LECTURAS | «El testamento del dragón», de Homero Aridjis

21/04/2018 - 12:03 am

Como en Anatomía de la melancolía de Robert Burton, hay una biblioteca personal en este libro, en él desfilan maestros antiguos y modernos, visiones míticas, místicas y cabalísticas; sabidurías orientales y occidentales.

Ciudad de México, 21 de abril (SinEmbargo).-En El testamento del Dragón aparecen aforismos, antiaforismos y metaforismos, citas propias y ajenas, opiniones sociales, morales y ecológicas; herencias poéticas grecolatinas, hispánicas y europeas, fragmentos de presocráticos, discursos prestados y discursos propios.

Como en el caso similar de Erasmo, quien diciendo “no soy yo el que habla,sino Democritus dixit”, el autor habla de sí mismo, recurre a su experiencia y existencia. Este libro es el testimonio del conocimiento y de las dudas existenciales del escritor Homero Aridjis; es su testamento literario, su visión poética del hombre y del mundo. En su intento de expresarse, humildemente, el autor es aquel que, para afirmarse y conocerse, necesita de las grandes voces del pasado, se llena de sabiduría prestada para hallar su propia voz, para llenar su propio vasto vacío.

Un Libro Editado Por Alfaguara Foto Especial

Fragmento de El testamento del dragón, de Homero Aridjis, con autorización de Alfaguara y Penguin Random House

Dragón. Serpiente de muchos años, que con la edad ha venido a crecer desaforadamente; y algunos dizen que a los tales les nacen alas y pies en la forma que los pintan. Díxose dragón, en latín draconis, del nombre griego drakon, porque según escriben los naturales es de perfetissima vista.

Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la Lengua Castellana y Española

El viejo Demócrito bajo un árbol se sienta sobre unas piedras con un libro sobre la rodilla; a su alrededor cuelgan muchas figuras de gatos, perros, y de esas criaturas, de las que él hace anatomía para ver el asiento de la cólera negra. Arriba de su cabeza aparece el cielo, y Saturno, señor de la melancolía.

Robert Burton, La anatomía de la melancolía

Entrarme en el secreto de mi pecho y platicar en él mi interior hombre do va, do está, si vive o qué se ha hecho.

Carta de Francisco de Aldana a Arias Montaño

Time is poetry. / El tiempo es poesía.

Diario sin fechas

Los aforismos, antiaforismos, metaforismos y los textos que no llevan referencias bibliográficas son obra mía. Las traducciones en las que no aparece el nombre del traductor o la traductora al final del libro fueron hechas por mí. Como el origen de cada texto es claro, he optado por no entrecomillar al menos que fuera imperioso. HA

A

No hay peor abismo que uno mismo.

Accidentes hay que uno quiere que sucedan.

Adán Nada. Nada Adán.

Adiós, voy a encontrarme conmigo mismo.

Adiós, decimos a alguien cuando ya no podemos pisotear su sombra.

Adiós, noche, que yo fui, tu propio sepulcro, pero que, la sombra sobreviviente, se metarmofoseará en Eternidad. Stéphane Mallarmé, Igitur.

Murió Adonais y por su muerte lloro.

Llorad por él aunque el ardiente llanto

no deshaga la nieve que lo cubre.

Y tú, su hora fatal, la que escogida

fue de los años para que él muriese,

despierta a tus oscuras compañeras,

muéstrales tu dolor, y di: conmigo

murió Adonais y mientras que el futuro

al pasado no olvide, su destino

y su fama serán eternamente un eco

y una luz para los hombres.

P. B. Shelley, Adonais. Elegía a la muerte de John Keats.

Adulterio infraganti: Solus cum sola, nudus cum nuda et in eodem lecto. / Solo con sola, desnudo con desnuda y en el lecho un nudo.

Aforismos de ojos

Al ojo en la pared, tápalo con la mano.

Al ojo en la palma de la mano, cúbrelo con la otra mano.

Al ojo humeante de la mente, no lo veas de frente.

Al ojo loco del espejo, límpialo con un pañuelo.

Ojos que no parpadean, no creas en ellos.

Ve por la vida con los ojos prendidos.

Hay aforismos que no son ciertos.

El aire es el mejor músico del mundo, aunque a veces suene desafinado.

