Puntos y Comas

LECTURAS | El celular, el porno, los necios y la prensa: TRES ENSAYOS de Umberto Eco

22/10/2016 - 12:02 am

De la estupidez a la locura es un libro póstumo de Umberto Eco. No se trata de una edición de, como se le dice, “editor”: el mismo autor seleccionó cada uno de estos textos para componer –armar, cerrar– un libro que está fechado en 2016, el mismo año de su muerte.

Los siguientes tres ensayos sí fueron seleccionados por nosotros, los editores del suplemento Puntos y Comas. Todos fueron escritos en 2015. Los reproducimos aquí con autorización expresa de Penguin Random House.

Eco murió a los 84 años en su casa el 19 de febrero de 2016. Pidió, expresamente, que al menos durante diez años no se le hiciera homenaje alguno, ni ceremonias de reconocimiento ni nada que se le pareciera.

Se cumple a cabalidad los deseos de este escritor, filósofo y profesor que merece todos los homenajes. Esta selección no es, por tanto, ningún reconocimiento, ceremonia u homenaje, pues.

El lector podrá agradecerle en silencio, sin embargo, por tanto que nos dejó en vida.

Umberto eco libro

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El teléfono móvil y la reina de Blancanieves

Caminaba por la acera y vi que en dirección contraria venía una señora con la oreja pegada al teléfono, y que por tanto no miraba al frente. Si no me apartaba, chocaríamos. Como en el fondo soy malo, me detuve bruscamente y me volví hacia el otro lado, como si estuviera mirando el final de la calle; de este modo la señora se estrelló contra mi espalda. Yo había tensado el cuerpo preparándome para el impacto y aguanté bien, ella se quedó descompuesta, se le cayó el teléfono, se dio cuenta de que había chocado con alguien que no podía verla y que era ella la que debía haberlo esquivado. Farfulló unas excusas, mientras yo le decía con humildad: «No se preocupe, son cosas que pasan».

Solo espero que el teléfono se le rompiera al caer al suelo, y aconsejo a quien se encuentre en una situación parecida que haga lo mismo que yo. Desde luego, a los adictos al teléfono habría que matarlos de pequeños, pero como no es fácil encontrar todos los días a un Herodes, es bueno castigarlos de mayores, aunque nunca entenderán en qué abismo han caído, y perseverarán.

Sé muy bien que sobre el síndrome del móvil se han escrito ya decenas de libros y que no habría nada más que añadir pero, si nos detenemos a reflexionar un momento, parece inexplicable que casi toda la humanidad haya sido presa del mismo frenesí y haya dejado de mantener relaciones cara a cara, de contemplar el paisaje y de reflexionar sobre la vida y sobre la muerte para dedicarse a hablar de manera compulsiva, casi siempre sin tener nada urgente que decir, consumiendo su vida en un diálogo entre invidentes.

Estamos viviendo en una época en que por primera vez la humanidad consigue realizar uno de los tres deseos convulsivos que durante siglos la magia ha tratado de satisfacer. El primero es el deseo de volar, pero volar elevándonos con nuestro cuerpo, agitando los brazos, no subiendo a una máquina; el otro es poder actuar sobre el enemigo o sobre la amada pronunciando palabras secretas o pinchando una figura de arcilla; el tercero es justamente comunicarnos a distancia, sobrevolando océanos y cadenas montañosas, teniendo a nuestra disposición un genio o un objeto prodigioso que de golpe pueda trasladarnos de Frosinone a Pamir, de Innisfree a Tombuctú, de Bagdad a Poughkeepsie, poniéndonos de inmediato en contacto con personas que están a miles de kilómetros de distancia. Y lo hacemos nosotros solos, personalmente, no como ocurre todavía con la televisión, en la que se depende de la voluntad de otro y no siempre se ve en directo.

¿Qué ha predispuesto a los hombres a las prácticas mágicas durante siglos? La prisa. La magia prometía que se podía pasar de golpe de una causa a un efecto sin los pasos intermedios: pronuncio una frase y transformo el hierro en oro, invoco a los ángeles y a través de ellos envío un mensaje. La fe en la magia no desapareció con la llegada de la ciencia experimental, porque el sueño de la simultaneidad entre causa y efecto se trasladó a la tecnología. Hoy en día, es la tecnología la que te lo da todo y de una forma inmediata (pulsas un botón de tu móvil y hablas al instante con Sidney), mientras que la ciencia avanza despacio, y su prudente lentitud no nos satisface porque querríamos tener el remedio contra el cáncer ahora, y no mañana, de modo que depositamos nuestra confianza en el médico santón, que nos promete la poción milagrosa que nos curará al instante sin tener que esperar años.

