Sus pequeñas piernas apenas se levantan un poquito del suelo; así, nada más, como un suspiro. Como un papelito que se empieza a llevar el viento, antes de siquiera atreverse a tocar las nubes. Así, ligera pero chiquita.
Lleva un vestido con falda roja y tiene el cabello largo… Y una cara de traviesa que sólo hace más evidente su belleza.
Mayra, su maestra, la saca del ensueño: «Sofía, ¿dónde deben ir los brazos?», entonces ella se da cuenta de que los demás ya están haciendo los movimientos del siguiente ejercicio: cinco, seis pares de bracitos regordetes formando alas de aves al vuelo, mientras ella, Sofía, sigue en otro lado, soñando, brincando, elevándose el trecho que le permite su estatura de niña pequeña.
Tiene cuatro años y una mamá que la adora. Nidia Álvarez fue actriz, «de teatro callejero», dicen con orgullo sus grandes ojos negros, y por eso cree no sólo necesario, sino indispensable, que su única hija tome clases de danza, de teatro, de música, de pintura, de todo lo que pueda alimentar su espíritu y ayudar a domar su carácter rebelde.
«Ella es muy activa, y desde pequeña se demostró que ella iba a ser activa, y precisamente por eso la metimos a actividades; le vamos variando, según como van terminando sus ciclos. Ella va aprendiendo cosas nuevas, va adquiriendo nuevos conocimientos, va sabiendo cuáles son las cosas que le gustan. Sabe expresarse, y aparte le ayuda a convivir con los niños, y entonces eso socialmente le ayuda bastante, emocionalmente también».
Hoy Nidia es edecán. Ya no hace teatro, pero piensa que la formación de Sofía, sobre todo en estos primeros años de vida, es primordial.
«Yo la había metido primero a una escuela de gobierno, y no llevan nada de actividades de arte. Desgraciadamente su única actividad es educación física”.
Además de que cambió a su pequeña a una escuela de paga, en la que sí lleva educación artística, computación e inglés (aunque va en segundo de kínder), Nidia decidió que eso no era suficiente. «A su papá le gustan mucho las artes, entonces él vino y él preguntó directamente sobre el taller».
El taller se llama Danza para peques, y el lugar al que Nidia trae a Sofía todos los lunes y miércoles de tres a cuatro de la tarde es un impresionante galerón de ladrillo rojo y estructuras de metal que alguna vez albergó al Salón México, y que hoy se llama (lejos de las peleas de amantes, el humo de los cigarrillos y los sudores con olor a licor barato) La Nana.
El coloso de tres pisos se asoma, imponente, muy cerca de la retaguardia del Museo Franz Mayer, en el segundo callejón de San Juan de Dios, esquina con Pensador Mexicano, ahí donde el Centro Histórico deja a un lado los elegantes lofts Alameda, el Sheraton y la plaza de la Secretaría de Relaciones Exteriores con sus restaurantes y cajeros automáticos, así como el Palacio de Bellas Artes y su explanada de mármol blanco, para empezar a descubrir con toda su crudeza a la violenta colonia Guerrero.
Los vecinos de La Nana son, además del Franz Mayer, algunas vecindades y el mercado 2 de abril, un mercado de comidas, que ahora luce un letrero en el que se lee: «Aquí se alimenta el cuerpo y en La Nana se alimenta el alma».
Aquí vienen niños, como Sofía, de tres a cinco años, pero también más grandes, a tomar clases de danza. Los jóvenes también tienen un espacio, los viernes en la tarde, para practicar breakdance o acrobacias y los sábados hip hop. Y los papás (aunque por lo general son más las mamás) y los abuelos (también son más las abuelas) pueden decidir entre tomar clases de danzón, saxofón o piano.
Aunque Sofía no alcanza el beneficio de quienes viven en el Centro Histórico, que no pagan un solo peso por los talleres, Nidia piensa que la cuota es accesible: «Sí nos cobran, creo que 300 pesos trimestrales”.