Ajedrez, Córdoba, año mil

Es la última noche del mundo.

Al pie de los muros de Córdoba

un monje cristiano y un guerrero moro

juegan una partida de ajedrez.

Un caballero negro galopa

los caminos helados de la tierra.

Un visionario salido de una cueva

ha abierto los siete sellos.

Las siete trompetas han sonado.

Las siete lámparas se han prendido.

Los difuntos emergen de sus tumbas.

Una reina negra absorbe la luz del mundo.

Parado sobre una torre blanca

el ángel vengador levanta la espada.

Qué estampida de peones pasmados.

Qué caída de alfiles aislados.

Los jugadores apuestan la vida.

Pasa la noche.

Sale Sol negro.

Nadie gana nada.

Diario de sueños, 2011.

Ajedrez

En su grave rincón, los jugadores

rigen las lentas piezas. El tablero

los demora hasta el alba en su severo

ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores

las formas: torre homérica, ligero

caballo, armada reina, rey postrero,

oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,

cuando el tiempo los haya consumido,

ciertamente no habrá cesado el rito.

En el oriente se incendió esta guerra

cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra,

como el otro, este juego es infinito.

Jorge Luis Borges, El hacedor.

Durante las partidas de ajedrez, Juan José Arreola solía declamar este soneto, mientras yo entresacaba la Novela de ajedrez, de Stefan Zweig, imaginando que el campeón del mundo que viajaba en barco de Nueva York a Buenos Aires era José Raúl Capablanca, y su contrincante misterioso el mismo Zweig huyendo de los nazis. Hasta que, Arreola, interrumpiendo la partida, caballo en mano, declamaba a Diego Sánchez de Badajoz:

“No me las enseñes más,

que me matarás.

Estábase la monja

en el monasterio

sus teticas blancas

do so el velo negro.

¡Más, que me matarás!”.

El juego del ajedrez puede inducir a la locura. Arreola sufría de insomnio y de migrañas estudiando variantes. Como en el problema de ajedrez en Alicia a través del espejo, donde en el tablero trastrocado aparecen tres reinas, en una lógica ilógica fantaseada por Lewis Carroll, los problemas planteados en los manuales de ajedrez lo dejaban abatido en el laberinto de las posibilidades; pues en el juego de nunca acabar la partida podía reiniciarse mañana, encontrándose de nuevo los adversarios en el juego disputado ayer. Entretanto, él recitaba versos de López Velarde: “Fuensanta: dame todas las lágrimas del mar. Mis ojos están secos y yo sufro unas inmensas ganas de llorar”.

Había un patio cuadrado en el edificio donde él vivía en los años cincuenta, y lo pintó con cuadros negros y blancos para jugar ajedrez con piezas humanas. Arreola decía: “En el momento en que las negras y las blancas están en su lugar, y mi adversario juega cuatro peón rey, se detiene el mundo para mí y todo el espacio del universo se contrae hasta medir ocho casillas por ocho. El tiempo deja de existir, a menos, claro, que se juegue con reloj reglamentario, y se pongan límites a los jugadores que cavilan demasiado sus movimientos. Por eso he puesto relojes en las mesas”.

Asomadas al tablero sus hijas Claudia y Fuensanta nos miraban jugar, mientras yo me sentía como el caballero en El séptimo sello, de Bergman, que juega contra la muerte una partida de ajedrez, los alfiles moviéndose en diagonal sobre un color, eludiendo el escaque que controlaba la Reina negra, la gran igualadora de jugadores y piezas.

Todo para mí se vuelve alegoría.

Charles Baudelaire, El cisne.

El abrazo del esqueleto y la mujer carnal, en La muerte y la doncella (1894), de Edvard Munch, me ha parecido un paso doble de Eros y Thanatos; mientras que El beso (1895), donde la pareja desnuda oculta su pasión con el pelo negro tiene algo de La vampira, la ávida pelirroja que chupa la energía vital del cuello de su amante exangüe. En las obras de Munch hay un pathos que me hace recordar la necrofilia de Edgar Allan Poe, su equivalente literario.

Anunciación. Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón llamado José de la casa de David, y el nombre de la virgen era María, y entrando el ángel donde ella estaba, dijo: “Dios te salve María, llena eres tú de gracia, el Señor es contigo, bendita eres entre las mujeres”. Lucas, 1: 26-28.

