Mañana es el Día del libro y de la rosa. El lunes se entrega el Premio Cervantes (este año el elegido es el nicaragüense Sergio Ramírez) y mañana comienza la fiesta de la UNAM. Pero, a ver, ¿cuál es tu libro favorito?
Ciudad de México, 21 de abril (SinEmbargo).- Pensar en el libro preferido es como que te obliguen a comer un cacahuete de una fuente de miles o una fresa de un recipiente llena de ellas. A veces el sacrificio es eso: sacar una cosa de entre muchas que hay y sin las cuales no podríamos vivir.
Recordar por ejemplo Campos de Londres, de Martin Amis. No puedes recordar exactamente en qué consiste el libro, pero sí puedes evocar cuánto te gusta ese autor, cuánto estuviste atado a esa prosa casi dañina que te llevó a ponerte richardtullmochales en una cuenta de correo.
O ese primer libro que leíste: La guitarra andaluza, que te regaló tu madrina, Adela, quién sabe por dónde andará, pero recuerdas cada una de las líneas de esa historia amorosa y cursi, pero que entonces, a los 12 años, te resultó increíble.
¿Rayuela? Pensar en esos objetos a encontrarte como La Maga encontraba en una plaza de París. ¿Los detectives salvajes? Reírte porque sabes exactamente que siempre habrá una novela que te salvará.
“Tu infancia en Menton”, de Federico García Lorca, de Poeta en Nueva York: lo puedes decir casi de memoria. Limónov, de Emmanuel Carrere, esa puerta por dónde se abrió el periodismo para hacerse literatura.
¿Elegimos muchas fresas de tantas fresas? ¿No podemos elegir una? Vamos a homenajear al libro y ver qué dicen nuestros entrevistados.
“Uno de mis libros preferidos fue también de los primeros y pocos que leí en mi infancia: Los hijos del capitán Grant, de Julio Verne. La historia era sencilla: un hijo e hija que buscan a su padre, perdido en los mares del sur. Con la ayuda de un capitán y su tripulación recorren el Pacífico sur en donde se enfrentan a caníbales, tormentas y tribus misteriosas. Ese libro me envolvió en una neblina donde sólo la aventura era posible, donde yo iba a bordo de ese barco, veía lo que los hijos se topaban y corría despavorido cuando ellos lo hacían. Terminé el libro con tristeza y emoción, pensando que nunca más volvería a ver los hijos y al capitán Grant y vaya sorpresa tuve cuando meses después leí La isla misteriosa y casi al final ahí estaban de nuevo, en el viaje de regreso a casa, topándose con los personajes de la isla misteriosa”. (Antonio Ramos Revillas, escritor)
“El libro del desasosiego me deslumbró, fue como un golpe: los fragmentos desesperados, profundos, desgarrados de Pessoa, me interpelaron y sedujeron desde el primer instante. ¡La literatura también podía ser eso! Me sumergí en la lengua y el mundo del poeta portugués y de ahí nació mi primera novela, Saudades. Le debo a una extraña conjunción de páginas, amores y viajes el haberme dado permiso de escribir narrativa. Y aquí sigo, escribiendo sin parar y leyendo y releyendo a Pessoa”. (Sandra Lorenzano, escritora)
“Cuando estuve en CCH, mi profesora de lectura tuvo el gran tino de hacerme leer a los clásicos. Así llegó a mis manos, Las Siete Tragedias de Sófocles, me cambió el rumbo Edipo Rey. Revivir en mi cabeza esa tragedia me acercó a un mundo que a los 15 años no imaginaba. Valga la analogía, fue tan impactante como la primera vez que entré a un cabaret de barrio, curiosamente a esa misma edad. Fue mi adiós a El Principito y Platero y yo. Durante varios años tuve dos libros de cabecera: En el Camino, de Jack Kerouac y De a Perrito, de Federico Nachón”. (Chava Rock, periodista)
“No es el último libro que he leído pero si el que más me ha gustado de este año: con la muerte de Bolillo he estado leyendo libros donde los perros son protagonistas en novelas: Flush, una biografía, de Virginia Woolf es la primera que terminé. Woolf cuenta a través del perro la historia de una poetisa del siglo XIX, Elizabeth Barret. Enfermiza, melancólica, segregada por la familia, Flush era su confidente mientras ella escribía versos. Aprendió con ella el silencio sin ladridos y a dejar de perseguir liebres… Al amor de su ama para rescatar a Flush de un secuestro en los barrios bajos de Londres, él lo pagó con afecto eterno, hasta su último suspiro… No les cuento la novela porque es más interesante que lo que narro aquí sobre Flush. Una escritora tan aristocrática como Virginia Woolf los espera para ser leída”. (Braulio Peralta, escritor)