Sofía es afortunada. Sólo es, como su mamá la describe: «Una niña muy activa» que ha aprendido a expresarse mejor gracias a la danza. Su historia no tiene nada que ver con las de muchos otros niños, a quienes el arte los ha salvado de un futuro negro, de una realidad cotidiana enmarcada en la agresión y la violencia.
EL ARTE NO ATRAPA DELINCUENTES
Es bajita, muy delgada, morena. Lleva el pelo muy corto y da la impresión de ser seca, muy seria. Pero en cuanto sonríe uno se da cuenta de por qué Lucina Jiménez convence a quien quiere de lo que quiere, y en los últimos años, desde el 2006, lo que ha querido han sido fondos para ConArte y sus programas: Aprender con danza, ¡Ah qué la canción! Música en la escuela, EscenificArte, y el Programa Interdisciplinario por la No Violencia, entre otros.
El INBA, Sedesol, Bank of America, Francisco Toledo, Horacio Franco y la Agencia Española de Cooperación Internacional son algunos ejemplos de personas e instituciones que se han convencido de que el trabajo que proponen Lucina y su equipo puede cambiar el rumbo de muchas vidas.
Aunque los programas y talleres de ConArte han demostrado ser efectivos contra el bullying en las escuelas, la doctora en Antropología deja en claro que el arte no hace milagros.
«Se puede pensar que al arte le toca combatir al narcotráfico y no es así. Nosotros no hacemos artes contra la violencia, lo que hacemos es artes por la afirmación de la persona. Al arte lo que le corresponde es hacer que los niños y los jóvenes sepan quiénes son, que tengan identidad y que tengan sentido de pertenencia, algo positivo en construcción y algo que les da poder, y por lo tanto, no se vayan por las puertas falsas. El arte no atrapa delincuentes, lo que hace es que permite que los niños sepan distinguir los valores, que sepan el valor que tienen ellos, en primer lugar, y en segundo lugar, que sepan cómo relacionarse con los demás en una cultura de paz que además es lúdica y que además les permite transferir esos conocimientos a otros aspectos de la vida cotidiana».
Lo que empezó como un experimento en algunas escuelas del Centro Histórico de la Ciudad de México, en 2006, hoy se ha convertido en una red cuyos extremos tocan otras ciudades en las que ya se habían detectado conductas recurrentes de violencia entre los niños.
Para que esta «pequeña embarcación», como le llama ella misma, zarpara con buenos vientos, Lucina Jiménez tenía que dedicarle todo su tiempo, sus conocimientos y su energía. Por ello decidió renunciar a un puesto de alto rango (con un muy buen sueldo) en el sector público cultural de este país: el de directora del Centro Nacional de las Artes, y se fue un tiempo a Holanda a diseñar y a planear cada detalle de lo que después se convertiría en el Consorcio Internacional Arte y Escuela AC, o sea, ConArte.
«Fue, yo diría, como bajarme de un trasatlántico para hacer una pequeña balsa, una pequeña embarcación que pudiera navegar más fácilmente en todo este mundo de la educación en artes en el sistema educativo, y también en los ámbitos periféricos, en donde prácticamente ha sido inexistente.
En 2006 nació ConArte con un programa de Aprender con danza en las escuelas públicas del Centro Histórico, sobre todo en las escuelas que tenían la problemática de violencia marcada. Estaban reportadas por Seguridad Pública incluso como escuelas que tenían un foco rojo encendido por la problemática de violencia que había.
Ahora, aquí en la Ciudad de México, el programa está en 23 escuelas del Centro Histórico, más una en Xochimilco y otra en la Gustavo A. Madero, y en Monterrey en 20 escuelas públicas y en 10 centros comunitarios.