Esta visita extraordinaria, aparte de su importancia religiosa, ha dado origen a Anunciaciones tan inspiradas y místicas como la de Duccio, Jan van Eyck y Simone Martini, entre otras. Pero además, nunca olvidaré las natividades, como la de Piero della Francesca con sus ángeles músicos cantando y tocando el laúd al Niño desnudo sobre un manto; sin olvidar el glorioso Bautismo de Cristo del mismo Piero. Ni el flamante Díptico Wilton, donde los azules cantan; y la no menos espléndida Adoración de los pastores (1646) de Rembrandt, donde el cuerpo místico del Niño aparece iluminado mientras los presentes, excepto el rostro de María, permanecen en las sombras.

Aparición del Aleph. En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor… El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó…, vi un poniente en Querétaro, que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que se multiplican sin fin…, vi la delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española…, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino…, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado, el inconcebible universo. Sentí infinita veneración, infinita lástima. Jorge Luis Borges, El Aleph.

La letra alef. El nombre de Dios es la unidad del movimiento del lenguaje que sale de la raíz primordial y se ramifica. Este movimiento crece del fondo del éter primordial, en el seno de los trece pares de opuestos que son al mismo tiempo los trece middoth del gobierno divino. El autor busca mostrar cómo el nombre de Dios procede del movimiento del alef, el puro aliento. En todos los nombres, y, en todos los elementos del lenguaje, el ‘alef’ queda como el elemento más interior, ‘la lengüeta compensadora de la balanza’, (según Yezirah, 2:1). En un símbolo audaz derivado de la figura de la letra hebrea yod, el mundo del lenguaje ha nacido de las alas de yod, la cual deriva su origen del movimiento del yod primordial. (Uno no puede evitar preguntarse si la letra alef fue pensada para contener dentro de sí tanto la yod como sus alas). Gershom G. Scholem, Orígenes de la Cábala.

Alas da Dios a los alacranes, y ponzoña a los hombres, y hay alacranes en dos patas y hombres que se arrastran debajo de las piedras.

Alba del ser: amaneser.

El alba viva. Hay tonalidades que el lenguaje no puede describir, colores en la ventana diferentes a los vislumbrados por el ojo desnudo; secuencias de notas musicales, como si lo contemplado sucediera en la mente. “Eleva lo que de divino hay en ti hacia lo divino en el universo”, hacía mías las últimas palabras de Plotino, añadiendo: “Y hacia todas las criaturas de la tierra”. Sentía que mis ojos participaban en la formación del alba, y que yo era parte de ese azul. En esos momentos del tiempo en movimiento, el Ser inteligente y la aurora lúcida formaban un espacio vivo y pensante.

La alcachofa. Hija del agua y de la tierra, su abundancia se ofrece a quien la espera encerrada en un castillo de avaricia. Parece por su blancura y por lo inaccesible de su refugio, una virgen griega escondida entre un velo de lanzas. Ben-Altalla (s. XI).

Alegría del aire

Aire vivo aire que piensa

aire que siente

aire que oye el paso de la luz y de la lluvia

aire interior y exterior

aire de montaña

aire del abismo de uno mismo

aire que me inspira me respira y me expira

aire que me acompaña y me deja solo

aire que envuelve y desenvuelve mi sueño de existir

aire que me toca y no puedo tocar

aire libre que conocí de niño

aire santo aire santo aire santo.

La poesía llama, 2017.

Alegría indefinible, inefable, inaudita la luz que el ser lleva en los ojos.

Alejandro de Macedonia y su mulero ya muertos vinieron a pasar la noche en un mesón de Contepec. Pero nadie los conoció, ni siquiera ellos mismos reconocieron su nombre escrito al revés en un espejo. Sueño soñado en 1953.