“Esa es una pregunta muy cruel. Tendría que hacer un sorteo entre unos diez o quince para no ser injusto y elegir un solo libro al azar. ¿Se vale hacer chapuza e incluir una antología? De ser así, pongo El Cuento Hispanoamericano de Seymour Menton, que para mí encarna muchos descubrimientos a la vez, pues fue mi puerta de entrada a Revueltas, Cortázar, Arreola y José Agustín entre otros. O Los Cuentos de una Vida de Sergio Pitol, pues ahí aparecen muchos de los mejores relatos del mundo. (Daniel Salinas Basave, escritor)
“Definitivamente Y lo he dicho muchas veces, el libro que me volvió lectora fue Mujercitas de Louise M. Alcott. A mucha gente puede parecerle cursi pero a mí me significó mucho. Fue el primer libro que leí y creo que tendría unos 10 o nueve años de edad. Lo leí casi de una sentada y por supuesto, también lo he dicho en muchos lugares y lo vuelvo a decir, me identifiqué con la protagonista, Jo, aquella que no quiere casarse y quiere ser escritora, está fuera de todas esas vanidades en las que de repente están sus hermanas. Si quiere ir a Europa es para conocer el mundo intelectual y literario, no como su hermana Amy (que al final, es la elegida por la tía rica para hacer el viaje), a la que sólo le interesa la banalidad de los desfiles de moda.
Además, Jo escribe una novela por entregas, lo cual se me hace maravilloso”. (Irma Gallo, periodista y escritora)
“No fue el primer libro que leí, pero definitivamente se trata de la primera lectura que alteró mi composición, la que renovó y amplió la visión que tenía del mundo a los trece años de edad. Me refiero a La náusea, por supuesto. Esa novela del filósofo y escritor francés Jean-Paul Sartre me sacudió con furia sísmica hasta el núcleo. Me estremecí más de una vez mientras la leía porque pude reconocerme en algunas de sus páginas; casi rayaban en lo autobiográfico. Y también logró transformarme. Debo admitir que parte del hombre que ahora soy se lo debo a ese libro. Sartre consiguió capturar una serie de sentimientos que a esa edad me gobernaban. Me hizo sentir menos solo, porque me di cuenta de que existían más seres humanos parecidos a mí en otras regiones del mundo. Y precisamente en ese libro aún consigo distinguir el germen, el momento primigenio, de lo que más tarde se convertiría en una bendita adicción a la lectura”. (Luis Panini, escritor)
“De perfil de José Agustín me hizo sentir a gusto cuando el protagonista estaba a gusto, quizá no sea el preferido sino el que provocó que buscará en la lectura sensaciones similares”. (Miguel de la Cruz, periodista)
“ENCICLOPEDIA ILUSTRADA DE 12 TOMOS – LA HORA DEL NIÑO – W.N. JACKSON INC.CUENTOS ANTIGUOS 1956. De Inc Editores. Esta enciclopedia fue mi primer acercamiento al mundo de los libros , mi abuela nos los leía , así despertó mi pasión por los libros y despertó mi imaginación desde mi infancia”. (Denisse de la P, periodista y artista plástica)
“Es La Habana para un Infante difunto, de Guillermo Cabrera Infante, quizá porque fue mi educación sentimental. El más importante, el preferido, al que más he vuelto, Ana Karenina, de León Tolstói”. (Pedro Ángel Palou, escritor)
“Un libro que no puedo olvidar, que me hizo besarlo cuando lo terminé es Océano Mar de Alessandro Baricco. No fue el primero que leí, pero quizá sí el primero en el que cada página me estremeció. Además Bartleboon me parece un personaje tan entrañable que cada hombre solo que veo frente al mar pienso que es él. Amo ese libro”. (Alejandro Ortega Neri, periodista)
«El libro que recuerdo que me hizo lector o que no puedo olvidar o que recordé con esta pregunta, tal vez sea aquel del uruguayo Horacio Quiroga, con el nombre de Cuentos de amor, de locura y de muerte. Lo leí de manera desordenada y dispersa varias veces, tengo en la memoria esos cuatro idiotas del cuento de “La gallina degollada” o el de ese animal que habita de “La almohada emplumada”. Pero lo que tengo fijo en la memoria es que alguna vez lo llevé de compañero para un retiro católico, cuando era católico y tenía quince años. Íbamos en el camión rumbo a ese lugar donde nos tendrían enclaustrados durante un fin de semana, una chica llamada Jessica y con apellido Luna, al momento de ver que abría ese libro, me interrumpió —que fue lo mejor que me pudo suceder en ese viaje— y comenzamos a platicar sobre éste y luego sobre cualquier otra cosa durante el camino. El libro de Quiroga abrió una bella relación con Jessica Luna, al final terminó un tanto mal la historia, aunque al tiempo nos perdonamos todo, pero sin ese libro tal vez hubiéramos tardado un poco más en conocernos. Años después me entero que Jessica además de psicóloga es mamá y que vive en Monterrey. Creo que no nos hemos vuelto a ver desde hace veinte años.