Igualmente, Aprender con danza se ha implementado en varias ciudades, como es el caso de Ciudad Juárez, de Nogales y de Tapachula. Ahí, en estas tres ciudades, en una colaboración que tiene ConArte con la Secretaría de Desarrollo Social en la construcción de un programa más amplio que es en centros comunitarios; se llama Redes Arte Cultura de Paz”.
Los maestros que imparten las clases en las escuelas, centros comunitarios e incluso en La Nana, reciben un entrenamiento especial por parte de ConArte.
Sonriente, y llena de energía, como la que proyecta cuando da clase a los más pequeños, (entre ellos Sofía), Mayra Lazcano explica para qué les sirven estos talleres a los niños.
«El objetivo aquí en ConArte no es formar bailarines. Eso es como colateral, pueden o no pueden hacerlo. Y hay niños que son sumamente capaces y tienen unas habilidades impresionantes, que podrían convertirse en grandes bailarines. Pero el principal objetivo es, yo creo, que conozcan su cuerpo, que sí tengan más valor frente al grupo”.
De pronto, parece que duda en que ésa sea la palabra correcta, pero a falta de otra mejor, continúa: «No sé si llamarlo valor…. Que se enfrenten a la vida con más valor o con más valentía; eso es un poco lo que nosotros tratamos de dar. Que sientan el colectivo, lo importante de una danza con otras personas”.
La conciencia de que se es parte de un grupo, y de que lo que se haga incidirá necesariamente en los demás, es otro de los objetivos de los talleres de ConArte, dice Mayra, «y eso nos ayuda en las escuelas a que se reduzca el bullying, a que empiece a haber más respeto entre los compañeros, a que haya otras cosas. Y la danza tiene esa capacidad de hacer que al momento de estar moviéndose, empieza uno: cuida tu espacio porque le puedes pegar al otro”.
Lucina Jiménez ha logrado que su mensaje llegue bien a aquellos encargados de trasmitirlo: a los maestros. Si de evitar el bullying se trata, la conciencia, el darse cuenta de quién es uno mismo, es muy importante. Lo explica así:
«Lo más importante es que, usualmente un niño que comete bullying es un niño que está enojado, un niño que siente frustración o es un niño que tiene un ego tan grande que no sabe cómo canalizarlo. Entonces aplica su supuesta superioridad pasando por encima de otros. O bien, el niño que está en posición de víctima es un niño con muy baja autoestima.
Entonces lo que ocurre, no es que el arte haga milagros, lo que hace es hacer una integración de la persona. Es darles fuerza, carácter, y autovaloración a los niños que saben de qué son capaces y que además encuentran otras formas de comunicación y diálogo con sus pares.
Por lo tanto, dos niños que están tocando juntos o que están creando una coreografía juntos, o que están construyendo una obra teatral juntos tienen menos riesgo de comunicarse solamente con golpes. Porque muchas veces entre los niños los golpes empiezan como un juego y como una manera de comunicación a falta de palabras y a falta de otra forma de expresión, pero eso termina siendo violencia, porque la frontera es muy débil entre un juego y lo que es realmente un conflicto. Entonces el rango que adquiere la violencia rebasa con mucho, a veces, la propia conciencia de los niños, y cuando se dan cuenta ya están involucrados en una situación riesgosa de la cual no saben cómo salir».
ARTE, VÍNCULO ENTRE GENERACIONES
Quien piense que el problema está sólo en los niños y los adolescentes que no pueden poner atención durante más de 30 o 40 minutos, o que empujan al de junto porque ya se aburrieron, sólo está viendo la mitad de película.
Lucina y su equipo detectaron que hoy, con las nuevas formas de comunicación que han generado la tecnología y por ende, las redes sociales, la brecha generacional entre alumnos y maestros parece, en ocasiones, imposible de salvar.