La relación entre entusiasmo tecnológico y pensamiento mágico es muy estrecha y va ligada a la confianza religiosa en la acción fulminante del milagro. El pensamiento teológico nos hablaba y nos habla de misterios, pero argumentaba y argumenta para demostrar hasta qué punto son concebibles, o bien insondables. En cambio, la fe en el milagro nos muestra lo numinoso, lo sagrado, lo divino, que aparece y actúa sin demora.

¿Es posible que exista una relación entre quien promete la curación inmediata del cáncer, el padre Pío, el teléfono móvil y la reina de Blancanieves? En cierto sentido sí. Por eso la señora de mi historia vivía en un mundo mágico, aunque encantada por una oreja y no por un espejo mágico.

[2015]

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Apostilla

Alguien dijo que el sociólogo es aquel que en un local de striptease no mira el escenario sino la platea. No tengo posibilidad de controlar la platea de las páginas porno y tampoco de controlar todo el escenario. El número de páginas porno, según distintas encuestas en internet, parece insondable. Leo en la Web que, según una encuesta de 2003, los sitios porno serían 260 millones, y me parece una exageración, a menos que consideren porno una página en la que aparece Carrol Baker medio desnuda. Seleccionando una página, tal vez la más visitada, he visto que hay 71 categorías y cada una contiene por término medio miles de vídeos. Teniendo en cuenta, además, que el sitio se renueva a diario (aunque se pueden recuperar los anteriores), podemos calcular que hay unos 170.000 vídeos. Puesto que desde esta página se puede acceder a otras 21, y considerando las repeticiones y el hecho de que algunas páginas son de dimensiones más modestas, he obtenido una cifra de 3.570.000. No son 260 millones, y tal vez son más de tres, pero estas son las dimensiones presumibles del fenómeno.

Como no he tenido tiempo de visitar tres millones de páginas porque ars longa, vita brevis, he cogido unas muestras, casi al azar, y he hecho una observación que no pretende tener validez científica pero que a mí personalmente me ha convencido. Tras aclarar de entrada que solo he examinado rostros femeninos (los masculinos son irrelevantes, porque en el caso de los varones la cámara enfoca sobre todo el aparato reproductor), he observado que la mayoría de las muchachas que participan en estos juegos eróticos, cuando abren la boca (y lo hacen a menudo, no solo para sonreír o rugir de placer) exhiben una dentadura muy imperfecta. Los incisivos suelen estar bien, pero aparecen caninos torcidos y minúsculos, por no hablar de los molares irregulares y de los llamativos empastes que se pueden entrever.

Lo primero que hace Hollywood cuando lanza una nueva actriz es arreglarle la dentadura. La operación es muy cara, y lo sabe bien incluso quien acude a un dentista en Bucarest. Por lo tanto, la mayoría de las muchachas que se exhiben, que por lo general son guapas o al menos monas, son de extracción social muy baja y no tienen dinero para ir al dentista. No creo que esperen conseguir la suma necesaria gracias a sus prestaciones, puesto que las cifras indican que la oferta es enorme y por tanto las ganancias no deben ser astronómicas (aunque la misma página dice que las más populares pueden cobrar hasta diez mil dólares al mes; no obstante, su presencia no dura mucho, y las verdaderas estrellas se cuentan con los dedos de una mano). Tal vez confían en que, si aparecen en la pantalla del ordenador, algún magnate de Hollywood repare en ellas y se ocupe de restaurar su dentadura. O tal vez no, saben que con dientes así no se va a Hollywood y se resignan a prestarse a juegos eróticos de tres al cuarto.

De todo esto sacamos una conclusión: que ese ejército infinito de fornicadores a tiempo completo procede del proletariado del sexo y, por tanto, todo el conjunto de la producción porno no es más que una forma de trata de blancas y explotación de personas en situación precaria y sin esperanza.

Hay que decirlo, porque muchas veces los visitantes se excitan pensando que las protagonistas hacen lo que hacen por descaro y atrevimiento, por gusto, por un desafío indecente, y esto las hace más deseables. Pero no: lo hacen por desesperación, sabiendo que con esos dientes no tienen futuro sino solo un presente infrarremunerado.

