La escritora Ethel Krauze publicó a mediados del año pasado el poemario Lo que su cuerpo me provoca, poemas sensuales y románticos que buscan la esencia de la vida. En esta columna, el también poeta Julio Trujillo habla del discurso de Ethel.
Ciudad de México, 21 de octubre (SinEmbargo).- Nombrar el deseo, deletrearlo, siempre me ha parecido uno de los más grandes desafíos literarios. Supongo que me avasalla la elocuencia del lenguaje epidérmico, su insuperable articulación, y que, a la hora de querer traducirlo a un sujeto, a un verbo y un predicado, titubeo, me tropiezo, soy todo lo torpe que no fui a la hora de, digamos, besarte.
Es por ello que celebro la aparición de Lo que su cuerpo me provoca de Ethel Krauze, un conjunto de poemas de alta temperatura erótica y cachonda, que saben ser ligeros, reír, nombrar el deseo sin solemnidad y desplegarse ágilmente ante nuestros ojos.
Cabe destacar de este libro su evidente gratitud, hecha explícita con la apertura “qué bueno” de casi todos los textos. “Qué bueno que soy así, / abierta, / ardiente, y solidaria / con las causas sagradas de la cama”, reza uno de los poemas. Y qué bueno, Ethel, que has decidido dotar a tu libro de ese aire agradecido y gozoso, sobre todo en días de gran falta de amor e ingratitud, días en que abundan los “agoreros del hastío” y “los buitres del sarcasmo”, según tus propias palabras.
Escribí “reza uno de los poemas”, deliberadamente, pues hay algo de oración, o mejor dicho, de “devoción” en Lo que su cuerpo me provoca. Devoción por el marido, por supuesto, pero también una devoción más directamente espiritual, acentuada por el único testigo de esos dos cuerpos que se trenzan a lo largo de estas páginas. Dios, un Dios casi laico pero necesario para terciar y articular al dos de los enamorados. Este “Dios” es una figura doble, pues por un lado puede ser una especie de testigo que lo abarca todo, y por el otro, puede ser el “tú” al que se dirigen los poemas, el lector recipiendario que, al dar vida a los poemas, es también una especie de dios con quien la poeta está agradecida. Si, según Freud, en el acto sexual siempre participan cuatro personas. Yo me atrevería a rebatirlo y decir que, al menos en este libro de Krauze, los protagonistas son cinco si sumamos a Dios.
También escribí “falta de amor”, deliberadamente, pues los poemas de Ethel Krauze son eróticos, en tanto que el erotismo tiene como uno de sus principales ingredientes al amor. Es un amor maduro, sin frivolidad, pero muy sonriente. Un amor de años en que los frutos maduros están en su mejor momento y así se reconocen y dicen. Digamos que, en este libro, el fuego del deseo es atizado también por la fuerza del amor. Cuando desear es amar, y amar es desear, estamos ante la mejor versión del erotismo, y éste es el caso.
Otra cosa, no olvidemos que los poemas están hechos de palabras (suele pasar que lo damos por hecho), y festejo también que Ethel, además de conseguir construcciones finas y sencillas, no tenga pelos en la lengua para hablar del cuerpo y sus diversas calenturas. En el ámbito de la poesía, que es prácticamente infinito, todo cabe sabiéndolo acomodar, y Ethel disfruta “la metedura del lenguaje” como verdadera escultora de sus versos.
Decir las palabras, nombrar al cuerpo tal cual, pero también regodearse en el placer de los sinónimos, del retruécano verbal, de la rima (que abunda en este libro), casi casi del albur, género muy nuestro y siempre con carga sexual del que estos poemas son primos hermanos. No son albures, pero están a punto de serlo.
En fin, es tan breve este libro, que pecaría de verboso si me extendiera demasiado, mejor acérquese el lector a estos cincuenta poemas que son agua fresca sin dejar de ser calientes. Una verdadera oxigenación para estas horas asfixiantes, una toma de partido por la pareja y el cielo del cuerpo, por el canto, por el placer de ser y estar con alguien, preferiblemente encuerados, atestiguando “lo que su cuerpo nos provoca”.
Julio Trujillo. Es poeta. Autor de los libros Una sangre (1998), Proa (2000), El perro de Koudelka (2003), Sobrenoche (2005), Bipolar (2008), Pitecántropo (2009) y Ex profeso (2010). Es editor de Alfaguara