Alma Delia Murillo
22/08/2015 - 12:01 am
Las calcetas nuevas del emperador
Vivió en tiempos posmodernos un emperador tan, pero tan aficionado a la evasión, que gastaba su existencia toda en evadir la realidad. Cuando inspeccionaba las tropas, cuando ofrecía algún discurso o pronunciamiento y cuando salía de paseo, su único afán era el de exhibir su inaudita capacidad para ignorar lo que ocurría a su alrededor. […]
Vivió en tiempos posmodernos un emperador tan, pero tan aficionado a la evasión, que gastaba su existencia toda en evadir la realidad.
Cuando inspeccionaba las tropas, cuando ofrecía algún discurso o pronunciamiento y cuando salía de paseo, su único afán era el de exhibir su inaudita capacidad para ignorar lo que ocurría a su alrededor.
De manera tal que los problemas que era responsable de atender; las agudas crisis de pobreza, violencia, criminalidad y corrupción que su reino enfrentaba, las pasaba por alto ante el pasmo creciente del mundo entero.
Pero no adelante encolerizadas conclusiones, querido lector, que nuestro personaje pecaba de idiota, sí; de irresponsable, también y de frívolo otro tanto pero no era el único culpable de su calamitosa existencia ni del estado catastrófico de su imperio.
Una caterva de canallas, ladrones, bárbaros, chupasangres, fantoches, lamebotas y caraculos eran quienes, por desgracia, constituían el grupo de ministros y consejeros del desequilibrado emperador.
Su enfebrecida condición mental era tan alucinante que un buen día el soberano decidió, por decreto, eliminar la noche pues estaba convencido de que durante las veinticuatro horas el sol iluminaba su reino; dijo también que la muerte no existía, que la tierra era cuadrada y que un país llamado México era próspero, honesto, democrático, ejemplo de justicia y que los pobres –que era poquísimos– estaban volviéndose ricos gracias a las boyantes oportunidades que se ofrecían a todos por igual en su reino.
– En efecto, distinguido emperador, la noche no existe más, ahora vivimos en un eterno día. Dijo el ministro ladrón.
– Está usted en lo correcto, mi señor, la tierra es un cuadrado perfecto y la pobreza está casi exterminada en México. Secundaba el consejero chupasangre.
– Dice usted bien, jefe supremo, hablar de estado fallido o de podredumbre institucional es ridículo e impensable, es una calumnia de los envidiosos. Aquí todo está bajo control. Terció el ministro lamebotas.
Este relato sobre la negación de la realidad, sobre la psicosis individual y colectiva se hace necesario porque o Enrique Peña Nieto y su gabinete bordean la demencia clínica o bien, el cinismo, la barbarie y el estado fallido deben ser ya proclamados régimen oficial en México.
Nunca como ahora me parece atinado el símil con el cuento de Hans Christian Andersen sobre el emperador aquel que, carcomido hasta la médula por la inseguridad, no se atrevió a aceptar que él no veía ningún traje ni telas maravillosas pues los estafadores a los que había contratado lo timaron diciéndole que esas telas mágicas sólo podían ser vistas por personas inteligentes y que todo aquél que no las viera, era un idiota. Ni el soberano ni sus ministros admitieron que ante sus ojos no había sedas ni hilos dorados por pavor a perder sus posiciones y beneficios.
Entonces su majestad salió a pasear en cueros y toda la gente le vio las nalgas peludas, la panza obscena y las piernas deplorables. El pueblo presenció el impúdico espectáculo de mirar de frente a la locura.
Y es que nosotros también hemos visto al presidente en pelotas, desnudo, hemos sido testigos de un acto simbólico que nos deja atisbar el nivel de su psicosis, de su disfunción mental.
– ¿Qué de todo debo aclarar, brillantes consejeros?, ¿los 43 estudiantes muertos en Atozinapa, los 22 muertos en Tlatlaya, los 5 asesinatos en la colonia Narvarte, la corrupción detrás de la Casa Blanca y las propiedades de Grupo Higa, la fuga del Chapo, los 55 millones de mexicanos en pobreza, el tipo de cambio a 17 pesos por dólar, la resolución que declaró culpables a las empleadas de limpieza de la muerte de 49 niños en la Guardería ABC, o lo más conveniente será aclarar que sí me puse las calcetas al derecho para que dejen de burlarse de mí?
No sé si EPN quiso ser gracioso o no resistió una humillación pública más, un motivo más para ser llamado idiota, imbécil e incapaz; el hecho es que cuando la inteligencia escasea se obtiene exactamente lo contrario del resultado que se pretendía, tal y como le ocurrió al gobernador veracruzano Duarte que parece ordenar la ejecución de periodistas para acallar a la prensa y el resultado es precisamente el opuesto.
Pero aún más desconcertante y desesperanzador resulta que no haya habido un solo miembro en todo el gabinete de Peña Nieto, uno solo, que se atreviera a decirle que hacer tal cosa era un error, una burla, que resultaría ofensivo, un escupitajo a la cara de los mexicanos.
-Magnífica idea, señor Presidente, será una salida simpática y graciosa, qué gran aportación para enderezar el rumbo del país e inyectar un poco de ánimo positivo. Publicar una foto de sus calcetines deportivos ahora que duelen los periodistas y los estudiantes asesinados, ahora que ofende la pobreza, que el narcotraficante más buscado se fugó, ahora que se respira inseguridad, hartazgo y desesperanza; ahora que la rabia deja sin adjetivos, ahora que…
Al final del cuento de Andersen aparece un niño que, sin temor a decir la verdad, grita entre carcajadas que el emperador está desnudo.
¿Servirá de algo empezar por admitir que nos gobiernan la ignorancia y la corrupción, que entre todos hemos encumbrado la estupidez, el cinismo, la barbarie y el crimen?
Y no, no quiero encontrar respuestas. Quiero encontrar, por débil que sea, una posibilidad, una salida, una esperanza. Pero por ahora sólo veo al emperador paseándose con su desnudez alarmante y perturbadora.
@AlmaDeliaMC
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