Así fueron Berenice y él, infatigables, como en el descubrimiento repentino de los sexos, hasta quedarse ahí, dejándose pasar uno a otro. Hasta encontrarse en sí mismos en el solitario impulso, como si sólo les interesara esa forma de existencia, de estar acompañados; para después caer en el estupor, en el mirar al techo pensativamente, estúpidos y plácidos, sintiendo atenuada toda piel, reseca toda piel, y el aire merodeando gélido sobre sus cabezas quietas; hasta no saber que el tiempo gravitaba, que aquellas doce horas de la noche pasaban para siempre, se iban envueltas en la túnica negra de su propio eco, de su pasar común; sólo encontrados en la complicidad satisfecha, en los restos de una doble vida transcurrida; casi olvidada…, salvo por unos cuantos detalles todavía vibrando en la epidermis, en las partes de mayor intensidad y concentración; salvo por la presencia desnuda de los cuerpos, por el poder decir: allí estaba su cara, su espalda, su cadera. Mirándola dormir, 1964.

Alfa. Según la tradición cristiana, entre la primera y la última letras del alfabeto griego podría contarse la narrativa de la vida. Pero remontándonos al Génesis, (palabra derivada del griego gennao, y del latín gignere, que significa engendrar), el principio de todo fue la Luz, el alma del Ser.

Las primeras frases fueron una encantación: Y Dios dijo: “Hágase la luz”. Y la luz se hizo. Y Dios vio que la luz era buena. Y Dios separó la luz de la oscuridad. Y Dios llamó a la luz Día, y a la oscuridad Noche. Y la tarde y la mañana fueron el primer día. Luego, Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza (como dice el Zohar).

La luz fue engendrada por la palabra divina, así como la génesis de la lluvia es la nube. En hebreo el libro es llamado Bereshith, y según la tradición judeo cristiana fue obra de Moisés. Los críticos de la Biblia han acordado que el poema no es el producto de un hombre, sino un compuesto de numerosas fuentes. Como señala Gerhard von Rad, el capítulo del Génesis es doctrina sacerdotal, contiene la esencia del conocimiento sacerdotal en la forma más concentrada. No fue “escrito” había una vez; pero, más bien, como una doctrina que ha sido enriquecida a través de los siglos… Sus palabras no tienen un efecto inmediato, sino espacial, tardando eras o siglos en realizarse.

“El ahora, cuando Dios hizo al mundo, está tan cerca de este tiempo como el ahora en que estoy hablando en este momento, y el último día está tan cerca de este ahora como si fuera ayer.” Meister Eckhart, Sermón LXXXIV.

El Demiurgo, que comenzó el poema de la Luz y de la Vida, sería el artífice divino, que, habiendo contemplado el modelo eterno, la más perfecta de las causas, produjo “el mundo en virtud de su bondad y carencia de envidia, y deseando que las cosas fuesen semejantes a Él”.

¿De dónde salió Dios?, preguntaba el peluquero de mi pueblo al maestro de escuela, y éste no podía contestar. Hasta que años después, haciéndome yo mismo esa pregunta, una voz dentro de mí, contestó: “Dios salió de las profundidades de Sí Mismo, del Uno que se gestó en su Yo, del Alma que se animó en espacios interiores durante milenios de inmensa soledad y de eones de profundo silencio”. En un relato procedente de textos sagrados del antiguo Egipto se dice que, antes de toda creación, Atum-Ra, el antiguo dios-sol de Heliópolis, estaba sumergido en el océano primordial con los dioses potenciales. Y Atum dijo: “Yo estaba solo e inerte en el Nouou, yo no encontraba sitio donde ponerme de pie o pudiera sentarme. La ciudad de Heliópolis no había sido creada… Fue mi hijo, Vida, que me hizo consciente y que hizo vivir mi corazón, luego que reunió mis miembros, hasta entonces inmóviles”. En ese momento El creador, solo, confundido con el océano primordial en una presencia única, suscitó su vida: “Yo soy Nouou, el Único, el Sin-Parecido, he llevado mi cuerpo a la existencia gracias a mi poder mágico. Yo me he creado a mí mismo, yo me he constituido según mi deseo…”. El Sol surgió del magma líquido por su propia voluntad, en una fuente luminosa: “Yo soy el Eterno, yo soy Re que ha salido de Nouou… Yo soy el dueño de la luz”. Por eso he pensado que el acto de convertirse la palabra en luz tomó milenios; quizás, eones, y que el proceso fue como un largo amanecer en el espacio, un alumbramiento de la oscuridad, un nacimiento del Ser en el vientre cósmico. Así comenzó la poesía del Ser.

