Las entrevistas de este volumen, Optimismo contra el desaliento (Ediciones B) presentan las opiniones del principal intelectual público del mundo sobre las consecuencias de la globalización capitalista y sobre muchos más aspectos, tal como quedó registrado en conversaciones con quien esto suscribe en el curso de los pasados cuatro años —desde finales de 2013 hasta el inicio de 2017, para ser exactos— y que originalmente se publicaron en Truthout.
Ciudad de México, 21 de julio (SinEmbargo).-Noam Chomsky ha sido la «conciencia moral de Estados Unidos» durante más de medio siglo (incluso si sigue siendo un desconocido para la mayoría de sus compatriotas), así como el intelectual público más reconocido del mundo, pues se expresa con contundencia contra la agresión de EE. UU. y defiende los derechos de los débiles y de los oprimidos en todo el mundo desde los tiempos de la guerra de Vietnam hasta ahora. Sus análisis se sustentan siempre en hechos irrefutables y surgen de consideraciones profundamente morales sobre la libertad, la democracia, los derechos humanos y la dignidad humana.
La voz de Chomsky sigue siendo, de una manera casi singular, un faro de esperanza y optimismo en estos tiempos oscuros, en esta época de desigualdad económica sin precedentes, de autoritarismo creciente, de darwinismo social, con una izquierda que ha vuelto la espalda a la lucha de clases.
Fragmento de Optimismo contra el desaliento, de Noam Chomsmy, con autorización de Ediciones B
¿Se está desacelerando la integración europea?
C. J. POLYCHRONIOU: Noam, gracias por prestarse a esta entrevista sobre los acontecimientos que se dan actualmente en Europa. Me gustaría empezar haciéndole esta pregunta: ¿Por qué piensa que la crisis de refugiados de Europa se está dando ahora?
NOAM CHOMSKY: La crisis se ha estado formando durante mucho tiempo. Si ha impactado ahora en Europa es porque ha rebasado los límites de Oriente Medio y de África. Dos martillazos occidentales tuvieron un efecto dramático. El primero fue la invasión por parte de Estados Unidos y del Reino Unido de Irak, que asestó un golpe casi mortal a un país que ya había sido devastado por un ataque militar masivo veinte años atrás, seguido por las sanciones angloamericanas virtualmente genocidas. Además del asesinato y la destrucción, la ocupación brutal encendió un conflicto identitario que ahora está rompiendo en pedazos el país y toda la zona. La invasión desplazó a millones de personas, muchas de las cuales huyeron y fueron absorbidas por los países vecinos, países pobres a los que se abandona a su suerte para que se enfrenten de algún modo con el detritus de nuestros crímenes.
Un resultado de la invasión es la monstruosidad del ISIS/ Daesh, que contribuye a la escalofriante catástrofe siria. También en este caso los países vecinos han ido absorbiendo el flujo de refugiados. Solamente Turquía tiene más de dos millones de refugiados sirios. Al mismo tiempo contribuye a ese flujo con su política en Siria: el apoyo a los extremistas del Frente Al Nusra y de otros islamistas radicales y el ataque a los kurdos, que constituyen la fuerza terrestre principal para oponerse al ISIS, que así también sale beneficiado por los apoyos —tácitos o no— de los turcos. Pero esa avalancha ya no puede contenerse en esa región.
El segundo martillazo destruyó Libia, que ahora es un caos de grupos enfrentados entre sí, una base para el ISIS, una rica veta de yihadistas y de armas de África occidental a Oriente Medio y un embudo para el flujo de refugiados desde África. Esto a su vez determina factores a más largo plazo. Durante siglos, Europa ha estado torturando a África. Dicho más suavemente, Europa ha estado explotándola para su propio desarrollo, para seguir la recomendación del gran planificador americano, George Kennan, tras la Segunda Guerra Mundial.
La historia, que debería sernos familiar, es más que grotesca. Para tomar solamente un caso, consideremos Bélgica, que ahora se agobia por la crisis de los refugiados. La riqueza de este país procede en no pequeña medida de la «explotación» del Congo con una brutalidad que excede incluso a la de sus competidores europeos. El Congo gano por fin su libertad en 1960. Podría haberse convertido en un país avanzado y rico una vez liberado de las cadenas belgas, con lo que también habría impulsado el desarrollo de África. Las esperanzas eran fundadas, bajo el liderazgo de Patrice Lumumba, una de las figuras más prometedoras de África. La CIA lo tenía marcado para asesinarlo, pero los belgas llegaron antes. Cortaron su cuerpo en pedazos y lo disolvieron en ácido sulfúrico. Estados Unidos y sus aliados apoyaron al asesino y cleptómano Mobutu. En la actualidad el Congo oriental es la escena de las peores matanzas del mundo, con la ayuda de Ruanda, la favorita de Estados Unidos, mientras las milicias enfrentadas alimentan las ansias de las multinacionales occidentales para obtener minerales con los que fabricar teléfonos móviles y otras maravillas tecnológicas. Con esta imagen se obtiene una generalización de lo que ocurre en África, exacerbada por innumerables crímenes. Para Europa, todo esto se convierte en una crisis de refugiados.