Por cierto, al tiempo descubrí que Horacio Quiroga fue uno de los primeros críticos de cine del mundo, el cine para mí se ha ido convirtiendo con el tiempo en parte de mi días y de mi oficio, el periodismo. Y parece que entre más decido alejarme de una u otro forma, éste no me deja ir. El cine tal vez como pretexto para contar cosas a su alrededor, hacer lago de “cinismo literario” o de crónica cinematográfica, algo que Horacio Quiroga me mostró en sus sórdidos cuentos de amor, terror y locura. Dos o tres más que traigo en la mente son La historia de la fealdad de Umberto Eco, un hermoso libro que indaga sobre la fealdad en el arte, el cual reviso de a poco y tal vez por algún tema en específico. En los pasados “Días Santos” lo abrí para ver qué decían del Cristo crucificado y su dolor, “de la deformidad de Cristo”, de su fealdad amada por muchos, pero hay capítulos como “Lo feo, lo cómico y lo obsceno”, muy lindo, o el otro de “Brujería, satanismo, sadismo”, luego voy a la parte casi final y veo “La fealdad ajena, lo kitsch y lo camp» y ahí miro una imagen increíble de la Divine, ese drag queen de la película que filmó el hombre de bigote delineado y que lee ocho periódicos antes de iniciar el día, John Waters que se llama Pink flamingos. Ya me clavo en el término Camp que dice que es “una solución al problema de cómo ser dandi en la era de la cultura de masas” y que lo que era trivial antes ahora puede convertirse en fantástico. Pienso en La forma del agua de Guillermo del Toro y la historia de su dios amazónico: monstruoso pero bello —pues es mexicano.
Otro libro que precisamente agité sus hojas recién es El cuaderno gris de Josep Pla. Conocí ese libro por el poeta León Placencia Ñol, en un taller de escritores en el que estuve hace tiempo —y salí muy decepcionado por mi mediana creatividad ahí desvestida por mis compañeros escritores. En alguna de las clases sabatinas León habló de ese libro. Así que en otro momento, ahí mismo en Guadalajara, en una de las ediciones de la FIL, cuando Cataluña fue la región del mundo invitada a esa feria de libros, encontré una antología de Pla, editada por la UNAM, en la que venía ese diario de un escritor muy joven.