Omega. Ante el estado desastroso del planeta, presiento que lo peor está por venir, a causa de la destrucción de los ecosistemas terrestres y marinos; con la consiguiente desaparición de especies animales y vegetales, la muerte de mares y océanos. El Apocalipsis está sucediendo ya, pero paulatina, sigilosamente. Pues el Apocalipsis no será un gran estallido cósmico, sino un holocausto nuclear acompañado de desastres ambientales que aquí y allá provocarán un imparable decaimiento. Ante el grito de la Naturaleza en agonía (expresada simbólicamente en la pintura de Munch), la hecatombe, quizás, sólo tendrá lugar en nuestro sistema solar, aunque podría llevarse de paso a la Luna, el feto de la Tierra. En la Omega apocalíptica, con suerte, veríamos “el reflejo violeta de Sus Ojos”. Arthur Rimbaud, Vocales.

¿Qué es el aliento? Cuando una persona inhala, exhala y respira el aire adentra al Espíritu Santo, de manera que el Aire es Santo, el Aire Espíritu. La palabra hebrea para Espíritu es ruach, la misma que para Viento. La tradición cabalística.

Como el alma, siendo aire, se mantiene junta, así el aliento y el aire rodean el universo entero. Anaxímenes de Mileto.

El alma se inflama por el esplendor divino que fulgura en un ser humano como en un espejo, y misteriosamente la eleva, como por un gancho, para llegar a ser Dios. Marsilio Ficino, Teología platónica.

Alimenta gallo,

Al gallo de tu corazón

que no más quiere auroras,

pero vive de los granos de la tierra.

A tu gallo, que se levanta al alba

con la estrella de la mañana

y el resto del día sufre

las tristezas del gallinero.

Trashumanar, 1975.

Sobre las altas cimas de los Andes. La más majestuosa de todas, es la del Chimborazo, cuya cúspide es redonda y recuerda esas eminencias desprovistas de cráteres, que la fuerza elástica de los vapores eleva en las regiones donde la corteza porosa del globo ha sido minada por fuegos subterráneos… Las cúspides graníticas son hemisferios aplastados, los pórfidos trapenses forman cúpulas esbeltas. Es así como a la orilla del Mar del Sur, después de las prolongadas lluvias invernales, cuando la transparencia del aire ha aumentado súbitamente, se ve emerger el Chimborazo como una nube en el horizonte, destacarse de las cimas vecinas, y elevarse sobre la cadena de los Andes como ese domo majestuoso, obra del genio de Miguel Ángel, se eleva sobre los antiguos monumentos que rodean el Capitolio. Alexander von Humboldt, Vistas de las cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de América.

El alma, inmortal, y muchas veces renaciente. Platón, Menón.

Las almas a punto de renacer se trasladaban al campo del Olvido, a través de un calor asfixiante, puesto que dicho campo estaba desnudo de plantas y de árboles que produce la tierra. Al caer la tarde acampaban junto al río de la Despreocupación, cuya agua no puede ser contenida en vasija alguna; a todas las almas les era preciso beber cierta cantidad de agua; las que imprudentes bebían más de la medida, se olvidaban de todas las cosas vistas hasta entonces. Luego se entregaban al sueño, pero a medianoche se hacía oír un trueno acompañado de temblores de tierra, que las despertaba, siendo al mismo tiempo dispersadas aquí y allá, como estrellas errantes, y llevadas a diferentes puntos donde debían renacer. Platón, La República.

Según Aristóteles, para los pitagóricos el alma son las motas que hay en suspensión en el aire, y para Demócrito cierto tipo de fuego o elemento caliente. Para Anaxágoras, el alma se haya presente en todos los animales, grandes y pequeños, nobles y vulgares. Para Empédocles, se compone de todos los elementos. Y para otros filósofos el alma es aquello que procura el movimiento en los animales, aquello que anima el cuerpo, que impulsa el ser al movimiento. El alma está unida al cuerpo como la luz al aire, dirían luego Amonio y Plotino.

Acerca del alma. “Donde hay alma, y donde el alma está, está Dios.” Meister Eckhart, Sermón XXXIII.