–Las oleadas de inmigrantes (puesto que obviamente muchos de ellos lo son, y no simplemente refugiados de países en guerra) que penetran en el corazón de Europa, ¿representan de algún modo un «desastre natural» o solamente son el resultado de la política?
–Se da un elemento de desastre natural. La terrible sequía en Siria que desgarró la sociedad era posiblemente una consecuencia del calentamiento global, que no es exactamente natural. La crisis de Darfur fue en parte el resultado de la desertificación que llevó a poblaciones nómadas a áreas de población asentada. Hoy, las horribles hambrunas del África central pueden deberse también al asalto del entorno durante el Antropoceno, la nueva era geológica en que las actividades humanas, sobre todo la industrialización, han destruido paulatinamente toda esperanza en una supervivencia decente. Y la destrucción continuará, a menos que invirtamos la tendencia.
–Los funcionarios de la Unión Europea se enfrentan a situaciones difíciles en la gestión de la crisis de los refugiados porque muchos Estados miembros no están dispuestos a cumplir con su parte y no quieren aceptar más que a un puñado de refugiados. ¿Qué significado tiene este hecho en cuanto al gobierno de la UE y en cuanto a los valores de muchas sociedades europeas?
–El gobierno de la UE trabaja con mucha eficiencia a la hora de imponer duras medidas de austeridad que resultan devastadoras para los países más pobres y que benefician a los bancos del norte. Pero ha fracasado casi completamente a la hora de enfrentarse a una catástrofe humanitaria que en gran medida es el resultado de crímenes de Occidente. La carga más pesada ha caído sobre los pocos que estaban dispuestos, al menos de forma temporal, a hacer algo más que nada, como Suecia o Alemania. Muchos otros se han limitado a cerrar sus fronteras. Europa intenta inducir a Turquía para que mantenga los miserables naufragios lejos de sus fronteras, tal como hace Estados Unidos, que presiona a México para que mantenga alejados de sus fronteras a quienes intenten huir de las ruinas de los crímenes que estos han cometido en Centroamérica. A esto se le llega a denominar «política humanitaria» que reduce la «inmigración ilegal».
¿Qué nos dice todo esto sobre los valores vigentes? Incluso se hace duro emplear la palabra «valores», así que comentarlo es todavía más duro… Y eso es así cuando escribes en Estados Unidos, tal vez el país más seguro del mundo, ahora consumido por un debate sobre si hay que cerrarse completamente a la acogida de sirios, porque bien podría tratarse de un terrorista que se hace pasar por médico, o si, de un modo más extremo —lo que es, lamentablemente, lo más normal en la corriente de opinión americana—, sobre si hay que cerrarse completamente a la acogida de musulmanes. Y eso mientras un muro enorme nos separa de inmigrantes que huyen de los restos del naufragio al sur de la frontera.
–¿Qué le parece la afirmación de que es simplemente imposible para muchos países europeos acomodar a tantos inmigrantes y refugiados?
–Alemania es quien ha hecho más, puesto que ha absorbido alrededor de un millón de refugiados en un país muy rico de ochenta millones de personas. Comparado con Líbano, un país pobre, con problemas internos severos. Su población es en un 25 por ciento siria, que se suman a los descendientes de quienes fueron expulsados de la anterior Palestina. Por otra parte, a diferencia del Líbano, Alemania necesita inmigración para mantener su población, dado el declive de la fertilidad que se ha producido con la educación de las mujeres en todo el mundo.
Kenneth Roth, al frente de Human Rights Watch, seguramente tiene razón cuando afirma que «esta “oleada de gente” es más bien un goteo si se la considera frente a la piscina que debe absorberla. Si tenemos en cuenta la riqueza y la economía avanzada de la Unión Europea, resulta difícil argüir que Europa carece de los medios para absorber a estos recién llegados», particularmente en países que necesitan a inmigrantes por el bien de su salud económica.