«Entonces también vamos con los maestros, con los prefectos, por ejemplo, en las secundarias, o con los inspectores o con los jefes de zona, y creamos mucha sensibilidad ahí con respecto a lo que son las zonas intergeneracionales, y que están creando nodos de conflicto en las escuelas. Porque en las secundarias en particular, muchos de los adolescentes que forman parte de las matrículas pertenecen ya a la generación Internet. Son chavos que se relacionan de esta forma, que piensan distinto, que interaccionan distinto. Muchas veces al maestro que se formó en el siglo XX, con un concepto de cultura del siglo XIX, le cuesta mucho trabajo entender qué está pasando con un niño, con un adolescente que lo único que piensa es en agarrar su lápiz como batería».
Para tratar de romper este círculo vicioso, ConArte capacita también a los maestros que están todo el día con los niños y los adolescentes, es decir, no sólo a los que imparten educación artística, sino a los que tienen a su cargo otras asignaturas:
“Estamos trabajando con la Dirección General de Formación Continua, y hemos formado a 200 maestros promotores de los programas de No Violencia de Género”.
UNA PALABRA CLAVE: DIGNIDAD
En Ciudad Juárez y en Tapachula las experiencias, como las narra Lucina, van más allá de algo que sucede en un momento y al siguiente se acabó, y ya a nadie le importa.
El polvo acumulado en muchos rincones solitarios, esos que los antiguos pobladores abandonaron por la violencia o por la pobreza (o por ambas), se ha limpiado poco a poco, con las manos de madres, maestros y de los propios niños, que se han apropiado de estos espacios para convertirlos en salones de música, danza, teatro y artes plásticas.
«Tú puedes ver el cambio en el estado de ánimo simplemente de las madres de familia de Ciudad Juárez, a raíz de que sus hijos tienen algo positivo y constructivo que están aprendiendo en un espacio seguro. Te conmueve ver el compromiso de las madres y de las abuelas y de los padres, cuando los hay. Porque nadie quiere un futuro oscuro para sus hijos, nadie.
Entonces ellas se organizan y son capaces de estar haciendo trabajo de promoción en las colonias. Aquí se dio la posibilidad de que uno de los centros comunitarios saliera del programa, y entonces las mamás se empezaron a organizar a través de Facebook y empezaron a subir un montón de fotos de las niñas y de los niños, de su trabajo de danza, y de teatro y de música, y empezaron a decir: «No. Esto es importantísimo para nuestros hijos. Esta es nuestra esperanza, esto es lo que puede hacer un cambio». Estaban dispuestas a hacer lo que fuera. Entonces eso te da un sentido de valor que ellas han atribuido al trabajo de ConArte».
En Tapachula los talleres funcionan como un poderoso factor de cohesión social.
De regreso de un intenso viaje de trabajo a esa ciudad, Lucina prefiere contarme esta experiencia vía correo electrónico:
«Me conmovió estar en la celebración del cumpleaños de Alberto, un niño que estaba por irse al campo a ayudar a su padre. Nunca había tenido una celebración. El policía municipal entró con una señora a prender las velitas. Mache había comprado pizzas. Todos cantamos Las Mañanitas después del ensayo de Escenificarte. Estaban desde el líder de la colonia y su esposa, los papás de Alberto, sus compañeros de Escenificarte, la comunidad”.
No conozco Tapachula, debo confesarlo. Así que recurro a la enciclopedia para tratar de llenar los pequeños huecos que deja la narración de Lucina. Encuentro que está en la región del Soconusco, y que hace calor pero también llueve mucho, que el verano es un desfile interminable de tormentas y que, aunque recientemente se ha convertido en un lugar atractivo para el turismo, durante décadas la ciudad se mantuvo de actividades como la ganadería y la agricultura.
«Puedes imaginarte que era difícil creer que, de pronto, espacios semiconstruidos que estaban abandonados y que no tenían luz, agua o servicios básicos se convertirían en sitios de aprendizaje en artes para niños y niñas que no hablaban, que guardaban silencio escondidos detrás de las faldas de sus madres o en el mejor de los casos, quienes corrían y jugaban descalzos en calles llenas de hoyos o inundadas.