Como Dios como el alma, diría San Agustín. Por lo que a mí respecta, concuerdo con San Juan de la Cruz, que el centro del alma es Dios. Y dichosa el alma a la que Dios hablare. Pues cuando percibí la presencia del alma en mí, la fuerza misteriosa que impulsaba mi ser al movimiento, fue el momento más grave de mi vida. Si bien, mi alma existió antes de que yo naciera y seguirá existiendo después que me haya ido, tal vez, en otros cuerpos, en otras existencias, en otros espacios terrestres o estelares, seré parte de su espacio. Y así como la mujer en la hora del parto siente tristeza, pero después no conserva recuerdo de su angustia;así yo, en el parto de la muerte, nacido en otra parte, espero no guardar recuerdo de mi angustia.

Cada alma conoce su infinito, su todo, aunque confusamente, pero lo conoce. Como paseándose por la orilla del mar y oyendo el gran ruido de su oleaje yo oigo el ruido particular de cada ola, el ruido del océano, pero sin discernirlo. Dios sólo tiene conocimiento de todo, porque Él es la fuente. G. W. Leibniz, Los principios de la naturaleza.

Al final de la vida cuando exhalemos nuestro último suspiro, no es el fin. Despertaremos a la conciencia otra vez, y todo esto sucede mediante el alma.

Angakut, en Knud Rasmussen, Intellectual Culture of the Iglulik Eskimos.

Así ha sido siempre el mundo y así será, un infinito trajinar de seres visibles e invisibles que nacen y mueren, renacen y remueren delante de nosotros, sin que nos demos cuenta de su tribulación. Rayénari (o Don Lupe), Cantos de reencarnación y olvido.

Pase lo que pase, que tu alma no se cierre, que tu alma no se seque, que tu alma no se amargue. Mahabharata.

Ama hasta el último momento, la vida es erótica.

Ama al Dios que te ama,

a la luz virgen que tus ojos aman,

al agua madre ama,

al aire padre ama,

al sol interior ama,

a la tierra inteligente ama,

a tu ser y al poema ama,

en la vida y en la nada

ama la sonrisa infinita de la luz.

Al despertar, 24 de septiembre de 2012.

Amanecer en los Alpes, amanecer en lo bajo y en lo alto, amanecer en los vidrios, amanecer en el roble, amanecer en la ciudad poluta, en la luz azul, amanecer en el momento en que todo es Dios. Lunes 23 de junio de 2017.

Amantes

A oscuras baja por angosta

calle amante en amada la multitud

el multi-tú el tuyo yo

el mutuo uno.

Quemar las naves, 1975.

Amante loco, dama muerta

Oh, mi Diotima.

¿No es de mi Diotima de quien estáis hablando?

Trece hijos me parió, uno de ellos es Papa.

Sultán el segundo, el tercero zar de Rusia.

Y ¿sabéis qué le pasó?

Loca, es como le fue, loca, loca, loca.

Tres funerales me hicieron cuando morí.

Pero ella no vino a ellos. Encerrada en una torre.

Así son las cosas, se fue a la vuelta,

al jardín donde se encuentran los amantes,

caminando, hablando juntos. Del otro lado del muro,

no hay nadie. Hasta que ustedes las visitas vienen.

¿Escribirá el cadáver un poema hoy sobre su dama loca?…

No hay poema hoy, señor. Vaya a casa.

Homero Aridjis Foto Especial

Homero Aridjis nació en Contepec, Michoacán, México. Su vasta obra de poesía, narrativa, ensayo, dramaturgia y literatura infantil ha sido traducida a quince idiomas y ha sido reconocida con importantes premios literarios en México, Italia, Francia, Serbia y Estados Unidos, como el Xavier Villaurrutia, el Diana-Novedades, el Grinzane Cavour, el Roger Caillois, la Llave de Oro de Smederevo y el Eréndira. Exembajador de México en los Países Bajos, Suiza y la UNESCO, durante seis años fue presidente internacional del PEN Internacional, del cual es presidente emérito. Fundador del Grupo de los Cien, por su labor como ambientalista recibió el Premio Global 500 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, el John Hay Award de la Orion Society, la “Fuerza de la Naturaleza” del Natural Resources Defense Council y el Premio del Milenio para Liderazgo Internacional en el Medio Ambiente de Mikhail Gorbachev y Global Green. Ganador de la beca Guggenheim en dos ocasiones, ha sido profesor en las universidades de Indiana, Nueva York, Columbia y California (Irvine). Su última novela es Carne de Dios y su más reciente libro de poesía es La poesía llama.

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