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Un balance del final de la serie Watchmen, donde el corazón de la serie fue Angela Abar, quien acabó adoptando los poderes que Jon Osterman consiguió 60 años atrás, y durante todo ese tiempo el Doctor Manhattan fue visto como un Dios para todos los mortales. Lo que resultó de todo esto es una historia justa.
Madrid, 21 de diciembre (ElDiario.Es).- Cuenta el Evangelio, según San Mateo, que cuando Jesús empezó a predicar por los calles de Galilea, su creciente fama derivó en una muchedumbre que le seguía allá donde iba. Un día, al verse rodeado por la multitud, Nuestro Señor decidió subir al monte, sentarse junto a sus discípulos y explicar a estos quiénes eran, qué hacían y qué recibían los bienaventurados, cuyos pasos invitó a seguir a los allí presentes. “Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en los cielos. Pues también persiguieron a los profetas antes que a ustedes”, les dijo Jesucristo en un momento que, como todos los relacionados con su figura, se halla en el Nuevo Testamento, el libro al que Damon Lindelof hizo referencia para explicar el papel que ocuparía su Watchmen dentro del universo creado por Alan Moore y Dave Gibbons.
Si el genio de Northampton y el dibujante de Londres contaron la muerte del Comediante, el plan de Ozymandias para salvar a la Humanidad y la huida del Doctor Manhattan a una galaxia menos complicada, el showrunner de Nueva Jersey se propuso utilizar todos estos acontecimientos para expandir el mundo de Watchmen a su manera. Aunque esta, fuese la que fuese, partiera con una importante desventaja: que el público más interesado en descubrirla fuese, a su vez, el que más se oponía a su existencia.
El cocreador de Lost, consciente de ello, llegó a definirse a ojos de los fans como “el bastardo sin escrúpulos que actualmente está contaminando algo que amas”. Lo hizo en mayo de 2018 mediante una carta dirigida a los seguidores del cómic. Por aquel entonces HBO solo había encargado un episodio piloto de la serie, pero algunos de los seguidores más acérrimos del trabajo de Moore y Gibbons ya habían puesto el grito en el cielo ante semejante sacrilegio. “¿Es que no saben que Watchmen es inadaptable? ¿Es que no han oído a Moore?”, parecieron gritar al unísono, reticentes a que tan magna obra volviera a salir de las viñetas para las que fue concebida.
Lindelof, que durante años se preocupó por distinguir en sus historias a los hombres de ciencia de los hombres de fe, estaba pidiendo a través de su carta que unos y otros fuesen uno solo. Que por muy irracional que resulte hacer una serie sobre Watchmen sin adaptar Watchmen y salir airoso de ello, confiaran en él y en sus ideas. Que se alegraran y se regocijaran con su proyecto, pues la recompensa sería grande. Y efectivamente, lo ha sido.
UN FINAL CARGADO DE JUSTICIA POÉTICA
El acto de fe que pedía se ha visto recompensado con una magnífica serie que ha girado en torno a tres ejes: el talento de su creador, el cariño de este hacia la obra original y su capacidad para reinterpretarla en pleno 2019. El principal objetivo de Lindelof, como reconocía en esa misiva, era hacer un producto contemporáneo. Y en tiempos donde el movimiento feminista, la comunidad LGBTIQA+ y la población afroamericana alzan la voz contra la Administración Trump, el responsable de The Leftovers decidió jugar con el reverso de esa contemporaneidad a través del senador Joe Keene, un hombre blanco hetero que pretende convertirse en el Doctor Manhattan para mantener su histórica posición de poder. “No somos racistas, vamos a devolver el equilibrio a un país que parece haber olvidado sus principios fundacionales. Porque la balanza se ha inclinado tanto, que hoy es extremadamente difícil ser un hombre blanco en este país. Así que voy a probar a ser uno azul”, le llega a decir a Laurie Blake en «An almost religious awe», séptimo episodio de la serie.
Para entonces ya sabemos que Keene es el líder del Séptimo de Caballería, un grupo de supremacistas blancos que esconden su rostro bajo máscaras de Rorschach, personaje de la obra madre al que Lindelof despoja aquí de su malinterpretado antiheroico para reinterpretarlo como verdaderamente lo escribió Alan Moore: como un fascista.
La idea de poner a un hombre blanco hetero acomplejado como uno de los grandes villanos de la serie tuvo su probable germen en la sala de guionistas, compuesta en su mayoría -dicho por el propio Lindelof- por escritores de color, mujeres y representantes de la comunidad LGBTIQA+. No es de extrañar, por tanto, que tal amalgama de perfiles haya dado como resultado un relato donde no solo se denuncia el racismo contra el pueblo afroamericano, sino que también coloca a sus víctimas y a sus generaciones futuras como los grandes héroes de la función. Tampoco choca que un personaje como Laurie Blake, poco agraciado en el cómic al depender en exceso de los personajes masculinos, sea presentado aquí como una mujer fuerte y con ganas de vacilar al personal sin dejar de añorar a su querido Doctor Manhattan. O que no haya sido un hombre sino una mujer, Lady Trieu, la persona que más haya puesto contra las cuerdas al hombre más inteligente del mundo. Un Adrien Veidt que además resulta ser su padre, como así se nos revela en «See how they fly», capítulo final de Watchmen.
Dicho episodio cierra los pocos cabos sueltos que dejó el anterior, el magnífico «A God walk into Abar», a base de justicia poética. Porque es de justicia poética que el senador Keene acabe convertido en un enorme charco de sangre por comerse un paso en su proceso de convertirse en el Doctor Manhattan. Porque es de justicia poética que Lady Trieu, aún llevando a cabo ese paso, vea rotas sus esperanzas de convertirse en el señor azul por culpa de una lluvia de camalares congelados a cargo de Veidt. Y porque es de justicia poética que este último, aun salvando la Humanidad por segunda vez, acabe siendo detenido por la Vigilante que más despreció a los Vigilantes (Laurie Blake) y por una de las numerosas víctimas colaterales que dejó su calamar interdimensional (Looking Glass).
LINDELOF OBRÓ EL MILAGRO DE EXPANDIR WATCHMEN CON MAESTRÍA
Pero si algo es justo en el desenlace de Watchmen es que sea Angela Abar, alma y corazón de la serie, la que acabe adoptando los poderes que Jon Osterman adquirió 60 años atrás. Seis décadas en las que el Doctor Manhattan fue visto como un Dios para el resto de los mortales. Un Dios que falló, o que al menos pudo haberlo hecho mejor, tal y como le recuerda Will Reeves a Angela en en el tramo final de la serie, donde Justicia Encapuchada también apunta que “las máscaras no sanan las heridas, hay que airearlas”. Convertida en la Doctora Manhattan (aunque la cámara no la muestra como tal), Angela tendrá la misión de usar sus poderes para que esas heridas desaparezcan de la faz de la Tierra. Aunque como suele decirse, esa es otra historia.
La que queda (salvo giro inesperado en forma de segunda temporada) es una historia que, además de ser justa, es la que nos ha presentado un fan de Watchmen llamado Damon Lindelof, que al igual que el sembrador en la parábola de Jesús, “oyó la doctrina y la entendió”, consiguiendo así que su vasto conocimiento de la “Tierra sagrada”, como así definió al cómic original, haya dado como fruto una maravillosa expansión de su universo. Y eso solo significa una cosa: que ha obrado un milagro.