–Gran parte de los refugiados que intentan llegar a Europa no lo consiguen nunca, y muchos cadáveres aparecen en las orillas de Grecia e Italia. De hecho, según la agencia para los refugiados de la ONU, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, más de 2.500 personas murieron el pasado verano [2015] solamente al intentar cruzar el Mediterráneo para llegar a Europa, con la costa sudoccidental de Turquía como punto de partida para millares de refugiados que los traficantes de migrantes apiñan en frágiles embarcaciones. ¿Cómo es posible que Europa no ejerza una mayor presión sobre el Gobierno turco de Recep Tayyip Erdogan para que haga algo sobre esta horrible situación?
–Los principales esfuerzos europeos, como queda dicho, se han dedicado a presionar a Turquía para que mantenga alejadas la miseria y el sufrimiento. Como hace Estados Unidos con México. Lo que la suerte les depare, una vez que nosotros estamos a salvo del contagio, tiene mucha menor importancia.
–Recientemente acusó a Erdogan de tener una doble vara de medir cuando se trataba de terrorismo, cuando le señaló por una petición que firmó, junto a centenares de académicos, en protesta por las acciones contra la población kurda y le calificó, de hecho, de terrorista. ¿Podría explicarnos este incidente, que tuvo alcance internacional?
–Es bastante sencillo. Un grupo de académicos turcos inició una petición protestando por la represión severa y creciente del Gobierno sobre la población kurda. Fui uno de los diversos extranjeros invitados a firmar. Inmediatamente después de un atentado terrorista en Estambul, Erdogan lanzó una diatriba en la que atacaba a los firmantes de la declaración y declaraba, muy al estilo de Bush, que quien no estaba con ellos estaba con los terroristas. Como me dedicó una parte de la invectiva, algunos medios turcos y unos amigos me pidieron que respondiera. Yo lo hice, brevemente, como sigue: «Turquía culpó al ISIS, a quien Erdogan ha ayudado de diferentes maneras, al tiempo que también ha apoyado al Frente Al Nusra, que no es muy diferente. Luego lanzó una diatriba contra los que condenan sus crímenes contra los kurdos, quienes resultan ser la principal fuerza terrestre que se enfrenta al ISIS tanto en Siria como en Irak. ¿Hace falta decir algo más?»
Los académicos turcos que firmaron la petición fueron detenidos y amenazados. A otros los atacaron físicamente. Entretanto, la represión estatal continúa aumentando. Los días oscuros de 1990 no se han borrado de las memorias. Igual que antes, los académicos turcos y otros han demostrado una valentía y una integridad remarcables al oponerse con vigor a los crímenes de Estado, de manera insólita en otros lugares, pues se pusieron en riesgo e incluso sufrieron severos castigos por su honorable posicionamiento. Afortunadamente, el apoyo internacional que se les brinda es cada vez mayor, aunque diste mucho del que se merecen.
–En una entrevista que mantuvimos se refirió a Erdogan como «el dictador de sus sueños». ¿A qué se refería con eso?
–Durante años, Erdogan ha ido avanzando en la consolidación de su poder al tiempo que retrocedían los esperanzadores pasos hacia la democracia y la libertad que se habían dado en Turquía en años anteriores. Según todas las apariencias, quiere convertirse en un gestor extremadamente autoritario cercano a la dictadura y violento, y represivo.
–La crisis griega persiste y los acreedores internacionales del país piden constantemente reformas adicionales de un tipo que ningún gobierno democrático en ningún otro país de Europa podría implementar. En algunos casos, de hecho, esas demandas de más reformas no se ven acompañadas por medidas específicas, con lo que uno tiene la impresión de que asiste a una muestra de sadismo brutal hacia el pueblo griego. ¿Qué visión tiene de este asunto?
–Las condiciones que se le han impuesto a Grecia en interés de los acreedores han devastado el país. El objetivo proclamado era reducir la carga de la deuda, que bajo estas medidas se incrementaba. Como se ha socavado la economía, el PIB también se ha visto reducido, y el coeficiente deuda/PIB se ha incrementado a pesar de los recortes radicales en los gastos estatales. En teoría a Grecia se la ha facilitado una rebaja de la deuda. En realidad, se ha convertido en un embudo mediante el cual fluye la ayuda europea hacia los bancos del Norte, esos que hicieron préstamos de alto riesgo que fallaron y que quieren que los rescaten los contribuyentes europeos, en una jugada característica de las instituciones financieras de la era neoliberal.