Me conmovió ver niños que apenas pueden cargar su sax, pero que luego parece que éste forma parte de su cuerpo porque tienen un talento impresionante. Me encantó estar en el ensayo serio y responsable de niños y niñas, adolescentes y jóvenes quienes se escucharon los unos a los otros, con absoluto respeto, unos sentados en el suelo, otros en sillas”.
Lucina está segura de lo que el arte ha dado a estos niños y a sus familias, así como a los de Ciudad Juárez y a sus madres, o a los de Monterrey, o a los de Nogales, o a los pequeños de las primarias y los adolescentes de las secundarias del Centro Histórico de la Ciudad de México, o a los chiquitos, como Sofía, que acuden por las tardes a tomar clases a La Nana: dignidad.
«La dignidad es lo que te puede hacer mirar la vida de otra manera y tener el valor para emprender las batallas que tal vez en otro momento ni siquiera te hubieras imaginado que te podías plantear. Porque la pobreza más terrible es aquella que mata la esperanza, la que no te deja soñar con otra realidad. Entonces el arte lo que hace es que te da futuro».
Horacio Franco está siempre muy ocupado.
Y cómo no, si además de su carrera como flautista y director de orquesta, siempre tiene tiempo para atender las causas que considera importantes. Y una de ellas es la de la educación en arte para los sectores más «desprotegidos y vulnerables de la sociedad», según se lee en su página web.
Pero a diferencia de muchos artistas “altruistas”, a Horacio le importa de verdad: es miembro del Consejo Consultivo de ConArte, y desde su fundación ha colaborado decididamente con sus programas.
Una semana después de solicitar por primera vez una entrevista con él, una asistente me llama al celular para decirme que el maestro está de acuerdo en platicar conmigo acerca su colaboración con Lucina Jiménez y ConArte. Sólo que habrá que esperar casi otra semana completa, pues se encuentra fuera de la ciudad, y la entrevista tendrá que ser vía telefónica, un día determinado, a las 3:15 de la tarde.
La voz de quien ha tocado bajo la batuta de Eduardo Mata, Luis Herrera de la Fuente, Sergio Cárdenas y Carlos Miguel Prieto suena amable, risueña, incluso dulce, como las notas que salen de su flauta. El tema, sin duda, le apasiona:
“Para mí, ConArte es una asociación que rompe con muchos esquemas en México. A su fundadora, Lucina Jiménez, la conocí desde que estaba al frente de Centro Nacional de las Artes. Aquí me invitaron a formar parte del consejo consultivo y también para presentar algunos recitales en las escuelas que estaban trabajando con ConArte.
“Vi que lo que estaban haciendo era realmente asombroso porque incorporar la educación artística, la danza, de la manera en la que lo están haciendo en las escuelas públicas ha sido un proyecto muy afortunado”.
Apenas toma aire el flautista para continuar. Se ve que está acostumbrado a que sus pulmones aguanten lapsos prolongados sin la necesidad de llenarlos de nuevo:
“Aquí la expresión corporal está muy bien encauzada con la danza. Realmente es una manera muy aprovechable de capitalizar el potencial artístico de muchos adolescentes y de mejorar el entorno, evidentemente, en ciertas escuelas en donde muchos de los padres de los niños, por ejemplo, están en la cárcel, o muchos de los niños no tienen papás incluso, y encuentran en este tipo de actividad, no nada más recreativa sino artística, un aliciente y algo mejor, algo que eleva su nivel de vida finalmente”.
Horacio Franco es modesto. Pero Lucina Jiménez sabe muy bien que su aportación va más allá del tiempo que dedica a dar clases de flauta a los niños. “Es una lucha por incorporar la educación artística como un derecho cultural, y entonces nos donan conciertos. El padrino de este programa fue Horacio Franco, que hizo un donativo de un concierto que sí representó ingresos”.