El próximo 7 de junio habrá elecciones para gobernador, diputados federales y presidentes municipales en nuestro país.
Las campañas iniciaron hace un par de semanas. La idea de una campaña política es, básicamente, dar a conocer las propuestas que ofrece a la sociedad una fuerza política a través de un candidato.
La mejor propuesta es la que, en teoría, debe ganar, pues es la que obtendrá el mayor número de simpatías entre los votantes, quienes, a lo largo de la campaña, tuvieron oportunidad de valorar las diversas ofertas.
Todo para el bien de las mayorías.
El que siga los diferentes candidatos a puestos de elección popular se dará cuenta de una triste realidad. La mayoría no tiene propuestas. Sus campañas están basadas en el culto a la personalidad del candidato: son campañas selfies que suceden en ese espacio falsario que llamamos redes sociales. Salvo las sobadas promesas de siempre: más empleos, mayor seguridad, cero tolerancia a corrupción, apoyo al campo y a la industria, que ya nadie cree, los candidatos convierten en un espectáculo de frivolidades lo que debería ser una arena de sólidas propuestas para sacar al país del agujero en el que está embrocado.
Así como el Facebook se ha convertido en la mejor forma para engañar a los otros sobre el nosotros, mostrando ese rostro que nunca tendremos, así las campañas selfies de esta contienda electoral nos muestran a candidatos ficticios, embusteros y, en el mejor de los casos, huecos.
Las campañas políticas se han convertido en una de esas etrafalarias pachangas donde lo que más importa no es convivir sino emborracharse hasta perder el juicio, tan es así que terminan priistas los que fueron perredistas, perredistas los que fueron panistas, panistas los que fueron verdeecologistas. No importa la ideología ni las soluciones ciudadanas, mucho menos el compromiso ético de servir, importa nada más que el candidato reúna muchos likes y muchos retuis, y gane a como dé lugar la elección.
Si para lograr esto tiene que bailar una cumbia (como el candidato priista Noé Bernardino Vargas), un tribal (como el candidato panista Diego Leyva), o hacer cualquier otro tipo de ridículo, se hace y ya.
Lo más lamentable de las campañas selfies es que no reflejan lo que son realmente los candidatos, sino la sociedad en la que nos hemos convertido.
@rogelioguedea