Por Alex Zazá / Colaboración especial
Seguramente recordarán la imagen de Jesús Cristo durante el vía crucis. Esa imagen que muestra el dolor de un hombre tras ser azotado y lastimado para la salvación de la humanidad. Interpretado desde Claudio Brook en la película «Jesús, nuestro señor», hasta en grandes súper producciones como The passion of the Christ, patrocinada por Mel Gibson.
Durante la Semana Santa, millones de personas se reúnen en diferentes puntos del orbe para recrear dicho vía crucis. El Barrio de Calacoaya (Atizapán de Zaragoza, Edomex) no está exento de esto.
Para poder interpretar a Cristo, necesitas ser un joven católico sin vicios y haber nacido en el barrio, que a ciencia cierta, sólo este jóven sabrá lo de los vicios.
Por ahí del año 1988 fue interpretada esta procesión por un joven fuera de serie. Lamentablemente no sabría decirles cual es su nombre de pila, pero eso no importa porque desde ese día, para mí fue: “El Cristo de Calacoya”.
Sucedió en una tarde de viernes santo, bajo un sol que arde y quema la piel de tajo. Recorría el vía crucis nuestro amigo, el Cristo de Calacoaya. Junto a él iban esos fenomenales actores vestidos de soldados romanos, con esa vestimenta hecha por la tía abuela que seguramente compró las telas en La Parisina. Recuerdo los cascos de los soldados, hechos con las hebras de las escobas.
Los soldados caminaban junto al Cristo, con ese aplomo de guerrero romano. Un aplomo que nuestro querido cuerpo de policia ya quisiera tener. La procesión avanzaba sin ningún desfiguro, pasando por diferentes calles del barrio. Los soldados seguían azotando al Cristo victoriosos ante el público, hasta que pasó lo inesperado.
El vía crucis se encontró de frente a un expendio de cerveza que servía tragos a un grupo de jóvenes.
Los chavos banda quisieron poner a prueba la compasión y la capacidad de perdonar del Cristo de Calacoaya. Comenzaron por lanzar una que otra broma; después subieron de tono con mentaditas de madre, hasta llegar a la parte geológica: sí, el lanzamiento de piedras.
Nuestro amigo el Cristo era el blanco perfecto para estos chavales, y nada podía hacer.
Uno de los soldados romanos se acercó de una manera muy cortés y les dijo:
–Ya estuvo weyes, ya estuvo. A chingar a otro lado.
En es instante, el segundo blanco de los proyectiles de piedra fue el soldado romano.
Al ver esto, dos más de los colegas romanos quisieron poner el orden en forma pacífica, diciendo:
–A ver culeros, ¿qué no ven lo que Dios nuestro señor hace por nosotros?
Los malandrines se cagaron de risa, provocando que ya varios de los soldados romanos dejaran sus filas para prepararse a un enfrentamiento.
Se comenzaron a caldear los ánimos. Entre empujones y mentadas de madre, salió disparada una piedra y dio justo en la cabezota del Cristo.
Señoras y señores, dio comienzo la nueva era de Cristo: un Mesías no dejado, un hombre que no perdona, un Dios nada piadoso, digámoslo así: Chuck Norris es apenas un pendejazo.
El Cristo de Calacoaya, olvidando completamente que interpretaba al Hijo de Dios, lanzó al suelo la cruz sin titubeo alguno. Se acercó a los chavos banda y soltó el primer puñetazo. Un golpe certero dio con el blanco fácilmente.
La cara de uno de los briagos se fue desfigurando rápidamente con el puño de Dios. En ese momento ya no supe quién golpeó más número de veces.
Así vi cómo se acercó una mujer a la trifulca. Al parecer era la madre de Cristo (y no era la Virgen Maria precisamente), quien gritaba:
–¡Ya déjenlo, ya déjenlo! ¡¿Qué no ven que es Dios?!
Esa tarde de primavera cambió mi forma de pensar sobre cómo sería el próximo Mesías.
Seguramente será muy parecido al Cristo de Calacoaya, que no está dispuesto a perdonar ninguna chingadera,