[2015]

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Los necios y la prensa responsable

Me he divertido mucho con el tema de los necios de la Web. Para quienes no lo hayan seguido, salió online y en algunos periódicos que en el curso de una denominada lectio magistralis en Turín, yo habría dicho que la Web está llena de necios. Es falso. La lectio trataba de un argumento completamente distinto, pero eso nos dice cómo entre periódicos e internet las noticias circulan y se deforman.

El asunto de los necios salió en una rueda de prensa sucesiva durante la cual, respondiendo ya no sé a qué pregunta, hice una observación de puro sentido común. Admitiendo que entre los siete mil millones de habitantes del planeta haya una dosis inevitable de necios, muchísimos de ellos antaño comunicaban sus desvaríos a sus íntimos o a sus amigos del bar, y de este modo sus opiniones quedaban limitadas a un círculo restringido. Ahora una consistente cantidad de estas personas tienen la posibilidad de expresar las propias opiniones en las redes sociales. Por lo tanto, esas opiniones alcanzan audiencias altísimas, y se confunden con muchas otras expresadas por personas razonables.

Nótese que en mi noción de necio no había connotaciones racistas. Nadie es necio de profesión (salvo excepciones), pero una persona que es un excelente tendero, un excelente cirujano, un excelente empleado de banco puede decir estupideces sobre argumentos de los cuales no es competente, o sobre los que no ha razonado bastante. Entre otras cosas porque las reacciones en internet se hacen en caliente, sin que dé tiempo de reflexionar.

Es justo que la red permita expresarse también a los que no dicen cosas sensatas, pero el exceso de tonterías atasca las líneas. Y algunas reacciones desmedidas que he visto en la red confirman mi más que razonable tesis. Incluso alguien había referido que yo opinaba que en la red tienen la misma evidencia las opiniones de un tonto y las de un premio Nobel, e inmediatamente se difundió viralmente una inútil discusión sobre si yo había recibido el premio Nobel o no. Sin que nadie fuera a consultar la Wikipedia. Esto para decir lo inclinados que estamos a hablar al tuntún. En cualquier caso, ahora se puede cuantificar el número de los necios: son 300 millones como mínimo. En efecto, parece ser que en los últimos tiempos la Wikipedia ha perdido 300 millones de usuarios. Todos ellos navegantes que ya no usan la Web para encontrar informaciones, sino que prefieren estar en línea para charlar (tal vez al buen tuntún) con sus pares.

Un usuario normal de la red debería ser capaz de distinguir ideas inconexas de ideas bien articuladas, pero no siempre es así, y aquí surge el problema del filtro, que no concierne solo a las opiniones expresadas en los diversos blogs o vía Twitter, sino que es una cuestión dramáticamente urgente para todos los sitios Web, donde (quisiera ver quién protesta ahora negándolo) se pueden encontrar tanto cosas fidedignas e utilísimas, como vaniloquios de todo tipo, denuncias de conspiraciones inexistentes, negacionismos, racismos, o también noticias culturalmente falsas, imprecisas, embarulladas.

¿Cómo filtrar? Cada uno de nosotros es capaz de filtrar cuando consulta sitios que conciernen a temas de su competencia, pero yo, por ejemplo, me vería en un aprieto a la hora de establecer si un sitio sobre la teoría de cuerdas me dice cosas correctas o no. Ni siquiera la escuela puede educar al filtro porque también los profesores se hallan en mis mismas condiciones, y un profesor de griego se puede encontrar indefenso ante un sitio que habla de la teoría de las catástrofes, o incluso tan solo de la guerra de los Treinta Años.

Queda una sola solución. Los periódicos a menudo son víctimas de la red, porque de ella sacan noticias, algunas veces leyendas, dando voz por lo tanto a su mayor competidor, y al hacerlo siempre llevan dos días retraso sobre internet. En cambio, deberían dedicar por lo menos dos páginas al día al análisis de sitios Web (tal y como se hacen reseñas de libros o de películas) indicando los sitios virtuosos y señalando los que transmiten bulos o imprecisiones. Sería un inmenso servicio al público y quizá también un motivo para que muchos navegantes de la red, que han empezado a dejar de lado los periódicos, vuelvan a hojearlos a diario.

Por supuesto, para acometer esta empresa un periódico necesitará un equipo de analistas, muchos de los cuales habrá que ir a buscarlos fuera de la redacción. Se trata de una empresa sin duda cara, pero sería culturalmente preciosa, y marcaría el principio de una nueva función de la prensa.

[2015]

 

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Redacción/SinEmbargo
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