Esta semana ha muerto Maricarmen Mahojo, la madre de los Taibo y un poco la madre de todos nosotros, los que tuvimos el privilegio de disfrutar de sus comidas, de su bienestar. La vida es eso que te pasa cuando te preguntas qué es la vida, pero con ella todo era presente, existencia posible. Este es un texto que ha escrito Benito, uno de sus hijos y estamos con él y con toda su familia.
Ciudad de México, 22 de abril (SinEmbargo).- Después de pasada la vorágine, tengo unos minutos para contar; ahora que entra una suave luz por la ventana que se filtra a través de las jacarandas de la calle.
Mi madre, nuestra madre, Maricarmen Mahojo se ha liberado de «las amarras terrestres» (como llamaba a la vida el gran poeta Abigael Bohórquez) y se ha reunido por fin con el amor de su vida, el Jefe Taibo.
Nos reunimos a su alrededor, familia, amigos, conocidos, para darle las gracias por su inmensa generosidad, su solidaridad a toda prueba, su forma única e irrepetible de crear lazos indestructibles.
Durante toda su vida, fue creando a su alrededor, redes de cariño que operaban de maneras misteriosas y que sólo obedecían a los designios de la amistad como don supremo al que rendirle tributo.
Mi mujer se sorprendía (después de 26 años juntos) que siguieran apareciendo por su casa su «amigos de toda la vida» a los que ella nunca había visto. Y la respuesta era invariable y certera: así funciona.
Los amigos de toda la vida no tenían que estar allí, presentes, para serlo; es un lazo indisoluble que no corta el tiempo o la distancia.
Mamá tuvo siempre un sistema infalible para honrar la amistad y era la reunión multitudinaria con comida de por medio.
A su casa llegaron siempre, perseguidos, abrumados, tristes y a veces desesperados personajes que encontraron siempre un plato y un abrazo solidario. Alguna vez la oí decir una frase que se quedó en mi para siempre, frente a una chica desconsolada que había perdido al amor de su vida: «Primero come y luego lloras».
Hizo de de esa forma tan suya, un monumento inmenso a la amistad.
Robaba libros a sus hijos y a los editores de sus hijos para regalarlos a todos aquellos que pasaban por su casa y por su mesa y yo confío que no hayamos quedado mal con nadie.
Estaba orgullosa de nosotros, tanto como nosotros lo seguimos estando de ella y de nuestro padre, y siempre le restaba importancia a la fama y despreciaba la fortuna y los lujos, el dinero servía para hacer las cosas difíciles, más fáciles..
La vi llorar muy pocas veces y reír a carcajadas un montón.
Hoy somos huérfanos, pero el legado inmenso que nos han dejado permanece como una piedra angular que rige nuestras vidas y conduce nuestros actos.
No puedo hablar por mis hermanos Paco y Carlos, ni por sus nueras Paloma, Piyú, Imelda, sus nietas Marina, Lucía y Andrea, ni por José Ramón, el marido de Marina, pero estoy seguro, convencido, que avalaran de alguna u otra manera estas palabras.
Este brevísimo texto es sólo para agradecer en todo lo que vale, a aquellos que le ofrecieron su cariño y su amistad a toda prueba, ese amor constante más allá de la muerte (como dice Quevedo) que es el faro que iluminará para siempre nuestras vidas.
Gracias, Jefa. Por el gusto inmenso de haberte tenido en esta vida, entre nosotros.