En esta colección de ensayos, el neurólogo y escritor Oliver Sacks muestra su faceta científica, médica y literaria, y cuál es la génesis de su pasión por estas disciplinas. Los temas constantes en su obra son la empatía, la identidad, la enfermedad, y por supuesto, el elemento humano en la medicina, que es el espíritu que subyace bajo cada párrafo, con un estilo sencillo y directo.
Por Ricardo Martínez Llorca
Ciudad de México, 21 de noviembre (Culturamas).- Sumergirse en el agua sigue poseyendo todo lo simbólico de un bautizo: nadar supone estrenarse, estar dispuesto a inaugurar una nueva vida, volver a salir del líquido amniótico, renacer. Así comienza esta recopilación de ensayos de Oliver Sacks (Londres, 1933 – Nueva York, 2015), con una reflexión sobre el agua en la que se iguala el ejercicio en su interior con la meditación.
En los siguientes textos, Sacks nos irá refiriendo en qué consisten sus increíbles ganas de conocer, dónde se gestó y cuál es la génesis de su erudición: su pasión por los museos, por la química, por el arte y la ciencia y los puentes entre el arte y la ciencia, esa especie de árbol con sus animales simbiontes, el amor por el talento en cualquiera de sus vertientes, el descubrimiento de la música que está siempre retornando y el descubrimiento de las alucinaciones auditivas.
Y claro está, lo que es propio del gran neurólogo al que hemos seguido durante tantos años con tanta pasión: el elemento humano en medicina, que es el espíritu que subyace bajo cada párrafo, bajo ese estilo sencillo y directo, bajo ese anhelo de comunicación universal, esa intención de hablar con todos y para todos.
En sus recuerdos deliciosos estarán todos estos elementos, pero iremos desvelando, poco a poco, algunas de las facetas humanas que se desplegarán a lo largo de su obra, la científica, la del médico y la literaria. Por ejemplo, la motivación como leña con la que alimentar la hoguera de la sabiduría, y también la voluntad como motor para hacer crecer al hombre:
“Pero la ciencia es toda ella una empresa humana, un desarrollo humano, orgánico, en evolución, con arranques y paradas repentinas, y también con extrañas desviaciones. Surge de su pasado pero nunca lo deja atrás, al igual que nunca dejamos atrás nuestra infancia”.
Desde el humanismo al que atribuimos esa forma de entender la medicina que la aleja de la alopatía y la aproxima a la amistad, entramos en el segundo bloque en que se dividen los ensayos, el dedicado a historias clínicas, a personas concretas. A través de su experiencia, describiendo síndromes y enfermedades, entramos en un mundo de sueños y el significado de los sueños; de sucedáneos de muerte y de resurrecciones; de paradojas en las que se confronta a la filosofía y a la ciencia; de vacíos, de experiencias con el tiempo, experiencias en las que el tiempo es una materia dúctil; de exageraciones que rozan lo inverosímil. De dudas, muchas dudas, de genios en los que la locura y la lucidez se confunden.
Los temas constantes de la obra de Sacks reaparecen con toda su empatía: la identidad y su pérdida o su atribución, la esencia de lo que somos, la perpetua ignorancia y el desvelamiento, las versiones de la realidad, y la seducción de la enfermedad, a través de la cual se puede revelar el mundo, la vida, el universo.
“Pero igual que ocurre con el Everest, también existe una profunda emoción en la exploración científica que pretende probar una hipótesis. La búsqueda de la isla mágica nos demuestra que la ciencia está lejos de ser pura frialdad y cálculo, tal como imagina mucha gente, y que también está impregnada de pasión, ambición y romanticismo”.
Así confiesa que la vida sigue, que no ha sido capaz de separar ciencia de pasión ni pasión de amor, y que la capacidad de amar nos distingue de las plantas, aunque sobre las plantas también se proyecte: como sobre los helechos. Y también sobre los arenques, la ciencia ficción, los libros (de nuevo) y los jardines.