Se acuesta en vidrios, se disfraza de payaso, limpia parabrisas y canta en los vagones del Metro de la Ciudad de México para ganarse unas monedas. Es uno de los miles que enfrentarán los peores días de la pandemia en las calles. Pero no teme, dice, pues antes ha enfrentado cosas terribles.
Ciudad de México, 20 de abril (SinEmbargo).– Noé era un morrillo cuando su madre y padre murieron en un accidente. Entonces tuvo que migrar. Viajó de Poza Rica, Veracruz, a la Ciudad de México. En la capital lo recibió la calle, el hambre y la piedra. Lleva 20 años, me dice, sobreviviendo. Hoy no tiene tiempo para temerle al COVID-19, asegura.
Las heridas profundas de la Ciudad de México están representadas en la piel de Noé. El compa tiene los brazos y la espalda lacerados por los vidrios de botellas en los que se acuesta. Y es que además de cantar, faquirea para ganarse la lana que servirá para hacer la vaca y que toda la banda del Metro Juárez pueda comer.
“Yo no siento tensión, yo no siento miedo. Nos preocupamos de esto (el coronavirus), y qué tal si al final te atropellan, te matan, te asaltan, te roban, y por todo esto ya no disfrutaste de tus seres queridos. ¿Qué dijo el Presidente? Dijo que iba a acabar en abril, ahora que hasta el 30 de mayo. En la vida no nos tenemos que espantar porque sólo Dios sabe cuándo se acaba. A mí eso del coronavirus no me preocupa. Cuando tienes a Dios en el corazón, no te pasa nada”, me dice en el andén del Metro Niños Héroes.
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Noé abordó un vagón de la Línea 3 del Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro. Traía un discurso diferente a los que habían ofrecido en otras estaciones. Él no vendía tapabocas con la cara de Homero Simpson, ni gel antibacterial de 10 varos. Lo primero que hizo fue saludar y disculparse. Luego hizo preguntas a los presentes: “¿qué país ya está desinfectado?”. “China”, le respondió erróneamente alguien. “¿Qué país tiene más casos de COVID-19?”. “Estados Unidos”, contestó él mismo. Luego señaló las indicaciones del Gobierno de la Ciudad de México. Despotricó contra eso. Luego dio un sermón a los que usábamos tapabocas. Para finalizar, anunció que la nave PVC aterrizaría en el tren en el que íbamos.
“El universo para él no tiene enigmas. Lo ha conocido al derecho y al revés. Sus viaje locos eran puras fantasías, su combustible era el activo todo el mes”, cantó desafinado. Lo hizo sin la compañía de la guitarra ni la batería. Nomás él y su voz. Recibió un par de monedas y se dispuso a escapar. “¿Cómo te llamas?”, le pregunté. Respondió fuerte: Noé Tal Tal.
A Noé lo conocí sin conocerlo hace años. La primera vez que lo vi yo era más morro y buscaba información sobre personas que viven en las calles de la Ciudad de México. En esa época, Noé dormía bajo estrellas cercanas al Metro Taxqueña. “Llegamos, estábamos en un baldío de allá atrás. De ahí nos corrieron y nos empezamos a instalar aquí. Aquí fue donde nos quedamos”, decía el muchacho en Bajo el puente, documental de Enrique de la Rosa. En el trabajo que lleva una década colgado en Youtube, Noé fue presentado como el Moped, apodo que aún conserva. Él mismo me refrescó la memoria. Me pidió que lo checara.
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El protagonista de este texto, Noé, dice que ha vivido de todo en la calle. Peleas, discriminación, humillaciones, señalamientos. Ha pernoctado abajo de puentes y en coladeras. Se ha ocultado de la intemperie entre lonas y colchonetas húmedas. Hoy su casa es el Metro Juárez. Ahí tiene un pequeño refugio que él mismo construyó. Además de faquir y cantante, vende paletas, limpia parabrisas y se disfraza de payaso. Dice que no le da pena, pues la pena está reservada para los que roban.
“En la calle aprendes muchas cosas. Yo nunca fui a la escuela, pero sé bastantes cosas. Llevo 20 años en la calle. Mi padre y mi madre sufrieron un accidente. Yo vivía en Poza Rica. El 10 de mayo del 2000 yo me vengo de Poza Rica para México. Aquí empecé a probar las drogas, el activo, la mariguana y la piedra. 20 años llevo en la calle, y llevo 2 años sin fumar piedra, lo que no he podido dejar es la mariguana”, me contó.
Noé aseguró que dejó la piedra por decisión propia, ya que pinche droga se lo estaba acabando “bien feo”. Ahora en lugar de gastar lo poco que gana en ese vicio, lo usa para comprar dulces y venderlos. Luego va y se compra ropa en las chácharas de la Lagunilla en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
“La piedra es una droga, una sustancia que te hace perder todo. Pierdes dinero, amigos, familia, pierdes todo. Por la piedra haces cualquier cosa: te prostituyes, robas, matas, robas a tu familia, robas a tus seres queridos. Me costó dejar la piedra. Yo era bien piedroso, a mí me encantaba fumar piedra a cada rato”, me dijo. También me contó que a veces le entra a la mona. Yo ya había notado algo de eso con el olfato.
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“Una galaxia de temores en su mente lo hacía escaparse de su triste realidad. Había meteoros que golpeaban su inconsciente, pero a su nave nunca quiso abandonar”, siguió cantando Noé mientras los usuarios lo escuchaban. Luego me dijo que no se necesita una tribuna o un anexo para sacar el dolor. Aseguró que los oídos de un amigo son suficientes. También dijo que la libertad es hermosa, y repitió que no le teme al COVID-19.
“He despertado y he tenido amigos ya muertos (a un lado). Los he sacado de las coladeras. He perdido amigas. Hay que ser fuerte”. Es lo último que me platicó. Quedamos de volver a hablar. “Bonita tarde para todas y todos. Te pido una disculpa, soy una chavo de la calle como mis carnales, la familia que Dios me ha dado”, dijo otra vez. Las puertas del convoy se cerraron. Yo me quedé bajó la luz de un triste foco, como dice la canción.
Noé representa una de esas heridas que estaban ayer y estarán mañana, pensé cuando lo vi abordar otro tren para cantar para comer. La de él es sólo una historia de los miles que enfrentarán los peores días de la pandemia en las calles de la Ciudad de México.