Me encantó lo sobrio de su escritura, por ejemplo esta frases: “sospecho que esto de dar vueltas debe servir para escribir” o “el cinismo del elogio desorbitado puede llegar a tener una lucidez amarga, una brillantez fantástica” o “el periodismo es un mal oficio y yo le aconsejo que una vez le haya sacado el jugo, se salga de él” o “las personas que sensibles suelen salir de los conciertos con un aire de haber recibido una gran paliza —como si las hubiesen zurrado de firme” o -algo que no tengo pero que aspiraría—, “Sólo las cosas concretas y tangibles son agradables; la vaguedad es nefasta”,éste —que tal vez tiene resonancias de Quiroga—: “Para llegar a tener un poco de callo —quiero decir de experiencia— tuve que retorcer el cuello a mi juventud” o “no he conocido a ningún soltero que fuese intrínsecamente estúpido. Maniático sí. Estúpido no” o “supongo que en todas partes el cine idiotiza. Esta sensación de los pueblos llega a ser exasperante” y una más tremenda: “A mí me encanta haber nacido en un pueblo que no ha producido ningún redentor ningún coleccionista de sensaciones raras, ningún predicador estentóreo. Esto me da una sensación de ligereza y de libertad”. El cuaderno gris de Josep Pla, por cierto, cumple este año cien años, pues lo comenzó a escribir en 1918, a la edad de 21 años. Ya como colofón coprofílico, decir que otro libro que me gustó mucho —pero que mi amiga Jennifer se lo llevó de mi casa, ojalá que si lee esto ya me lo regrese ya que está subrayado—, fue ese de Secreciones, execraciones y desatinos del brasileño Rubem Fonseca, el cual lo compré en una feria de libros de saldos y vaya saldo —bueno está más barato en el mercado libre de Internet. Aquí un extracto de una historia de amor ahí contenida: «Le mencioné el hecho de que no le había gustado uno de mis libros que tenía una historia que hablaba de heces y Anita respondió que el motivo de su rechazo había sido otro, la conducta romántico machista del personaje masculino”. ¡Una buena mierda literaria! (José Antonio Monterrosas Figueiras, periodista).
“Uy fácil : el primer libro que me ayudo a ser lector es Christine de Stephen King. Lo leí a los 14 años en la casa de mi abuela en San Luis Potosí. Mi tío que vivía con ella y tenía algunas novelas. Y esta fue la que tomé esas vacaciones de verano. Me sorprendió porque me dio miedo y como la lectura va de primera persona en la primera parte, luego a tercera persona en la segunda y termina en primera persona por un tiempo pensé que todo había ocurrido en realidad. Que no era ficción. En Juárez whiskey al final algo de esto menciono. Recuerdo pasajes recuerdo los nombres de algunos personajes. La leí quizá un par de veces más. Quizá por esta novela es que me gusta la novela de terror y policíaca. Yo leía desde muy pequeño cuentos rusos sobre todo. Pero nada me había impactado tanto hasta ese momento porque todo era una lectura más infantil. Prácticamente Christine fue mi primera lectura adulta (por los temas) y de tantas páginas”. (César Silva Márquez, escritor)
“El pobrecito señor x de Ricardo Castillo. Es complicada la pregunta pero ese libro fue uno de los que me abrió la posibilidad de imaginar la poesía de otra manera: en el momento que lo leí el mundo era un lugar snob y pretencioso donde la poesía era un arma para defender el conservadurismo y el aburrimiento y en la ciudad donde vivía era peor: la poesía era un adorno más inofensivo y anodino que un talco para bebé: hay muchos libros importantes en mi vida: la lectura es parte de mi experiencia y mis relaciones personales: hay libros que relaciono con viajes o personas o lugares o momentos: pero para celebrar el día del libro me gustaría invitarlos a leer poesía mexicana y por eso elegí ese libro: donde los modelos de la poesía convencional de la segunda mitad del siglo 20 se fueron al carajo”. (José Eugenio Sánchez, poeta)
“Sujetarme a un solo libro que me defina o que sea eje central de mi amor por las letras… mmm, no, no puedo; a los 12 años, el libro que definió el rumbo de mis gustos literarios fue El evangelio, según Lucas Gavilán, de Vicente Leñero; a los 16, Crónica de una muerta anunciada, de Gabriel García Márquez, definió y subrayó mi pasión por las letras y el periodismo, y a los 16, también, 20 poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda, definieron al amoroso que soy, que suelo ser. Y, vaya, en el ejercicio de este breve resumen, encuentro que fue Leñero, el autor más importante en mi formación. Ya está”. (Víctor Hugo Sánchez, periodista)
“Confabulario de Juan José Arreola fue el primer libro que me regalaron. Mi maestro de español en la secundaria y fue el primer libro que sentí como mío. Y el otro es el lugar común pero que es real, El Quijote que releo cada dos o tres años y que justo terminé apenas. No me cansa y me divierte un buen”. (Juan Carlos Valdés, periodista)
“Tengo varios. Mi infancia estuvo llena de los cuentos de Grimm, Pato Donalds, Tobi y La pequeña Lulú, del kiosko de la esquina , pero la curiosidad por saber de todo me llegó con la revista Selecciones que mi padre leía en el baño. El que empezó a cambiar mi modo de pensar y entender en primer plano a mi madre y a mi misma es el libro de Mi madre y yo misma de Nancy Friday”. (Mayra Milano, periodista)