Cuando el Gobierno griego sugirió la posibilidad de preguntarle al pueblo de Grecia para que expresara sus opiniones sobre su suerte, la reacción, horrorizada ante tamaña insolencia, de las élites europeas no se hizo esperar: ¿Cómo se atrevían los griegos a considerar que la democracia era un valor a respetar en el país que le había dado origen? Los eurócratas al mando reaccionaron con auténtico sadismo e impusieron demandas todavía más severas para reducir Grecia a la ruina, pero siempre apropiándose de todo lo que podían para ellos, como no podía ser de otra manera. El objetivo del sadismo no es específicamente el pueblo griego, sino cualquiera que imagine que la gente disfruta de derechos que empiezan a compararse con los de esas instituciones financieras y los de esos inversores. De hecho, en general, las medidas de austeridad durante la recesión económicamente no tienen sentido, tal como han reconocido incluso economistas del FMI (aunque no sus cargos políticos). Resulta difícil contemplarlos como algo que no sea guerra de clases, pues lo que buscan es revertir los logros sociales y democráticos que han constituido una de las mayores contribuciones de Europa a la civilización moderna.
–¿Y cuál es su opinión del Gobierno dirigido por Syriza, que ha renegado de sus promesas anteriores a las elecciones y ha acabado firmando un nuevo acuerdo de rescate, con lo que acabará siendo otro Gobierno griego más que refuerza la austeridad y las medidas antipopulares?
–No me siento lo bastante cerca de esa situación como para comentar la estrategia de Syriza o para evaluar caminos alternativos que podrían haberse tomado. Las opciones podían haber mejorado sustancialmente si hubieran recibido un apoyo significativo de las fuerzas populares de otras partes de Europa y creo que hubiera sido posible hacerlo.
–El anterior ministro de Finanzas griego, Yanis Varufakis, está a punto de lanzar un nuevo partido cuyo objetivo es llevar a cabo, tal como dice, «una idea sencilla y radical: democratizar Europa». Tengo dos preguntas para usted sobre este asunto: Primero, ¿por qué la socialdemocracia se está convirtiendo cada vez más en un factor del pasado en las sociedades europeas? Y segundo, ¿hasta qué punto puede «democratizarse» el capitalismo?
–La socialdemocracia, no solamente en su variante europea, sino en otras también, ha sufrido severos ataques a lo largo del período neoliberal de la generación pasada, lo que ha resultado dañino para la población en general casi en todas partes, mientras que ha beneficiado a pequeñas élites. Un ejemplo ilustrativo de la obscenidad de estas doctrinas se revela en un estudio que acaba de publicar Oxfam, y según el cual el 1 por ciento de la población más rica del mundo pronto poseerá más de la mitad de la riqueza del mundo. Entretanto, en Estados Unidos, la más rica de las sociedades importantes del mundo y con ventajas incomparables, millones de niños viven en hogares que intentan sobrevivir con dos dólares por día. E incluso esa miseria está en cuestión por los ataques de los que se hacen llamar conservadores.
Uno puede discutir hasta dónde pueden llegar las reformas bajo las variedades existentes de capitalismo de Estado. Pero que pueden ir mucho más allá de lo que ahora existe, de eso no cabe duda. Ni tampoco hay duda de que deben hacerse todos los esfuerzos para llevarlas al límite. Eso debería ser un objetivo incluso para los que están comprometidos en la revolución social radical, que solamente llevaría a horrores peores si no fuera porque surge de la dedicación de una gran masa de población que cae en la cuenta de que los centros de poder bloquearán los pasos hacia delante siguientes. La crisis de los refugiados en Europa ha forzado a varios Estados miembros de la UE, entre ellos Austria, Suecia, Dinamarca y los Países Bajos, a suspender el tratado de Schengen.
¿Cree que estamos siendo testimonios de la desaceleración del proyecto de integración de la UE, lo que incluso podría poner fin a la moneda única?
–Creo que deberíamos distinguir entre moneda única, para la cual las circunstancias no eran apropiadas, y proyecto de integración de la EU, el cual, en mi opinión, ha constituido un gran avance. Bastará con recordar que durante centenares de años Europa se ha dedicado a la aniquilación mutua, a una escala horrenda. La superación de las hostilidades nacionales y la erosión de las fronteras es un logro sustancial. Sería una lástima que el tratado de Schengen se echara a perder por la percepción de una amenaza que no debería ser tan difícil gestionar de una manera humana, lo que a su vez podría resultar realmente en una contribución a la salud cultural y económica de la sociedad europea.