabajo, pero eso no implica que yo tenga un salario fijo. Yo no me dedicaría a nada aquí, ya tengo 62 años y ya no puedo subir y bajar el cerro, que es donde antes trabajaba en la venta de productos por catálogo. Lo que uno haga aquí jamás le va a dar el dinero que se gana allá. Jamás. Aquí no hay ninguna opción que nos permita tener un salario decente. Ni los que tienen una profesión encuentran trabajo, y si lo encuentran es mal pagado. Así ha sido siempre. A mi no me gusta trabajar y que no me paguen, o perder el día por tan poquito dinero”, sostiene Jova.
Jova se enteró de la Coaliación a través de otra trabajadora, Olivia Guzmán Garfias.
Entró para ver si la apoyaban en su problema, pero también por sus compañeros.
“Lo importante que era que lográramos algo de justicia, que alguien nos atendiera, obtener un mejor trato en el trabajo y en el reclutamiento. Es la esperanza que tengo y lo que me motivó. La Coalición fue una mano amiga que nos ayudaría a mejorar las cosas y sí lo conseguimos”, agrega.
El problema con esos reclutadores no se ha solucionado, pero ve con optimismo que se haya avanzado, ya que estas personas han dejado de cobrar por la visa.
Otra de las luchas es para que allá en Estados Unidos las cosas mejoren, que a los trabajadores ya no les cobren por los guantes, botas, gorros y todo lo que utilicen, ya que es algo que la planta les tiene que dar.
“La Coalición estará ahí para respaldarnos en cualquier problema que pueda surgir. Si nosotros no alcanzamos a mejorar todo, pensamos en los que vienen atrás y a partir de ello vemos que sí se logra algo”, sostiene Jovita, quien aún se dice capacitada para trabajar, se siente competente. Ella lo único que quiere es su visa para ir a trabajar.
“No queremos lujos: queremos una cama donde dormir a gusto y, luego, ir a trabajar”, concluye.